Ser Cristiano Hoy (I)

En las próximas entradas de este Blog voy a publicar en varias entregas un ensayo sobre la mística que ya se ha publicado en la Revista de la Razón Histórica hace unos años. Será una revisión corregida y actualizada.

Estoy absolutamente seguro de que no se puede ser un verdadero cristiano, un discípulo de Cristo, si uno no es místico. Porque ser cristiano no es seguir una ideología política ni una filosofía ni una determinada moral. Ser cristiano es encontrarse con Cristo, escuchar sus palabras, dejarse transformar por la gracia y tratar de cumplir su voluntad hasta entregar y desgastar la propia vida en ese camino hacia la santidad. Y eso es la mística: vivir unido a Cristo, al Amado; dejarse santificar por Él, cargar con la Cruz, olvidarse de uno mismo y seguirlo hasta las últimas consecuencias. Gran lección nos dan los mártires que entregan su vida y derraman su sangre por el Señor en Oriente Medio, en África, en China, en Corea del Norte. Que ellos intercedan por nosotros para que, siguiendo su ejemplo, seamos dignos discípulos de Cristo, Nuestro Señor.

“Dios no se muda", decía Santa Teresa. Las ideas filosóficas cambian; las ideologías nacen y mueren; las leyes se pueden cambiar. Pero Dios no cambia. El mundo quiere hacerse un dios a su medida, un diosecillo siempre bueno, dulzón y bobalicón. Un dios que nos perdone sin necesidad de que nos convirtamos. Un dios que nos deje pecar a gusto y que bendiga nuestros vicios y nuestras vergüenzas. Queremos un dios que no moleste. Pero ese no es el Dios de Jesucristo. ¿Quieren ustedes encontrarse con Cristo? Les aseguro que ese encuentro les puede complicar la vida. Pero también les puedo garantizar que merece la pena porque sólo Él tiene palabras de vida eterna, sólo Él puede dar sentido a nuestra vida. Arriésguense. 

El siglo XXI o será místico o no será (André Malraux)

¿Ser un místico, hoy en día? Eso puede entenderse como una forma de andar por las nubes, de no pisar la realidad; y en el peor de los casos, de ser un “meapilas”. No está de moda hablar de la mística porque en una sociedad materialista y pagana no hay sitio para Dios.

En todo caso, el misticismo sólo se asocia con algo positivo para este mundo cuando se trata de ese pseudo-budismo, con música de Enya de fondo, que nos evoca el Tíbet o la India, con su exotismo; o con los rastafaris y su flipe, ciegos de porros: muy New Age. El misticismo que está de moda es el que predican los gurús en sus clases de yoga o de meditación transcendental: una basura de misticismo que evade de la realidad hacia un nirvana en el que uno ni siente ni padece. No es de este tipo de misticismo del que me propongo escribir, sino sobre el auténtico misticismo cristiano.

Lo que pretendo plantear en este ensayo es la necesidad de recuperar una auténtica mística católica como camino para regenerar la sociedad española y occidental en este siglo XXI que nos ha tocado vivir. “El siglo XXI será místico o no será”. Pero, ¿qué es y por qué es importante la mística para el siglo XXI? ¿Hay sitio para Dios en nuestro tiempo?

Principio y fundamento

“El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor”

Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola

El punto de partida es la fe. Sin fe en Jesucristo, obviamente, no hay mística cristiana. La fe es un don de Dios que recibimos a través de la Iglesia por el bautismo y por la palabra y el testimonio de vida de quienes nos precedieron en la Historia de la Salvación. Por el bautismo, nos incorporamos al Cuerpo Místico de Cristo: la Iglesia. La familia y los catequistas te van enseñando lo que significa ser seguidor de Cristo. Y los sacramentos van alimentando y fortaleciendo esa fe.

Pero una fe madura y auténtica implica una experiencia personal de encuentro con Nuestro Señor, porque Cristo vive: es  contemporáneo nuestro y no un personaje histórico más entre tantos otros. Jesús murió en la cruz, pero resucitó y podemos encontrarnos con Él a través de la oración, de los sacramentos y del servicio a los más pobres: en la humillación, la soledad y las llagas de los desheredados podemos seguir viendo y tocando la humillación, la soledad y las llagas de Cristo.

