No me vendáis utopías: creo en Cristo Resucitado
En los últimos siglos, la filosofía y las ideologías nos han vendido toda clase de utopías. Se nos dice que podemos alcanzar la felicidad y un mundo justo si aplicamos sus recetas. Y mienten.
El liberalismo nos dice que la libertad individual, la igualdad ante la ley y el libre mercado capitalista son el camino. Nos cuentan los liberales que el hombre puede hacerse a sí mismo, que debemos ser emprendedores, que podemos alcanzar el éxito personal y profesional si somos creativos y nos lo proponemos. El sueño americano del hombre que empieza de portero del banco y acaba dirigiéndolo es un engañabobos que sólo genera frustración, fracaso y desesperación. El liberalismo nos conduce a un individualismo feroz donde todo vale con tal de llegar a la cima y alcanzar el éxito. Da igual que les tengas que pisar la cabeza a quienes se interpongan en tu camino. Todo vale. El antropocentrismo soberbio pone al hombre en el lugar de Dios. Nos endiosa y nos convence de que el bien es lo que nos conviene a cada uno en cada momento; y el mal, todo aquello que nos impide disfrutar, triunfar, llegar a lo más alto. Por aquí llegamos a una sociedad sin moral; a la dictadura del relativismo: todo es relativo y subjetivo. El hombre puede ser lo que él quiera ser: al margen de las verdades objetivas, de las evidencias biológicas, antropológicas, psicológicas o sociológicas. El individualismo liberal deja en la cuneta a millones de víctimas que a nadie importan: parados, que son considerados como fracasados, como mano de obra barata, como “recursos” humanos que podemos usar para explotarlos en beneficio propio y que, cuando no nos hacen falta, los echamos a la calle y que se busquen la vida. Y si aquí no hay trabajo y no nos sirven para nada, sobran: que emigren a donde haya trabajo.
El liberalismos - al menos este que acabo de explicar - es pecado. Las personas no son “recursos humanos”: son criaturas de Dios con una dignidad inalienable. No somos un mero medio para alcanzar un fin: somos un fin en nosotros mismos. Cada hombre y cada mujer son imagen de Dios. Todos somos importantes, imprescindibles, únicos. Nadie sobra para Dios. Los pobres son verdaderos vicarios de Cristo. En los pobres, en los marginados, en los excluidos, en los parados, en los enfermos, en los débiles, en los que no valemos para nada; en los que no son útiles, está Cristo realmente presente (Mateo, 25). El Señor, nuestro Dios, no es ajeno al sufrimiento de su pueblo, de sus pobres, de sus predilectos. Y nos manda a nosotros, sus discípulos, a que les demos nosotros de comer; a que los vistamos, a que les demos de beber, a que les consolemos, a que les devolvamos su dignidad y los tratemos como deben ser tratados: con amor, con caridad, con compasión y misericordia.
Los socialismos nos venden que el Estado es dios. Los derechos individuales, las libertades, deben supeditarse - muchas veces, derogarse - al principio de igualdad. Hay que suprimir la propiedad para colectivizar los medios de producción y hacer un reparto justo de la riqueza. El paraíso socialista pasaba por la dictadura del proletariado; o sea, por la represión, por un autoritarismo inmisericorde, por terminar con cualquier disidencia. El comunismo siempre acaba imponiendo la cárcel, la muerte civil o la física a los “contrarrevolucionarios” que se oponen a su totalitarismo liberticida. Las experiencias comunistas las tenemos a la vista: Cuba, Corea del Norte, China, Venezuela. Regímenes represores, asesinos, que pisotean la dignidad del ser humano y lo degradan a la condición de esclavo, de siervo; de pieza de un engranaje satánico que impone un pensamiento y una ideología a todos por la fuerza de la represión policial o por la fuerza de las armas del ejército si es necesario: recordemos la represión de la Plaza de Tiananmén.
El comunismo es pecado porque impone un ateísmo de estado, persigue a los creyentes y los asesina o los encarcela; porque pisotea la dignidad y la libertad de cada ser humano. Porque predica un paraíso que no llega nunca y lo que trae es un infierno de campos de concentración y represión feroz de todos los que no comulgan con sus ideas y sus pretensiones totalitarias.
