Liderazgo
“Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo.” Mateo 20, 25-27
Según la Real Academia de la Lengua, una de las pocas instituciones españolas que aún no han podido corromper del todo los impíos inclusivos, el “líder”es la persona que dirige o conduce un partido político, un grupo social u otra colectividad. Este término sirve para designar igualmente a un rey, al presidente de un gobierno, al director de una empresa o al entrenador (o incluso al capitán) de un equipo de fútbol.
Los obispos de la Iglesia serían también líderes, pues tienen la obligación de conducir a un grupo, a una colectividad: en este caso, tienen que llevar al conjunto de los fieles bautizados y a los no bautizados a Cristo. Por lo tanto, la responsabilidad del obispo es enorme porque de él depende que la grey de su rebaño discurra por el camino angosto y lleno de peligros que conduce al cielo y no por la senda ancha y espaciosa que termina en el Infierno.
Cuando uno guglea el término “líder”, aparecen infinidad de enlaces. No hay escuela de negocios, curso de directivos, máster de dirección y gestión o, incluso, manual de autoayuda y desarrollo personal que no se zambulla en las atractivas aguas del liderazgo.
Por ejemplo, la Escuela Europea de Excelencia define así el liderazgo:
El liderazgo es la capacidad que tiene una persona de influir, motivar, organizar y llevar a cabo acciones para lograr sus fines y objetivos que involucren a personas y grupos en una marco de valores.
- El liderazgo es un potencial y se puede desarrollar de diferentes formas y en situaciones muy diferentes unas de otras. Se relaciona de manera muy estrecha con el cambio y con la transformación personal y colectiva.
- El liderazgo es una oportunidad, puede ser ejercido por muchas personas en medios variados: educativo, familiar, deportivo, profesional, científico, social, militar, político…
- El liderazgo es una capacidad que se desarrolla a partir de un potencial variado en personas y grupos.
Por tanto, el liderazgo es una influencia y motivación en los demás, transforma a personas y a grupos, es una oportunidad y es un potencial.
La página de MichaelPage señala, por su parte, las siete cualidades del líder: fijar metas y expectativas, invertir en la formación de las personas, potenciar el talento; ser capaz de comunicar con transparencia, de manera clara y concisa; escuchar de manera activa, motivar e inspirar entusiasmo; y, por último, predicar con el ejemplo.
En este último punto – predicar con el ejemplo – señalan los autores lo siguiente:
Albert Einstein dijo que “el ejemplo no es la mejor manera de enseñar, es la única” y esta frase, cobra especial sentido cuando se habla de la relación entre un líder y su equipo. Debes ser el primero en trabajar duro, en tomar las responsabilidades que amparan tu posición y a su vez, hacerlo con honestidad, ética y autenticidad. No pretendas ser lo que no eres. La habilidad de liderazgo también puede verse como la capacidad de entregar responsabilidad y delegar tareas. Aquellos que trasladan responsabilidad a sus empleados los motivan y garantizan su lealtad.
¡Qué razón tenía Einstein, si es que dijo realmente tal frase!
Pero se olvidan los estimulantes redactores de MichaelPage que en todo equipo de trabajo, en toda colectividad, siempre hay un Judas Iscariote (o varios). Ese aspecto parecen desconocerlo o, si lo conocen, lo obvian en aras de una visión idealizada del liderazgo y de los equipos, muy propia de la modernidad, que ignora la existencia del pecado y la realidad constatable de la naturaleza caída del hombre, necesitada permanentemente de la gracia de Dios para librarse de la esclavitud de Satanás. No me creo que nadie pueda ser santo por sus solas fuerzas. No me creo que nadie pueda ser verdaderamente santo sin estar bautizado, sin confesarse con frecuencia y sin acudir con frecuencia a beber de la fuente de Agua Viva, que es Cristo mismo en el Santísimo Sacramento del Altar. No me creo que haya salvación fuera de la Iglesia porque sin Cristo no hay salvación; sin profesar que Cristo es el Señor, el camino, la verdad y la vida, no hay santidad ni salvación. Es Cristo quien nos transforma y nos santifica. Sin Él no podemos hacer nada.
Pero sigamos con el tema que nos ocupa del liderazgo.
Dos conceptos íntimamente relacionada con el liderazgo son los de “poder” y “autoridad”.
