En la Festividad del Corpus Christi
Hay un sentimiento que tenemos todos: querer quedarnos para siempre con quienes amamos. Las separaciones siempre son dolorosas. Por eso, Jesús no quiso separarse de nosotros. Y como Dios lo puede todo, no ha querido dejarnos huérfanos y ha decidido permanecer con nosotros hasta el fin de los tiempos bajo el velo eucarístico. El Señor no nos ha dejado un símbolo, sino la realidad: se queda Él mismo, el que nació de María en Belén; el que trabajó en Nazaret y recorrió Galilea y Judea y murió crucificado en el Gólgota; el que resucitó al tercer día y se apareció a sus discípulos repetidas veces. Jesús está realmente presente en la Sagrada Hostia, en cada sagrario. Él es el centro y, desde cada sagrario, irradia su caridad por el mundo. Cristo Sacramentado es el amor que cambia el mundo. Jesús Sacramentado es el Amor de los amores; es la fuente del amor, la fuente de la sabiduría, la fuente de la verdad. La Eucaristía es la fuente y la cima de la vida cristiana. Jesús mismo se hace comida para la vida eterna. Cuando comulgamos, Él se une a nuestra alma y a nuestro cuerpo para santificarnos, para darnos el alimento que necesitamos para el camino que nos conduce a Él. La comunión es el alimento de los santos que renuncian al mal, que se comprometen a combatir todo mal y a vivir amando y sirviendo a Dios y al prójimo. Dios cambia nuestra vida y cambia el mundo a través de la Eucaristía. Cristo nos santifica a nosotros y santifica el mundo a través del sacramento del amor, que es Él mismo, oculto bajo las especies de pan y vino.
El Dios de nuestra fe no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres: sus trabajos, sus luchas, sus angustias… Es un Padre que ama a sus hijos hasta el extremo de enviar a su Hijo, para que, haciéndose hombre, muera por nosotros y nos salve del pecado del mundo y de nuestros propios pecados. Cristo se da a sí mismo en el Pan de Vida, no solo para que lo veas con tus propios ojos, sino para que lo toques y lo comas y lo recibas dentro de ti.
Ahora bien, no se puede comulgar de cualquier manera. Quienes viven en pecado mortal no pueden recibir la comunión. Eso sería sacrílego. La comunión es signo de amor a Dios y de unidad con la Iglesia. Puede comulgar quien renuncia al pecado y vive en gracia de Dios; es decir, quien lleva una vida coherente con su fe. No puede decir que vive unido a Dios quien blasfema, quien no santifica las fiestas, quien no honra a sus padres como es debido, quien engaña, quien roba, quien miente, quien no es fiel a su mujer e incumple sus juramentos ante Dios; quien adora a otros dioses falsos, como el placer, el dinero, el prestigio o el poder. Quien vive en pecado mortal no vive unido a Dios y no puede comulgar. Esa es la verdad.
Dice Santo Tomás de Aquino:
No todas las medicinas son buenas para todas las enfermedades. Porque una medicina que se da a quienes se han librado de la fiebre para fortalecerles, dañaría a los que tienen fiebre todavía. Pues así, el bautismo y la penitencia son como medicinas purgativas, que se suministran para quitar la fiebre del pecado. Mientras que este sacramento la santa comunión es una medicina reconfortante que no debe suministrarse más que a los que se han librado del pecado.
El relativismo moral y el subjetivismo radical que reinan en nuestros tiempos nos intentan convencer de que nada es pecado; de que todo el mundo puede comulgar, incluyendo a herejes, a budistas o musulmanes; de que se puede bendecir el pecado nefando y de que lo que era pecado antes, ahora es virtud porque los tiempos cambian y con ellos deben cambiar la doctrina y la moral de la Iglesia. Pero Dios no cambia sus mandamientos. Dios no se muda. No hay evoluciones doctrinales, ni nuevos paradigmas de la moral, ni novedades del Espíritu Santo: la revelación terminó con la muerte del último de los apóstoles. No hay nada nuevo: los que buscan novedades son, simple y llanamente, herejes:
Me maravillo de que tan pronto, abandonando al que os llamó a la gracia de Cristo, os paséis a otro evangelio. No es que haya otro; lo que hay es que algunos os turban y pretenden pervertir el Evangelio de Cristo. Pero aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema.
¿Busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿Acaso busco agradar a los hombres? Si aún buscase agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo.