La socialdemocracia, que en Europa ha llegado a convertirse en pensamiento único (aquí todo el mundo es socialdemócrata, lo sepa o no: hasta los liberales sin principios han asumido las tesis socialdemócratas), ha conseguido altos niveles de vida con el llamado “Estado del Bienestar”. Libre mercado, impuestos altos y servicios públicos de calidad: sanidad gratuita, educación gratuita para todos, subsidios de desempleo, protección social. Es lo mejor que conocemos… mientras funciona. Porque el Estado del Bienestar es muy caro. Y cuando llegan las vacas flacas y aumenta el paro y se recaudan menos impuestos, todo se viene abajo. Aumentan los gastos y caen los ingresos y el Estado del Bienestar se vuelve insostenible. El final lo estamos experimentando en nuestras carnes. Los estados se endeudan para mantener los servicios hasta que el sistema hace crack y todo se va al garete. Acabamos siendo esclavos de los mercados, de las primas de riesgo, de las bolsas internacionales. O acabamos perdiendo nuestra soberanía para que los que nos prestan el dinero gobiernen por nosotros y se garanticen de un modo u otro que les devolvamos lo que les debemos.
La sociedad del bienestar es profundamente hedonista y egoísta. Es una sociedad que acaba volviéndose xenófoba: ahí tenemos la vergüenza del acuerdo de la Unión Europea con Turquía para evitar la llegada de refugiados a Europa. Dios es el dinero, el bienestar. Y el Estado es la providencia que debe protegernos, solucionarnos los problemas, sacarnos las castañas del fuego cuando algo vaya mal. Y el Estado Endiosado acaba metiéndose en todo: en lo que comemos, en lo que bebemos, en el estilo de vida que llevamos. El Estado del Bienestar cae en la tentación de convertirse en un nuevo dios, en un ídolo, al que debemos seguir y adorar sin rechistar y que se arroga poderes que nadie le ha otorgado: educar moralmente a nuestros hijos, prohibir lo que le da la gana y promover lo que le parece, sin que nadie le haya dado autoridad para ello.
La historia de Europa desde la Segunda Guerra Mundial ha estado marcada por gobiernos liberales y socialdemócratas, que se han venido alternando en el poder de manera pacífica, democrática y civilizada. Y hemos conseguido alcanzar altas cotas de bienestar y de justicia social. Cotas probablemente nunca alcanzadas en la historia. Pero claro: ha llegado la crisis y todo se desmorona. Y aumenta el paro hasta tasas inaceptables y las recetas milagrosas no dan resultado y las cuentas no salen. Y el mundo globalizado nos amenaza. Y llegan las guerras y el terrorismo y hace que todo se tambalee. Y la reacción no se hace esperar. La llegada de inmigrantes y refugiados provoca un repunte del fascismo xenófobo y racista. Los partidos de extrema derecha reivindican sus identidades nacionales y rechazan los proyectos de unidad de Europa. Brotan los partidos “euroescépticos” y se vuelven a cerrar fronteras ante la llegada de los nuevos bárbaros que amenazan nuestro bienestar. Por otra parte, en otros países, como España o Grecia, los movimientos populistas de extrema izquierda también florecen como las margaritas en primavera y ofrecen como novedosas las recetas marxistas y leninistas de siempre: acabar con la democracia liberal y representativa para cambiarlas por democracias “participativas” que no son sino los totalitarismos comunistas de toda la vida: “No a Europa, no al euro, no al capitalismo, no a las democracias liberales”.
Los peligros del totalitarismo fascista y comunista están ahí. Nos ofrecen soluciones facilonas, halagan los oídos de los descontentos y predican discursos demagógicos y simplistas como solución a los problemas complejos que todos sufrimos. Parece como si el fantasma de la radicalización ideológica de los años treinta del siglo pasado volviera a pasear por nuestras calles, amenazándonos con nuevos desfiles nazis o nuevas revoluciones comunistas.
