El Monasterio de La Santa Espina II
Una corona de espinas
«Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte. Lo desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza, y en su mano derecha una caña, y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: “Salve, Rey de los judíos"». (Mt 27, 27-29)
Nos llega por la Sagrada Escritura que unos soldados romanos colocaron a Jesús en su cabeza una corona de espinas durante su pasión. En concreto, en los Evangelios canónicos de Mateo (27, 29), Marcos (15, 17) y Juan (19, 2).
El Mesías, sentenciado a muerte, entregado a los soldados, fue flagelado y luego coronado de espinas. En esos pasajes, los soldados romanos se burlaban de Él con frases insultantes referidas a su reinado: “Salve, rey de los judíos”, le gritan. Y claro, un rey merece una corona, pero en el caso de ese que decía ser rey de los judíos, condenado a morir, los soldados le humillaron e hirieron confeccionando una corona con espinas e hincándosela en la cabeza.
Según Fleury (Ch. Rohault de Fleury, Mémoire sur les Instruments de la passion de N.S.J.-C. Paris 1870), una vez estudiada la reliquia y diferentes ramas de zarza que aún se conservan (como por ejemplo en Tréveris y Pisa), la Corona de Espinas no habría sido tal y como nos la presenta la iconografía cristiana, sino una suerte de casquete de espinas que cubría toda la cabeza como una cofia. Las ramas espinosas empezaban todas desde el anillo de juncos, que era la base del casquete y servía para entrelazar las ramas de zarza y para sujetarlas.
Las ramas pertenecían a la especie Zizyphus vulgaris-lam, conocido también como Zizyphus Spina-Christi. Es un tipo de zarza que puede alcanzar los siete metros de altura y está muy difundido en el área de Jerusalén. Sus espinas son de diferentes tamaños, pudiendo llegar a un máximo de 5-7 cm.
(Tomado de Reliquiosamente: La corona de espinas y la Sainte Chapelle)
El dolor de las espinas al clavarse sobre la cabeza de Nuestro Señor Jesucristo sería difícil de describir; por no hablar de la sangre que se derramaría por culpa de esas espinas que se clavaban y se hundían en la cabeza por efecto de los golpes que sus torturadores daban sobre la corona de espina valiéndose de cañas y palos para escarnecer más al Señor. Mucha sangre, mucho dolor, mucha humillación, muchas burlas…Y todo por nuestros pecados, que no solo desgarran a nuestro Señor, sino que, además, lo humillan con tantos desprecios como recibe. Tantas blasfemias, tantos sacrilegios, tantos desprecios, tantas herejías…
Ana Catalina Emmerick, en su relato de La dolorosa pasión de Nuestro Señor Jesucristo,describe así la coronación de espinas:
«La coronación de espinas se hizo en el patio interior del cuerpo de guardia. El pueblo estaba alrededor del edificio; pero pronto fue rodeado de mil soldados romanos, puestos en buen orden, cuyas risas y burlas excitaban el ardor de los verdugos de Jesús, como los aplausos del público excitan a los cómicos. En medio del patio había el trozo de una columna; pusieron sobre él un banquillo muy bajo. Habiendo arrastrado a Jesús brutalmente a este asiento, le pusieron la corona de espinas alrededor de la cabeza, y le atacaron fuertemente por detrás. Estaba hecha de tres varas de espino bien trenzadas, y la mayor parte de las puntas eran torcidas a propósito para adentro. Habiéndosela atado, le pusieron una caña en la mano; todo esto lo hicieron con una gravedad irrisoria, como si realmente lo coronasen rey. Le quitaron la caña de las manos, y le pegaron con tanta violencia en la corona de espinas, que los ojos del Salvador se inundaron de sangre. Sus verdugos arrodillándose delante de Él le hicieron burla, le escupieron a la cara, y le abofetearon, gritándole: “¡Salve, Rey de los judíos!". No podría repetir todos los ultrajes que imaginaban estos hombres. El Salvador sufría una sed horrible, su lengua estaba retirada, la sangre sagrada, que corría de su cabeza, refrescaba su boca ardiente y entreabierta. Jesús fue así maltratado por espacio de media hora en medio de la risa, de los gritos y de los aplausos de los soldados formados alrededor del Pretorio.»
El Varón de Dolores, el Siervo de Yahvé es descrito por el profeta Isaías:
No hay en él parecer, no hay hermosura para que le miremos, ni apariencia paraque en él nos complazcamos.
Despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento, y como uno ante el cual se oculta el rostro, menospreciado sin que le tengamos en cuenta.
