28 de julio en Covadonga
28 de julio de 2021, miércoles. Como cada vez que voy a mi tierra, visito a la Santina en Covadonga. Hay que visitar a la Madre. Mi mujer y yo madrugamos para llegar temprano al santuario y no tener problemas para aparcar. No sería la primera vez que llego a Covadonga en verano y tengo que dar la vuelta sin poder estacionar por el gentío que se acumula allí.
Llego a eso de las diez y media de la mañana y aparco sin problema. Mi mujer y yo nos dirigimos lo primero a la Basílica. Lo primero es visitar al Señor en el sagrario. Y lo segundo, confesarse. Siempre que voy a Covadonga, me confieso y voy a misa. Llamadme anticuado… Lo soy. En la Basílica, ya a esas horas tempranas, abundan los turistas que deambulan por el templo como por el Museo del Prado, siguiendo generalmente el orden inverso a las agujas del reloj. La mayoría, vestidos sin el más mínimo decoro. Abundan las bermudas y las camisetas de tirantes. La mayoría pasa por delante del tabernáculo sin percatarse de que allí, un vela encendida indica la presencia real y viva del Señor. Casi nadie se arrodilla o hace la genuflexión ante el Altísimo.
Busco una sacerdote para confesarme. Hay dos puertas cerrada con un cartel que indica que allí te puedes confesar. Trato de abrir las puertas sin éxito: allí no hay ningún sacerdote dispuesto para confesar. “Es muy temprano”, pienso. La misa es a las doce de la mañana. “Lo mismo vienen a confesar media hora antes”.
Así que después de rezar unos minutos ante el sagrario, salimos de la basílica y nos dirigimos a la Santa Cueva a visitar a la Señora. Tras cruzar el túnel, me siento en uno de los bancos, delante de la imagen de la Santina. No hay nadie dentro de la Cueva para poner orden. A la entrada, un par de muchachitos, supongo que voluntarios, están plácidamente sentados junto a un bote de gel hidroalcóholico, como para recordar que hay que limpiarse las manos y guardar las medidas de seguridad ante el riesgo de la pandemia. Dentro de la cueva, nadie: ni un voluntario, ni un trabajador del santuario, ni un sacerdote. Nadie. Me llama la atención que no hay ningún cartel que prohíba hacerse fotos. Siempre había un cartel bien visible que lo prohibía. Ese día, 28 de julio de 2021, no había ningún tipo de prohibición a la vista ni nadie que lo prohibiera. Y claro, aquello era una procesión de turistas que se paraban a hacerse fotos ante la verja que separa el altar de la Virgen Santísima de los bancos destinados a los fieles que se sientan a rezar. Nadie bajaba la voz. La gente hablaba igual que en el mercado de abastos. Y la imagen de la Santina se ha convertido en un “fotocol”, en un fondo exótico para hacerles la fotografía al niño y a la abuela.
¡La Santa Cueva, convertida en Disneylandia y la Santina, en un remedo del Pato Donald, con el que me hago la foto para que todo el mundo vea en las redes sociales que he estado en el parque de atracciones, para envidia de los vecinos!
Salí de allí absolutamente indignado, hirviendo de ira. Como asturiano y como católico. ¡Qué falta de respeto! Los impíos no respetan los lugares sagrados. No saben siquiera que existan lugares sagrados.
Salgo de la Santa Cueva y me dirijo a los chicos, que siguen sentados a la entrada del recinto santo que alberga la imagen de la Virgen María.
“No he sacado el látigo de milagro. ¡No hay derecho a que se convierta la Santa Cueva en un fotocol!”. Los chicos, muy jóvenes ellos, me miran flipando pero siguen a lo suyo, sentados, impávidos… Parecen pegados a la silla con pegamento.