Liberales, socialdemócratas, fascistas, comunistas… Todos ofrecen la felicidad, el bienestar… Todos han prescindido de Dios. Europa ha secado sus raíces cristianas con el veneno de las filosofías materialistas ateas. No necesitamos a Dios para nada. Nos bastamos a nosotros mismos. Nosotros no aceptamos mandamientos. El hombre europeo está por encima de Dios. Nosotros dictamos nuestros propios mandamientos, nuestras propias reglas morales a base de leyes positivas que nos damos a nosotros mismos al margen de lo que dicte cualquier dios: sólo cuenta el consenso de las mayorías, como si el criterio de las mayorías pudiera superar en autoridad a los moralistas o a los santos . Y por este camino hemos conseguido ser felices por decreto. Y las leyes de los hombres van contra las Leyes de Dios, que han sido el fundamento de la sociedad europea durante más de un milenio. Y la degeneración moral, las depravaciones, el asesinato de niños inocentes, de mujeres convertidas de objetos; la esclavitud, la trata de blancas, la prostitución, el aborto, la eutanasia; los ataques a la familia y toda clase de injusticias avanzan imparables. Cuando el hombre se aparta de Dios, llega el infierno. Y una democracia que legisla contra Dios acabará convirtiéndose en otro infierno totalitario; la libertad derivará - está derivando ya - en persecución a quienes queremos permanecer fieles a la Verdad, que es Cristo.
Yo no creo en utopías ni en filosofías materialistas ateas ni mucho menos en ideología alguna. Creo en Cristo: al que crucificaron por aclamación y consenso de las mayorías. En el que murió para salvarnos. No creo que la política nos vaya a salvar de nada: me conformaría con que los políticos administraran bien los impuestos y con que hubiera mecanismos de control y una división de poderes real que impidiera que los corruptos robaran a manos llenas.
No creo que haya otro camino para la salvación que la conversión de todos a Cristo. Si no recuperamos las raíces cristianas de Europa, Europa morirá. Como una planta a la que se le hubieran muerto sus raíces. Cristo vive. Cristo ha resucitado. Pero lo queréis enterrado y muerto para siempre. Pues no. Cristo ha resucitado y vive. Y yo doy testimonio de Él. Cristo es el Dios del Amor, no del bienestar. Y el Amor de Cristo, su Sagrado Corazón, nos llama a la caridad con los que sufren, con los que mueren solos, con los refugiados, con los inmigrantes. Cristo Resucitado es la esperanza de que el poder del mal y de la muerte han sido derrotados para siempre. Que nosotros solos no podemos hacer nada, porque es Cristo el Señor de la Vida y suyo es el Poder y la Gloria por siempre. Pero con Cristo lo podemos todo. El Reino de Dios es Dios. Esa sociedad justa, igualitaria, libre y feliz sólo se conseguirá con Cristo, por Cristo y en Cristo. Si no amamos a Dios, no seremos capaces de amar al prójimo. Y sólo el Amor nos redime de tanto egoísmo, de tanto sufrimiento, de tanto pecado como hay a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos. Es urgente que volvamos a clamar como los profetas por la plaza pública un grito que llame a la conversión. Sólo cuando tú y yo seamos santos y vivamos pegados a la Cruz de Cristo, el mundo cambiará. Ya está cambiando. Sigue habiendo santos. Se les nota poco y no salen en los periódicos ni en las televisiones. Sigue habiendo mártires - hoy más que nunca - que siguen vertiendo su sangre por Cristo. Ellos son la verdadera esperanza. Y ese es el camino. Fidelidad a Cristo y a su Iglesia hasta el final. Seamos testigos de Cristo, de la Verdad. No tengamos miedo. El lenguaje del amor lo entiende todo el mundo. Amemos de verdad. La fe no es cosa de niños. La fe es cosa de mártires. Combatamos contra el mal, contra la mentira; contra la injusticia y contra el odio y la exclusión. Seamos cauce de la compasión, la caricia, la ternura y la misericordia del Señor Resucitado. Todo lo podemos con su gracia. Nuestras armas son la penitencia, la eucaristía, la oración y la caridad. Amar a Dios es cumplir sus mandamientos y comportarse de manera coherente e íntegra: en el ámbito privado y en el público. Ser santo no es tener superpoderes. Podemos ser santos. No haciendo nada, ni a base de un esfuerzo heroico e inalcanzable, ni por méritos propios. Conversión. Gracia de Dios. Dejarse hacer por Dios. Dejarse llenar por el Amor de Dios. Él lo cambia todo, lo transforma todo, lo hace todo nuevo. Convirtámonos todos al Sagrado Corazón de Jesús, que es el Amor que nos redime, que nos salva, que da sentido a nuestra vida.
