Felicidad y Bien Común
Todos queremos ser felices. Todos queremos vivir en paz. Todos ansiamos un mundo donde reine la justicia, sin guerras, sin corrupción, sin violaciones; sin violencia contra las mujeres ni contra los niños ni contra nadie. Todos queremos vivir en un mundo donde todos podamos vivir como hermanos, donde no hay ricos ni pobres.
Y sin embargo, el mundo sigue lleno de maldad. Sabemos que matar inocentes está mal, pero seguimos haciéndolo. Sabemos que la guerra es una barbaridad, pero sigue habiendo guerras mortíferas y salvajes. Sabemos que pegar o matar a las mujeres es una canallada y una cobardía descomunal, pero no hay día que no nos enteremos de alguna mujer asesinada por sus maridos o parejas. Sabemos que violar es un crimen atroz (¿quién no lo sabe?), pero siguen violando a mujeres y niñas, los muy hijos de puta. Robar está mal y todo el mundo lo sabe; pero sigue habiendo corrupción por todas partes. Y viene un gobierno a combatir la corrupción del anterior y acaba resultando que el nuevo gobierno todavía roba más. Y así sucesivamente. El pecado llena el mundo de tinieblas.
Señala con acierto Benedicto XVI que «existe una contradicción en nosotros mismos. Por una parte, todo hombre sabe que debe hacer el bien e íntimamente también lo quiere hacer. Pero, al mismo tiempo, siente otro impulso a hacer lo contrario, a seguir el camino del egoísmo, de la violencia, a hacer sólo lo que le agrada, aun sabiendo que así actúa contra el bien, contra Dios y contra el prójimo». Esa realidad empírica que cualquiera puede ver es el pecado original.
Y sigue el Papa Benedicto XVI en su Discurso:
San Pablo en su carta a los Romanos expresó esta contradicción en nuestro ser con estas palabras: “Querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero” (Rm 7, 18-19). Esta contradicción interior de nuestro ser no es una teoría. Cada uno de nosotros la experimenta todos los días. Y sobre todo vemos siempre cómo en torno a nosotros prevalece esta segunda voluntad. Basta pensar en las noticias diarias sobre injusticias, violencia, mentira, lujuria. Lo vemos cada día: es un hecho.
Y concluye el Papa afirmando que «el hecho del poder del mal en el corazón humano y en la historia humana es innegable». Y ciertamente, lo es.
Por el pecado original, las tinieblas se difundieron en la mente y la voluntad quedó inclinada al mal. La doctrina católica enseña que el pecado dejó estas dos consecuencias en los hijos de Adán: la ausencia de la gracia santificante y el estado de debilidad de la misma naturaleza humana.
Incluso la naturaleza quedó afectada por el pecado de Adán: las espinas y los abrojos forman parte de la maldición de Dios.
«Por haber escuchado a tu mujer, comiendo del árbol de que te prohibí comer, diciéndote: “No comas de él,” por ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida; te dará espinas y abrojos y comerás de las hierbas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado, ya que polvo eres y al polvo volverás.»
El cardenal Sarah denunciaba recientemente que muchos en la Iglesia ya no se atreven a enseñar la realidad de la salvación y la vida eterna.
«En los hogares, hay un extraño silencio sobre el objetivo final. Evitamos hablar del pecado original. Es considerado algo arcaico. El sentido del pecado parece haber desaparecido. El bien y el mal ya no existen. El relativismo, un agente de decoloración tan efectivo, ha ido borrándolo todo a lo largo de su camino. La confusión doctrinal y moral alcanza su apogeo. El mal está bien, lo bueno está mal. El hombre ya no siente la necesidad de ser salvado. Perder el sentido de salvación es consecuencia de perder la trascendencia de Dios. Parece que no nos preocupamos por lo que nos pasa cuando dejamos esta tierra. Desde esta perspectiva, preferimos considerar que el diablo ya no existe. Algunos obispos incluso afirman que es sólo una imagen simbólica. Así que Jesucristo miente cuando afirma lo contrario: que es real, que ha sido tentado muchas veces por él, por el príncipe de este mundo».
Y si ya no hay pecado, tampoco tiene sentido la redención.
