Jesucristo, nuestro único Dueño y Señor
¡Qué raro suena a los oidos modernos eso de que Cristo es mi Amo, mi Dueño y mi Señor! ¡Pero lo es! A los modernos, oír hablar de obediencia, sumisión, etc, les chirría. El hombre moderno quiere ser amo y señor y no quiere servir a nadie, porque los conceptos de la Revolución de libertad e igualdad chocan contra cualquier tipo de dependencia o desigualdad. Y, paradójicamente, solo quien tiene a Cristo como Dueño puede ser realmente libre. Y quienes se creen libres, despreciando a Cristo, en realidad son esclavos del Príncipe de este Mundo.
Como hemos señalado en artículos anteriores, aquí hay dos bandos, dos banderas, dos ciudades: hay trigo y hay cizaña.
El mundo moderno ha hecho suyo el pecado de nuestros primeros padres: quieren ser como Dios, quieren cumplir su propia voluntad, hacer lo que les dé la gana y no obedecer a Dios, a quien desprecian hasta odiarlo.
Y unos pocos queremos dejar claro que no queremos hacer nuestra voluntad, sino la de Dios (“hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, rezamos cada día); que no queremos autodeterminarnos, sino cumplir los Mandamientos; que no queremos ser señores de nosotros mismos (“autoposeernos”, dicen los modernos), sino simples siervos de Dios. No es que ya seamos santos – somos pobres pecadores – pero queremos ser santos y rogamos al Señor que nos dé su gracia y nos cuente entre sus elegidos: como dice San Pablo, “estoy firmemente convencido de que, quien inició en vosotros la buena obra la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús.” (Filipenses 1, 6)
Y el apóstol San Pedro en su Primera Carta dice:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo quien, por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege para la salvación, dispuesta ya a ser revelada en el último momento. Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de Jesucristo. A quien amáis sin haberle visto; en quien creéis, aunque de momento no le veáis, rebosando de alegría inefable y gloriosa; y alcanzáis la meta de vuestra fe, la salvación de las almas. (1 Pedro, 3-9).
Amamos al Señor sin haberlo visto. Creemos en Cristo, aunque de momento no lo veamos y esperamos alcanzar la meta de nuestra fe, que es la salvación de nuestras almas por la gracia de Dios.
Aquí hay una multitud que quiere hacer su voluntad y ser señores de sí mismos, sin aceptar a Dios ni cumplir sus mandamientos. Son los ateos libertinos: no hay Dios ni hay mandamientos ni hay más moral que la que yo me dé a mí mismo. Dios no pinta nada en la vida personal y social de todos estos impíos. Entre la nada y la muerte, la vida no tiene más sentido que disfrutar de un hedonismo grosero que considera que no hay más felicidad que el orgasmo, la masturbación, la depravación (por eso quieren enseñar la iniquidad a los niños desde los tres años y realizan “talleres” para enseñar a masturbarse y a conocer los placeres del propio cuerpo: no conocen más felicidad que esa). El amor se reduce a la pura atracción sexual y a la satisfacción de los impulsos instintivos sin importar cómo ni con quién. No creen en el amor, ni en el compromiso, ni en la familia, ni en el sacrificio, ni en la renuncia… Mi felicidad - puramente vitalista y dionisíaca - es lo primero. Y si mis hijos estorban o impiden que yo disfrute de la vida, los abandono o renuncio a tenerlos o los aborto antes de que nazcan porque son hijos no deseados y mi voluntad, mi deseo, es la única ley que obedezco porque yo soy autónomo, libre para hacer lo que yo quiera. Y mi vida es mía, es corta y tengo que disfrutar lo máximo posible. En definitiva, la ideología liberal separa trágicamente la libertad de la verdad y de la Ley de Dios y no admite más moral que la que el propio hombre legisle según su propia conveniencia. Y así, lo malo llega a ser bueno (por ejemplo, el aborto) y lo virtuosos, ridículo (por ejemplo, el honor, la verdad o la fe en Dios); la caridad se persigue como delito de odio (por ejemplo, predicar la doctrina católica sobre la homosexualidad) y la persecución religiosa se lleva a cabo en nombre de la libertad de cultos… Todo un despropósito y un sinsentido. Pero vivimos en un mundo enloquecido y cada día más absurdo.