Nos han querido dar el cambiazo para sustituir a Dios por ideologías falsas y filosofías mentirosas que ofrecen utopías imposibles. Nos han dicho que Cristo no es Dios, que no ha existido nunca y que, si llegó a existir, está muerto. Y os han dicho que podéis ser felices y alcanzar un mundo más justo sin Él. Y nos han vendido utopías liberales, marxistas, socialistas… Que han fracasado una y otra vez. Y nos han dejado vacíos y al borde del abismo.
Sólo Dios es capaz de hacer una cielo nuevo y una tierra nueva, donde habite la justicia. Dios enjugará toda lágrima de nuestros ojos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor. Cristo lo puede todo. Y nosotros lo podemos todo por Él, con Él y en Él. No creo en utopías mentirosas, en filosofías ateas ni en ideologías. Tengo fe en Cristo, que es una Persona que vive y reina por los siglos de los siglos. Él es la única esperanza que no defrauda nunca. Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Mi única Sabiduría es Cristo. Mi único Señor es Cristo. Mi único Rey es Cristo.
Cristo vive. Ha resucitado. ¡Alegraos! Dios nos quiere apasionadamente, desmesuradamente, eternamente. Cristo no es una utopía: Él vive hoy. Yo doy fe.
¡Aleluya!
15 comentarios
Comulgar con Cristo ResucItado es comulgar con la humanidad doliente, cada cual sabemos lo que nos pide el Señor ,
en este camino hacia la Patria celeste.
Cuando la fe era fuerte, ella sola bastaba para congregar y definir a los pueblos. Y para asociarlos espontáneamente en federación de naciones como lo fue la Cristiandad.
Pero por obra del Nominalismo y las seudo filosofías de él derivadas, la fe se diluyó y nació el Liberalismo, y de su molde nacieron las demás utopías hoy vigentes: Comunismo, Socialdemocracia y Fascismos redivivos. Rusia en cambio de ha apartado de Occidente y ha dejado atrás a las ideologías, apelando a una suerte de Nacional Cristianismo que intenta abrirse paso por entre las ruinas de un comunismo del que no se reniega del todo. Es un caso aparte.
Pero en Occidente la cosa va a peor, porque resulta que hoy por hoy, las mayorías han dejado de creer en el cuento de las utopías. Ha aparecido la "post-modernidad", que es esencialmente descreída. YA no hay pueblos que se congreguen sino masas que se amontonan, atraídos arteramete por el placer, aturdidos por el ruido y entorpecidos por las drogas. El tejido social ha sido destruido, aniquilado.
Es la peor esclavitud que los siglos han visto, pero no hay peligro de rebeliones porque todos han sido convencidos de que son la mar de libres, faltaba más.
Pero va a ser que no: el único que da la verdadera libertad es Cristo. Todo lo demás son cantos de sirena que se lanzan mientras alrededor de las víctimas se van tejiendo hilos invisibles que dejan a las masas a merced de sus pasiones, y sirviendo sin quererlo a los aprovechados y ventajeros de siempre.
Y el liberalismo como opuesto al cristianismo, como si fuera otra cara de una misma moneda criminal con el comunismo... es una mentira tan arraigada en la mentalidad socialdemócrata europea -mayoritaria también en el cristianismo- que no sé si algún día conseguirá desaparecer.
