El Honor de la Fe
Dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua que el «réprobo» es el condenado a las penas eternas; una persona condenada por su heterodoxia religiosa; en último extremo, un malvado; alguien indigno y endiablado. En resumidas cuentas, un réprobo es un hereje, alguien que se empeña en defender doctrinas contrarias al depósito de la fe católica.
Pero conviene que haya herejías, para que se manifieste quiénes son fieles. La Iglesia Católica está hoy plagada de réprobos. Nunca ha habido, creo yo, tantos herejes por metro cuadrado como ahora. Incluso en las más altas instancias de la jerarquía, nos podemos encontrar con impíos que habrían escandalizado con sus heterodoxias a heresiarcas como Lutero o Calvino. Algunos pueden llegar a comparar a Cristo con Buda, por ejemplo, y rozan pelogrosamente el indiferentismo religioso, aunque los modernistas siempre se mueven en una ambigüedad calculada:
«Aunque de manera diferente, Buda y Jesucristo orientan a sus seguidores hacia valores trascendentes. Las nobles verdades del Buda explican el origen y las causas del sufrimiento y señalan el óctuple camino que conduce al cese del sufrimiento».
No, no. De eso nada. Buda no tiene nobles verdades ni explicación ninguna sobre nada. Cristo es el único camino, la única verdad; Cristo es el Señor y el dador de vida. El budismo y el catolicismo no son dos maneras diferentes para orientar a sus seguidores hacia los “valores” transcendentes. En absoluto. El nirvana budista es la disolución en la nada. El budismo no habla de ningún dios ni ofrece ninguna vida eterna. El budismo y el cristianismo se parecen tanto como un huevo a una castaña. Sólo Cristo tiene palabras de vida eterna. Todo lo demás son supercherías, doctrinas demoníacas y errores.
Toda la vida se ha predicado que el origen del sufrimiento, de la enfermedad y de la muerte es el pecado original. Y siempre se explicó que es el pecado del mundo – el mal – el que causa el dolor, la injusticia, el odio y todas las demás calamidades. Y, obviamente, es de fe que Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El que acaba con el pecado y con el mal del mundo es Cristo: no hay otro Salvador. Es Él nuestra felicidad, nuestra esperanza… Cristo es la Verdad, el Bien, la Belleza… Todo lo que siempre hemos deseado es Cristo. Solo Cristo salva. Y la Iglesia Católica es el arca de salvación, porque es el Cuerpo Místico de Cristo. El perdón de los pecados lo recibimos a través de la Iglesia. La Iglesia nos une a Cristo, nos pone en comunión con nuestro Salvador a través de la Santa Misa. Sólo Cristo nos santifica. Sólo Cristo acaba con el dolor, con el sufrimiento y con la muerte. Cristo es la Vida. Y sólo Él tiene palabras de vida eterna. Cristo es el que fue, el que es y el que será. Cristo es el único Dios verdadero. Cristo es el Hijo Eterno de Dios Padre, el Logos que se hizo hombre para acabar con las tinieblas del pecado, porque Él es la Luz del mundo. La Sabiduría es Cristo.
Los católicos no creemos en utopías, sino en el Resucitado; no queremos cambiar el mundo, sino que creemos que Cristo ya lo ha cambiado. Creemos que su muerte en la cruz y su gloriosa resurrección ya han acabado con el poder del pecado y de la muerte. Y creemos que el Señor, que subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre, volverá a juzgar a vivos y a muertos y que su Reino no tendrá fin. Entonces habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, donde habitará la justicia. Y el lobo y el cordero pacerán juntos; y el león, como el buey, comerá paja, y para la serpiente el polvo será su alimento. Y Dios enjugará nuestras lágrimas; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las todas estas cosas pasarán. Nuestra esperanza no está puesta en nosotros, sino que está puesta en Dios, en Cristo, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Dice el Papa Gregorio XVI en Mirari Vos:
9. Otra causa que ha producido muchos de los males que afligen a la iglesia es el indiferentismo, o sea, aquella perversa teoría extendida por doquier, merced a los engaños de los impíos, y que enseña que puede conseguirse la vida eterna en cualquier religión, con tal que haya rectitud y honradez en las costumbres. Fácilmente en materia tan clara como evidente, podéis extirpar de vuestra grey error tan execrable. Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo; entiendan, por lo tanto, los que piensan que por todas partes se va al puerto de salvación, que, según la sentencia del Salvador, están ellos contra Cristo, pues no están con Cristo y que los que no recolectan con Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual es indudable que perecerán eternamente los que no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha; oigan a San Jerónimo que nos cuenta cómo, estando la Iglesia dividida en tres partes por el cisma, cuando alguno intentaba atraerle a su causa, decía siempre con entereza: Si alguno está unido con la Cátedra de Pedro, yo estoy con él. No se hagan ilusiones porque están bautizados; a esto les responde San Agustín que no pierde su forma el sarmiento cuando está separado de la vid; pero ¿de qué le sirve tal forma, si ya no vive de la raíz?
10. De esa cenagosa fuente del Indiferentismo mana aquella absurda y errónea sentencia o, mejor dicho, locura, que afirma y defiende a toda costa y para todos, la libertad de conciencia. Este pestilente error se abre paso, escudado en la inmoderada libertad de opiniones que, para ruina de la sociedad religiosa y de la civil, se extiende cada día más por todas partes, llegando la impudencia de algunos a asegurar que de ella se sigue gran provecho para la causa de la religión. Y ¡qué peor muerte para el alma que la libertad del error!, decía San Agustín. Y ciertamente que, roto el freno que contiene a los hombres en los caminos de la verdad, e inclinándose precipitadamente al mal por su naturaleza corrompida, consideramos ya abierto aquel abismo del que, según vio San Juan, subía un humo que oscurecía el sol y arrojaba langostas que devastaban la tierra. De aquí la inconstancia en los ánimos, la corrupción de la juventud, el desprecio por parte del pueblo de las cosas santas y de las leyes e instituciones más respetables; en una palabra, la mayor y más mortífera peste para la sociedad, porque, aun la más antigua experiencia enseña cómo los Estados que más florecieron por su riqueza, poder y gloria, sucumbieron por el solo mal de una inmoderada libertad de opiniones, libertad en la oratoria y ansia de novedades.