O Cristo es el Señor de la vida de cada hombre en particular y de la sociedad en su conjunto, como Rey del Universo que es; o el hombre se considera señor de sí mismo, despreciando a Dios. He ahí la cuestión. Dios es el Señor o el hombre es su propio señor. La Voluntad de Dios o mi voluntad; la Verdad que es Cristo; o mi verdad, mi opinión, lo que yo creo, lo que yo pienso… Porque el hombre puede ser tan soberbio que llega a poner sus propias ideas y sus propias opiniones a la misma altura que la verdad revelada por Dios a través de las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio de los Santos y Doctores de la Iglesia. ¿Qué me van a enseñar a mí San Agustín o Santo Tomás? Esos son muy antiguos. “Sé yo más que ellos porque entonces no tenían ni imprenta ni televisión”: así razona el necio moderno. “Es que son medievales”. El hombre moderno no cree que su fin sea Dios, sino que él es un “fin en sí mismo”, él es su propio fin, sin ninguna dependencia de Dios. Pero el hombre es polvo y su fin es volver a la tierra de la que salió. Así que los “fines en sí mismos” en realidad son la nada.
Vosotros estabais muertos por vuestros delitos y pecados, en los que en otro tiempo habéis vivido, siguiendo el espíritu de este mundo, bajo el príncipe de las potestades aéreas, el espíritu que actúa en los hijos rebeldes; entre los cuales todos nosotros fuimos también contados en otro tiempo y seguimos los deseos de nuestra carne, cumpliendo la voluntad de ella y sus depravados deseos, siendo por naturaleza hijos de ira, como los demás. (Efesios 2, 1-3).
Esto es el hombre sin Dios: hijo de la ira, siervo del demonio, esclavo de los deseos depravados de su propia carne.
Los que tenemos a Cristo como Señor sabemos que venimos del amor de Dios, que caminamos por este mundo hacia nuestra patria verdadera, que es el Cielo, y que nuestra vida está gobernada por la Divina Providencia. Nuestra vida tiene sentido: sabemos de dónde venimos y a dónde vamos. Y Cristo nos enseña el camino que nos conduce hacia Él. Tenemos la libertad de los hijos de Dios, que debe estar siempre unida a la verdad y al bien: no somos libres para pecar, porque el pecado nos hace esclavos de Satanás.
«Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.» Ellos le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis libres?» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres.»
Juan 8, 31-36
Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida con Cristo — de gracia habéis sido salvados — , y con El nos resucitó y nos sentó en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la excelsa riqueza de su gracia, por su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús. Pues de gracia habéis sido salvados por la fe, y esto no os viene de vosotros, es don de Dios; no viene de las obras, para que nadie se gloríe; que hechura suya somos, creados en Cristo Jesús, para hacer buenas obras, que Dios de antemano preparó para que en ellas anduviésemos.
Efesios, 2, 4-10
Es Cristo quien nos da la libertad, quien nos hace libres, quien nos salva de la esclavitud del pecado. Es Cristo el único que quita el pecado del mundo. Cristo es el único que puede cambiar el mundo para acabar con el mal, con la corrupción, con las injusticias y los abusos; y de hecho lo cambia porque unidos a Él en la Santa Comunión transforma y santifica nuestras almas.
Nos creemos que somos nosotros, con nuestra buena voluntad y nuestras ONGs, quienes vamos a cambiar el mundo y caemos tantas veces en un activismo estéril y en un pelagianismo estúpido y frustrante, pensando que nosotros solos con nuestras solas fuerzas vamos a poder construir un mundo mejor, más justo; que nosotros solos con nuestras solas fuerzas vamos a salvar el planeta y a nosotros mismos; y nos olvidamos de nuestra naturaleza caída, de los efectos del pecado original en nosotros y de la absoluta necesidad que tenemos de la gracia de Dios, en la cual hemos sido salvados por la gran misericordia de Dios. Nosotros somos sarmientos y Cristo es la vid verdadera y nosotros solo podremos dar buenos frutos si vivimos unidos a Él. Si nos separamos del Señor, no daremos frutos y solo serviremos para ser arrojados al fuego.
Nosotros somos barro en sus manos. Nuestra vida está cada segundo en las manos de Dios, porque Él es la vida y nosotros vivimos mientras Él quiera que vivamos; porque “querer hombre vivir, cuando Dios quiere que muera, es locura”; “porque en Él vivimos, nos movemos y existimos.”
Cristo es la Verdad que nos hace libres. Y es necedad creerse libre viviendo en el pecado. Es una mentecatez creer que se puede ser libre sin Dios o pensar que Dios - que es Libre y nos ha creado libres - nos resta libertad imponiéndonos unos mandamientos imposibles de cumplir: fiel es Dios que no permitirá que seamos tentados sobre nuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación nos dará modo de poderla resistir con éxito.
Cristo es nuestro salvador, nuestro liberador de la esclavitud del pecado; Cristo es el único que nos puede dar la libertad.