El poder es la soberanía, la potestad, la facultad que un gobernante tiene para tomar decisiones: para poner o quitar a las personas de un determinado puesto o para hacer o deshacer dentro de una organización. Diríamos que el poder lo dan los galones: el nombramiento para un cargo. Yo soy general y, por lo tanto, tengo el poder de mandar sobre un colectivo en este caso militar. Yo soy nombrado obispo por el Papa y por lo tanto, tengo el poder de organizar y gestionar la diócesis que se me encomienda. Yo soy director de un colegio y tengo el poder de nombrar o cesar a los cargos directivos del centro, de organizar el colegio y gestionarlo para que alcance sus objetivos pedagógicos, económicos y, en su caso, trascendentes (en el caso de un colegio católico, obviamente).
Pero el poder sin autoridad no sirve para nada (o puede ser incluso muy dañino y contraproducente). No puedes pedirles a tus profesores que sean santos si tú no tratas de serlo, por la gracia de Dios. No puedes pedir que recen, si tú no rezas. Para tener autoridad debes ser honrado, digno de confianza, ejemplar; debes estar pendiente de los demás, debes estar comprometido con la organización y con las personas que trabajan en ella; debes ser atento y estar pendiente de los problemas y las necesidades de las personas de tu equipo; debes exigir y dar responsabilidades a los que trabajan contigo; debes tratar a la gente con respeto; debes animar y valorar a las personas y tener con ellas una actitud positiva; y, en definitiva, debes apreciar a las personas de corazón. No de manera impostada o forzada (porque lo has estudiado en un manual de liderazgo), sino de corazón, entrañablemente: porque te debe salir de las entrañas, de las tripas. Y para ello, el líder debe ser santo y vivir unido a Cristo: en comunión con Él, porque solo Él es Santo. Porque sin la gracia de Dios todo eso es imposible porque todos somos pecadores, egoístas, cobardes, inútiles, envidiosos… Los santos, los justos, lo son por la gracia de Dios: no porque sean más listos ni mejores que los demás.
El fin no justifica los medios. Nunca. Pero hoy en día la mayoría de los líderes buscan más el aparentar que el ser. Lo importante ya no es que la mujer del César sea honrada, sino que, simplemente, lo parezca. Decía La Rochefoucauld que “la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud.” Pue bien, hoy vivimos en un mundo plagado de líderes hipócritas que predican una cosa y practican la contraria: critican la mentira y mienten sin sonrojarse a todas horas; critican la corrupción y la propician y la practican con fruición; critican la enseñanza privada o la concertada pero llevan a sus hijos a los colegios más caros y exclusivos; se les llena la boca de “democracia” y la pisotean a cada paso; critican a los ricos y dicen defender y representar a los pobres y se compran casoplones en urbanizaciones de lujo; presumen de honradez y plagian sus tesis doctorales: son políticamente correctos pero bajo esa apariencia de virtud no esconden sino podredumbre; son verdaderos sepulcros blanqueados.
Decía Maquiavelo[1] que un príncipe – cualquier líder al fin y al cabo – puede ser percibido como misericordioso, fiel, humano, franco y religioso; pero matizaba el florentino que lo más importante no es que lo sea, sino que “parezca” tener estas virtudes. Un “príncipe” no puede tener realmente estas cualidades porque a veces es “necesario” actuar contra la virtud. De hecho, a veces – señala Maquiavelo – el líder debe elegir deliberadamente el mal. Aunque se debería evitar la mala reputación, a veces es inevitable. “Es necesario que todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno, y a practicarlo o no de acuerdo con la necesidad."
A veces es necesario explotar a los trabajadores con tal de conseguir beneficios para la empresa y que ésta sobreviva. A veces es necesario mentir con tal de aparentar que soy lo que no soy. Con tal de medrar, de hacerse más rico, más poderos, más millonario, más influyente, más famoso o más reputado; con tal de alcanzar el cargo soñado, vendo mi alma al diablo y adulo al poderoso y traiciono a Dios y a quien se me ponga por delante. Hay quien, con tal de seguir en la Moncloa, ha pactado con los terroristas y con todos los enemigos de España. ¡Con los enemigos de la España que él mismo debe gobernar y proteger!
“Te daré la gloria de estos reinos y autoridad sobre ellos—le dijo el diablo—, porque son míos para dárselos a quien yo quiera. Te daré todo esto si me adoras.” (Lucas 4, 6-7).
