Ser Cristiano Hoy (III)
Vía Iluminativa
Consolación, desolación, encuentro con Cristo… Todos estos conceptos que acabamos de explicar tienen que ver con la oración. Pero, ¿Qué tengo que hacer para rezar? ¿Cómo se reza? ¿Qué es la oración para un cristiano?
La oración es diálogo, es relación con el Otro, con Alguien que está dentro de mí y me trasciende. Orar es conversar con Cristo, que es una Persona. ¿Y cómo puede ser eso? Pues porque Jesús vive, Dios vive y está cerca de nosotros. Nuestro Dios no es un juez lejano y distante que no se preocupe por nosotros: es un Padre bueno que nos quiere y nos protege y se preocupa por nosotros. Dios nos quiere. Y está esperando a que le dejemos un hueco en nuestra vida para mimarnos, orientarnos, aconsejarnos. Él es la Luz que puede iluminar nuestra vida para enseñarnos el camino que conduce a la plenitud, que es Él mismo. El Señor es la Luz que ilumina las tinieblas:
En la noche dichosa
en secreto que nadie me veía,
ni yo miraba cosa
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquésta me guiaba
más cierto que la luz de mediodía
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía
en parte donde nadie parecía.
La luz que arde en el corazón me guía en el camino hacia el encuentro con Dios: “nadie viene al Padre, sino por mí”, dice Cristo.
La mística es una experiencia de encuentro con el Señor a través de la oración, de los signos de los tiempos y de los sacramentos.
La Oración
¿Cómo se reza? ¿Qué debo hacer si quiero rezar? En primer lugar, debemos aclarar que no hay una única forma de rezar. Trataré de explicar cuatro maneras distintas (hay más, pero esto tampoco es un tratado sobre la oración) de orar que conducen a un mismo fin: el encuentro con Cristo.
En la oración se ponen en marcha todas nuestra potencias: la voluntad, los sentimientos, el entendimiento, la imaginación. El hombre debe entregarse por entero y poner todo su “yo” en juego para amar a Dios, porque rezar no es otra cosa que un modo de expresar nuestro amor a la Santísima Trinidad: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Ese es el primer mandamiento:
“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente.”
Cuando recemos experimentaremos sentimientos, pero también ejercitaremos la voluntad para mantenernos en la soledad y el silencio también cuando no sentimos nada; y por último, el contacto con el Señor nos irá permitiendo conocerlo cada día más para así poder quererlo también más cada día.
La oración contemplativa
La oración contemplativa es una manera de rezar que tiene varios momentos:
En primer lugar, tenemos que buscar un sitio tranquilo. Tenemos que estar solos y en silencio (la soledad sonora), en paz y relajados. La soledad de mi habitación puede ser un lugar adecuado; o la naturaleza o, mejor aún, delante del Sagrario.
A continuación, debemos hacer un acto de fe. Sin fe, no hay nada que hacer. Pongámonos en la presencia de Dios: “Señor: sé que estás aquí conmigo. Quiero estar en tu presencia, quiero estar este rato contigo como un amigo está con otro”.
Después se puede hacer oración de petición: le pedimos a Dios por nuestras necesidades; podemos pedirle que nos dé la fe; podemos pedir por nuestros amigos, por nuestra familia… “Pedid y se os dará”.
Una vez hechas las peticiones, la contemplación consiste en ver y oír lo que Dios tiene que decirnos. Para eso se comienza por leer algún pasaje del Evangelio o del Antiguo Testamento. La oración contemplativa consiste en imaginarme como parte de la escena que haya leído. Yo me meto dentro de la escena para oír lo que dicen los personajes; puedo identificarme con alguno de ellos, escuchar las palabras que Jesús pronuncia y sentir esas palabras como si me las dirigiera a mí. Y en esa contemplación, surgirán seguramente distintos sentimientos. Esos sentimientos son las “mociones” del Espíritu. A veces sentirás alegría; a veces, dolor por tus pecados; otras veces, puede que te sientas aludido o interpelado por lo que Jesús dice. Otras veces no sentirás nada: es la desolación espiritual a la que nos referíamos con anterioridad. Si no sentimos nada, el Señor pondrá a prueba nuestra fe y nuestra perseverancia; o puede ser que estemos necesitados de confesarnos para poder recuperar la cercanía del Señor. Dios se comunica a través de esos sentimientos, de esas mociones que el Espíritu Santo va suscitando en nosotros.