Gál. 1, 6-10
El relativismo moral nos quiere convencer de que nada es verdad ni es mentira; que lo importante no es la verdad, sino que el relato sea convincente, aunque sea totalmente mentira. El Demonio es el Príncipe de la mentira. La Verdad es Cristo. El bien está bien y el mal está mal. Hay que hacer el bien y hay que combatir el mal. La virtud es buena y el vicio es malo. Pero el mundo ahora nos quiere convencer de que el mal es bien y el bien, mal; de que la virtud es algo ridículo y el vicio algo de lo que sentirse orgulloso. Es el mundo al revés. ¿Y nos extraña que haya tanta corrupción, tantas violaciones, tanta indecencia, tantas mentiras? Es lo que pasa cuando nos alejamos de Dios: entonces el mundo se convierte en un infierno. Porque el infierno es eso: vivir sin Dios, ser esclavo de los vicios y vivir de manera indecente. El pecado hace que perdamos la dignidad de hijos de Dios que recibimos por el bautismo y nos convierte en hijos de la ira y en enemigos de Cristo, a quien seguimos crucificando con nuestros pecados.
El Corazón de Jesús está rodeado de una corona de espinas. Escribe Santa Margarita María de Alacoque:
«El divino Corazón se me presentó en un trono de llamas, más brillante que el sol, y transparente como el cristal, con la llaga adorable, rodeado de una corona de espinas y significando las punzadas producidas por nuestros pecados, y una cruz en la parte superior, la cual significaba que, desde los primeros instantes de su Encarnación, es decir, desde que se formó el Sagrado Corazón, quedó plantado en la cruz, quedando lleno, desde el primer momento, de todas las amarguras que debían producirle las humillaciones, la pobreza, el dolor, y el menosprecio que su Sagrada Humanidad iba a sufrir durante todo el curso de su vida y en Su Santa Pasión».
«Me hizo ver, continúa Margarita, que el ardiente deseo que tenía de ser amado por los hombres y apartarlos del camino de la perdición, en el que los precipita Satanás en gran número».
Hoy en día hemos perdido el sentido de lo sagrado y ya no sabemos por qué es tan necesario bautizar a los hijos, por qué es tan importante vivir en gracia de Dios y confesarse con frecuencia; y por qué nos jugamos la vida en la Santa Misa.
El bautismo nos limpia del pecado original, nos da la fe y siembra en nosotros la gracia santificante, convirtiéndonos en hijos adoptivos de Dios en Cristo Jesús. Por eso, en nuestra tradición católica, los padres siempre hemos procurado bautizar a los niños al poco tiempo de nacer, porque de ese modo, los hacemos hijos de Dios. El bautismo limpia a nuestros hijos del pecado original para que, si les pasa algo o mueren de manera repentina, vayan al cielo. Bautizamos a nuestro hijos para que vayan al cielo, para que sean hijos de Dios, para que sean merecedores de la vida eterna. Eso es lo mejor que podemos darles a nuestros hijos: la vida eterna.
Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado, se salvará; pero el que no crea, será condenado. Mc. 16,, 15-16
La confesión nos devuelve la gracia santificante que perdemos por el pecado. Nadie puede decir que ama a Dios, si no cumple sus Mandamientos (si me amáis, guardad mis mandamientos). El pecado mortal nos condena a las penas del Infierno, nos priva de la gracia santificante y nos convierte en sus enemigos, porque quien peca sigue crucificando a nuestro Dios. El Señor les dice a sus apóstoles:
Como me envió mi Padre, así os envío Yo. Diciendo esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos. Jn. 20, 21-23.
Los obispos y los sacerdotes tienen el poder de perdonar los pecados por el Espíritu Santo que han recibido en su ordenación sacerdotal. Por eso los católicos nos confesamos con un sacerdote. Es Cristo mismo quien, por medio del sacerdote, nos perdona los pecados y nos da la gracia para levantarnos y seguir adelante. Él nos cura las heridas que nos tienen moribundos al borde del camino, como hizo el Buen Samaritano con aceite y vino (es decir, con los sacramentos). Y nos abraza como al hijo pródigo cuando volvemos a su Casa arrepentidos, después de haber dilapidado de mala manera la herencia recibida. Él nos levanta de la camilla donde estamos paralíticos y nos limpia de la lepra del pecado que nos devora y nos mata. Por eso es tan importante confesarse.
