Capítulo 5º: Un sofisma: buscar lo moderado entre dos extremos
Una de las falacias que empezaron a difundirse en el clima litúrgico conciliar de aquel otoño de 1962 fue la existencia clara de dos tendencias extremas, que además pretendidamente se identificaban con las ya advertidas por Pío XII en la Mediator Dei (apego ciego-ruptura total) y que obligaría al Concilio a buscar una postura moderada y conciliadora. Afirmaba Martín Descalzo:
“En el Concilio han comenzado a diseñarse dos tendencias: una que apoya el esquema y que aun desearía que se ampliasen las reformas que en él se dibujan, y otra, que estima que el esquema no es necesario, ya que lo verdaderamente importante que habla que reformar en liturgia ya está hecho por la labor reformista de los últimos años. En la Primera sesión dieciséis intervenciones defendieron el esquema porque abría puertas a la reforma y las abría con moderación. Cuatro Padres, en cambio, se mostraron opuestos al esquema como demasiado innovador. Representante de esta tendencia fue sin duda el más vigoroso monseñor Dante, secretario de la Congregación de Ritos, que movió doce ataques contra el esquema en general.”
En la línea defensora destaquemos al cardenal Feltin, Arzobispo de París, que expuso la necesidad de la reforma litúrgica como Pastor de una gran ciudad en la que, por su composición sociológica extraordinariamente diversa, podía comprobarse que la liturgia en su estado actual resulta incomprensible para las mayorías.

La Eminentísima sagacidad de n.s.b.a. ordinario de Barcelona, ha publicado urbi et orbe, en los fraternales coloquios “in camera caritatis” de las sobremesas clericales y sobre todo en todos las oportunidades que ha tenido de conferenciar con los políticos de izquierdas, que, ante la beatificación del Dr. Samsó, había visitado personalmente en Mataró a la hija de Joan Peiró (en la fotografia), el jefe jerárquico de los ejecutores del Dr. Samsó.
Parece que forma parte de nuestro sentimiento colectivo enaltecer apresuradamente lo que mejor estaría en claro silencio hacia los hombres para saber ser digno interlocutor de Dios. No han faltado, en nuestra ajetreada vida social catalana, ejemplos de nerviosismo ideológico cada vez que por fragilidad humana algún identificado como valedor de la patria nacionalista ha dado el paso a la eternidad (según se mire). Tenemos en nuestra memoria ceremonias laicas o, lo que es lo mismo, homenajes de despedida de este mundo de los más variopintos personajes de la literatura, del espectáculo o de la política en las que preside la simple palabrería sin sabor a trascendencia. De un retroceso semejante quedarían estupefactos hasta los mismísimos faraones reunidos en asamblea cultual deseosos de seguir a sus sacerdotes en la ejecución de los rituales más ancestrales. Aquí no se les pega nada. Escondiéndose detrás de su nihilismo cuanto más bajo descienden a lo soez del lenguaje y al vacío de los gestos, más se les identifica como sensibles, avanzados e incomprendidos. En algunos casos son premiados y enaltecidos itinerarios vitales auténticamente suicidas cubiertos con el nada sospechoso disfraz de lo heroico. En resumen, cuanto más una vida tiene de esperpéntica y en la que puede encontrarse de todo menos fidelidad y coherencia, tanto más goza de reputación para organizar la procesión de muchos contemporáneos nuestros dispuestos a volver a su propio vómito. Es curioso que, a pesar de que en estas ceremonias y homenajes, acudan muchos admiradores muy pocos están dispuestos a imitar el modelo con pies de barro que yace ante sus ojos.