Fin de Etapa en Puerto Real

Acaba de llegarme una noticia de la Cadena Ser de Valladolid que titula:

La Junta entrega la gestión de la escuela de capacitación agraria a una fundación ultracatólica

Por si queda alguna duda, la Fundación “ultracatólica” es la Fundación Educatio Servanda. Y el «ultracatólico» que va a ir a dirigir el internado del Monasterio de la Santa Espina en Valladolid va a ser un servidor.

La historia se repite: cuando llegué a Puerto Real a hacerme cargo en nombre de la Fundación de la dirección del Colegio Santo Ángel (actualmente Colegio Juan Pablo II de Puerto Real) pasó exactamente lo mismo. Llegaban los ultracatólicos del Opus a echar a las monjas y a imponer su ultracatolicismo, poco menos que en plan Jomeini. Nunca he sido del Opus, pero a estas alturas deberían darme ya un diploma de supernumerario honorífico… 

Han pasado siete años desde mi llegada a Puerto Real. He tenido el honor de dirigir este bendito Colegio Juan Pablo II de Puerto Real durante siete cursos. Y ahora este ultracatólico se va de Puerto Real al Monasterio de La Santa Espina. Pero siete años después de mi llegada, las cosas han cambiado mucho. Gracias a Dios.

Llegamos sabiendo que nos esperaban con toda clase de miedos y de prejuicios. Que si somos ultracatólicos, que si homófobos, que si segregamos a las niñas… Los mismos tópicos, o parecidos, con los que ahora nos obsequia la Cadena Ser en Valladolid, eran los que se decían de nosotros cuando llegamos a Puerto Real. Muy creativos no son. Se repiten como el ajo.

Las Hermanas del Santo Ángel de la Guarda dejan la gestión del colegio

Las Hermanas del Santo Ángel anuncian y presentan a la Fundación Educatio Sevanda

Evidentemente, todo cambio genera incertidumbres y miedos. Es lo normal. Los que no son normales son los prejuicios ideológicos y las campañas de intoxicación y de mentiras que tenemos que sufrir de quienes, desde una pretendida y autoproclamada superioridad moral, escriben su relato, lleno de mentiras y de odio, sin más fin que destruir a quienes no piensan como ellos o a quienes profesamos una fe que les molesta. Muy respetuosos y tolerantes no son; ni siquiera educados. Eso salta a la vista y yo personalmente lo llevo sufriendo desde hace muchísimos años, así que ya estoy acostumbrado. Dios les perdone.

El lunes pasado comuniqué al claustro de mi colegio que dejaba la dirección el curso que viene y que me marcho a Valladolid y expliqué los motivos. También envié una carta de despedida a toda la comunidad educativa de mi colegio. Siete años después, gracias a Dios, no he hecho más que recibir muestras de cariño y de agradecimiento: muchas lágrimas, muchos abrazos y mucho amor. Soy muy afortunado. No todo el mundo tiene la suerte que yo tengo; no todo el mundo puede sentirse tan reconocido y tan amado por tanta gente: desde los niños del colegio hasta sus padres, pasando por mis antiguos alumnos; y, sobre todo, por mis profesores y por mi personal. Pero esto no va a salir en las noticias del Diario de Cádiz o en la página Web de la Cadena Ser de Valladolid. Ni falta que hace. Bendito sea Dios.

Yo ya les estoy advirtiendo a todos de que no deben errar el tiro. Yo no vine a Puerto Real – ni iré a La Santa Espina – a inflar mi ego, a engrandecer mi prestigio ni a demostrarle a nadie lo buena persona y lo guay que soy. Si el mensaje que queda es ese, habría fracasado estrepitosamente. Todo eso es pura vanidad. Yo no soy el importante. Obviamente, me gusta sentirme querido, respetado y valorado, como le gusta a todo el mundo. Pero no soy yo el protagonista de esta historia.

Cuando llegué a Puerto Real, mi primera decisión fue cambiar la ubicación de la capilla del Colegio y colocarla en el centro geográfico del mismo. Y en una misa de inauguración que no se me olvidará mientras viva, nuestro querido obispo don Rafael nos dejó en el Sagrario lo más valioso que nos podía regalar: al Señor Sacramentado. Y desde entonces, el Santísimo es el centro del Colegio. Y el mayor logro y mi mayor felicidad es cuando un profesor entra en la capilla por la mañana a ofrecerle el día al Señor o a pedirle fuerzas; o cuando los niños, pequeños o mayores, se acercan a la capilla a rezar ante el sagrario en su tiempo de recreo, sin que nadie les obligue ni les haya impuesto nunca nada. El Señor ha obrado milagros en nuestro colegio (muchos milagros y algunos muy grandes, créanme) durante estos años y estoy seguro de que los seguirá realizando en el futuro.

Yo vine a Puerto Real traído por la Providencia para anunciar a Jesucristo; para llevar las almas de los niños, de sus familias, de los profesores y del personal del Colegio a Cristo. Porque yo soy un pobre e indigno siervo de Jesucristo y no pretendo que nadie se fije en mí ni me aplauda a mí ni me quiera a mí. Yo quiero que todos amen a Jesucristo. Él es el verdadero Maestro, Él es la esperanza; Él es la felicidad que todos buscan y algunos tenemos la dicha de haber encontrado: la perla preciosa; el tesoro escondido por el que merece la pena venderlo todo. Es Cristo el que quita el pecado del mundo y el que nos hace santos. Por eso, Él tiene que ser y es el centro del Colegio.

Yo he trabajado, con la ayuda de Dios, para que mi querido y entrañable colegio de Puerto Real sea un pequeño reducto de caridad en medio de este mundo hostil, lleno de mentiras, de ideologías engañosas, de corrupción; de ladrones, de sinvergüenzas y malnacidos; de maltratadores de mujeres y niños; de inmorales, desalmados y perversos. En medio de tanta depravación y de tanto pecado, hacen falta espacios donde reine la caridad: el amor mutuo entrañable, la ternura, el cariño, la pureza, la bendición… Y el Colegio Juan Pablo II de Puerto Real es una bendición y se ha convertido en un verdadero oasis de amor.

Que la caridad cubra mis muchos pecados y que Dios sea glorificado por Jesucristo, de quien es la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.