No todas las opiniones valen lo mismo. No todas las religiones son iguales. No tiene los mismos derechos el error que la verdad. Y la Verdad es Cristo. No hay otra.
Escribe León XIII en la encíclica Inmortale Dei:
3. Constituido sobre estos principios, es evidente que el Estado tiene el deber de cumplir por medio del culto público las numerosas e importantes obligaciones que lo unen con Dios. La razón natural, que manda a cada hombre dar culto a Dios piadosa y santamente, porque de Él dependemos, y porque, habiendo salido de Él, a Él hemos de volver, impone la misma obligación a la sociedad civil. Los hombres no están menos sujetos al poder de Dios cuando viven unidos en sociedad que cuando viven aislados. La sociedad, por su parte, no está menos obligada que los particulares a dar gracias a Dios, a quien debe su existencia, su conservación y la innumerable abundancia de sus bienes. Por esta razón, así como no es lícito a nadie descuidar los propios deberes para con Dios, el mayor de los cuales es abrazar con el corazón y con las obras la religión, no la que cada uno prefiera, sino la que Dios manda y consta por argumentos ciertos e irrevocables como única y verdadera, de la misma manera los Estados no pueden obrar, sin incurrir en pecado, como si Dios no existiese, ni rechazar la religión como cosa extraña o inútil, ni pueden, por último, elegir indiferentemente una religión entre tantas. Todo lo contrario. El Estado tiene la estricta obligación de admitir el culto divino en la forma con que el mismo Dios ha querido que se le venere. Es, por tanto, obligación grave de las autoridades honrar el santo nombre de Dios. Entre sus principales obligaciones deben colocar la obligación de favorecer la religión, defenderla con eficacia, ponerla bajo el amparo de las leyes, no legislar nada que sea contrario a la incolumidad de aquélla. Obligación debida por los gobernantes también a sus ciudadanos. Porque todos los hombres hemos nacido y hemos sido criados para alcanzar un fin último y supremo, al que debemos referir todos nuestros propósitos, y que está colocado en el cielo, más allá de la frágil brevedad de esta vida. Si, pues, de este sumo bien depende la felicidad perfecta y total de los hombres, la consecuencia es clara: la consecución de este bien importa tanto a cada uno de los ciudadanos que no hay ni puede haber otro asunto más importante. Por tanto, es necesario que el Estado, establecido para el bien de todos, al asegurar la prosperidad pública, proceda de tal forma que, lejos de crear obstáculos, dé todas las facilidades posibles a los ciudadanos para el logro de aquel bien sumo e inconmutable que naturalmente desean. La primera y principal de todas ellas consiste en procurar una inviolable y santa observancia de la religión, cuyos deberes unen al hombre con Dios.
4. Todo hombre de juicio sincero y prudente ve con facilidad cuál es la religión verdadera. Multitud de argumentos eficaces, como son el cumplimiento real de las profecías, el gran número de milagros, la rápida propagación de la fe, aun en medio de poderes enemigos y de dificultades insuperables, el testimonio de los mártires y otros muchos parecidos, demuestran que la única religión verdadera es aquella que Jesucristo en persona instituyó y confió a su Iglesia para conservarla y para propagarla por todo el tiempo.
5. El Hijo unigénito de Dios ha establecido en la tierra una sociedad que se llama la Iglesia. A ésta transmitió, para continuarla a través de toda la Historia, la excelsa misión divina, que Él en persona había recibido de su Padre. «Como me envió mi Padre, así os envío yo». «Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo». Y así como Jesucristo vino a la tierra para que los hombres tengan vida, y la tengan abundantemente, de la misma manera el fin que se propone la Iglesia es la salvación eterna de las almas. Y así, por su propia naturaleza, la Iglesia se extiende a toda la universalidad del género humano, sin quedar circunscrita por límite alguno de tiempo o de lugar. Predicad el Evangelio a toda criatura.
14. En materia religiosa, pensar que las formas de culto, distintas y aun contrarias, son todas iguales, equivale a confesar que no se quiere aprobar ni practicar ninguna de ellas. Esta actitud, si nominalmente difiere del ateísmo, en realidad se identifica con él. Los que creen en la existencia de Dios, si quieren ser consecuentes consigo mismos y no caer en un absurdo, han de comprender necesariamente que las formas usuales de culto divino, cuya diferencia, disparidad y contradicción aun en cosas de suma importancia son tan grandes, no pueden ser todas igualmente aceptables ni igualmente buenas o agradables a Dios.
Pío XI en Quas Primas:
En la primera encíclica, que al comenzar nuestro Pontificado enviamos a todos los obispos del orbe católico, analizábamos las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y afligir al género humano.
Y en ella proclamamos claramente no sólo que este cúmulo de males había invadido la tierra, porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador.
Y más adelante:
23. Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad. Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios.
Ese es el caso de la España de hoy. Y estos son sus frutos:
24. Los amarguísimos frutos que este alejarse de Cristo por parte de los individuos y de las naciones ha producido con tanta frecuencia y durante tanto tiempo, los hemos lamentado ya en nuestra encíclica Ubi arcano, y los volvemos hoy a lamentar, al ver el germen de la discordia sembrado por todas partes; encendidos entre los pueblos los odios y rivalidades que tanto retardan, todavía, el restablecimiento de la paz; las codicias desenfrenadas, que con frecuencia se esconden bajo las apariencias del bien público y del amor patrio; y, brotando de todo esto, las discordias civiles, junto con un ciego y desatado egoísmo, sólo atento a sus particulares provechos y comodidades y midiéndolo todo por ellas; destruida de raíz la paz doméstica por el olvido y la relajación de los deberes familiares; rota la unión y la estabilidad de las familias; y, en fin, sacudida y empujada a la muerte la humana sociedad.