“El que es de Dios escucha las palabras de Dios; vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios.” (Jn 8, 47). El mundo moderno no quiere la libertad que Cristo nos da. Quiere tener permiso para hacer lo que a cada uno le plazca y ser autónomo para decidir por sí mismo lo que está bien o lo que está mal. El mundo moderno se arrastra como la Serpiente del paraíso, rebelándose contra Dios. No quiere obedecer a Dios. Quiere ser libre sin ningún tipo de trabas para poder hacer el bien; o para hacer el mal y pecar, si quiere. Pero la libertad para el mal no es verdadera libertad.
Si la posibilidad de apartarse del bien perteneciera a la esencia y a la perfección de la libertad, entonces Dios, Jesucristo, los ángeles y los bienaventurados, todos los cuales carecen de ese poder, o no serían libres o, al menos, no lo serían con la misma perfección que el hombre en estado de prueba e imperfección.
El Doctor Angélico se ha ocupado con frecuencia de esta cuestión, y de sus exposiciones se puede concluir que la posibilidad de pecar no es una libertad, sino una esclavitud. Sobre las palabras de Cristo, nuestro Señor, el que comete pecado es siervo del pecado, escribe con agudeza: «Todo ser es lo que le conviene ser por su propia naturaleza. Por consiguiente, cuando es movido por un agente exterior, no obra por su propia naturaleza, sino por un impulso ajeno, lo cual es propio de un esclavo. Ahora bien: el hombre, por su propia naturaleza, es un ser racional. Por tanto, cuando obra según la razón, actúa en virtud de un impulso propio y de acuerdo con su naturaleza, en lo cual consiste precisamente la libertad; pero cuando peca, obra al margen de la razón, y actúa entonces lo mismo que si fuese movido por otro y estuviese sometido al dominio ajeno; y por esto, el que comete el pecado es siervo del pecado»
(Libertas, 5)
Hijos míos, que nadie os engañe. Quien obra la justicia es justo, como Él es justo. Quien comete el pecado es del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del Diablo.
Juan 3, 7-10
Quien no cumple la voluntad de Dios, quien no cumple sus mandamientos, peca. Y quien comete pecado es del Diablo: esclavo de Satanás.
La modernidad liberal, hija de la Revolución, desprecia a Dios. No acepta la soberanía de Dios: cada uno es soberano de sí mismo. Por eso camina hacia su perdición. Pero lo peor es que la revolución ha entrado también en la Iglesia y el liberalismo, tantas veces condenado, se ha infiltrado en forma de modernismo, negando los dogmas, pisoteando la santa doctrina, falsificando la liturgia, anunciando comuniones sacrílegas y bendiciones a pecadores y depravados. No se puede ser católico y favorecer leyes como la del aborto o la de la eutanasia o aprobar leyes inicuas que promuevan la depravación y la inmoralidad. Los católicos debemos ser coherentes, en nuestra vida privada y en nuestra vida pública, con nuestra fe. Así lo enseña León XIII en la Inmortale Dei (párrafo 23):
Tampoco es lícito al católico cumplir sus deberes de una manera en la esfera privada y de otra forma en la esfera pública, acatando la autoridad de la Iglesia en la vida particular y rechazándola en la vida pública. Esta distinción vendría a unir el bien con el mal y a dividir al hombre dentro de sí, cuando, por el contrario, lo cierto es que el hombre debe ser siempre consecuente consigo mismo, sin apartarse de la norma de la virtud cristiana en cosa alguna ni en esfera alguna de la vida.
Termino con una parte de la ya de por sí corta Carta de Judas y que tomen nota los cismáticos y herejes alemanes y los modernistas de aquí y allá:
Porque disimuladamente se han introducido algunos impíos, ya desde antiguo señalados para esta condenación, que convierten en lascivia la gracia de nuestro Dios y niegan al único Dueño y Señor nuestro, Jesucristo.
Quiero recordaros a vosotros que ya habéis conocido todas las cosas, cómo el Señor, después de salvar de Egipto a su pueblo, hizo luego perecer a los incrédulos; y cómo a los ángeles que no guardaron su dignidad y abandonaron su propio domicilio, los tiene reservados en perpetua prisión, en el orco, para el juicio del gran día. Cómo Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, que, de igual modo que ellas, habían fornicado, yéndose tras los vicios contra naturaleza, fueron puestas para escarmiento, sufriendo la pena del fuego perdurable. También éstos, dejándose llevar de sus delirios, manchan su carne, menosprecian la autoridad y blasfeman de las dignidades.
Estos injurian lo que ignoran y se corrompen en las cosas que, como animales irracionales, conocen por instinto. Estos son murmuradores, querellosos, que viven según sus pasiones, cuya boca habla con soberbia, que por interés fingen admirar a las personas.
