Formación para Maestros

Este es el único que nos puede hacer santos. Este es el único que puede cambiar el mundo.

Como no encuento formación para profesores de escuelas católicas similares a esta que comparto con ustedes, pongo este texto a su disposición por si a alguien le puede venir bien. Que sea para mayor gloria de Dios.


Tus heridas nos han curado

Que existe el mal en el mundo resulta evidente. Sólo hay que abrir un periódico o ver un informativo en televisión: violaciones, corrupción, tráfico de drogas, asesinatos, violencia… Si hay violaciones es porque hay violadores que anteponen sus deseos de placer a cualquier otra consideración. Si hay corrupción es porque hay personas que desean enriquecerse a toda costa, al margen de cualquier principio moral, y roban sin rubor lo que no les pertenece. Si hay asesinatos, es porque hay asesinos que odian al prójimo hasta el punto de matar. Si hay adulterios, es porque hay adúlteros incapaces de mantener su palabra y de ser fieles a sus maridos o a sus esposas y que buscan el placer propio antes que el bien del otro. Si hay niños abandonados, es porque sus padres prefieren su propia comodidad o trabajar mucho y ganar dinero antes que cuidar y educar a sus hijos, porque el bienestar prima por encima de todo. Algunos ya deciden que no merece la pena tener hijos, porque estorban, te obligan a sacrificarte por ellos y no te dejan “disfrutar de la vida”. Y así podríamos seguir y no pararíamos.

Todos somos pecadores. El mal es el pecado. Pecar consiste en traicionar a los hermanos y a Dios. Pecar consiste en querer hacer siempre “lo que me apetece”, “lo que me gusta”, aunque sea lo contrario de lo que debo. Dios nos dejó sus mandamientos: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo; no matar, no robar, no mentir, honrar al padre y a la madre, no cometer adulterio, no cometer actos impuros… Y nosotros estamos empeñados en no obedecer los mandamientos. Creemos que los mandamientos nos quitan libertad. Así que nos los saltamos a la torera creyendo que así seremos más libres y más felices. Y la realidad es que entonces somos más esclavos y más desgraciados. Paradójicamente, cumplir los mandamientos, lejos de esclavizarnos, nos libera: ¡Qué distinto sería el mundo si cumpliéramos el Decálogo!

Quienes no cumplen los mandamientos y viven en pecado mortal son esclavos del Demonio y, si no se convierten, serán condenados a las penas del Infierno (un infierno que ya empieza aquí mismo…). Pero Cristo, el Hijo de Dios, se hizo hombre y pagó en la cruz el precio de nuestra salvación. Él asumió sobre sí mismo el castigo que nosotros mereceríamos por nuestros pecados. Pagó con sus propia sangre la deuda que nosotros contrajimos pecando. Por eso Cristo es nuestro salvador. Nos salva, efectivamente, del castigo que merecemos todos por nuestros pecados. Y nos salva si nos arrepentimos y pedimos perdón. Si volvemos a la casa del Padre arrepentidos, Él nos espera con los brazos abiertos. Si lloramos nuestros pecados a sus pies, el Señor nos perdona y nos abre las puertas del Cielo. Él está dispuesto a darnos su gracia para que podamos ser santos.

El problema es que hoy en día la mayoría de la gente no cree en Dios, ni en que haya cielo ni infierno ni nada. Si Cristo volviera hoy, no encontraría más fe que la que había en Sodoma y Gomorra. Pero el Cielo es real. Y el Infierno, también. Y Cristo es el verdadero Rey. Y esperamos  ese “retorno del Rey” (como Tolkien en El Señor de los Anillos) para que acabe con los orcos de Mordor y que el largo invierno de Narnia se acabe y vuelva la primavera: porque “habrá un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitará la justicia y Dios enjugará toda lágrima y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre” (Apocalipsis 21).