Hoy la apostasía ha alcanzado cotas que el Papa Pío XI no podía llegar a imaginar en 1925. Hoy no solo tenemos naciones que gobiernan como si Dios no existiera, sino que gobiernan abiertamente contra Dios y contra la Ley Eterna: ya no es solo el divorcio y la corrupción, sino que ahora tenemos aborto libre, eutanasia, suicidio asistido, ideología de género, animalismo y un largo etcétera de aberraciones que a la vista están.
Y el mismo Papa Píos XI, en Miserentissimus Redemptor (1928), señala:
De todas partes nos llega el clamor de pueblos que gimen, cuyos príncipes o rectores se congregaron y confabularon a una contra el Señor y su Iglesia (2 Pe 2,2). Por esas regiones vemos atropellados todos los derechos divinos y humanos; derribados y destruidos los templos, los religiosos y religiosas expulsados de sus casas, afligidos con ultrajes, tormentos, cárceles y hambre; multitudes de niños y niñas arrancados del seno de la Madre Iglesia, e inducidos a renegar y blasfemar de Jesucristo y a los más horrendos crímenes de la lujuria; todo el pueblo cristiano duramente amenazado y oprimido, puesto en el trance de apostatar de la fe o de padecer muerte crudelísima. Todo lo cual es tan triste que por estos acontecimientos parecen manifestarse «los principios de aquellos dolores» que habían de preceder «al hombre de pecado que se levanta contra todo lo que se llama Dios o que se adora» (2 Tes 2,4).
Y aún es más triste, venerables hermanos, que entre los mismos fieles, lavados en el bautismo con la sangre del Cordero inmaculado y enriquecidos con la gracia, haya tantos hombres, de todo orden o clase, que con increíble ignorancia de las cosas divinas, inficionados de doctrinas falsas, viven una vida llena de vicios, lejos de la casa del Padre; vida no iluminada por la luz de la fe, ni alentada de la esperanza en la felicidad futura, ni caldeada y fomentada por el calor de la caridad, de manera que verdaderamente parecen sentados en las tinieblas y en la sombra de la muerte.
Parece que Pío XI estuviera hablando de la crisis de abusos de sacerdotes y religioso (sobre todo homosexuales) que se han destapado en los últimos años en la Iglesia. Solo que los réprobos, en vez de llamar a la conversión y a la penitencia, ahora pretenden cambiar la moral de la Iglesia para que lo que siempre ha sido pecado ahora deje de serlo y así poder normalizar la degenación, la depravación y los pecados nefandos.
Y sigue Pío XI:
Cunde además entre los fieles la incuria de la eclesiástica disciplina y de aquellas antiguas instituciones en que toda la vida cristiana se funda y con que se rige la sociedad doméstica y se defiende la santidad del matrimonio; menospreciada totalmente o depravada con muelles halagos la educación de los niños, aún negada a la Iglesia la facultad de educar a la juventud cristiana; el olvido deplorable del pudor cristiano en la vida y principalmente en el vestido de la mujer; la codicia desenfrenada de las cosas perecederas, el ansia desapoderada de aura popular; la difamación de la autoridad legítima, y, finalmente, el menosprecio de la palabra de Dios, con que la fe se destruye o se pone al borde de la ruina.
Forman el cúmulo de estos males la pereza y la necedad de los que, durmiendo o huyendo como los discípulos, vacilantes en la fe míseramente desamparan a Cristo, oprimido de angustias o rodeado de los satélites de Satanás; no menos que la perfidia de los que, a imitación del traidor Judas, o temeraria o sacrílegamente comulgan o se pasan a los campamentos enemigos. Y así aun involuntariamente se ofrece la idea de que se acercan los tiempos vaticinados por nuestro Señor: «Y porque abundó la iniquidad, se enfrió la caridad de muchos» (Mt 24,12).
Cuantos fieles mediten piadosamente todo esto, no podrán menos de sentir, encendidos en amor a Cristo apenado, el ansia ardiente de expiar sus culpas y las de los demás; de reparar el honor de Cristo, de acudir a la salud eterna de las almas. Las palabras del Apóstol: «Donde abundó el delito, sobreabundó la gracia» (Rom 5,20), de alguna manera se acomodan también para describir nuestros tiempos; pues si bien la perversidad de los hombres sobremanera crece, maravillosamente crece también, inspirando el Espíritu Santo, el número de los fieles de uno y otro sexo, que con resuelto ánimo procuran satisfacer al Corazón divino por todas las ofensas que se le hacen, y aun no dudan ofrecerse a Cristo como víctimas.
Quien con amor medite cuanto hemos dicho y en lo profundo del corazón lo grabe, no podrá menos de aborrecer y de abstenerse de todo pecadocomo de sumo mal; se entregará a la voluntad divina y se afanará por reparar el ofendido honor de la divina Majestad, ya orando asiduamente, ya sufriendo pacientemente las mortificaciones voluntarias y las aflicciones que sobrevinieren, ya, en fin, ordenando a la expiación toda su vida.
En una reciente catequesis titulada Eleazar, la coherencia de la fe, herencia del honor, el Papa Francisco habla sobre el honor de la fe. Se refiere a este pasaje del Segundo Libro de los Macabeos:
A Eleazar, uno de los principales maestros de la ley, hombre de edad avanzada y semblante muy digno, le abrían la boca a la fuerza para que comiera carne decerdo. Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia, escupió la carne y avanzó voluntariamente al suplicio, como deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida.