¿Acaso Cristo murió en la cruz por nada? Cristo se deja sacrificar en la cruz voluntariamente, como Cordero Pascual de la nueva alianza, para sufrir el castigo que nosotros nos merecemos por nuestros pecados. Su sangre derramada en la cruz nos salva y nos limpia y nos abre las puertas del cielo. Así lo dice el apóstol San Pablo en su Carta a los Efesios (capítulo 2):
1 Y vosotros estabais muertos por vuestros delitos y pecados, 2 en los que en otro tiempo habéis vivido, siguiendo el espíritu de este mundo, bajo el príncipe de las potestades aéreas, el espíritu que actúa en los hijos rebeldes; 3 entre los cuales todos nosotros fuimos también contados en otro tiempo y seguimos los deseos de nuestra carne, cumpliendo la voluntad de ella y sus depravados deseos, siendo por naturaleza hijos de ira, como los demás; 4 pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, 5 y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida con Cristo — de gracia habéis sido salvados — , 6 y con Él nos resucitó y nos sentó en los cielos en Cristo Jesús, 7 a fin de mostrar en los siglos venideros la excelsa riqueza de su gracia, por su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús.
Hemos sido salvados en Cristo. Dios nos dio la vida con Cristo. Éramos hijos de la ira y estábamos muertos por nuestros delitos y pecados, pero Dios nos salvó por amor. Por el bautismo, somos conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Por el bautismo, recibimos el perdón de los pecados y la gracia santificante, ordenando nuestros corazones al fin último por la caridad.
Como decía San Agustín, «nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». El hombre no ha sido hecho para este mundo, sino para la eternidad. Y así, todas las instituciones divinas o humanas han de tener, como fin último, la gloria de Dios y la salvación de las almas. La vida en la tierra es preparación para la vida eterna, de modo que el orden temporal ha de servir al fin último y supremo del hombre.
San Pío X enseña en su Encíclica Singulari Quadam:
3. Estos son principios fundamentales: no importa lo que haga el cristiano, incluso en el ámbito de los bienes temporales, no puede ignorar el bien sobrenatural. Más bien, de acuerdo con los dictados de la filosofía cristiana, debe ordenar todas las cosas al fin último, a saber, el Sumo Bien. Todas sus acciones, en cuanto sean moralmente buenas o malas (es decir, estén de acuerdo o en desacuerdo con la ley natural y divina), están sujetas al juicio y oficio judicial de la Iglesia.
El fin último (intrínseco) de la persona humana es alcanzar la perfección de las virtudes intelectuales y morales. Y, de manera absoluta, el fin último extrínseco o trascendente del hombre consiste en la contemplación de Dios, que es donde está su felicidad o beatitud. El fin último de todas las cosas es Dios. Estar frente al rostro de Dios vivo: a eso estamos llamados. En este mundo somos felices cuando tenemos a Dios en el alma, cuando vivimos en gracia de Dios, cumpliendo los diez mandamientos. El hombre no puede ordenarse al fin natural sin estar eficazmente ordenado por la gracia al fin sobrenatural. Todo debe estar subordinado al movimiento de la gracia, de modo que no se busque la salud, ni la riqueza, ni la ciencia, ni siquiera la virtud sino en tanto en cuanto - como dice San Ignacio - le sirve para alcanzar la gloria eterna.
El fin de la sociedad es el mismo que el del individuo: la felicidad; por lo tanto, la Iglesia debe procurar la felicidad eterna de los hombres; y el gobierno político, su felicidad temporal. El bien común inmanente al Estado está integrado de distintos bienes que necesitan todos y cada uno de los ciudadanos para el desarrollo integral de su vida: salud, bienes de consumo, bienestar, cultura, virtud… El bien común trascendente es Dios, felicidad común de todos los hombres, principio y fin de todo bien, el Bien Sumo y pleno al que están llamados todos los hombres por gracia de Dios. El orden sobrenatural es necesario, y sin él, ni el hombre ni la sociedad pueden alcanzar ni la salvación ni la perfección. Sin la gracia de Dios, no podemos hacer nada.
Nuestro mundo está lleno de muertos a la vida de la gracia por culpa del pecado. El pecado mortal desvía gravemente al hombre de su fin verdadero, Dios, orientándolo hacia bienes creados: hacia el placer, el poder, la riqueza, la reputación… ¿Qué se puede esperar de una sociedad, formada por moribundos, por verdaderos zombis muertos a la gracia, des-graciados, hijos de la ira; orcos que se creen vivos pero que en realidad están muertos a la vida eterna por el pecado mortal? Nada bueno puede salir de una sociedad formada en su mayoría por hombres así. ¿Por qué nos extrañamos, pues, de los males que nos afligen? ¿Por qué nos extraña la corrupción, la proliferación de las mentiras, la violencia, las guerras, la normalización de la depravación, la muerte de inocentes, la epidemia de divorcios, etc.? Es lo normal. Es la consecuencia lógica. Y ante este panorama, no hay otra solución que la conversión y la penitencia. Sólo Cristo acaba con el pecado del mundo. Sólo Cristo nos puede santificar a nosotros y a nuestra sociedad.
