Memento Mori
Los que asesináis en nombre de dioses falsos: recordad que vais a morir y que el juicio de Dios os pedirá cuentas por la sangre de vuestros semejantes.
Los que maltratáis a vuestras mujeres o a vuestros hijos; los que los humilláis, los que les pegáis palizas, los que amenazáis, los que asesináis a vuestras esposas: recordad que vais a morir y que tendréis que rendir cuentas ante vuestro Creador.
Los soberbios, los que no necesitáis a Dios porque estáis endiosados: recordad que algún día os alcanzará el dolor, el sufrimiento y la muerte. Y entonces no seréis nada más que polvo. Pero tendréis que presentaros ante el Señor de la Vida.
Los que insultáis a Cristo y a su Santísima Madre, los que profanáis nuestros templos y nuestros Sagrarios; los que nos perseguís, los que nos insultáis, los que cometéis toda clase de sacrilegios: algún días pagaréis por vuestra maldad. Recordad que vais a morir y que os espera la condena eterna, si no os arrepentís y os convertís.
Los poderosos desalmados, los corruptos, los que matáis y oprimís a mis hermanos; los que no pensáis más que en acumular dinero, aunque sea a costa de robar y de explotar al prójimo. Recordad que la vida es breve y la tumba os aguarda. Y entonces, como el rico Epulón, suplicaréis desde el Infierno. Porque toda vuestra riqueza y todo vuestro poder no os servirán de nada.
Los que propagáis ideologías satánicas, los que fomentáis la inmoralidad y toda clase de aberraciones; los que abusáis de inocentes; los que asesináis niños; los falsos profetas que ofrecéis paraísos falsos para esclavizar al prójimo, los que vivís en la mentira: no olvidéis que vais a morir y tendréis que rendir cuentas por vuestra maldad ante el Dios de la Verdad.
Los que seguís queriendo crucificar a Cristo. Los que seguís gritando “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”; los que pensáis que persiguiéndonos, insultándonos o humillándonos vais a derrotarnos y acabar con nosotros: recordad que vosotros también vais a morir. La sangre de nuestros mártires es sangre fecunda. Cuando asesinaron al Señor, pensaron que habían vencido; pero no fue así: su muerte fue el principio. La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. Nada podéis contra nosotros. Podéis matar nuestro cuerpo. Pero esa sería nuestra mayor gloria, porque si morimos por Él, viviremos también con Él. La muerte ha sido derrotada por la gloriosa resurrección de Cristo. Cristo vive y yo me he encontrado con Él. Lo he visto y Él me ama, aunque yo no lo merezca. Y todo lo estimo en nada al lado de Cristo.
¡Hay tanto mal, tanto pecado, tanto sufrimiento!
Volved los ojos al Crucificado los que estáis cansados y agobiados, los que no tenéis esperanza, los enfermos, los humillados… Él quita el pecado del mundo. La Sangre de Cristo lava nuestro pecado. Él asume nuestro dolor, comparte nuestro sufrimiento. Su sacrificio nos redime de tanto mal. El amor de Dios es más fuerte que el mal, que el pecado, que el sufrimiento, que la muerte.
Mirad el Árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la Salvación del mundo. Dios lo puede todo. Cuando no podamos más, miremos a la Cruz. El veneno del mundo no puede nada ante el madero que nos salva, ante el Crucificado que se deja traspasar por nuestros pecados. Cristo es el único que nos salva. Vivimos rodeados de una oscuridad tremenda. Pero Él es la luz verdadera que rompe la noche.
Cristo derrotó al mal y al pecado. Cristo vive: venid a adorarlo. Lo podéis encontrar en la Eucaristía. Lo podéis adorar ante el Sagrario. Suyo es el Reino, el Poder y la Gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
2 comentarios
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Pedro L. Llera
Muchísimas gracias, P. Iraburu. No sabe usted la tranquilidad que me dan esos tres "amenes", porque, como sabe, yo no soy teólogo (más bien soy "teófilo"...).
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