Los que presidían aquel banquete ritual contrario a la ley, viejos amigos de Eleazar, lo llevaron aparte y le propusieron que hiciera traer carne permitida, preparada por él mismo, y que la comiera haciendo como que comía la carne del sacrificio ordenado por el rey, para que así se librara de la muerte y, dada su antigua amistad, lo tratasen con consideración. Pero él, adoptando una actitud cortés, digna de sus años, de su noble ancianidad, de sus canas honradas e ilustres, de su conducta intachable desde niño y, sobre todo, digna de la ley santa dada por Dios, respondió todo seguido:
–¡Envíenme al sepulcro! No es digno de mi edad andar fingiendo. Muchosjóvenes van a creer que Eleazar, a los noventa años, se ha pasado a las costumbres paganas, 25y si miento por un poco de vida que me queda se van a extraviar con mi mal ejemplo. Eso sería manchar y deshonrar mi vejez. Y aunque de momento me librase del castigo de los hombres, no escaparía de la mano del Omnipotente, ni vivo ni muerto. Si muero ahora como un valiente me mostraré digno de mis años y dejaré a los jóvenes un noble ejemplo, para que aprendan a enfrentar voluntariamente una muerte noble por amor a nuestra santa y venerable ley.
Dicho esto se dirigió enseguida al suplicio.
Y sobre este episodio, el Papa nos enseña:
«Quisiera hablar precisamente del honor de la fe, no sólo de la constancia, del anuncio, de la resistencia de la fe. El honor de la fe se encuentra periódicamente bajo la presión, incluso violenta, de la cultura de los gobernantes, que trata de envilecerlo tratándolo como un hallazgo arqueológico, o vieja superstición, terquedad anacrónica, etc.
La fe merece respeto y honor hasta el final: cambió nuestra vida, purificó nuestra mente, nos enseñó el culto a Dios y el amor al prójimo. ¡Es una bendición para todos! Pero toda la fe, no una parte. No cambiemos la fe por unos días tranquilos, sino que hagamos como Eleazaro y seamos consecuentes hasta el final, hasta el martirio. Demostremos, con toda humildad y firmeza, precisamente en nuestra vejez, que creer no es algo “para viejos” sino cosa de vida. Cree en el Espíritu Santo, que hace nuevas todas las cosas, y con mucho gusto nos ayudará.»
Seamos coherentes con la fe: ni ideologías sin Dios; ni filosofías ni antropologías que se nos venden “como si Dios no existiera"; ni nada sin Dios. Ofrezcámonos a Cristo como víctimas para satisfacer y reparar su Sagrado Corazón por todas las ofensas que le hacen. Oración y penitencia. Vivamos unidos a Cristo. Honremos el Santo Nombre de Dios. Demos culto a Dios piadosa y santamente. Reparemos el honor ofendido de Cristo.
23 comentarios
Indiferentismo religioso, no sólo práctico sino incluso teórico, en grado puro: la fe católica es una flor única que tiene su propio valor y belleza, igual que las diversas herejías y demás falsas religiones del mundo, todas flores únicas que tienen su propio valor y belleza. La diversidad religiosa ha sido querida por Dios, no simplemente permitida. La Revelación divina es inexistente o irrelevante.
De aquellos polvos, estos lodos. De los actos escandalosos de Asís, la adoración de la Pachamama y los actos y palabras del cardenal Coutts: "que este tipo de eventos lleven a la fraternidad entre las religiones y que estos encuentros no se limiten a ocasiones especiales, sino que se convirtieran en una forma de vida durante todo el año".
Quizá todo venga de poner al magisterio del diálogo interreligioso al nivel de la Escritura y la Tradición, como si fuera una tercera fuente de la Revelación, y considerarlo salido de la mente divina, no sé si también de su pluma como el Corán.
Aquí comentan bastantes que pretenden que esas condenas habrían caducado. Al menos tienen la honradez intelectual de reconocer que hay discontinuidad entre esas condenas, las de siglo y medio de magisterio antiliberal, y la predicación actual favorable a la neutralidad religiosa del Estado y la libertad religiosa.
Otros pretenden en cambio que no hay tal discontinuidad y juegan con las palabras para sostener que las condenas del indiferentismo religioso ¡no recaen sobre los Estados que hoy tratan con indiferencia a todas las religiones, ni tampoco a los hombres de Iglesia que hoy aprueban esa impiedad!
Contra las claras e inequívocas palabras de Pío XI, con tanto acierto recordadas por el autor:
"Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad.
Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad.
Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas.
Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados.
Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios."
(Encíclica Quas primas sobre la realeza de Cristo, 1925, nº 23)
No me gusta nada que en cualquier tienda de regalos haya un buda con un montón de velas de incienso y otros olores, dizque para entrar en trance, rodeado de flores de loto porque me suena a cachondeo. Yo a Buda le respeto, que es lo que debíamos hacer todos, pero nada más.
Si no ponen a Melanchton en la misma tesitura es porque tenía muy mala leche y como Buda parece tener aspecto de bonachón abusan, y eso tampoco. Y hasta aquí llego.
Somos hijos de nuestro tiempo y mirando sus signos, en mucho se asemeja al de los primeros cristianos.
Agradezcamos y alabemos a Dios por ello, pues tenemos un tiempo propicio para nuestra meritoria santificación!
Es claro que las palabras de estos grandes Papas expresaban su preocupación por el acelerado desarrollo de un proceso se diría casi inevitable por la acción del misterio de la iniquidad.
Trataban de retrasar las acciones y condiciones que llevarían a la humanidad a una impiedad apóstata y a la Iglesia a iniciar su calvario hacía el gólgota.
Pero, mirado desde la fé: no es acaso este el destino de cada cristiano y de la Iglesia?Ni el discípulo ni la Esposa pueden ser más que el Señor.