Son las once y media. Falta media hora para la celebración de la santa misa en la Basílica. “Ya habrá algún cura para confesarme”. Entro en el templo y nada. No hay ningún cura por ninguna parte. A eso de las doce menos cuarto, aparece el abad. Me dirijo a él y le pregunto cómo o dónde me puedo confesar. “¿No está fulanito confesando?” Ni fulanito ni menganito. Nadie. A las doce menos diez entra otro sacerdote y abre una de las puertas que dan acceso a las salas habilitadas para confesar en estos tiempos de pandemia. Abre una sala que está junto a la entrada principal de la Basílica. Inmediatamente se forma una cola y cuando llego, ya tengo a tres personas delante de mí.
Cuando consigo confesarme, aprovecho para transmitirle al cura mi indignación. Sobre todo por lo que había visto en la Cueva. El cura me da la razón y la absolución.
Escucho la misa de doce junto a mi mujer. Y cuando acaba, le digo a mi mujer que me voy a rezar el rosario en la Cueva, a ver si la gente se da cuenta de que el Santuario es lugar de oración. Entro en la Santa Cueva y me siento en uno de los bancos. El desfile de turistas haciéndose fotos y hablando en voz alta continúa. A los chicos de la entrada ya no les digo nada. Sigue sin haber ningún responsable cuidando de que haya orden y respeto ante la Santina.
Empiezo a rezar el rosario entre dientes. Sigue el guirigay a mi alrededor. Levanto la voz. Rezo el rosario en voz alta para ver si la gente se entera. Algunos me miran con cara de extrañeza. Otros ni me miran y siguen a su rollo.
Era el miércoles, 28 de julio. No digo que estas cosas pasen todos los días en Covadonga. No quiero acusar a nadie de nada. No critico a nadie. El cura que me confesó, joven y recién ordenado, es signo de esperanza. Y la penitencia que me impuso, oportuna y llena de misericordia.
Son los signos de los tiempos: un tipo solo, un laico, rezando el rosario ante la Santísima Virgen María, en la cuna de España, de la España cristiana. En la cuna de la Hispanidad. El clero, desaparecido del lugar santo. Lo santo desacralizado. La tierra sagrada hollada por los impíos, por las masas ignorantes (cretinizadas, que diría Juan Manuel de Prada) que están como ovejas sin pastor. El clero no está ni se le espera. Calla. No comparece.
Hay que dar la cara ante el mundo. Aunque te quedes solo, junto a la Virgen, rodeado de impíos y con buena parte del clero desaparecido y cómplice del mundo con su silencio. Tenemos que rezar el rosario a voz en grito en medio del mundo. Solos, junto a la Virgen, al pie de la cruz. Frente a los enemigos de Cristo: tanto lo externos como los internos. Nada más eficaz contra el Nuevo Orden Mundial y contra los modernista (los herejes, los cismáticos y los apóstatas) que rezar el Santo Rosario.
A los depravados y cargados con mucha mole de vicios hay que aplicarles la piedad de las santas plegarias para que se conviertan.
Conversión, penitencia. Vivamos en gracia de Dios.
19 comentarios
__________________________________
Pedro L. Llera
Yo quiero creer que lo que vi ese 28 de julio no es lo habitual. Lo quiero creer por caridad. Si fuera lo normal, era como para sacar el látigo y echarlos a todos de la casa del Señor.
No puedo escribir ninguno de los adjetivos calificativos que la situación merece por dos razones, la primera es que en estricto sentido ninguno es lo suficientemente fuerte y la segunda es que siguiendo las normas de Infocatólica, por escribir cualquiera de ellos, me tendrían que vetar de por vida.
Un abrazo, Don Pedro.
____________________________
Pedro L. Llera
Un fuerte abrazo, don Francisco. Que la Virgen de Guadalupe le cuide y le proteja siempre.
"¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?"
Hubo alguno que incluso me dijo que si había confesionarios en la Catedral de San Sebastián y en una iglesia, al menos, de Vitoria bien servidos estábamos en el País Vasco y que no tenían sentido mis quejas, quejosa que es una.