¿El fin que busco es mantenerme en el puesto a toda costa y ascender en mi carrera; o es llevar todas las almas al cielo? ¿Soy bueno o malo según me interese? ¡Cuántas veces sucumben los líderes en adorar al diablo con tal de seguir en el poder, acrecentarlo o aumentar sus ganancias o su reputación! ¡Cuántos líderes aparentan virtud y hasta santidad mientras actúan igual que los impíos, sin la más mínima caridad! ¡Cuántos pretenden compartimentar sus vidas y llevan una vida piadosa cuando les interesa, mientras su vida profesional resulta tan despiadada y profana que clama al cielo! Para estos hipócritas, una cosa es la fe y la piedad y otra muy distinta, el negocio. O una cosa es ser católico y otra promover el aborto y la depravación en el mundo entero, ¿Verdad, Joe? ¡Y mira que te queda poco para encontrarte cara a cara con tu Creador…! Pero así son los discípulos de Maquiavelo.
Por ejemplo, hay quien justifica su pacto con el mundo porque así mantiene abierto su colegio, que en última instancia dará frutos de santidad. Y la pregunta es: ¿realmente vas a dar frutos de santidad o lo que te interesa realmente es mantener abierto el negocio para seguir obteniendo beneficios económicos? Por este camino, muchos colegios católicos tragan con la ideología de género, con el ecologismo político, con el falso pacifismo, con la supuesta inclusividad; en definitiva, con el Pensamiento Único del Nuevo Orden Mundial y sus agendas 2030 y sus objetivos del milenio que pasan por la promoción del aborto – por ejemplo – y por la complicidad con la tiranía global.
El fin último para todo cristiano es la salvación del alma, no el medro personal ni el prestigio mundano, ni el poder terrenal. Todo eso es pura vanidad[2]. El fin último no es ser presidente ni director ni aferrarse a toda costa al sillón o a los oropeles del poder. Si es así, harás lo que sea necesario con tal de no perder tus privilegios: ese es el camino que propone Maquiavelo. Ahora bien, si tienes claro que tu fin último es el cielo, todo lo demás lo valorarás en tanto en cuanto contribuya a la salvación de tu alma; y lo despreciarás en tanto en cuanto te lleve a la perdición. Todo “en tanto en cuanto”[3].
Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? (Mateo 16, 25-26).
¿De qué nos vale toda la gloria y el poder de este mundo, si nos condenamos a las penas del infierno? ¿Temen algunos líderes más a los hombres que a Dios? Pues mal van por ese camino. El camino del cielo es el camino de la cruz, no el de la gloria mundana:
Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. (Mateo 16, 24).
No hay mejor síntoma de que vas por el buen camino de la salvación que las persecuciones:
Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. (Mateo 5, 11).
Y no hay signo más evidente de que vas por el camino de la perdición que cuando el mundo te aplaude:
¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban vuestros padres a los falsos profetas. (Lucas 6, 26).
Porque al final, Cristo vendrá a juzgar a vivos y muertos:
Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta. (Mateo 16, 27).
En conclusión: menos aparentar, menos hipocresía y más santidad, por la gracia de Dios: más coherencia, más autenticidad. De nada te va a servir aparentar lo que no eres a la hora del juicio, porque nada se oculta a los ojos de Dios.
Pues la palabra de Dios es viva y poderosa. Es más cortante que cualquier espada de dos filos; penetra entre el alma y el espíritu, entre la articulación y la médula del hueso. Deja al descubierto nuestros pensamientos y deseos más íntimos. No hay nada en toda la creación que esté oculto a Dios. Todo está desnudo y expuesto ante sus ojos; y es a Él a quien rendimos cuentas. (Hebreos, 4, 11-13)
Los líderes que aparentan misericordia, bondad, humildad y preocupación por los pobres y conducen a su grey al abismo y a la perdición; o los líderes que callan y miran hacia otro lado sin advertir a los suyos del peligro que corren, más les valdría no haber nacido porque forman parte de la estirpe del traidor. No os arriendo la ganancia.
Más vale que os convirtáis mientras estáis a tiempo.
El juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios. (Jn 3, 19-21).
Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados. (Hechos 3, 19).
Buscad al Señor mientras podáis encontrarlo, llamadlo mientras está cerca. Que el malvado deje su camino, que el perverso deje sus ideas; volved al Señor y Él tendrá compasión de vosotros; volved a nuestro Dios, que es generoso para perdonar. (Isaías 55, 6-7).
El único liderazgo que importa es el liderazgo que salva: el que conduce a Cristo y Éste crucificado.
En cuanto a mí, de nada quiero gloriarme sino de la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Pues por medio de la cruz de Cristo, el mundo ha muerto para mí y yo he muerto para el mundo. (Gálatas 6, 14).