Así como el etíope tuvo más fé que Tomás en el cenáculo, está Iglesia que no es sostenida por el estado, que no es defendida por las leyes, que es perseguida por el poder mundano, es, paradójicamente, más libre que antaño, y probada así, saldrá más fortalecida en la fe, porque encuentra solo en Dios, su sostén, su defensa, y su refugio.
Este tiempo, nuestro tiempo, el que nos ha sido dado a cada uno de nosotros por la sapientisima Providencia, para obrando llegar al cielo, debemos agradecerlo, aceptarlo, y luego, conscientes de esta aceptación; luchar en él, por la gloria de Dios, y la salvación de las almas.
Gracias por iluminarnos siempre con sus enseñanzas!
Bendiciones!
Es importante profundizar un poco en la abundante y rica catequesis que ha dado al respecto. Algunas entre muchas las del
15/05/2013, 13/06/2018 o 16/05/2014.
Bendiciones!
«El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos. Esta Sabiduría Divina es la fuente de la que proviene el derecho a la libertad de credo y a la libertad de ser diferente...»
Afirmar que la diversidad de religiones es voluntad de Dios, si se entiende dicha voluntad como positiva y no como permisiva, es una enormidad contraria a la fe católica.
Y si por el contrario se entiende que dicha voluntad es permisiva, pone la diversidad de color, sexo, raza y lengua, igual que la de religión, al nivel de los pecados que Dios permite. ¡Explíquenselo a los adoradores de la diversidad, del pluralismo y de la inclusividad!
De manera que la voluntad permisiva de Dios (necesariamente, de un mal) sería una riqueza humana (necesariamente, un bien).
Dice el viejo principio de contradicción que una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y bajo la misma relación.
Pero bien lo da a entender Francisco: ese principio se guardó en un cajón del Vaticano hace 50 años.
¿Un dos, tres! Un pasito p´alante ... y medio p´atrás, y medio p´alante.
Los enemigos de la Iglesia son tolerantes en los principios porque no creen;
pero son intolerantes en la práctica porque no aman”.
R. P. Reginald Garrigou-Lagrange O.P.
A ver si algunos se enteran de una vez...Aunque lo dudo
Les recomiendo leer el siguiente artículo de Manuel Morillo:
La tolerancia como virtud o como ideología
- Nostra aetate
- Asís
A buen entendedor, pocas palabras bastan.
Indeferentismo sexual. Otra de sus obsesiones.
Les va lo del indeferentismo, por lo visto.
Pregunto, si el budismo lleva a creer en la nada tras la muerte, por qué en los dibus y pelis de niños basadas en esas espiritualidades sí se ve vida después de la muerte? No sé si han visto dibujos de un tal Goku. O las películas del famoso Panda kunfu. Ahí se ve vida tras la muerte.
Hace tiempo que se palpa en el ambiente que nos quieren robar la Redención que solo da Dios Padre a través de Cristo. También engordan soberbias, vanidades, desesperaciones..., para que la gente atrapada en esas trampas infernales, vivan sin arrepentimiento de nada y sin querer servir a nadie, más que a sí mismos (tampoco a Dios). Un horror vivir así. Ojalá den medida vuelta a tiempo.
Los budistas creen en la Reencarnacion.
"Para los budistas, la muerte es sólo el principio de otra vida que se irá repitiendo hasta llegar al Nirvana . Esto ocurre cuando el sujeto ha aprendido y ha obtenido la suficiente sabiduría espiritual como para ver la Verdad, la Realidad"
Esto es lo que dicen. Ni siquiera creen en Dios como persona.
Lo nuevo sobre la descomposición general de la cristiandad es que ha penetrado en la Iglesia hasta hacer de ésta una sucursal del infierno. Porque desde ella se están difundiendo las pestilencias que corrompen la sociedad, en connivencia con los secuaces internacionales del NOM, etc. Desde La Salette la Virgen viene denunciando tal situación.
Es nuevo también el anuncio explícito hecho en Fátima del triunfo de Su Corazón Inmaculado en el mundo. En posteriores Manifestaciones y Mensajes, la Virgen nos anuncia la próxima caída de la Babilonia, la conversión de la humanidad, y el inicio de una Nueva Edad del Reino.
No sólo los apóstoles se escandalizaban de las palabras de Cristo, también hoy hay quienes se escandalizan de las palabras de la Virgen, cuando habla de su Aurora, de la Señora Vestida de Sol, de que prepara el camino a la Venida del Señor que instaurará su Reino de Gloria.
Nos habla de la restauración del Paraíso Terrenal, lo que confirma las palabras proféticas de Pío XII respecto a que se puede y se debe restablecer la armonía primitiva; o bien la esperada Civilización del Amor de Pablo VI; todo lo cual será posible después de “Cruzar el umbral de la Esperanza” (S.J.P. II).
Mas para no escandalizarse, hay que tener Fe en María, aceptar sus Intervenciones actuales, desde Fátima hasta el presente, sin permitir que el mundo oscurezca nuestra inteligencia, que la incapacite para aceptar y auscultar el Misterio.
Nunca la Iglesia ni la humanidad han vivido un momento como el actual: el paso del tiempo del “hombre viejo del pecado” al tiempo del “hombre nuevo” nacido en Cristo por el Bautismo. Tiempo de Manifestación creciente de la Gloria de Cristo mediante la Aurora de María. Tiempo de transfiguración bajo la nueva vida de gloria que renueva hombres y cosas.
Una cosa son los anuncios proféticos de la Escritura, las exégesis valiosas de los Padres, de los escritores espirituales, y otra muy diferente es vivir el cumplimiento de tales acontecimientos, sobre todo si nos introducen en un mundo de parámetros desconocidos, de geometrías espirituales no euclidianas, de inteligibilidades supra racionales, de transfiguraciones humanas y cósmicas. Salto cuántico que “nos trasladó al reino del Hijo de su amor” (Col 1. 12).