Agapito Maestre en un artículo titulado Un diálogo entre Habermas y Benedicto XVI señala, no sin razón, que «hace tiempo que la democracia cristiana, más de lo que considera Habermas, hizo causa común con el liberalismo, con los defensores liberales del Estado de Derecho». Y aporta en su artículo una cita significativa de Habermas:
«Desde el Vaticano II, la Iglesia Católica ha hecho las paces con el ‘liberalismo’, es decir, con el Estado de Derecho y la democracia. Por lo tanto, no existían grandes diferencias entre el punto de vista del entonces cardenal Ratzinger y el mío por lo que respecta a la cuestión de los “fundamentos prepolíticos de la democracia”».
Pero el Estado Liberal, fundado sobre la autonomía moral del hombre, constituye una verdadera estructura de pecado. A la vista está. El Liberalismo es pecado porque niega la obediencia debida a Dios.
Dice León XIII:
«De aquí nace esa denominada moral independiente, que, apartando a la voluntad, bajo pretexto de libertad, de la observancia de los mandamientos divinos, concede al hombre una licencia ilimitada. Las consecuencias últimas de estas afirmaciones, sobre todo en el orden social, son fáciles de ver. Porque, cuando el hombre se persuade que no tiene sobre sí superior alguno, la conclusión inmediata es colocar la causa eficiente de la comunidad civil y política no en un principio exterior o superior al hombre, sino en la libre voluntad de cada uno; derivar el poder político de la multitud como de fuente primera».
Y así llegamos al punto en que nos encontramos: las mayorías no han hecho sino aprobar leyes inicuas: aborto, eutanasia, divorcio… Leyes sin Dios y contra Dios. Por sus frutos los conoceréis. Pero muchos cristianos liberales siguen empeñados en defender el árbol de la democracia liberal atea, al mismo tiempo que se escandalizan y condenan sus frutos podridos y venenosos. La contradicción es tan evidente que no entiendo cómo puede haber tantos que no la ven. Solo la ofuscación mental que produce el pecado puede explicarlo.
No hay legitimidad en un régimen político si no se abre al gobierno de Jesucristo, único Rey capaz de conducir a los individuos y las sociedades a la salvación. Jesucristo es el único Capitán de navío capaz de conducir la embarcación al puerto de la salvación eterna. Él debe ser el Rey que ordene a los reyes de este mundo cómo deben construir y mantener las naves de los estados para que sean aptas para tal travesía. El que gobierna a los hombres debe considerar primeramente a Dios, primera causa y último fin de todas las cosas, y juzgar y ordenar todo respecto a Él.
Lo único importante es la gloria de Dios. Lo único importante es la vida de la gracia. Lo único importante es dejar que Dios nos santifique y que la gracia de los sacramentos limpie nuestra sociedad y nos limpie a nosotros del pecado. Un hombre arrodillado ante el sagrario cambia el mundo. Un hombre arrodillado ante el confesionario está cambiando el mundo santificándose y santificándolo.
Decía el Santo Cura de Ars: «Cada Santa Misa tiene un valor infinito, inmenso, que nosotros no podemos comprender del todo: alegra a toda la corte celestial, alivia a las pobres almas del purgatorio, atrae sobre la tierra toda suerte de bendiciones, y da más gloria a Dios que todos los sufrimientos de los mártires juntos, que las penitencias de todos los santos, que todas las lágrimas por ellos derramadas desde el principio del mundo y todo lo que hagan hasta el fin de los siglos».
Vivamos en gracia de Dios y combatamos el buen combate de la fe. Sólo así seremos felices. Todo lo demás es vanidad de vanidades. Y mientras los hombres y las naciones, alejados de Dios, corren a la ruina y a la muerte por entre incendios de odios y luchas fratricidas, nosotros hemos de ser levadura en la masa y luz del mundo para alumbrar a todos el camino hacia el cielo.
Pueden seguirme en
12 comentarios
1. "El hombre no ha sido hecho para este mundo, sino para la eternidad." Partiendo de la suposición de que no se hubiera consumado el pecado original en Adán y Eva: ¿el Hombre en estado sólo de Creación, justicia y santidad original sin pecar, hubiera vivido en la eternidad (no-tiempo)?