Isaías, 53
La Historia de la Corona de Espinas
La Saint Chapelle de París fue mandada construir por San Luis de Francia para albergar la Santa Corona.
Aunque la Corona de Espinas de Nuestro Salvador es mencionada por tres Evangelistas y se alude a ella a menudo por los Primeros Padres Cristianos, como Clemente de Alejandría, Orígenes, y otros, hay comparativamente pocos escritores de los primeros seis siglos que hablan de ella como una reliquia conocida y venerada por los creyentes.
Es notable que San Jerónimo, que se extiende en consideraciones sobre la Cruz, el Título, y los clavos descubiertos por Santa Elena (Tobler, Itinera Hierosolym., II, 36), no dice nada respecto a la Lanza o la Corona de Espinas; y el silencio de Andreas de Creta en el Siglo VIII es aún más sorprendente.
San Paulino de Nola, escribiendo después de 409, se refiere a «las espinas con las que Nuestro Salvador fue coronado» como reliquias contenidas junto con la Cruz a la que Él fue clavado y el pilar en el que Él fue azotado (Ep. el anuncio Macar. en Migne, P. L., LXI, 407).
Cassiodorus (c. 570) habla de la Corona de Espinas entre las otras reliquias que son la gloria de la Jerusalén terrenal. «Allí, nosotros podemos mirar la corona espinosa que fue fijada en la cabeza de Nuestro Redentor para que todas las espinas del mundo pudieran ser reunidas y quebradas» (Migne, P. L., LXX, 621).
Entre los siglos VI y XI, tenemos testimonios que demuestran que la Corona de Espinas se encontraba en la Iglesia del Monte Sion de Jerusalén, donde la reliquia era venerada por los fieles.
En la segunda mitad del siglo XI, fue llevada a Constantinopla por orden de la casa real de Bizancio para ser custodiada en la capilla de las reliquias de Nuestra Señora del Faro en el palacio Bukoleon. En 1171 fue mostrada por el emperador Manuel I Comneno al rey de los cruzados Amalrico I, según escribe Guillermo de Tiro, que acompañaba a Amalrico I. También el cronista de la IV Cruzada, Roberto de Clari, confirmaba que esta reliquia aún se encontraba en el palacio real bizantino cuanto irrumpieron los cruzados. Describe las bellezas del palacio y la magnificencia de la capilla de las reliquias, donde se conservaban…
«dos fragmentos de la Vera Cruz, grandes como la pierna de un hombre,… después la lanza de hierro con la que abrieron el costado a Nuestro Señor, y los dos clavos con los que atravesaron sus manos y sus pies. En una ampolla de cristal había gran parte de su sangre. Y luego fue hallada la túnica con la que estaba vestido y que le había sido arrancada cuando fue llevado al Calvario. Después fue hallada la sagrada corona, que le había sido puesta en la cabeza y que constaba de espinas de caña, puntiagudas como cuchillos…»
También parece que algunas partes más pequeñas de la Corona pudieron haber sido presentadas a los emperadores de oriente en fechas más tempranas.
La Emperatriz Bizantina Irene, viuda de León IV, propició, de forma indirecta, el ascenso de la dinastía carolingia a la dignidad imperial. El papa León III consideró que el trono de Constantinopla -que simbólicamente continuaba siendo el heredero del Imperio Romano- estaba vacante al no haber un hombre en él, motivo por el cual se sintió libre de elegir a su propio emperador: Carlomagno, a quien coronó como Emperador de Occidente el día de Navidad del año 800.
Emperatriz Irene de Bizancio
La primera reacción de Carlomagno tras su coronación fue enviar una embajada a la Emperatriz Irene a través de la cual le proponía matrimonio. Inesperadamente, la reacción de la basilissa fue favorable a este enlace, ya que la ayudaría a consolidarse en el trono. Sólo el rechazo de los bizantinos a esta unión y la concepción de una conspiración que tenía como objetivo derrocar a Irene y nombrar emperador a Nicéforo —cosa que finalmente ocurriría— hicieron a Carlomagno abandonar los planes de boda. Tras este fracaso, Carlomagno redujo al mínimo el alcance de su título e hizo que el pueblo se dirigiera a él como «Rex francorum et langobardum» («rey de los francos y los lombardos»).
La Emperatriz Irene, alrededor del año 802, envió, al parecer, a Carlomagno varias espinas de la Corona de Nuestro Señor, que fueron depositadas por él en Aachen: en la Basílica de Aquisgrán.
Representación de la coronación imperial de Carlomagno.