En verdad, jamás conoció la humanidad una situación en la que coexisten el ocaso y el Amanecer, la Babilonia que se derrumba y el Reino que Viene.
Nos es difícil, luego que el pecado original cegó nuestra sabiduría, comprender un orden de realidades eminentes que excede cuasi un infinito al mundo en que vivimos. Necesitamos de la nueva sabiduría que ha de iluminar la teología, la filosofía, la ciencia, el arte, la técnica., la política, la cultura.
La ciencia debe reconocer que el universo de las realidades materiales tiene sus fundamentos en la mutua afinidad de las cosas entre sí y de las cosas con el hombre. Fundamentos que son la eclosión del amor participado por el Verbo, estructura última del núcleo ontológico. Eclosión que libera más energía que la actividad del núcleo atómico, que es asimismo alimentado por aquella.
San Francisco de Asís comprendió la hermandad de las creaturas entre sí y con el hombre, fundadas en su correspondencia de amor; San Juan de la Cruz nos dice que “cada una de las cosas, aún las inferiores, dicen lo que cada una de ellas es en Dios, y lo que Dios es en cada una de ellas” (El Cántico Espiritual). Y San Pablo nos enseña que “las cosas están sometidas a la corrupción del pecado, contra su voluntad, y esperan con ansias su liberación para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (cf Rom 8).
Así, la Creación está plena de vida de amor, de esperanza en su renovación por la Redención.
La encrucijada del mundo anticristiano con el Reino obliga a una decisión shakesperiana: SER O NO SER. La humanidad debe decidir: o se CONVIERTE al amor y se constituye en la gran familia de los hijos de Dios, o se precipita en los torrentes de iniquidad de su autodestrucción.
El poder de las armas nucleares al que ha conducido la ciencia racionalista-atea-materialista, intima a la humanidad a decidir; no puede permanecer en rivalidades y odios que desatarán antes de lo previsto las furias apocalípticas de una materia TORTURADA por la técnica atómica.
La ciencia ha impuesto a la materia un ordenamiento extremo que la conduce a su violenta reacción; ordenada y benéfica en el sol y en los astros, pero contraria a la vida en la tierra.
La tierra es un feudo excepcional y anticipado del Reino, desde aquí debe expandirse la vida de plantas y animales hacia los mundos espaciales cuando la armonía sea restablecida.
Entretanto, evangelicemos a nuestros hermanos a fin de que el AMOR nos conduzca a la opción fundamental del SER y sea aniquilada la presencia del NO SER.
Si Don Cristóbal Colón hubiera permanecido proponiendo y no se hubiera hecho a la mar no habría descubierto el Nuevo Mundo.
Es menester que “el hombre proponga y Dios disponga” (cf Prov 16, 9).
Los “nuevos tiempos de María” nos convocan a “trabajar en su Causa” (Mens. de la Virgen en S. Nicolás – Argentina). Debemos pedir a nuestra Madre nos permita siquiera auscultar el Misterio de su plan, para así poder realizar aquello que nos indique.
La Virgen nos está revelando mediante la sabiduría de su Aurora la inmensidad a que nos convoca. Su cometido salta las fronteras del mundo del “hombre viejo del pecado”, y nos abre un horizonte que abarca el universo, ya pasado, ya presente, ya futuro.
Debemos disponernos a asumir la responsabilidad ante tal vastedad, porque si el “hombre viejo” construyó obras memorables, ¿cuáles serán las del “hombre nuevo”?
Para ser operarios de la Nueva Edad del Reino debemos comprender la extensión de sus dominios, dentro de los cuales María nos indicará nuestros trabajos a ejecutar.
Los feudos del Reino deben ser librados de la usurpación del enemigo. Para ello no es necesaria nuestra presencia física en ellos, basta con nuestra presencia espiritual, porque los contingentes de María empleamos los nuevos recursos que nos dispensa su Aurora.
La sabiduría del Espíritu Santo es irradiada por la Luz de la Gloria de Cristo que se Manifiesta mediante la Aurora de María. A esta Luz de Gloria debemos acudir para proveernos de los recursos necesarios.
No es la obra que realizó el “hombre viejo” con sus medios limitados, sino una conmoción litúrgica que transfigurará la Iglesia, la humanidad y el cosmos en ámbitos sacros y eminentes del Reino.
El curso de este designio pasa por un drama y culmina en una epopeya: el término del tiempo del “hombre viejo del pecado” y el inicio del tiempo del “hombre nuevo” nacido en Cristo por el Bautismo.
Para esto la Virgen ha preparado sus escuadrones, la Guardia del Reino, “un ejército bien alineado en orden de batalla y bien reglado, para atacar de consuno a los enemigos de Dios que ya tocaron a rebato” (S. L. de Montfort- Trat. de la Verd. Dev., Oración por los Misioneros de María).
La Civilización del Amor (S. Pablo VI) requiere de una ciencia, técnica, arte, política, cultura renovadas, o mejor, transfiguradas conforme al señorío de soberanía que deben asumir los hijos de Dios y de María.
En definitiva, es necesario que los cristianos comprendamos el Misterio de la Creación, que reconozcamos en las cosas nuestra hermandad con ellas, y nos dispongamos a conducir todo lo creado en la tierra y en los espacios a su orden nuevo conforme a las disposiciones del Reino.
Si deseáramos explicar a alguien no humano nuestros afectos entre personas, nos hallaríamos en dificultades.
De modo semejante, encuentro dificultad si deseo explicar mi afecto de hermano mayor hacia las cosas próximas y hacia el cosmos.
Si deseo explicar los vínculos humano-cósmicos que experimentamos frente a una piedra, un árbol, un animal, el océano, el desierto, la montaña, o los mundos espaciales.