Estos son deshonra de vuestros ágapes; banquetean con vosotros sin vergüenza, apacentándose a sí mismos; son nubes sin agua, arrastradas por los vientos; árboles tardíos sin fruto, dos veces muertos, desarraigados; olas bravas del mar, que arrojan la espuma de sus impurezas; astros errantes, a los cuales está reservado el orco tenebroso para siempre.
Pero vosotros, carísimos, acordaos de lo predicho por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo. Ellos os decían que a lo último del tiempo habría viciosos que se irían tras sus deseos impíos. Estos son los que fomentan las discordias; hombres animales, sin espíritu.
Pero vosotros, carísimos, edificándoos por vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la vida eterna.
A Aquel que puede guardarnos sin pecado y hacernos ante su gloria irreprensibles con alegría – al único Dios, salvador nuestro, Jesucristo, nuestro Señor – sea la gloria, la magnificencia, el imperio y la potestad desde antes de los siglos, ahora y por todos los siglos. Amén.
11 comentarios
La pregunta -aún interesada, especulativa y egoísta- es más inteligente quedarse afuera que por lo menos reconocer a Cristo por sus obras ?.
Es más inteligente responder al que me creó con amor para que comparta su vida o hacer lo contrario y creerme que yo puede más que Dios ?.
En el mero orden natural no es más sencillo quedarse con el que te mantiene con vida ?.
Nada podemos sin Dios, es tan complejo aceptar eso ?.
(Añadese ironía)
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Pedro L. Llera
Los documentos vaticanos más recientes que cito son la Encíclica Inmortale Dei de 1885 y la Encíclica Libertas Praestantissimum de 1888: ambas de León XIII.
Yo es que soy muy antiguo...
Para los creyentes Dios es el principio y fin de todo. Dios está por encima del hombre.
Para el que no cree en Dios, el principio y fin es el mismo y nada hay por encima de él.
Un primer problema es que piensa, cree saber, que los demás hombres también piensan como él, y lógicamente es inevitable una contraposición entre sus deseos y los de los demás. Y se produce una lucha, que si no se manifiesta es hasta que no se suente más poderiso que los demás.
El segundo problema que se le presenta es la contradicción que supone el creerse lo más importante y no poder imponerse.
Si no es más egoísta es por que no puede, si respeta es por el miedo a la fortaleza del otro o de los otros, y cuando los otros no se oponen a sus placeres, los práctica sin mirar el mal que para otros supone.
Esta es la sociedad que no condena de la misma manera el llamado turismo sexual, que el abuso de menores en su país.
¿Pero puede llamarse respeto al menor, si no se respeta cuando puede evadir el castigo? Todo se lo permite, si puede.
En cuanto al rechazo a toda autoridad es algo que se ve en la Iglesia, cuando se defiende un Concilio con la misma fuerza con que se rechaza otro, o se defiende a un Papa mientras se rechaza a otro. El Concilio o el Papa lo son si piensan como yo. No están por encima de mi, son respetables en cuanto son afines a mi.
El peligro, el hedonismo ha calado en los cristianos. En algo hemos pasado de ser levadura, ha dejarnos fermentar.
Por Quién es Él y por lo que hizo y hace día a día por mi.
Sólo añado,que cuando se reza el Padre Nuestro, la primera palabra,Padre,lo dice todo.Y en la tentación, pensar en la eternidad.
Debe tenerse en cuenta esto, porque hoy aflora un cristocentrismo que hace caso omiso de la Virgen, se silencian sus intervenciones extraordinarias, se las combate, desde La Salette hasta Fátima, de la cual se silencia el anuncio del triunfo de Su Corazón Inmaculado en el mundo.
Cristo obra por Medio de María, y nadie llega a Cristo sino por medio de María.
Ella, la Señora Vestida de Sol, es quien nos librará del anticristo, pisando la cabeza del dragón. Ha recibido de Dios la alta y exclusiva Misión de librar al mundo de la usurpación por el demonio.
Nada podemos hacer si no obramos bajo la Conducción y Poder de María. Ella no se interpone entre nosotros y Cristo, sino por el contrario, es nuestro vínculo con Cristo.
Por ello, la auténtica vocación cristiana es necesariamente mariana, Jesús dice en San Nicolás: “Quien rechaza a Mi Madre, a Mí me rechaza”.
Proclamemos a Cristo siempre unido a Su Madre. No es un huérfano, tiene por Madre a la que es Madre y Reina del Cielo y de la tierra, Trono y Santuario de la Santísima Trinidad, Hija del Padre y Esposa del Espíritu Santo.
Si queremos Amar a Dios, hagámoslo de un modo sublime, amando a su propia Madre que Él mismo hizo nuestra en la Cruz y nos la entregó para siempre....
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