2. "El fin de la sociedad es el mismo que el del individuo: la felicidad." Entiendo como "sociedad" las interrelaciones entre las personas, no como el ente marxista de masa.
3. "...la Iglesia debe procurar la felicidad eterna de los hombres; y el gobierno político, su felicidad temporal." Creo que el gobierno político debe hacer prevalecer la justicia general, conmutativa y distributiva para que pueda darse el bien común.
4. Un gobierno o Estado (entelequia) no puede conocer lo que hace feliz a cada uno.
5. Es necesario recordar que en el proyecto de salvación de Dios no es necesario el gobierno político, pues es por boca de hombre el que lo permita Dios (I Sam 8).
6. Es necesario recordar que el Liberalismo político viene por la Reforma protestante y el Liberalismo económico por el catolicismo.
7. En una sociedad, entendida como interrelaciones personales libres, si prevalece la justicia se da el orden cristiano y la autoridad civil está sujeta a Dios y Su Iglesia.
________________________________________
Pedro L. Llera
1.- La muerte entró en el mundo con el pecado original.
2.- La sociedad es el conjunto de personas y familias que conviven y se apoyan para alcanzar el bien común.
3.- El gobierno político debe procurar a las personas y a las familias los distintos bienes que necesitan todos para el desarrollo integral de su vida: salud, bienes de consumo, bienestar, cultura, virtud... Pero El que gobierna debe considerar primeramente a Dios, primera causa y último fin de todas las cosas, y juzgar y ordenar todo respecto a Él. El orden sobrenatural es necesario, y sin él, ni el hombre ni la sociedad pueden alcanzar ni la salvación ni la perfección. No hay legitimidad en un régimen político si no se abre al gobierno de Jesucristo, único Rey capaz de conducir a los individuos y las sociedades a la salvación.
4.- Ese planteamiento es liberal. Todos los seres humanos aspiran a la felicidad, a disfrutar de todos los bienes sin falta de nada. Todos aspiramos al Bien. Ese Bien con mayúsculas es Dios. Aunque algunos confunden la felicidad con los placeres de este mundo, con las riquezas, con el prestigio, con el poder... Nuestro fin es el cielo, es Dios mismo: ese es el final de nuestro camino en este mundo. Pero muchos yerran y confunden su fin último con sus propias pasiones desordenadas.
La libertad del hombre es un don de Dios para elegir el camino que conduce al fin. Pero el fin no es elegible. Si confundes el camino, te condenas. Y el gobierno debe colaborar con las personas y con las familias para que puedan alcanzar sus fines inmanentes (la buena vida virtuosa) y su fin transcendente.
5.- Todo gobierno procede de Dios. Dios es Soberano y Rey, tanto de las almas como de las sociedades.
6.- ¿El liberalismo económico viene por el catolicismo? Ahora me hablará de la Escuela de Salamanca... El liberalismo económico viene de Adam Smith, que no considera a Dios como Rey.
7.- Cuando la autoridad civil está sujeta a Dios y a la Iglesia, la caridad ha de ser la ley suprema que lo rija todo. Y por la caridad, la sociedad y las almas se orientan hacia su fin último que es Dios.
___________________________________________
Pedro L. Llera
Todo empieza por la caridad y termina en la Caridad. Y el medio, el camino, es la caridad.
Debemos amar a todos. Hay mucha gente muy herida y muy necesitada de amor: pero de amor de verdad. No nos corresponde a nosotros separar el trigo de la cizaña y Dios hace llover sobre justos y pecadores.
A nosotros nos corresponde ser luz y sal del mundo. Nos toca ser luz en medio de la oscuridad del mundo y del pecado. Nos corresponde curar las heridas, sanar a los enfermos, echar demonios...
Cristo no es una idea religiosa: es Dios y Él lo puede todo. Está vivo. Lo que nosotros no podemos, lo puede Él.
Si allí los católicos ponen como condición la soberanía de Cristo y el sometimiento de la autoridad civil a la Iglesia, no podrían participar en el gobierno municipal. Por lo cual, tienen que transigir y posponer eso sine die. La alternativa seria el abstencionismo politico o, mucho peor, la lucha armada. Así que no les queda otra que ser liberales prácticos.
Con el añadido de que el otro bando (los presbiterianos, metodistas y anglicanos del DUP, la mitad de la ciudad) también está convencido de seguir a Cristo.