El principio y fundamento de la fe es reconocer que he sido creado por Dios por amor. Soy importante para Dios. Él me quiere porque soy yo y no hay otro como yo: soy único e insustituible para Dios. Él me quiso desde antes de que naciera, desde antes incluso de estar en el seno materno y me dio la vida para que, con ella, le diera gloria y alabanza. Se lo dice Dios a Jeremías con palabras que nos podemos aplicar a cada uno de nosotros:

Entonces me dirigió Yahvé la palabra en estos términos: Antes de haberte formado yo en el vientre, te conocía; y antes que nacieses, te tenía consagrado. (Jer. 1). 

Y es la experiencia del salmista:

Tú creaste mis entrañas,
me plasmaste en el seno de mi madre:
te doy gracias porque fui formado
de manera tan admirable.
¡Qué maravillosas son tus obras!
Tú conocías hasta el fondo de mi alma
y nada de mi ser se te ocultaba,
cuando yo era formado en lo secreto,
cuando era tejido en lo profundo de la tierra.

Salmo 139 (138)

¿Qué hace Dios para acabar con los males y las calamidades de este mundo? ¿Por qué Dios no hace nada para terminar con tanto sufrimiento, con tanto pecado, con tanto dolor como hay en este mundo? La respuesta a estas preguntas resulta relativamente sencilla desde la fe: Dios nos ha dado la vida a nosotros para que seamos santos y pongamos belleza, bien y verdad allí donde abunda el horror, el mal y la mentira; para que seamos cauces del amor y de la misericordia de Dios para quienes más lo necesiten. Cada uno de nosotros somos la respuesta de Dios a las necesidades de este mundo y formamos parte de su proyecto. El Señor me dio unas capacidades, unos talentos, para que yo los desarrolle y los ponga al servicio de los demás. Dios Padre me hizo a su imagen y semejanza: libre y con capacidad de amar, de crear, de buscar la Verdad, de hacer el bien. Cada uno de nosotros somos como un regalo que Dios hace a este mundo para que el mundo sea mejor y más bello. Sí, tú eres importante para Dios. Estás bien hecho tal y como eres: acéptate y quiérete. No hace falta que seas más guapo ni más listo; ni más alto ni más bajo; ni más gordo ni más flaco: Dios te quiere como eres y has sido obra de sus manos: ¿te crees más listo que Dios para cuestionar la bondad de su creación? Eso es soberbia: el origen de todos los males; el pecado de nuestros primeros padres: querer ser como Dios, enmendarle la plana al Creador, creer que tú lo habrías hecho todo mejor que nuestro Padre Celestial; ponerte a ti en el lugar de Dios para decidir por tu cuenta lo que está bien y lo que está más (he ahí el origen del relativismo moral y del subjetivismo y el individualismo liberal). ¡Cuantas personas son infelices por no aceptarse ni quererse! Están ciegos porque no son capaces de ver que somos criatura divinas. Nuestra dignidad proviene de ser obra de sus manos.

Es verdad que tenemos nuestra naturaleza herida por el pecado original (como un defecto de fábrica) que hace que tendamos a meter la pata y hacer el mal: a ser egoístas, vagos, violentos, lujuriosos, injustos, maledicentes… Pero el Padre siempre está dispuesto a perdonarnos y a concedernos su gracia para seguir adelante. Tanto nos amó Dios, que envió a su Hijo y con su muerte y su resurrección, Cristo nos alcanzó la salvación y con su sangre pagó el precio que nosotros deberíamos pagar por nuestros pecados.

Este es el “principio y fundamento” de nuestra fe: Dios nos ama y quiere que seamos santos y para llegar a serlo y vivir una vida plena nos enseñó el camino: amar hasta el extremo, derrotar al pecado y a la muerte con una sobredosis de amor. Esta es la Verdad. La fe en Jesucristo, la única verdadera, no consiste en cumplir una rígida lista de prohibiciones. La fe es una historia de amor: es amar a Dios y amar a cuantos nos rodean. “Ama y haz lo que quieras”, porque si el amor rige tu vida, si te dejas llenar y transformar por Cristo – que es el Amor – serás santo. El que ama no roba ni miente ni comete adulterio ni mata. La fe nos empuja a comportarnos con los demás como quisiéramos que los demás se comportaran con nosotros: en esto se resume todo.