Hay más de nuestra parte que de ellos, como cuando acariciamos a nuestro perro.
Es natural que así sea. El niño en la cuna se alegra al vernos, pero es mayor la alegría que nos inunda a nosotros. Porque somos mayores que el niño, y mayores que las creaturas.
Algo se interpone entre las cosas y nuestras personas, no obstante nos entendemos y podemos dialogar.
Quizás, el espíritu deba ascender más alto que las montañas, en el silencio del ocio aristotélico, más allá de los transportes de los poetas, más acá de los éxtasis contemplativos.
Afecto terreno, no mundano, del hombre racional. ¿Cómo expresar el afecto humano hacia seres no humanos? Cada hombre sabe por propia experiencia de lo que hablo.
Afectos, palabras, discursos, amistad guardada en los efluvios inefables del corazón.
Breve introducción, o prefacio a una Suma Humano-Cósmica que tratara de nuestra condición y destino humano-cósmico-divinos.
Que enunciara sin acabar de resolverlas, las cuestiones indeterminadas e ilimitadas que surgen de una reflexión sobre nuestra misión de sacerdotes, reyes y profetas, responsables del orden de la tierra y de los espacios, ámbitos sacros del Reino. Desde ahora y por la eternidad.
Sitial de reposo solemne, tiempo de espera de los acontecimientos, prólogos de una empresa colosal que recibe la Creación de Manos de María, del Corazón de Cristo, como operarios competentes y guardias del Reino. Jardineros de Dios, apóstoles de la Esperanza de un Belén eterno siempre renovado.
No es fácil explicarlo, pero HAY QUE DECIRLO.
Entiendo que no creen en Dios. Pero el Nirvana ése no sería la nada, no? Entonces creen en eternidad. Son los que creen poder autosalvarse? Pobres, no saben cómo se las gasta el patas. Y en qué/quién se reencarnan, en otra persona? En esos dibujos que he comentado no se ve reencarnación en otra persona. Se ve que "despiertan" tal cual, con el mismo cuerpo, en una especie #de más allá# y que siguen "batallando". No sé si me explico. Será un modo de mostrar el ascenso a eso en lo que creen.
La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres." Y si aceptamos que la Iglesia Católica es la que enseña la única verdadera religión, el único Mensaje de Salvación de Dios por medio humano en Cristo: "[La Iglesia] Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn., 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas."
2. El padre Joseph-Marie Verline en su libro "La experiencia prohibida" aborda la diferencia entre Cristo y Buda: La búsqueda del sentido de la vida conduce a muchos a un salto sin retorno. Iniciado y ferviente cultivador de prácticas ascéticas orientales como el yoga, meditación transcendente, etc., descubrió que éstas eran algo más que simples métodos de relajación. Profundo conocedor de la filosofía budista, experimentó vivencias tan negativas como las que narra en estas páginas ante la aniquilación del ''yo personal'' diluido en un ''Ser impersonal''.
m.youtube.com/watch?v=0GhN2weIQ6A
3. Otro testimonio de lo que es una forma de Budismo, el tibetano, es el del padre Highton: "Tinieblas tibetanas. Del yoga y el mandala al femicidio ritual".
m.youtube.com/watch?v=qXAfkBaCpAk
________________________________
Pedro L. Llera
En la doctrina católica no puede haber rupturas ni novedades. «Dios no se muda»: el Espíritu Santo no cambia de opinión. La doctrina no evoluciona. Es la misma ayer, hoy y siempre. Lo que antes era pecado no puede ser ahora virtud. El liberalismo fue condenado y esa condena sigue ahí. Los que quieren suavizar o hacer creer que esa condena ya no es son los que se apartan de la comunión de la Iglesia. El comunismo, el nazismo o el fascismo fueron condenados y ahí sigue el magisterio que condena esas ideologías. Las relaciones sexuales fuera del matrimonio son pecado y las relaciones sexuales entre homosexuales son pecados que claman al cielo. Y sigue siendo así. Y quienes pretenden cambiar la moral o la fe de la Iglesia son, simple y llanamente, herejes y cismáticos. Lo mismo pasa con el aborto, el divorcio, la eutanasia, el suicidio asistido, la experimentación con embriones humanos, etc.: eran pecado, son pecado y siempre serán pecado mortal.
Dios no es un caprichoso que va cambiando la moral y los artículos de fe según van cambiando los tiempos. Así que no hay un antes y un después del Concilio Vaticano II. Y si hubiera ruptura, malo. Una cosa y su contraria no pueden ser verdad a la vez. Y si en el Vaticano II hubiera contradicción con la doctrina de siempre, lo que sería herético sería lo nuevo: no lo que el depósito de la fe ha dejado fijado desde siempre. El Vaticano II no ha derogado ni desautorizado el magisterio anterior. Y no lo ha hecho porque no puede hacerlo.
2. No me convence que el Espíritu Santo pueda inspirar un documento como Nostra aetate. La relación de la Iglesia Católica con otras "religiones" no cristianas es precisamente la de hacerles ver que su búsqueda de Dios no es errada en cuanto a lo común con nosotros como creaturas de Él. Pues, todos llevamos el deseo del encuentro con nuestro Creador para que nos colme plenamente de felicidad.
3. Es en esa relación de evangelizar, de dar a conocer al Dios único y verdadero en Cristo: Camino, Verdad y Vida; en donde debe posicionarse la Iglesia Católica y no en fraternidad sin Cristo como Centro. Pues, el Budismo no es camino de santidad, ni tiene verdadero rito "sagrado" ni lleva a la vida eterna, porque es un camino hacia un divino impersonal, de ritual que llama a los ángeles caídos y de negación de la vida eterna, de negación del Dios vivo y personal cristiano.
