El altar, parte principal del templo o iglesia, es un ara elevada sobre la cual se ofrece el sacrificio. Así la define San Isidoro en el libro XV de sus Etimologias (L. XV, cap. 14, nº 4): “Altare autem ab altitudine constat esse nominatum, quasi alta ara”.
En el templo cristiano el altar ordinariamente es de piedra, y simboliza a Jesucristo, que es la piedra angular de la Iglesia. Recuerda también el Calvario, donde se inmoló el Cordero divino para la redención del género humano. Cuando el obispo consagra un altar hace sobre él muchísimas veces la señal de la cruz, porque la idea predominante es la del sacrificio del Dios-hombre. Sobre la piedra se graban cinco cruces, recuerdo de las cinco llagas. Lo unge con el santo crisma, que es el emblema de Cristo, ungido por el Espíritu Santo. En medio del altar, en un sitio que se llama sepulcro, se colocan algunas reliquias de los Santos, de las cuales alguna tiene que ser de un mártir. Este uso tiene su origen en la práctica de los primeros siglos de la Iglesia de construir los altares sobre los sepulcros de los mártires o cerca de ellos.
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