Ahora me encuentro con esto y seguro que también usted, Sr. Llera, se queja de vicio porque algún confesionario habrá en Oviedo. Es decir que si en cada capital o ciudad grande de una comunidad hay algún sacerdote que confiese el hacer 70 km, como he llegado a hacer yo, para confesarme es lo más normal del mundo aunque no estemos en la China Comunista.
Lamento enormemente esta noticia, usted que se había ido a su querido Santiago de Gobiendes y yo creía que le iban a dar un buen verano, pensé que alguien se salvaría de la peste modernista y me duele que no haya sido así. La Santina no se merece lo que cuenta.
__________________________________
Pedro L. Llera
Querida África:
El problema es que los modernistas no tienen fe. No creen en el pecado. No creen en la condenación eterna en el Infierno. No son católicos porque quien no cree uno solo de los artículos de fe, inmediatamente no cree en nada.
¿Para qué van a confesar? Todos se salvan. Y da igual la religión que profeses o que seas ateo.
Pero igual que no creen en el pecado, tampoco en los milagros ni en la resurrección del Señor "como hecho histórico" (solo es una metáfora, un símbolo de que Jesús sigue viviendo en el corazón de sus discípulos: como la Pasionaria o el Che Guevara).
No creen en la presencia real de Cristo en la Santa Hostia, ni en la maternidad virginal de María, ni en su gloriosa asunción a los cielos. No creen en nada. Son la peste hedionda de los excrementos del Demonio.
Quiera Dios que se conviertan mientras estén a tiempo.
Señoras haciendo corrillo delante del sagrario, comentando el último chascarrillo a grito pelao, altar arriba, altar abajo, poniendo, quitando, salseando en la sacristía.... Vas un rato antes de Misa a rezar y no puedes porque aquello parece la Puerta del Sol.
Rosarios, muchos rosarios don Pedro Luis.
¡Arriba los rosarios!
_______________________________
Pedro L. Llera
Todo es obra de Dios: el creer, el hacer, el que seamos obedientes y humildes. No tenemos nada que no hayamos recibido de Dios. Por la gracia de Dios, soy lo que soy. Para que obremos el bien, es Dios quien obra en nosotros y con nosotros. Es Él quien nos santifica con su gracia. Así lo expresa el Concilio de Orange:
Si alguno «no confiesa que por la infusión e inspiración del Espíritu Santo se da en nosotros que creamos y queramos o que podamos hacer, como se debe, todas estas cosas; y condiciona la ayuda de la gracia a la humildad y obediencia humanas, y no consiente en que es don de la misma gracia que seamos obedientes y humildes, resiste al Apóstol, que dice: “¿Qué tienes tú que no lo hayas recibido?” (1Cor 4,7). “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (15,16)» (Denz. 376, can. 6). «Cuantas veces obramos el bien, Dios, para que obremos, obra en nosotros y con nosotros» (379, can. 9).
El remedio que se me ocurrió a mí desde que empecé a criar hijos (y tenemos 7) es educar a los míos en eso mismo que me gustaría ver en los demás. Porque en la familia, en mi familia, es donde empieza la verdadera Caridad. Y me llena de alegría ver que aunque las edades van de 3 a 27 años, pueden comprender y vivirlo (los chiquitos aún en aprendizaje). A mí ya no me importa tanto qué hacen los demás en los templos, pero me moriría de pena si mis hijos no vivieran su Fe de manera auténtica. Dios me alcance la gracia de darle hijos piadosos, amantes de Dios y su Iglesia, sólidamente formados y humildes.
Porque así como en el Calvario hubo tumulto, burla, risas y palabrotas; la Virgen María junto a las piadosas mujeres y San Juan hicieron la diferencia. Yo quisiera que cada uno de los miembros de mi familia fueran como ellos: hicieran diferencia. Sin sentirse superiores, sino amando y reparando al "no Amado".
Yo no podré cambiar al mundo, pero puedo cambiar yo y mi familia. Y ofrecerla a Dios como ramillete perfumado. Dios me lo conceda.