Los verdaderos líderes son los santos. El Señor invierte los valores de este mundo: «muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros.» (Mt. 19, 30)
Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños.
Mt. 11, 25
¡Feliz Día de Todos los Santos! ¡Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos!
[1] El Príncipe, capítulo XV
De aquellas cosas por las cuales los hombres y especialmente los príncipes, son alabados o censurados
Queda ahora por analizar cómo debe comportarse un príncipe en el trato con súbditos y amigos. Y porque sé que muchos han escrito sobre el tema, me pregunto, al escribir ahora yo, si no seré tachado de presuntuoso, sobre todo al comprobar que en esta materia me aparto de sus opiniones. Pero siendo mi propósito escribir cosa útil para quien la entiende, me ha parecido más conveniente ir tras la verdad efectiva de la cosa que tras su apariencia. Porque muchos se han imaginado como existentes de veras a repúblicas y principados que nunca han sido vistos ni conocidos; porque hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que aquel que deja lo que se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse, pues un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son. Por lo cual es necesario que todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno, y a practicarlo o no de acuerdo con la necesidad.
Dejando, pues, a un lado las fantasías, y preocupándonos sólo de las cosas reales, digo que todos los hombres, cuando se habla de ellos, y en particular los príncipes, por ocupar posiciones más elevadas, son juzgados por algunas de estas cualidades que les valen o censura o elogio. Uno es llamado pródigo, otro tacaño (y empleo un término toscano, porque “avaro", en nuestra lengua, es también el que tiende a enriquecerse por medio de la rapiña, mientras que llamamos “tacaño” al que se abstiene demasiado de gastar lo suyo); uno es considerado dadivoso, otro rapaz; uno cruel, otro clemente; uno traidor, otro leal; uno afeminado y pusilánime, otro decidido y animoso; uno humano, otro soberbio; uno lascivo, otro casto; uno sincero, otro astuto; uno duro, otro débil; uno grave, otro frívolo; uno religioso, otro incrédulo, y así́ sucesivamente. Sé que no habría nadie que no opinase que seria cosa muy loable que, de entre todas las cualidades nombradas, un príncipe poseyese las que son consideradas buenas; pero como no es posible poseerlas todas, ni observarlas siempre, porque la naturaleza humana no lo consiente, le es preciso ser tan cuerdo que sepa evitar la vergüenza de aquellas que le significarían la pérdida del Estado, y, sí puede, aun de las que no se lo harían perder; pero si no puede no debe preocuparse gran cosa, y mucho menos de incurrir en la infamia de vicios sin los cuales difícilmente podría salvar el Estado, porque si consideramos esto con frialdad, hallaremos que, a veces, lo que parece virtud es causa de ruina, y lo que parece vicio solo acaba por traer el bienestar y la seguridad.
[2] Vanidad: Caducidad de las cosas de este mundo.
[3] «El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es creado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe privarse de ellas, cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos, de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos creados» (San Ignacio de Loyola. Ejercicios Espirituales, nº 23).
7 comentarios
Hay que tener en cuenta, además, que el Barón Apor de Altorja, es beato de la Iglesia Católica, Justo entre las Naciones por el Yad Vashem (ya que hasta los judíos acudieron a él para que intercediera por ellos ante las autoridades pronazis) y Héroe de Hungría. Y no tenía poder, pero lo cierto es que si se presentaba ante alguien, fuera autoridad civil o militar, le escuchaban. Podían concederle o no lo que pedía, pero nadie le echaba con cajas destempladas porque algo revestía su figura dándole liderazgo.
Además, ese obispo no llevaba como tal más que cuatro años, pero ya era así siendo un simple sacerdote.
Es un caso paradigmático de líder, en este caso espiritual, fue un grandísimo obispo de la Iglesia Católica con la autoridad de Dios que todo el mundo veía reflejada en él.
Con él honro hoy a Todos los Santos. Copié las letanías que usted tuvo a bien escribir en su post anterior y las he rezado hoy con toda mi devoción pidiendo su intercesión por la Santa Iglesia Católica.
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Pedro L. Llera
Gracias, África. Dios te bendiga.
Me ha gustado muchísimo su artículo. Gracias.
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Pedro L. Llera
Gracias a usted.
felicidades
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Pedro L. Llera
Gracias, María
www.religionenlibertad.com/polemicas/50298/por-que-hay-obispos-timoratos-irrelevantes-inoperantes-responde-psicologo.html
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