“Sin nuestros lemas y nuestra divisa no somos nadie”
Hoy soy yo, aquel que habéis conocido hasta el presente con el nombre de Prudentius de Bárcino, el que desea explicarse. Hasta ahora son muchos los que me han pedido explicaciones. Unos, los más, porque me reprochaban “mi porte canalla” y me amenazaban con callarme por la fuerza. Me descubrirían, me identificarían, conseguirían encontrar mi punto débil y usar cualquier cosa contra mí hasta obligarme a callar. Otros, los menos, pero creyéndose los más juiciosos, en el inicio de Germinans deseaban saber del proyecto, de sus objetivos, de sus medios, de sus componentes, de sus dificultades: deseaban seguridades.
Yo únicamente contaba con un nombre que había consolidado en una tenaz y simpática batalla, la del “De Bello Pallico”: Prudentius de Bárcino. Nunca expliqué porqué escogí ese pseudónimo, el de Prudentius, asociado al nombre de mi querida Barcelona, a decir verdad, la ciudad que a lo largo de mi vida y en todos los lugares que he recorrido, he tenido por mi única y autentica cuna. Allí donde he ido siempre he dicho: soy de Barcelona. No hacía falta más. Para mí “ser de Barcelona” es mi manera de ser. Tanto la amo, tanto la llevo en mis venas.
Aún no tenía quince años, cuando en una de las primeras clases del curso que entonces se llamaba “5º de Bachiller” (de letras, claro está) me tocó traducir en público, así a bote pronto, el segundo Prefacio de la “Apotheosis” de Aurelio Prudencio Clemente, nuestro gran literato hispano. El texto comenzaba así:
“Est vera secta? Te, Magister, consulo
rectamne servamus fidem
an viperina non cavemus dogmata
et nescientes labimur?
Son los cuatro primeros versos de un conjunto de 55 en los que el poeta se pregunta retóricamente, y a la vez pregunta a Cristo Maestro, si es verdadera la doctrina que acaba de exponer. La lectura de este II Prefacio en medio de las tempestuosas preguntas sobre la fe que un joven puede plantearse en la adolescencia dejó una marca indeleble: Prudentius sería un buen compañero de camino. A partir de aquel momento él me enseñaría a conocer “los granos de cizaña que matan la mies” (quae messem necant zizaniorum semina).
No fue difícil pues para mí, asignarme un tan concreto pseudónimo.
La segunda imagen que me viene a la mente es la de un hombre honesto y buen militar, un capitán que arengando a mi Compañía en el transcurso de unas maniobras durante el servicio militar nos espetó convencidamente: sin nuestros lemas y nuestra divisa no somos nadie. Aunque no voy a precisar más, es evidente que nuestro Regimiento era de aquellos que son conocidos como “regimientos históricos” ennoblecido desde hacía siglos con divisa y lemas propios. A mi todo ese lenguaje militar me decía bien poco y creo que me atraía aún menos, pero lo de la divisa y los lemas, trajo a mi mente unas escenas inolvidables. Debía tener 14 años cuando, a punto de concluir el Bachiller Elemental, se me otorgó la medalla de oro. La única medalla que he recibido en ésta vida y que substituía al emblema de aluminio del Colegio que todos llevamos en la solapa y que constituía el lema del mismo: “Labor prima virtus” (El trabajo es la primera virtud). La medalla de oro, con su sobresaliente lema en esmalte grana, rezaba: “Constantia omnia vincit” (La constancia todo lo vence). No hace falta decir que los fundadores de aquella institución escolar eran unos auténticos fans de Virgilio, ya que ambas frases están sacadas del Libro VII de las Geórgicas del gran poeta latino. Desde entonces siempre fui un chico de lemas, adagios, proverbios y refranes. Haciendo todo lo posible, eso sí, por no convertirme en uno de aquellos “empollones redichos” que tanto detestaba.
Es por eso que a la hora de dar a luz a Germinans, no podía negar mi idiosincrasia. Nuestra página, el escudo bajo el cual lucharíamos, debía mostrar una hermosa divisa a cuatro cuarteles con un sencillo pero definitorio lema. Y así surgió la cabecera. Un sencillo cuadrilátero, sin blasones ni coronas, que en esta vida nada valen y que sólo un día nos otorgará Cristo en su misericordia, con cuatro sencillos conceptos: Meritum, Constantia, Fortitudo y Fidelitas.
Hoy, a punto de concluir el curso y lanzando una mirada sobre nuestro presente, me es grato volverlos a recordar.
El mérito se refiere a nuestra voluntad de no condescender ante la mediocridad, a no alimentarnos en el camino con la carnaza que los escándalos nos pueden proporcionar. Necesitamos reflexión madura sobre los acontecimientos, repensar ideas y clarificar conceptos. Lo que en periodismo se denomina nivel.
Necesitamos a la vez constancia. De nada sirve lo que en catalán llamamos “fuego de virutas” (foc de encenalls): una llamarada que en pocos instantes se convierte en nada. Nosotros no debemos destruir sino construir. Ahora, sobre las cenizas a las que muchos han reducido la Iglesia, hay que edificar los pilares del futuro. Y no debe ser necesario, como nunca lo ha sido, orientar o dirigir la temática a tratar. Desgraciadamente, la empobrecida realidad eclesial en la que nos encontramos es tan precaria que cualquiera de nosotros, creo que poseedores de una gran riqueza interior, somos capaces de maduras reflexiones que se traduzcan en bien trabados escritos.
Pero para ello hacen falta unos nervios bien templados, una gran fortaleza interior (Fortitudo) que resista a los muchos embates que arremeten contra nuestras metas espirituales y nos hagan permanecer serenos ante las tentaciones del desánimo o de ese fácil “bajar a la arena” con métodos del todo inapropiados para nuestra causa.
Y finalmente “Fidelitas”, la doble fidelidad: en primer lugar y en el más sublime, la fidelidad a la Iglesia. La fidelidad al Papa y a su Magisterio y la leal colaboración con el ministerio episcopal de los pastores por él puestos al frente del rebaño. Aunque eso no signifique ausencia de crítica. Es por la crítica constructiva que somos fieles y construimos fidelidad. Es porque nos sentimos implicados y “corresponsables”, como dirían algunos, que elevamos nuestra voz manifestando nuestra permanente voluntad de consenso, aunque tantas veces estamos obligados a disentir.
Si, somos disidentes del progresismo en el que hemos nacido, crecido y vivido durante largas décadas. Muchas veces, aún sin quererlo, nos ha contagiado, otras nos ha inmunizado, otras nos ha destruido. Pero aún estamos aquí y si queremos estarlo por más tiempo y cumplir la misión que llevamos entre manos, o cumplimos los lemas de nuestra divisa o mejor desaparecemos. Sin ellos no somos nada.
Prudentius de Barcino
http://www.germinansgerminabit.org