_______________________________
Pedro L. Llera
Repito lo escrito anteriormente:
Todo es obra de Dios: el creer, el hacer, el que seamos obedientes y humildes. No tenemos nada que no hayamos recibido de Dios. Para que obremos el bien, es Dios quien obra en nosotros y con nosotros. Es Él quien nos santifica con su gracia.
Sin Cristo no podemos hacer nada. Pero todo lo puedo en Aquel que me conforta. Más que hacer es dejarse hacer por Dios y que se haga su voluntad y no la nuestra.
Los eslóganes del tipo "Juntos vamos a cambiar el mundo", "Un mundo más justo y fraterno es posible entre todos", "Juntos saldremos más fuertes" o "Juntos derrotaremos al Coronavirus" son brindis al sol. Es como pretender que juntos podemos parar las mareas, terminar con los terremotos y con las erupciones volcánicas o con los movimientos de rotación y traslación de la Tierra...
¿Saben ustedes qué pasa? que el hombre moderno es el superhombre nietzscheano, que se cree Dios. Cree que "querer es poder": se oye mucho eso de que hay que luchar aplicado tantas veces a enfermos graves. Como si curarse dependiera de su propia capacidad o de su actitud ante la enfermedad...
Cree el hombre moderno que puede conseguir todo lo que se proponga, si se esfuerza mucho. Cree el hombre moderno que puede ser lo que él quiera ser y lo que sienta que es. Y si me siento mujer, mujer; y si me siento gato, gato. La soberbia del subjetivismo moderno no conoce límites ni fronteras. La estupidez humana es infinita.
Nosotros no podemos cambiar nada: ni siquiera a nosotros mismos. Quien puede cambiar el mundo y cambiarme a mí es Cristo. Él hace nuevas todas las cosas. Él ha derrotado al pecado y a la muerte y se nos da como Pan de Vida para que, unidos a Él y por su misericordia, podamos alcanzar la vida eterna. Pero todo es obra de Dios: el querer, el poder, el hacer, el santificarnos... Nuestra vida y la de nuestros hijos están en sus manos. Nos queda rezar y pedir con insistencia: "hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo". No mi voluntad, sino la Suya. No quiero ser autónomo ni libre para pecar. Quiero ser siervo de Dios para ser santo. "No nos dejes caer en la tentación y líbranos del Malo".
Señor, pide lo que quieras y dame lo que pidas.
Me das todo un sermón sobre lo enseñado por el Concilio de Orange, al que adhiero plenamente. Entonces me gustaría que tuvieras la cortesía de indicarme dónde exactamente en mi comentario me expreso en contra de tal Concilio, o de cualquier doctrina católica, para así poder retractarme para gloria de Dios y salvación de las almas, comenzando por la mía.
Saludos cordiales.
____________________________
Pedro L. Llera
Ni voluntarismo ni ánimo de buscar combate ni interés en sermonear a nadie. Obvia al parecer mi comentario, que es anterior a los dos suyos. Mire: el pelagianismo y el semipelagianismo hacen mucho daño y trato de advertir a la buena gente porque, si no, llegan las frustraciones y las decepciones y los sentimientos de fracaso cuando mis intentos de cambiar el mundo o de santificarme a mí mismo no ven resultados. Lo sé por experiencia propia... Y cuando uno ha tropezado en una piedra, procura que el prójimo no tropiece también. Pero si mis comentarios le parecen impertinentes, obvielos.
Dios le bendiga.
Me parece excelente que prevengas contra el voluntarismo pelagiano o semipelagiano, es muy importante, y el padre Iraburu ha predicado maravillosamente sobre este tema en su blog. Es solo que pensé, por tu respuesta a mi comentario, que escribí alguna afirmación contraria a la doctrina católica del Concilio de Orange. Si fuese así agradecería mucho que me corrigieras.
Saludos cordiales.
________________________________-
Pedro L. Llera
"Cuidado que no sea voluntarismo de tu parte ir a buscar combates de la fe donde no los hay." ¿Quién está buscando combates y polémicas: usted o yo?