Dice san Ignacio que “no el mucho saber harta y satisface el ánima, sino el gustar de las cosas internamente”. Esto quiere decir que en la oración contemplativa no se trata de leer mucho, sino de sentir mucho. No se trata de hablar mucho, sino de escuchar mucho. No se trata de hacer, sino de dejarse querer. Por eso, cuando en un momento dado te encuentres feliz, alegre y en paz en la oración, no sigas adelante: quédate ahí. Ya has conseguido lo que buscabas, que no era otra cosa que encontrarte con el Señor. Puede ser que en el primer punto, cuando te pones en presencia del Señor, ya sientas esa luz, esa llama que arde en el corazón (la zarza ardiente de Moisés o lo que expresan los discípulos de Emaús tras su encuentro con el Resucitado: “¿No ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras?”). Pues no sigas adelante, quédate ahí. O puede ser que en las peticiones encuentres de pronto al Señor. No sigas adelante: no hace falta más. O puede que al leer el texto de las Sagradas Escrituras que tu director espiritual te haya propuesto contemplar, leas una línea o una palabra en la que, de pronto, encuentras el gozo del encuentro con el Señor. Pues ahí te quedas: repite esa palabra en tu interior, deja que la Palabra cale en ti.
Dicho esto, una vez que hayas terminado la contemplación, empieza el coloquio, que no es otra cosa que dialogar con el Señor como una amigo habla con otro amigo. Pregúntale, quéjate, pide perdón, pide fe… Y escucha: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”, le dice Samuel al Señor cuando escucha su llamada. Déjale hablar a Él, no vaya ser que con tu palabrería no le dejes meter baza a Él…
Por último, da gracias a Dios por ese rato de oración, por lo que sentiste o por lo que no hayas sentido. Dar gracias a Dios, en todo momento, es justo y necesario: gracias por la vida, por tu familia, por tus amigos, por el paisaje, por la naturaleza, por la entrega de Cristo en la cruz, por el amor que el Señor te tiene, por los regalos y los mimos que te ha ido dando a lo largo de la vida; por los talentos que te ha concedido…
He mencionado antes al director espiritual. Es bueno que en esta aventura de ir al encuentro de Dios no vayamos solos. Un sacerdote santo y con experiencia nos puede ir orientando en el camino; puede ir proponiéndonos itinerarios; puede ayudarnos a discernir los sentimientos y las mociones que el Espíritu nos va regalando, porque a veces es fácil que el Maligno trate de engañarnos. Satanás va a tratar de impedir por todos los medios que alcancemos lo que nos proponemos: encontrarnos con nuestro Salvador. El Tentador tratará de obstaculizar nuestra búsqueda: nos dirá que estamos perdiendo el tiempo, que Dios no existe, que son todo imaginaciones nuestras; nos dirá que nos vayamos a ver la televisión o a divertirnos; nos propondrá toda clase de ruidos para impedir que consigamos ese silencio interior necesario. Satanás es como una serpiente astuta que, con apariencia de bien, querrá que nos perdamos. Para evitar los engaños del Malo, la labor del director espiritual es fundamental, tanto en los Ejercicios Espirituales como en la vida corriente.
Contemplar la vida del Señor, su predicación, sus milagros; las escenas de su pasión, muerte y resurrección, nos ayudará a conocer internamente a Cristo, para quererle más. Si no conoces a Cristo, no puedes amarlo ni mucho menos, seguirlo. Y para conocer a Alguien, tienes que tener confianza y trato frecuente con Él.
La meditación
Meditar consiste en reflexionar sobre algún texto sagrado o sobre alguna lectura espiritual que pueda darte luz (seguimos en la Vía Iluminativa) para orientarte en la vida.
Leer las lecturas de misa de cada día puede ser una buena forma de meditación diaria. La Iglesia propone unos textos de las Sagradas Escrituras que se leen en todas las eucaristías que se celebran ese día en cualquier parte del mundo. Eso, para empezar, ya te pone en comunión con toda la Iglesia Universal.
En la actualidad, hay muchos medios para saber qué lecturas son las que corresponden a la misa del día. En Internet hay muchas páginas que difunden la Palabra de Dios e incluso te la pueden enviar por correo electrónico cada día. Más fácil, imposible.
Leyendo esos textos puedes descubrir cómo la Palabra de Dios siempre es actual y siempre tiene algo que decir que te afecta directamente a las circunstancias particulares de tu vida. Lee con calma. Dedica unos minutos de tranquilidad a degustar las palabras de las lecturas. Y si encuentra algo que te hace vibrar, quédate ahí, como en la oración contemplativa. Esa expresión o esa palabra que hace que el alma se caldee por dentro es lo que Dios te está poniendo delante para decirte algo: unas veces será para animarte y que no te vengas abajo ni pierdas la esperanza; otras veces será para tirarte de las orejas y corregirte; otras para infundirte coraje; otras, para ayudarte a tomar alguna decisión… Lee y gusta; y aplica la Palabra del Señor a tu vida y a tus circunstancias particulares.