Lo que se llama liberalismo aúna dos cosas muy distintas; por un lado, una ideología, errónea y anticristiana, que defiende la libertad del individuo frente a la ley moral como algo socialmente bueno.
Por otro, un conjunto de leyes económicas inexorables, incuestionables y que son así, gusten o no, y que traen prosperidad económica si se aplican, y producen pobreza si no se siguen. Estas leyes le parecen neoliberales a una población ignorante que cree que no son más que una apuesta ideológica, y que existen alternativas -siempre más fáciles y cómodas- que pueden funcionar igualmente.
Un ejemplo de esto último: el despido libre con indemnización baja disminuye la tasa de paro, el despido difícil con indemnización alta la aumenta. La inmensa mayoría de la población no se cree esto, y cree que es solo la típica idea cruel y explotadora del liberalismo, pero les guste o no, es así.
La ignorancia socialdemocrata de la población, que presiona para tomar medidas económicas erróneas, produce paro.
Nunca viviríamos en un paraíso, que solo Cristo puede traer, pero un país con fronteras fuertes, que no permita la entrada de musulmanes, que fomente las ideas conservadoras en lo social, y que aplique medidas económicas liberales, sería un sitio mucho mejor para vivir que el modelo que parece defender el autor, con fronteras abiertas a la invasión musulmana, y medidas socialdemocratas en lo económico.
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Pedro L. Llera
Como sus conocimientos de economía estén a la altura de su capacidad de comprensión textual... Perdóneme usted pero me han llamado "ultracatólico" los liberales y "liberal" los ultramontanos; pero nunca hasta hoy me habían dicho que yo era partidario de abrir las fronteras para permitir una invasión musulmana ni que era "socilademócrata" en lo económico.
Por otra parte, entiendo que sabe usted de economía, la función de Cobb-Douglas, la cual muestra la distribución de la renta nacional entre el capital y el trabajo, alcanzó su pico de mayor proporción para el trabajo en España(75%) igualmente en 1967, si no me equivoco. Por cierto la "infalible" teoría liberal dice que no varia sustancialmente, por el contrario hoy la proporción está en el 60%.
Por otra parte, es un poco arriesgado decir que a los socialdemócratas nórdicos les va mal, en cualquier caso no creo que el modelo sea importable.
Pero al final es Alemania con su "economía social de mercado" la que está dominando Europa y no parece que los liberales EEUU estén para dar lecciones a nadie.
Ninguna
El rechazo a los refugiados musulmanes y a esta Unión Europea anticristiana masónica, es el primer paso para poder volver a la verdadera Europa, cristiana. Pero usted aboga por mas refugiados y por no salirse de esta UE anticristiana, me parece idealismo adolescente.
Gracias, Pedro Luis. Mi oración y afecto con vosotros. ¡Feliz Pascua!
"En ningún otro hay salud, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos.”Hechos 4,12
Su análisis de las utopías políricas es brillante pero ahora existe algo peor.Por el ideal escatológico de personas que mueren no por una utopía hacia la nada como los hacían los marxistas del siglo 20 sino que realmente creen que sus actos los llevan a un Paraíso. Allí veo lo perverso de la situación actual. Y llaman Marfires a vulgares "suicidas con acompañantes involuntarios". Como el pilote de German Wings que diferencia entre este piloto enfermo y un yihadista?. Que lejos estamos de la antigua Europa y de la España digna y católica . Cuando yo era niño preguntaba a unas tías abuelas sobre el origen de nuestra familia( soy iberoamericano) y me decían: "católicos españoles y vascos y a mucha honra"Gracias por su artículo
El Islam tiene en común con el Protestantismo el poner a la Religión al servicio de la Política y el Poder. Son esencialmente esclavistas porque a pesar de lo que declaman (especialmente los protestantes y su cacareado individualismo, derechos humanos, etc., etc.) desprecian olímpicamente la dignidad humana.
En lo que hace el Islam radical, vemos verdaderos lavados de cabeza de las que luego serán las "bombas humanas", instrumentalizando a ciertos infelices en aras de los intereses de la camarilla dominante.
Una aberración moral por donde se la mire, y un pecado que clama al cielo.
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