Se sabe que ocho de esas espinas parecen haber estado en la Basílica de Aquisgrán, finalizada en el año 805, cuando la iglesia fue consagrada por el Papa León III. La Basílica de Aachen es la actual Catedral de Aquisgrán. En el año 814, Carlomagno fue enterrado en la Capilla Palatina de esta Catedral de Aquisgrán.
Por su parte, la leyenda cuenta que Carlomagno visitó Tierra Santa, de donde habría traído numerosas reliquias, entre ellas, la Corona de Espinas:
La historia de algunas de estas espinas que recibió Carlomagno puede ser trazada sin mucha dificultad. Cuatro de ellas se dieron a San Cornelio de Compiègne en 877 por Carlos el Calvo. Una fue enviada por Hugh el Grande al Rey anglosajón Athelstan en 927 y luego acabó en la Abadía de Malmesbury. Otra fue regalada a una infanta española a mediados del siglo XI y otra se envió a la Abadía de Andechs en Alemania en el año 1200.
Esa noble española se supone que fue doña Sancha Raimúndez (c. 1095 – León, 28.II.1159), Infanta y reina de León y de Castilla, hermana del emperador Alfonso VII, Rey de León y de Castilla (1126-1157); hijos ambos de la reina doña Urraca (1109-1126) y de su primer marido, el conde Raimundo de Borgoña (fallecido en 1107). El 20 de enero de 1147, doña Sancha, ante los Prelados de Segovia, León y Palencia; de los Condes Poncio de Cabrera, Manrique y Amergot; y en presencia de otros próceres y guerreros de su Corte, declaró la que daba a Bernardo, Abad de Claraval en Francia, dos heredades suyas, llamadas de San Pedro de Espina y de Santa María de Aborridos; los linderos de ambas posesiones comprendían montes bravos y labrantíos, viñas, prados y fuentes. La donación se hacía para edificar en estas tierras un Monasterio en honor de Jesús y de María, en cuyo recinto Monjes Cistercienses habían perpetuamente de implorar la divina misericordia, para que perdonara los pecados de la donadora, los de sus ascendientes y los de todo fiel cristiano, vivo o difunto.
Veamos algunos datos cronológicos:
Carlomagno 2ª mitad del siglo VIII – Principios del siglo IX |
Nace sobre el 748 inicio del reinado: 24 de septiembre del 768 En las navidades del año 800 es coronado Emperador por León III En los primeros años del siglo IX, una parte de la corona de espinas llega a Aquisgrán: probablemente hacia el 802. |
Fin del reinado: 28 de enero del 814
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Emperatriz Irene de Bizancio |
Nace en el año 752
En el 780 asume la regencia de su hijo.
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En el 802, Carlomagno le propone matrimonio pero una conspiración la depone y es desterrada a Lesbos, donde muere el 9 de agosto del año 803 |
Luis VII, el Joven (París, 1120 - Melun, 18 de septiembre de 1180) |
Inicio de su reinado: 1 de agosto de 1137 |
Fallece el 18 de septiembre de 1180 |
En la primavera de 1154, Luis VII se casa en segundas nupcias con Constanza de Castilla (1136-1160), hija de Alfonso VII (y sobrina de doña Sancha), con la que tiene dos hijas: Margarita y Adela. La reina Constanza muere el 4 de octubre de 1160 durante el parto de Adela. |
Entre 1154 y 1160, su tía, doña Sancha le pide una espina de la parte de la Corona de Nuestro Señor que se encontraba en el Monasterio de San Denís de París. Luis, el Joven, casado con la sobrina de doña Sancha, dicen que se la regala. ¡Pero el Monasterio de la Espina ya se había fundado en 1147! |
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Alfonso VII de León, El Emperador Primera mitad del siglo XII |
Nace en 1105
10 de marzo de 1126: coronado Rey de León.
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1157 |
Infanta y Reina de León y Castilla, doña Sancha Hermana de Alfonso VII Tía de la Reina Consorte de Francia, Constanza de Castilla, casada con Luis VII, el Joven. |
Nace sobre el año 1095 o 1102
20 de Enero de 1147, siendo pontífice Eugenio III, se hizo escritura de la Fundación del Monasterio de la Santa Espina.
Dos años más tarde, 1149, Alfonso VII confirma la donación de su hermana.