¿Quién soy yo para corregirle a usted? No busque combate ni polémica. Pierde el tiempo. Ya he dicho cuanto tenía que decir.
A mí me pasaba también que respondía a un comentarista añadiendo cosas, y la persona se pensaba que le estaba rebatiendo. Y no, no era eso. Cuando uno rebate claramente, se nota.
Ahora bien, dado que es el "tiempo de los laicos", ya creo que sería oportuno convocar a alguna cofradía ¿hay? a hacer guardias por turnos de dos o tres cofrades, que recen el Santo Rosario, al micrófono, además de alguno que se ponga de "ujier" y vaya ordenando el tránsito y colocar alguno que otro letrero en las inmediaciones, además de colocar un letrero grande a la entrada de la Santa Cueva, donde se cuente la historia y la importancia.
Gracias por todas las amables aclaraciones. Para nada combatir, solamente deseo de ser iluminado y corregido si estaba en el error, nada más. Con el comentario de Luis Fernando quedó más claro aún. Veo que viene bien tu recuerdo de la doctrina de Orange a mi comentario que está escrito de una forma que puede dar a pensar que la conversión y la acogida de la gracia vienen por iniciativa del hombre, y eso sería un error. Es más, me motivaste a releer la preciisa serie sobre voluntad/gracis del blog del P. Iraburu, que siempre hace falta refrescar en la mente, y, como dice Bernanos, todo es gracia.
El cristiano hace lo que tiene que hacer según su conciencia, los demás quizá lo que les marque las tendencias, el status quo y los códigos de pertenencia social. Hay mucha gente con gran olfato intuitivo para saber qué hay que hacer para ser aceptado socialmente, a la moda, lo último, lo obligatorio (y estas cosas se imponen desde arriba, en escala social, por las élites dominantes y lobotomizantes de las masas: vía medios, cine, marcas líderes, famosos y estrellas construidos por publicidad).
Entonces, esta gente que quiere ser aceptada socialmente, como pez necesita agua, o como borracho quiere la botella, está desesperada (sin esperanza), orientada y receptiva a lo que le manden, porque vendió o tiró su criterio. Cada ejemplar (amorfo y autómata) se agolpa para que no lo descarten y no quedarse afuera del sistema. Que representa "su muerte".
Si estamos en una sala, por ejemplo una sala de espera de algún sitio, y todo el mundo guarda silencio éste se respeta, pero basta con que dos personas se pongan a hablar en voz alta para que a los cinco minutos el lugar se convierta en una verdulería. La gente se contagia, hace lo que ve.
Enseñar a la gente a estar en los lugares sagrados o de oración tambien es una labor de apostolado y estoy seguro de que muchos están esperando que les enseñen, aunque solo sea para estar en un sitio en el que poder huir del mundanal ruido, Y muchos esperan recuperar el sentido de lo sagrado pero lo único que se les ofrece es mundanidad.
Como se lee en otra noticia de esta web, "lo primerito es la salud", y este consejo sí que se sigue al pie de la letra, geles, recordatorios, cierres...y ahora a ver hasta donde se llega con el tema de las vacunas. Diferentes otros tiempos en que incluso se saltaban las prohibiciones oficiales para rogar a Dios el remedio a nuestros males, arriesgando, y perdiendo a veces, la vida en ello. Pero había resultados.
Volviendo a lo anterior, es muy penoso, porque la gente hoy no se confiesa, quien quiere hacerlo lo tiene cada vez más difícil, muchos ya piensan que no es necesario y lo peor es que esto no les impide acercarse a comulgar. Y así no puede irnos bien. Si Dios examinara la vida de nuestras almas e hiciera la media de todos los miembros de la Iglesia, creo que hoy la nota final sería "Muy deficiente".
Ojalá aprendiésemos de la historia, al menos los católicos, que sin Dios no somos nada y nada podemos excepto ahondar más y más en el hoyo que nosotros mismos cavamos.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.
Dejar un comentario