___________________________________
Pedro L. Llera
Es que el problema de Irlanda del Norte no es un problema solo religioso. Es un problema de nacionalismos y de dos comunidades enfrentadas por el dominio de un mismo territorio. Es un enfrentamiento entre el Reino Unido y la República de Irlanda; entre unionistas y republicanos.
1. Si no se consume el pecado original, no entra la muerte y, por consiguiente, el hombre ha sido hecho para el mundo (universo).
2. Precisamente esa es la definición marxista: "La sociedad es el conjunto de personas (masa)";es muy diferente del conjunto de interrelaciones personales.
3. A cada cual según su necesidad de cada cual según su capacidad incumple los Mandamientos el Estado y no se da la virtud de la justicia en la sociedad.
4. No es liberal es la Providencia de Dios la que nos da la felicidad.
5. "Todo gobierno procede de Dios." No es así. Dios es Soberano y Rey, y permite el poder temporal. Pero, es solicitud por boca de criatura I Sam 8.
6. ¿El liberalismo económico viene por el catolicismo? Si, mire el siguiente enlace y los errores protestantes de Adan Smith:
vimeo.com/79221649
7. La Caridad es Dios y quien de verdad la recibe en la Eucaristía es prolongación de la misma allá allende.
Al privarse a la Iglesia de su base territorial, los Papas exigen el abstencionismo católico y no reconocen al Estado italiano.
Durante cincuenta años se mantiene esta situación en un país predominantemente católico. El Estado y la Iglesia ni se reconocen ni colaboran.
Finalmente en 1929 se firman los pactos de Letrán y termina la crisis. Pero el contenido de estos pactos si se examina, es liberal ("Una Iglesia libre en un Estado libre"). Nada de soberanía de Cristo. La Iglesia tuvo que aceptar en la práctica postulados liberales ante el fracaso del abstencionismo.
Sobre Belfast creo que está equivocado en algo muy común. Los unionistas protestantes son irlandeses y británicos a la vez. Ellos se consideran irlandeses y llevan siglos en Irlanda. De hecho, ni siquiera profesan en su mayoría el anglicanismo (son presbiterianos o "dissenters" en su mayoría).
En Belfast hablar de soberanía de Cristo es muy distinto según la acera desde donde se esté hablando. En una situación así, si los católicos no asumen postulados liberales y apartan las posturas tradicionales, quedan excluidos de la vida pública en su propio país.
____________________________________________
Pedro L. Llera
Cualquiera que mantenga la doctrina tradicional de la Iglesia y se aparte del liberalismo imperante está automáticamente excluido de la vida pública de su propio país. Para eso no hace falta irse a Irlanda del Norte. Aquí pasa lo mismo. Muchos estamos ya en ese selecto club de excluidos.
Homenaje a Covarrubias
m.youtube.com/watch?v=mbsrStx0u6I
Yo creo que solo podemos comprender al hombre desde esta visión teológica.
Pues la justicia, el amor, la igualdad son valores muy nobles pero imposibles de alcanzar en su plenitud. Y esto es porque la naturaleza humana ha sido herida por el pecado original.
Antes de esto el hombre vivía en un estado anterior también llamado originario donde el hombre vivía en plena comunión con Dios.
Y existian los llamados dones prenaturales como la inmortalidad, la asusencia de sufrimiento, etcétera.
Pero en un momento determinado el hombre tentado por el maligno y haciendo uso de su libertad se revelo contra su creador y se rompió la comunión con Dios a la que estamos llamados. Comunión significa común unión con Dios.
Y es lo que recibimos en la Eucaristía. La comunión.
Como seres humanos podemos experimentar lo que es el amor, amor de familia, de pareja, de amistad pero no en su plenitud. En el interior del hombre hay un profundo anhelo de justicia, bondad, inmortalidad que sobrepasa lo mundano.
Por ello el hombre debe de aspirar a la vida eterna, hacía Dios nuestra meta.
Y esto solo es posible por puro amor y gracia de Dios.
Que en su infinita misericordia ha decido manifestarse al hombre y comunicarle al hombre su proyecto de salvación. No porque Dios necesite nada del hombre. Pues Dios es autosuficiente. Si no por puro amor y bondad de Dios que diría san Buenaventura.
Eso sería más bien participar del poder político. De todas formas, no es sorprendente que tales ideas terminen generalmente en fracasos, si hace mucho que las cosas no se hacen bien.
Dejar un comentario