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Muere el 28 de febrero de 1159 |
La fundación del Monasterio de La Espina en 1147 es muy anterior al matrimonio de Constanza de Castilla con Luis VII, el Joven, rey de Francia, que fue en 1154. Es evidente que la cronología no concuerda con la historia legendaria de la donación en San Denís de la Espina de la Corona por parte de Luis VII, el Joven, a doña Sancha. Lo más probable es que la reliquia de la Santa Espina ya estuviera en España años antes de la Fundación del Monasterio por parte de doña Sancha y que hubiera un monasterio anterior, el de San Pedro de la Espina, citado en los propios documentos fundacionales, que habría quedado deshabitado años antes de la donación de doña Sancha y de Alfonso VII, el Emperador, al abad Bernardo de Claraval.
Las relaciones entre Carlomagno y el Reino de Asturias
Pero, como indicábamos anteriormente, es posible que la Santa Espina estuviera ya en el Reino de León desde finales del siglo VIII o desde el siglo IX. Se sabe que el Reino de Asturias mantuvo relaciones diplomáticas con el Emperador Carlomagno. Alfonso II, el Casto, envió más allá de los Pirineos sucesivas embajadas. La primera de ellas se fecha en el año 795, y consiste en una legación que envía el joven Alfonso II a la corte de Luis, hijo de Carlomagno entonces establecido en Toulouse.
Esas embajadas prosiguieron en los años siguientes. Los anales escritos en la abadía de Lorsch recogen que en el 798 otro legado asturiano, llamado Fruela, llegó hasta el propio emperador en su residencia de Herstal, ya mucho más al norte. De nuevo el analista se recrea en la magnificencia del regalo que portaba, una tienda de admirable belleza. Pero desde luego, y como es norma en la ética del regalo, tras el obsequio estaba la presentación de respeto, el reconocimiento de la superioridad y la eventual solicitud de protección.
Algunos meses más tarde, los mismos anales anotan nuevamente la visita de otra embajada. Parece repetir el ya citado Fruela, u otro personaje homónimo. Y de nuevo portan regalos, que ahora se aclara que procedían de la campaña militar sobre Lisboa. Pero quien parece encabezar esta legación es otro personaje, de nombre Basilisco, que ha sido identificado con un importante teólogo del reino astur.
Y esta circunstancia deja ver que, junto a los intereses políticos y dinásticos, las relaciones entre la corte astur y la corte carolingia estaban atravesadas también por preocupaciones religiosas. Las propuestas teológicas de Elipando de Toledo, obispo que vivía en la antigua capital visigoda bajo poder musulmán, habían tropezado con la oposición férrea de la Iglesia astur, y la cuestión llegó a interesar a la Iglesia carolingia, que las condenó como herejía en el concilio de Aquisgrán de 799.
De este modo, las cuestiones teológicas se convirtieron en una nueva esfera de relación entre Carlomagno y Alfonso II, motivando el intercambio de textos y el desplazamiento de personas en ambas direcciones. Algunas noticias poco concretas sugieren que el obispo Jonás de Orleans pudo haber viajado al reino de los astures en una misión relacionada con la herejía adopcionista, pues dice el texto que recuerda haber visto en Asturias a alguno de los discípulos de Elipando.
Pero más allá de los desplazamientos personales, hay que contar con las relaciones epistolares que articulan a distintas personas de estos dos ámbitos culturales, trascendiendo incluso el ámbito estrictamente cortesano. Aunque se ha valorado muy poco en los estudios existentes, tenemos constancia, por ejemplo, de que por aquellos años el sabio Alcuino de York (ca.735-804) dirigió una carta al no menos erudito Beato de Liébana. No se ha conservado el original, pero en principio esto no empaña su valor. Era común en aquellos siglos que las epístolas de ciertos sabios se copiasen como modelos escolares, para el aprendizaje del latín y del buen arte de escribir cartas. Y una copia del siglo X, procedente del monasterio de San Millán de la Cogolla, ha transmitido un texto breve de esta carta.
¿Puede que estas relaciones diplomáticas entre el emperador Carlomagno y la corte de Oviedo propiciaran la llegada de la Santa Espina a España? ¿Pudo la Espina llegar al Reino de Asturias en el siglo IX, doscientos años antes del nacimiento de doña Sancha, como sugería el P. Águila en el apéndice del «Tumbo»? Sabemos que el Camino de Santiago favoreció el intercambio cultural entre Francia y España y que, a lo largo del llamado Camino Francés, los monjes benedictinos levantaron sus abadías en el Reino de León: ¿fue la de San Pedro de la Espina, en los Montes Torozos, una de las abadías benedictinas erigidas en las tierras del Reino de León en los siglos IX o X? ¿Trajeron a España los monjes benedictinos la santa reliquia? ¿Fueron las órdenes militares, como los Templarios (con mucho contacto con Tierra Santa), las que pudieron haber traído a León la Santa Espina? Demasiadas preguntas sin respuesta. Lo cierto y verdad es que el territorio de los Montes Torozos, al norte del Duero, formó parte del Reino de León probablemente desde mediados del siglo VIII, aunque su situación en la frontera con el territorio musulmán, convertirían al Monasterio Benedictino de San Pedro de la Espina en un blanco propicio para las incursiones de los musulmanes. ¿Tal vez por eso se abandonó el monasterio de San Pedro y quedó deshabitado hasta la llegada de los monjes franceses en el siglo XI?