La fe se recibe por la predicación, leyendo, estudiando y sabiendo en qué consiste aquello en lo que cree la Iglesia (por eso se dan catequesis o se imparten homilías en las misas). Si no conoces la fe de la Iglesia, ¿cómo vas a creer? Y una vez que sé y conozco la verdad revelada a través de la Iglesia, yo soy libre de creer o no creer. Porque la fe también es un acto de asentimiento de la voluntad: o sea, que si creo es porque quiero libremente creer; porque me da la real gana. Ahora bien, ese conocer, ese entender y ese querer creer no nos lleva a la conversión, si no es por la gracia de Dios que actúa en nosotros. Jesús le dice a Pedro, después de que este haya proclamado públicamente que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en los cielos”.  La fe es un don de Dios, un regalo inmerecido. Sólo podremos creer y tener fe si el Padre que está en el Cielo nos la da. Por eso la fe no se puede imponer a nadie: ¡menuda necedad! La fe se puede anunciar y enseñar, pero sólo fructificará en aquellos a quienes el Espíritu Santo les conceda esa gracia. Por eso, la fe hay que pedírsela a Dios con insistencia. Si es que tenemos interés en creer… Lo repito: yo creo porque me da la gana. Pero me da la gana porque el Señor ha movido antes mi inteligencia y mi voluntad para que entienda y para que quiera creer (el Señor cura a ciegos y paralíticos y hasta resucita muertos). La fe nos da esperanza y nos impulsa a vivir amando.

Las llagas de Cristo nos curan de la mayor enfermedad de nuestro tiempo: la desesperación. La vida sin Dios no tiene sentido. El hombre de hoy se siento solo y sin respuestas ante el dolor, el sufrimiento y la muerte. No es raro que el suicidio sea la primera causa de muerte no natural (más que los accidentes de tráfico) en nuestras sociedades del bienestar.

Todos queremos una sociedad más justa, más humana. Todos queremos que se acabe con la pobreza, con las desigualdades, con la violencia, con la corrupción. Y las ideologías políticas nos ofrecen recetas para salvarnos de todos estos males. Peros sus recetas son engañosas, falsas, venenosas. El único que nos puede salvar es Cristo. Y nos salvará en la medida en que nosotros nos dejemos salvar. Si dejamos que Cristo sea nuestro Rey, nuestro Señor, Él nos dará la gracia de su Espíritu Santo y hará que nuestro corazón sea semejante al suyo. Sólo en la medida en que cada uno de nosotros seamos santos, por la gracia de Dios, el mundo cambiará. La única revolución es la revolución del amor y los únicos que cambian el mundo son los santos (por la gracia de Dios). Por eso debemos llamar a todos a la conversión con urgencia. Hay mucho dolor, mucho sufrimiento, muchas injusticias en el mundo. Y el mundo necesita santos para curar, para servir y amar a todos siempre. No sólo es urgente pedir al Señor que me haga santo a mí, sino que es necesario pedirle al Señor que conceda el don de la fe a todos aquellos a los que amamos. Porque sólo así se salvarán y serán felices.

Las llagas de Cristo nos salvan, nos santifican. El Señor nos ha dejado los sacramentos como cauces de su gracia: el bautismo, la confesión, la eucaristía (y los demás sacramentos también) son esos cauces que el Señor nos regala. Por la confesión, es el mismo Señor quien nos perdona nuestros pecados y nos da la gracia para levantarnos e ir santificándonos poco a poco. La Eucaristía repite el sacrificio de Cristo en la Cruz de manera incruenta en cada Santa Misa para que el Señor viva en nuestro corazón y lo transforme, haciéndolo semejante al suyo; para que nosotros podamos amar al prójimo como Él nos ama; para que podamos ver al mundo como Él lo ve; para que podamos bendecir a los demás como Él quiere bendecirlos. Sólo con la ayuda de su gracia podemos ser como Cristo para los que nos rodean. Sirvamos, curemos, bendigamos y amemos a los demás como Cristo. Seamos santos en medio de nuestro mundo. Entonces – y solo así –  el mundo será mejor.

Un colegio católico debe ser una escuela de santidad. Los profesores debemos ser santos y vivir en gracia de Dios para que podamos ser dignos instrumentos del Espíritu Santo. Los niños se merecen maestros santos porque solo los santos pueden enseñar a los niños lo realmente importante: que Dios los quiere a cada uno de ellos, con su nombre y apellidos; que cada uno de ellos son únicos e irremplazables. Los niños deben sentirse en el Colegio tan queridos como en sus casas. Y si corregimos, corrijamos con amor, buscando siempre el mayor bien para los niños.

La familia es el primer ámbito educativo y el más importante porque los padres queremos a nuestros hijos tal y como son: sin condiciones, con sus virtudes y sus defectos. A los padres no nos importa que nuestros hijos sean más guapos o más feos, más listos o más torpes; y si uno de nuestros hijos sufre alguna enfermedad o alguna discapacidad, lo queremos más aún si cabe y nos sacrificamos más todavía por ellos.