Y la Eucaristía es el alimento que nos fortalece y nos santifica en el camino hacia la vida eterna. Quien vive en gracia de Dios, unido a Cristo; quien comulga el Cuerpo del Señor, lo hace para amar, para servir a Dios y al prójimo; para renunciar al mal y para fortalecerse para el combate contra la corrupción, contra las mentiras, contra lo que mata y hace daño a las personas que nos rodean y a nosotros mismos. La vida es combate, es lucha. Y necesitamos los sacramentos para ser santos nosotros y crear espacios de amor a nuestro alrededor. No van a ser los políticos ni las ONGs los que van a cambiar el mundo. Al mundo solo lo puede cambiar Cristo, que es quien ha dado la vida por nosotros: el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; el único que puede limpiarnos a nosotros del pecado y el único que puede acabar con el mal del mundo.
En la Fundación Educatio Servanda, todos estamos consagrados al Sagrado Corazón de Jesús. Mañana la comunidad educativa del Colegio Juan Pablo II de Puerto Real renovaremos nuestra consagración en la misa de fin de curso que celebraremos a partir de las 10 de la mañana en la Parroquia de San Sebastián de nuestro pueblo.
Dejémonos amar por Cristo y alejémonos del camino de la perdición viviendo unidos a Él. Cristo nos necesita para amar. Sólo dejándonos santificar por la gracia de Dios cambiará el mundo. Sin amor, el mundo no es sostenible. Sin Cristo, el mundo no es sostenible. Nosotros solos no podemos hacer nada, pero con Cristo, lo podemos todo.
¡Alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar!
¡Sea por siempre bendito y alabado!
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6 comentarios
Abrazos y feliz día del Corpus (donde sea en domingo, gracias a esas élites católicas de democristianos y/o socialdemócratas educados en colegios católicos maritinianos, agiornatados y acordes con los tiempos).
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Pedro L. Llera
Tiene usted razón: no tengo remedio.
Y no, no hago ni haré carrera... Yo no soy democristiano, ni mariteniano, ni moderno en general. Soy más de León XIII que de Kant y más de Santo Tomás de Aquino que de los de Mounier y compañía.
Para qué mencionar las normas Canónicas:
Canon 897. El sacramento más augusto, en el que se contiene, se ofrece y se recibe al mismo Cristo Nuestro Señor, es la santísima Eucaristía, por la que la Iglesia vive y crece continuamente. El Sacrificio eucarístico, memorial de la muerte y resurrección del Señor, en el cual se perpetúa a lo largo de los siglos el Sacrificio de la cruz, es el culmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida cristiana, por el que se significa y realiza la unidad del pueblo de Dios y se lleva a término la edificación del cuerpo de Cristo. Así pues los demás sacramentos y todas las obras eclesiásticas de apostolado se unen estrechamente a la santísima Eucaristía y a ella se ordenan.
898 Tributen los fieles la máxima veneración a la santísima Eucaristía, tomando parte activa en la celebración del Sacrificio augustísimo, recibiendo este sacramento frecuentemente y con mucha devoción, y dándole culto con suma adoración; los pastores de almas, al exponer la doctrina sobre este sacramento, inculquen diligentemente a los fieles esta obligación.
915 No deben ser admitidos a la sagrada comunión los excomulgados y los que están en entredicho después de la imposición o declaración de la pena, y los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave.
916 Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave, no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse; y en este caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes.
Para que traer a la memoria el rito que se conoce como commixtio, el sacerdote dice: “El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, unidos en este cáliz, sean para nosotros alimento de vida eterna”.
Para qué insistir en la gravedad dañina para siempre del pecado mortal si para muchos de mortal no tienen nada...
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Pedro L. Llera
Sí, sí... Estoy echado a perder. No tengo remedio.
Que difícil es conseguir confesores en las iglesias hoy en día y más todavía encontrar misas hechas con solemnidad.
Que el Señor le dé más fuerzas.
Sumunt boni, sumunt mali; sorte tamen inaequali, vitae vel interitus.
Recíbenlo los buenos y los malos; pero con desigual resultado, pues sirve a unos de vida y a otros de muerte.
Mors est malis, vita bonis; vide paris sumptionis, quam sit dispar exitus.
Es muerte para los malos, y vida para los buenos; mira cómo un mismo alimento produce efectos tan diversos.
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