Los momentos más felices de mi vida siempre han tenido que ver con el amor: la boda con mi esposa, el nacimiento de mis hijos,… Yo he llorado de felicidad al coger en brazos por primera vez a cada uno de mis hijos. No es la juerga ni el dinero ni las cosas las que te hacen feliz. Yo soy feliz cuando me siento querido y escuchado por alguien; cuando sé que ese alguien me conoce y me acepta como soy, con mis virtudes y mis defectos. Soy feliz cuando soy capaz de reírme de mi mismo, de mis fallos, de mis torpezas, de mis limitaciones; y soy capaz de ello porque sé que, a pesar de todos esos fallos y todas esa limitaciones (y todos esos pecados), Dios me quiere como soy: soy un mimado por Dios (todos lo somos).

Las Tres Vías

Los tratadistas distinguen tradicionalmente tres “vías”, tres etapas aparentemente sucesivas, en el camino místico que conduce al encuentro íntimo con Dios: la Vía Purgativa, la Vía Iluminativa y la Vía Unitiva. Sin embargo, aunque cada una de ellas presupone haber pasado por la etapa anterior, en la vida de un místico el ciclo de purificación, iluminación y unión con Dios se repiten continuamente en el camino de su vida. El camino de la santidad, el camino de perfección, implica un proceso permanente de conversión, búsqueda de Dios y encuentro con Cristo que no terminará sino con la muerte, momento en que definitivamente nos encontraremos cara a cara con el Amado. Así lo expresa santa Teresa:

Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.

Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga:
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.

Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que sólo me resta,
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero
que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.

Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.

Todos los días caemos en las tentaciones del Maligno, nos levantamos y, con la ayuda de Dios, hacemos propósito de volver a la casa del Padre, pidiéndole perdón con vergüenza y lágrimas en los ojos; cada vez que nos confesamos, nos dejamos abrazar por la misericordia y el perdón de Dios. Y sólo entonces, podemos con la ayuda de su gracia, seguir viviendo unidos a Él. Este proceso de conversión no termina nunca. Sólo la muerte nos puede alcanzar definitivamente la unión con Dios, libres ya de las ataduras y las limitaciones de esta vida terrenal. Por eso el místico no ve la muerte como una realidad angustiosa ni siente desesperación ni espanto ante ella: la muerte es el momento del abrazo definitivo con Dios, es fundirse para siempre en el Amor eterno e infinito del Creador: y tan alta vida espero,/ que muero porque no muero. ¡Qué diametralmente distinta es la visión que tienen de la muerte un místico y un ateo! El espanto que siente el hombre sin Dios ante la muerte lo expresa maravillosamente Rubén Darío en uno de sus mejores poemas: Lo Fatal.

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!…

El materialista vive una vida sin sentido, sin orientación. Percibe la existencia como algo doloroso y absurdo que termina en la nada: por eso la borrachera o el éxtasis que proporciona la droga les permite escapar de la angustia existencial para refugiarse en sus paraísos artificiales, que, al fin y la postre, nos son sino caminos de muerte. En El árbol de la ciencia, Andrés Hurtado, el protagonista y alter ego de Baroja, termina por suicidarse tras su búsqueda infructuosa de sentido para su vida. Para un ateo, el suicidio puede representar un alivio al sufrimiento y al dolor. El nihilismo termina ahí: en la propia autodestrucción. En España, el suicidio es la primera causa de muerte no natural, por delante de los accidentes de tráfico. Es un dato como para hacernos reflexionar. Dios es la Vida y una vida sin Dios es peor que la muerte.

El místico, en cambio, vive su existencia como un camino que empieza y termina en Dios, Alfa y Omega; como un camino de perfección en el que sólo Dios basta: un camino lleno de sentido; también lleno de sufrimiento y de tribulaciones. No hay fe verdadera sin pasar por la cruz. Pero una cruz que merece la pena cargar por amor. La vida del místico es una vida plena. Los místicos han encontrado el camino hacia la felicidad, que es la santidad: no hay otra. Y lo hacen asumiendo el sufrimiento como algo consustancial a la propia vida; no huyendo del sufrimiento por la vía de la ataraxia epicúrea ni por la exaltación del deseo hedonista. Rosa de Lima dejó escrito: “Ninguno se equivoque ni se engañe: esta es la única y verdadera escalera hacia el paraíso y, fuera de la cruz, no hay otra vía por la que se pueda subir al cielo”. Paradójicamente (el misticismo es pura paradoja), para el místico no hay felicidad sin cruz. No se puede llegar a la unión con el amado sin seguir los pasos de Cristo camino del Calvario. En la cruz está nuestra felicidad. Para alcanzar la gloria, hay que abrazar la cruz y asumir las incomprensiones, las persecuciones y las humillaciones que vas a tener que sufrir por Cristo:

Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

¡Qué lejos está la mística cristiana del budismo! ¡Qué lejos está Cristo crucificado de Buda en posición de loto disfrutando de la paz del nirvana! No se trata de huir del sufrimiento, sino de abrazar al que sufre: dar de comer al hambriento, de beber al sediento, visitar al que sufre prisión, acoger al emigrante… Amar sin límites. Amar incluso a quien te desprecia; perdonar a quien te ofende. Pero el mandamiento del amor es imposible de cumplir si uno no está íntimamente unido a quien es el Amor (con mayúscula). Sólo Cristo puede convertir nuestro corazón de piedra en un corazón de carne. Lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios. Esa íntima unión con Cristo es la que persigue el místico a lo largo de su vida.

Para seguir el itinerario espiritual de los místicos, ese camino de perfección desde Dios y hacia Dios, utilizaré como hilo conductor uno de los poemas cimeros de san Juan de la Cruz: La Noche Oscura.

En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.

A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
¡Oh dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

En la noche dichosa
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.

Aquésta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.

 ¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!

En mi pecho florido
que entero para él sólo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba

El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.

Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

 

10 comentarios

  
Luis Fernando
Dios es la fuente de nuestra santidad. Fuente pura, cristalina, refrescante. De nuestro interior saldrán rios de ese agua viva. Toca alejarnos del resto de fuentes contaminadas. O con Dios o contra Dios. No hay terreno intermedio.
24/04/16 12:12 AM
  
Palas Atenea
La mística entronca con el primer mandamiento de los dos que Jesús nos dio: "Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente". Esto incluye la alabanza, el descanso semanal con la santificación del Día del Señor (Domingo), la oración, la Eucaristía, la meditación...pero actualmente nos saltamos con frecuencia al segundo: "y al prójimo como a ti mismo" con la idea de que el segundo incorpora al primero porque van de consuno. A mi me parece que es al revés, tal como Cristo lo formuló: 1 y 2 y que es el segundo el que se deriva del primero.
Si desgajamos el segundo mandamiento del primero nos encontramos con lo que Auguste Comté llamó altruismo, algo que nada tiene que ver con el Cristianismo. Lo que se deriva del altruismo son las ONGs y lo que se deriva del Cristianismo es la Caridad. No estoy segura de que muchos cristianos distingan entre una cosa y otra.
24/04/16 11:24 AM
  
Daido
Mire, se puede hablar de la mistica cristiana sin difamar la mistica budista, porque lo que usted hace es difamar (aunque sea por desconocimiento). Las personas que nos sentamos a practicar el zen, con las piernas cruzadas, sabemos mucho de sufrimiento, creame. No practicamos la meditacion para evadirnos del sufrimiento, ni propio ni ajeno. Al contrario, creame. Lo que hacemos es hacernos uno con el sufrimiento, tal y como hizo Cristo. Debe usted estudiar algo de las tradicioned s orientales, dejando de lado sus prejuicios. O por lo menos, no hable de lo que desconoce. Y no sigo, porque no tengo el convencimiento de que vaya a publicar lo que escribo. Con ustedes es dificil dialogar. Pero un verdadero mistico puede entender a otro mistico, aunque sea de otra tradicion. Veamos si ese es su caso.
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Pedro L. Llera
¿Es difícil dialogar conmigo? ¿Cómo lo sabe?
El nirvana budista, ¿en qué consiste? ¿Tal vez en eliminar la voluntad, los deseos, hasta alcanzar la imperturbabilidad?
Yo creo en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, que murió en la cruz y resucitó de entre los muertos.
Y por favor, no me compare el cristianismo con el budismo. El budismo por no tener no tiene ni Dios. Es más una filosofía que una religión propiamente dicha. Y la creencia en la reencarnación choca frontalmente con la fe cristiana.
24/04/16 2:33 PM
  
Luis Fernando
Como bien ha demostrado Alonso Gracián en su blog, el zen es especialmente perverso y tiene un ramalazo abiertamente satánico.