Y en la escuela, los maestros debemos amar a los niños con un amor, si no igual, sí semejante al que sus padres y sus madres sienten por ellos. Sin amor no hay educación posible. Una escuela con meros “trabajadores” de la enseñanza, únicamente preocupados por cumplir un horario y cobrar a fin de mes, sería un puro desastre (y así son la mayoría). Primero amemos a los niños, conozcamos los talentos que Dios les ha dado y ayudémosles a desarrollarlos. Y enseñémosles con la palabra y, sobre todo con nuestro buen ejemplo, el valor de la santidad. Así también ellos querrán aspirar a ser santos como sus maestros. Y si los niños vienen heridos (las separaciones y los divorcios traumáticos están a la orden del día) o maltratados a la escuela, curémoslos dándoles todavía más amor si cabe durante las horas que están con nosotros en el Colegio. Y, sobre todo, recemos por ellos. Rezar por alguien es amarlo. Y los maestros debemos rezar a diario por nuestros alumnos y por sus familias. Lo que yo no puedo, lo puede Dios. Creamos en la fuerza y en el poder de la oración. Todos deberíamos empezar cada mañana delante del sagrario rezando por los niños que el Señor nos encomienda e implorando la gracia de Dios para que nos ayude en nuestra labor. Un maestro que no reza ni vive en gracia de Dios no puede ser un buen maestro en una escuela católica. Como mucho, podrá ser un buen instructor. Pero no un buen maestro a imagen del único Maestro verdadero, que es Cristo.

Tal vez me objetéis que todo esto es un ideal inalcanzable o que es imposible. Pero tened en cuenta que lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios: ¿Qué hay de imposible para aquel que cree, qué hay de difícil para aquel que ama? “Todo lo puedo en Aquel en que me conforta”. Todo lo hace Él.  Dejémonos hacer y dejémosle hacer a través de nosotros: como hizo María. Simplemente, digámosle un sí como el que le dio nuestra Madre Inmaculada.

Que la Santísima Virgen María, Madre y Maestra, nos ayude a amar y a enseñar a nuestros alumnos con la misma ternura y la misma capacidad de sacrificio con que ella amó y cuidó a Nuestro Señor Jesucristo. Ella, la llena de gracia, nos enseña el camino de la santidad: que vivamos nosotros también llenos de gracia. Porque el que da sabiduría, entendimiento, ciencia, consejo, fortaleza y piedad es el Espíritu Santo: no nosotros. Si somos siervos fieles y vivimos en gracia de Dios, podremos ser instrumentos del Espíritu Santo en la misión educativa. Si no, seremos unos pobres “desgraciados” (= sin gracia de Dios) que poco o nada podremos aportar de bueno a nuestros niños.

4 comentarios

  
María de las Nieves
Otro artículo suyo lleno de amor, que sepa la gran alegría que nos da leer sus escritos y contagiar de Amor de Jesucristo a los que tiene a su cargo en el colegio y a todos nosotros.
Educar implica un amor muy grande ,esa corriente que viene de lo alto de la Cruz y Resurrección se contagia y se dona.Ud siga contagiando a los suyos cercanos.
Ser profesor ,ser médico no es solo una profesión ,es encontrar la raíz y la luz de saber para qué fuiste elegido y ahí está la vocación . Y ser sacerdote es una llamada especialísima,hoy tenemos que suplicar al Señor que nos envíe sacerdotes santos y nos contagien del Amor de Aquel que dio todo por Amor para nuestra Redención y salvación.
El Señor nos llama para amarle y que nos amemos ,es un gran Don ,no hay otro Camino.Amor y servicio.
06/09/18 10:48 PM
  
José Luis
Son artículos que ayudan mucho a los que de verdad buscan a Dios, Muchisimas gracias, Don Pedro.
07/09/18 11:35 AM
  
Juan
Si quieren formarse o formar maestros lean las obras del padre Manjón "El maestro mirando hacia adentro" y "El maestro mirando hacia fuera". Es extraño el desconocimiento de la obra de Manjón por parte de los católicos en general y de las maestros y personas relacionadas en particular. Es importante leer su diario publicado por la BAC.
07/09/18 2:27 PM
  
Alberto Mínimo
Me ha emocionado tu cita paulina "Todo lo puedo en aquel que me conforta", tan bien traída. Amigo y hermano, que muy pronto nos reencontremos allí donde tanto aportaste y, estoy seguro, también tanto aprendiste. Encomiendo esa intención al mismo san Pablo, nuestro patrón, y a Nuestra Señora, que no nos ha abandonado.
10/09/18 11:36 PM

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