Es conveniente, para no caer en falsas interpretaciones o en herejías protestantes, interpretar la palabra de Dios siempre conforme al magisterio de la Iglesia. Por eso es necesario leer lo que el Catecismo, los santos, los obispos o el Papa han dicho sobre esa lectura que estás haciendo. Porque no puedes entender lo que te dé la gana: la Palabra de Dios sólo debe interpretarse conforme lo ha hecho la Iglesia a través de sus santos, según la Tradición y la sana doctrina. En eso consiste la comunión de los santos: la Iglesia no empieza ni acaba conmigo. Yo formo parte de una Historia de Salvación dentro de la Iglesia que peregrina en este mundo hasta el fin de los tiempos. Así que ¡ojo con las novedades, con las interpretaciones originales y los “modernismos”! Es verdad que las circunstancias históricas cambian, pero el mensaje de Cristo siempre es el mismo. No debemos caer en la tentación de adulterar la Palabra de Dios para hacerla más popular. Eso sería falsear la fe de la Iglesia.
Por otra parte, meditar sobre la vida de los santos que se celebran cada día también puede ayudarnos a sacar enseñanzas para nuestra propia vida. Los santos nos preceden en la Historia de la Salvación y nos proporcionan inestimables ejemplos de vida.
Podemos completar nuestra meditación con las peticiones que queramos hacerle al Señor, tanto por nuestras necesidades como por los demás. La oración de intercesión es muy importante: yo no soy el ombligo del mundo y hay muchas personas próximas o lejanas que pasan por momentos difíciles y que necesitan de nuestra oración. Seamos generosos.
El rosario: la oración de la paz
El rosario es la oración mariana por excelencia. María es nuestra madre del cielo, la madre de nuestro Salvador. Ella intercede por nosotros y nos cuida y se preocupa por nosotros como toda madre hace por sus hijos. Y muchas veces ni nos acordamos de ella.
El rosario es un tipo de oración que nos permite contemplar los misterios de nuestra salvación mientras le echamos piropos a la Santísima Virgen. Rezar el rosario no exige una concentración excepcional ni unas dotes especiales. El rosario es la oración de la gente sencilla: cualquiera puede rezar el rosario. No lleva mucho tiempo ni es una oración “complicada”. Es una oración adecuada para el día a día, cuando no tienes mucho tiempo; o para cuando estás pasando por momentos de desolación, de silencio de Dios, de sequedad en la oración. También es una oración perfecta para cuando estás agobiado, preocupado, angustiado… la repetición cadenciosa del Ave María y del Padre Nuestro te devuelve la paz, a la vez que depositas tus problemas y tus preocupaciones en manos de Dios, poniendo en Él tu confianza. Cuando estás mal, cuando te viene el bajón, ¿a quién acudir mejor que a tu Madre? Ella te comprende, te quiere, te consuela; como cualquier madre hace con su hijo.
No hay mejor arma para combatir al demonio que el rosario: es un arma de construcción masiva. En cualquier momento puedes echar mano del rosario y rezar alguno de sus misterios, aunque no sean los cinco del día… Os aseguro que, por mal que estés, después de rezar el rosario habrás recuperado la paz del alma y verás los problemas con otros ojos. Prueba: no cuesta nada…
La Adoración al Santísimo
La adoración a Cristo Eucaristía es una de las formas más sublimes de oración. El Señor y tú, cara a cara. Silencio y contemplación del Señor. Silencio. Hay veces que en determinadas oraciones comunitarias hay una especie de miedo al silencio y quienes dirigen el acto no se callan ni amordazándolos. Seguramente hay miedo a que los asistentes se aburran o se cansen. Pero para encontrarse con el Señor hace falta silencio: “la música callada, / la soledad sonora”.
¡Cómo no quedar asombrado ante la contemplación del Hijo de Dios, del Verbo, por quien fue creado todo cuanto existe; del Dios hecho hombre, que caminó por nuestros caminos anunciando la Buena Noticia para los pobres; del mismo Jesucristo que padeció por nuestros pecados, que fue azotado por mis culpas, que sufrió la humillación y la soledad y que murió derramando su sangre por mí! ¡Cómo no caer de rodillas ante su presencia!:
“Porque en Él fueron creadas todas las cosas que están en los cielos y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, dominios, principados o autoridades. Todo fue creado por medio de Él y para Él”. (Colosenses 1, 16).
“Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los abismos; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”. (Filipenses 2, 9 - 11).
Quedarse “embebido”, “absorto” y “ajenado” ante nuestro Señor. Simplemente estar ahí y adorar a Cristo, verdaderamente presente en el Pan de Vida:
«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».
“¡Señor mío y Dios mío!”: No hace falta nada más.
Gracias a Dios cada vez hay más parroquias que tienen su capilla de adoración perpetua. La Iglesia, como señala una y otra vez el Papa Francisco, no es una ONG. La Iglesia transmite a Cristo. Necesitamos adorar, empaparnos del Señor, estar en su presencia ensimismados.
No sé por qué cada vez veo menos gente de rodillas en la misa en el momento de la consagración: eso también es adoración. Tampoco sé por qué se comulga muchas veces con tan poca devoción ni sé por qué resulta tan complicado dar la comunión de rodillas en las misas. Ni entiendo por qué en muchas iglesias se ha quitado el sagrario del altar mayor y se ha apartado al Señor a una capilla lateral. El Señor es el centro de nuestra fe.
Es urgente recuperar la costumbre de visitar las capillas en los colegios para adorar al Santísimo, aunque sólo sea para saludar al Señor y decirle simplemente que lo amamos. Visitemos al Santísimo cuando pasamos junto a una Iglesia o, al menos, santigüémonos y dirijamos nuestro corazón hacia el Señor.
La respuesta al mal del mundo está en el Sagrario. La respuesta a nuestras preguntas está en el Sagrario. El consuelo a nuestras tribulaciones está en el Sagrario. Nuestra felicidad está en el Sagrario.
“Dios mío: yo creo, yo te adoro, yo espero y yo te amo. Te pido perdón por los que no creen, no te adoran, no esperan y no te aman …”
Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre.
Bendito sea el Nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendita sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.
Bendita sea María Santísima la excelsa Madre de Dios
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el nombre de María Virgen y Madre.
Bendita sea María Santísima Madre de la Iglesia.
Bendito sea su castísimo esposo San José.
Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.
Los signos de los tiempos
Dios se comunica de muchas maneras. La oración y la meditación de la Sagrada Escritura es una de ellas. Pero no la única. En nuestra vida corriente, nos encontramos con Dios también a través de los acontecimientos buenos o malos que nos suceden a nosotros o a quienes están a nuestro alrededor.
“Cuando veis una nube que se levanta en el poniente, al instante decís: “Viene un aguacero”, y así sucede. Y cuando sopla el viento del sur, decís: “Va a hacer calor”, y así pasa. ¡Hipócritas! Sabéis examinar el aspecto de la tierra y del cielo; entonces, ¿por qué no examináis este tiempo presente? ¿Y por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?” (Lucas 12, 54).
Ver lo que ocurre a nuestro alrededor y juzgar lo que es justo y lo que no: en eso consiste discernir los signos de los tiempos. Si vemos lo que ocurre y lo juzgamos a la luz de la Palabra de Dios y del magisterio de la Iglesia, podremos tomar partido y posicionarnos ante la realidad como Dios quiere y no como a nosotros nos convenga más. Esa es la fidelidad que Cristo nos pide, aunque ello nos complique la vida y pueda acarrearnos malas consecuencias. Pero uno tiene que elegir permanentemente entre Cristo y el mundo; entre lo que Dios te pide y lo que te pueda resultar más rentable. Nadie dijo que seguir al Señor fuera fácil ni cómodo. Muchas veces, denunciar las injusticias, las arbitrariedades y los pecado que vemos en nuestro mundo nos puede poner en el punto de mira y acarrearnos la persecución.
Por otra parte, Dios pone en nuestra vida a muchas personas que pueden suponer auténticas mediaciones del Señor para darnos a conocer su Voluntad: amigos santos y buenos con los puedes mantener una conversación piadosa, un sacerdote que te confiesa y te transmite la misericordia de Dios o que con las palabras de su homilía es capaz de caldear tu corazón; el beso de un ser querido, la comprensión de una madre, el perdón de un compañero con el que has discutido… A lo largo de cada día, nos tropezamos con infinidad de personas que pueden ser auténticos profetas que te dirijan una palabra que provenga del Señor. El caso es tener la antena puesta y el receptor bien sintonizado para captar la frecuencia de Dios. Estad alerta y velad.
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