4. Esto es, que el yo personal que se relaciona con Dios se suprime, para "unirse" (religión) a una "energía divina" o algo parecido. Energía divina que está presente en todo lo material (panteísmo o divino inmanente).
5. Esto es, la relación Dios-hombre del Cristianismo, única religión verdadera en el Dios hecho Hombre, es camino de Amor en presente eterno hacia el Ser absoluto, el Primero. Esta relación personal se suprime en el Budismo (Hinduísmo), pues no hay Dios transcendente personal, sino que es por las propias fuerzas el camino de "autoperfección" mediante meditación transcendental enseñada por un gurú en Buda. Esto es, el budista no ama, no sufre, ... puesto que desaparece el "yo personal", busca la plena "autorealización" suprimiendo la conjugación del verbo amar a Dios y al prójimo en modo personal, y sustituyéndolo por la relación impersonal con una divina energía. Por ello, no creo que el Espíritu Santo, puro Amor y dador de Vida, inspire la letra de Nostra aetate, puesto que Buda dice que el Amor es una ilusión tanto como el odio, que debe eliminarse por mantener esa ilusión de alteridad con el otro.
6. Buda nos viene a decir: no quieres sufrir más, pues elimina el sufrimiento del yo personal y sumérgete en el mar de la divina energía. Pero, si eliminas el sufrir debes eliminar también el amor, pues todo es pura ilusión. Nada que ver con el Mensaje de Dios y Su Creación y Donación por puro amor en Cristo.
7. Pareciera que el Occidente cristiano ha traicionado a Cristo presentando las tradiciones orientales como buenas para el hombre e incluso en el seno (jerarquía) de la Iglesia Católica como verdaderos ignorantes de Cristo y del Budismo: «Aunque de manera diferente, Buda y Jesucristo orientan a sus seguidores hacia valores trascendentes. Las nobles verdades del Buda explican el origen y las causas del sufrimiento y señalan el óctuple camino que conduce al cese del sufrimiento»; al olvidar el radicalismo que hay en ellas (religiones orientales) al suprimir el yo personal que implica que el Amor es pura ilusión. No, el Espíritu Santo no está ahí presente para guiar a la Iglesia Católica por ese camino que inició el CVII.
San Vicente de Lerins (siglo V):
"En la Iglesia católica hay que poner el mayor cuidado para mantener lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos. Esto es lo verdadera y propiamente católico, según la idea de universalidad que se encierra en la misma etimología de la palabra." El cristiano "deberá hacer todo lo posible para adherirse a la antigüedad, la cual no puede evidentemente ser alterada por ninguna nueva mentira."
Commonitorium, números 2 y 3.
Es claro que el Concilio Vaticano II no quiso hacer uso de la autoridad del irreformable magisterio solemne: no definió verdades ni anatemizó errores con esa autoridad.
Tampoco pertenecen sus enseñanzas al magisterio ordinario universal, que consiste en las enseñanzas de los papas y de los obispos dispersos por el mundo a lo largo de los siglos: lo que se ha enseñado siempre y en todo lugar (Commonitorium de San Vicente de Lerins, siglo V).
Pablo VI habló en una ocasión, para referirse a las enseñanzas del Vaticano II, de un novedoso "magisterio ordinario" no universal. Pero con mucha más frecuencia se ha hablado de un también novedoso magisterio meramente pastoral, desde el discurso Gaudet Mater Ecclesia de apertura del concilio el 11 de octubre de 1962 por Juan XXIII.
Que las enseñanzas del Vaticano II no sean infalibles no basta para concluir que no tengan ninguna autoridad, ya que hay grados de autoridad magisterial inferiores a la del magisterio infalible, ni basta tampoco para concluir que sean en algunos puntos materialmente heréticas.
Pero basta para que los católicos podamos debatir sobre si contienen ambigüedades, expresiones temerarias y hasta errores que favorecen la herejía.
La respuesta la dio ya San Pablo en la epístola a los Gálatas 1, 8, y la comentó San Vicente de Lerins en el Commonitorium (siglo V), número 8:
"La autoridad del Apóstol se manifestó entonces con su más grande severidad: aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea anatema (Gal. 1, 8).
¿Y por qué dice San Pablo "aun cuando nosotros mismos ", y no dice "aunque yo mismo"?
Porque quiere decir que incluso si Pedro, o Andrés, o Juan, o el colegio entero de los Apóstoles, anunciasen un Evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema."
Lo mismo vale para los sucesores de Pedro, o Andrés, o Juan, o el Colegio entero de los obispos, dispersos por el mundo o reunidos en concilio ecuménico.
2. Lo que es preocupante es que todo un Concilio ecuménico aborde cuestiones de fe para aclarar ambigüedades y después de +50 años no sólo no las haya aclarado, sino que continuan multiplicándose las mismas.
3. Y si fuesen anatema solamente los promulgadores de las desviaciones del Depósito de la fe y que los católicos podamos debatir sobre si el CVII contiene ambigüedades, expresiones temerarias y hasta errores que favorecen la herejía, todavía el sucesor de Pedro podría corregir. Pero, hay algo en el Templo de Dios cuando observas que el Sumo Pontífice y la mayoría de obispos del Colegio pareciera que han arrojado la toalla de la misericordia espiritual de la corrección fraterna y el combate contra la herejía. Esto es, que observo como por verdadera ignorancia, vileza e inculcación de que el Cristianismo es compatible con el Budismo o un supuesto católico ve bueno la práctica del Yoga, etc. etc. etc. No veo celo por las almas y mucho silencio de pecado por omisión. De todas formas el Espíritu Santo sabe lo que se cuece y lo que tiene que inspirar para que las puertas del infierno no prevalezcan a la barca de Pedro. Creo que es hora, como diría Cervantes, de reconocer que en todas casas cuecen habas; y en la mía, a calderadas (El Quijote II 13).
Dejar un comentario