Mapa del Reino de León en el 910
Lo que sabemos con seguridad es que, tras el traslado de la Corona de Espinas de Jerusalén a Constantinopla en el siglo XI (aunque es posible que una parte de la Corona llegara antes a la capital del Imperio), en 1238, Balduino II, el Emperador latino de Constantinopla, ansioso por obtener apoyo para su imperio, que se tambaleaba, ofreció la Corona de Espinas a San Luis, Rey de Francia. Estaba entonces la Corona Santa en las manos de los venecianos como garantía de un préstamo que fue reembolsado; y, finalmente, la reliquia se llevó a París.
La Corona de Espinas fue recibida en París con gran solemnidad en el año 1239. El rey la acogió con los pies descalzos llevando sólo una túnica de lino. Así, sujetando personalmente la reliquia y acompañado de su hermano Robert d’Artois, la llevó en procesión entre la muchedumbre que se arrodillaba a su paso. Pero la mayoría de las espinas o faltaban o se habían desprendido durante el transporte. Antes de esta fecha y a lo largo de los siglos, ya los emperadores de Bizancio habían regalado a papas y monarcas diferentes reliquias, y entre ellas también muchas espinas de la corona, como por ejemplo las ocho espinas regaladas por la emperatriz Irene a Carlomagno. Por este motivo la corona que llegó a París no estaba completa. Luis IX distribuyó las espinas que quedaban, unas setenta, a las mayores iglesias de Francia.
Inicialmente la reliquia fue depositada en la capilla de San Nicolás. Después, para custodiarla, Luis IX mandó construir la Sainte-Chapelle, obra maestra de la arquitectura gótica. Podríamos considerarla como un enorme reliquiario y en el año de su consagración, 1248, hospedó además de la Corona de Espinas, otras 21 importantes reliquias, todas traídas de Constantinopla, que se guardaron en un gran relicario giratorio, situado en el centro de la capilla superior.
Allí la gran reliquia permaneció hasta la Revolución. Luego, por un tiempo, estuvo en la Biblioteca Nacional de Paría. Y después fue devuelta a la Iglesia y se depositó en 1806 en la Catedral de Notre Dame. Noventa años después (en 1896) un nuevo relicario, magnífico, de piedra y de cristal, la cubrió espléndidamente los dos tercios de su circunferencia con una cubierta de plata espléndidamente forjada con joyas. La Corona que se conserva en Notre Dame, sólo consiste en ramas, sin rastro de espinas.
El P. Jean-Marc Fournier, capellán de los bomberos de París, relató cómo rescató de las llamas la Santa Corona de Espinas y el Santísimo Sacramento en la Catedral de Notre Dame el 15 de abril de 2009: “Me llamaron y llegamos rápido. Dos cosas me parecieron esenciales por cumplir. La primera era salvar el tesoro inestimable que es la Corona de Espinas y, claro que sí, a Jesús presente en el Santísimo Sacramento”, dijo el sacerdote el 17 de abril a la televisora francesa KTO.
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5 comentarios
La cabeza es la más noble de las partes del cuerpo humano, también la más sensible, como centro de operaciones de los demás miembros del cuerpo, si la hieres las demás cosas, se tambalean o dejan de funcionar. No entiendo como se puede permitir el boxeo como un deporte, cuando todos los golpes van a la cabeza.
Al herir la cabeza se produce la mayor humillación.
Con ella expresamos nuestro interior. La cabeza de Cristo es la más bella del mundo, con la que nos expresó su Amor.
Muy interesante, la serie de las reinas cristianas en la Edad Media.
2. Sabemos de la crueldad de la tortura romana y lo despiadados que eran los verdugos romanos para hacer cumplir la ley de Roma.
3. Y sabemos por la descripción forense de la Sábana Santa de la corona-casco de espinas y la sangre derramada por la cabeza del Señor, como se refleja en el Santo Sudario.
4. Y sabemos de la traza histórica de la Corona-casco de espinas como Reliquia.
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