Nada que dialogar, pues.
24/04/16 3:12 PM
  
Palas Atenea
Daido: Jesucristo no practicó el zen nunca, ni el Maestro Eckhart, ni Santa Teresa, ni San Juan de la Cruz. Así que "hacerse uno con el sufrimiento" a través de las enseñanzas de Buda lo hará un budista, que además no cree en Dios, un cristiano jamás. O sigues a Buda o a Jesucristo.
24/04/16 4:07 PM
  
Ricardo de Argentina
"Toca alejarnos del resto de fuentes contaminadas. O con Dios o contra Dios. No hay terreno intermedio." (del 1º comentario)
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Frase que yo pondría en ciertos y determinados lugares, AMDG:
* Al comienzo de todos los documentos que se refieran al Ecumenismo y al Diálogo Interreligioso.
* En un cartel bien grande -que se vea en la TV y en las fotos- en ocasión de las reuniones con líderes de otras religiones.
* En el frontispicio de Asís, si es que se decide repetir esa lamentable experiencia por tercera vez.
* En los actos "celebratorios" del medio milenio del Gran Cisma Europeo, si se diera la presencia allí de algún jerarca católico.
24/04/16 5:13 PM
  
Beatriz Mercedes Alonso (Córdoba - Argentina)
¡Excelente post, Profesor! Quedo a la espera de los siguientes. Qué hermoso tema eligió para desarrollar, y tan necesitado de él que estamos. Muchísimas gracias y que el Espíritu Santo lo siga iluminando.

Por favor, si puede darme noticias de Yolanda se lo agradeceré. Sigo rezando por ella.

Que Dios lo bendiga siempre.
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Pedro L. Llera
Muchas gracias, Beatriz.
Yolanda está en casa, recuperándose poco a poco. Pero está bien, gracias a Dios.
24/04/16 6:07 PM
  
Beatriz Mercedes Alonso (Córdoba - Argentina)
Qué buena noticia me ha dado sobre Yolanda. Sigo rezando por ella para que siga con éxito su proceso de recuperación. Bendiciones.
24/04/16 8:12 PM
  
José Luis
Muchas gracias, hermano Pedro, es edificante lo que has compartido, el amor de Dios, que a todos nos ama. Efectivamente, yo he comprendido, que si el Señor nos manda algo que no debemos hacer, no es una prohibición, sino actos de amor, porque no quiere que nosotros nos hagamos daños. Por eso es importante que obedezcamos al Señor con el corazón siempre alegre. Y una alegría, una obediencia a Dios que todavía nos hace más libres. Quien tiene la desgracia de no obedecer a Dios, prefiiere su esclavitud con el mundo, el demonio y la carne. Obedecer a Dios y perseverar hasta el final, amando a la Santa Madre Iglesia Católica, nos hacemos entonces, más humildes. Puesto que la humildad de corazón que nos asemeja a los Corazones de Jesús y María Santísima, también tenemos la ventaja de que seamos dignos para la vida eterna. Pero hasta que llegue ese momento, necesitamos continuar en este combate. Dios conoce cual es nuestro destino eterno, pero nosotros no.
24/04/16 8:16 PM
  
Tikhon
La diferencia entre el Budismo y el Cristianismo es la diferencia entre la Mística Natural y la Mística Sobrenatural.

Es la diferencia entre absorberse en el "esse commune" -o sea, la vivencia de "ser" mas allá de las características que puedan superponersele- y la contemplación, por la Gracia, del Dios transcendente.

Lo explica muy bien el Padre Verlinde en su libro "La Experiencia Prohibida" que se puede descargar aquí:

https://mega.co.nz/#!Zh8RQa7S!j8U3PVGxzVpuNHy5t0gjE7LzHyKl4dWUqZWezq6P4Eg

Un "verdadero místico" (¿cómo se define eso?) no necesariamente se entiende con otro "místico" de otra tradición. Este es un tópico y una falsedad que se viene repitiendo hasta la saciedad en los últimos años dentro de ambientes en los que ni se practica seriamente lo oriental ni se practica seriamente el Cristianismo. Muy típico de la Nueva-Era.

Lo repiten machaconamente los que ni han estudiado en profundidad las místicas "naturales" orientales (algo por otra parte muy dificil; no basta leerse unos cuantos libros y hacer algún cursillo de fin de semana...), ni tampoco han practicado la religión católica "como Dios manda" (o sea, como manda la Iglesia, Madre y Maestra), sino que hacen pseudo-prácticas pseudo-orientales pseudo-cristianas en una mezcolanza que no tiene ni sentido ni eficacia alguna.

Por lo demás estupendo e inspirador su artículo Don Pedro. Se lo agradezco y espero con gusto las siguientes entregas.
25/04/16 6:41 AM

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