Parisis, obispo de Langres: primer ejemplo de restauración romana
Llegados a este punto, resulta necesario subrayar como la llegada de Luis XVIII representó el restablecimiento del uso de la Liturgia romana en las capillas reales: la simple razón de etiqueta lo exigía y es obligatorio resaltar en ese acto valeroso el importante significado simbólico que conlleva.
La época de la Restauración francesa a diferencia del Imperio estuvo marcada por el gran número de operaciones litúrgicas que la significaron. Numerosos misales, breviarios y rituales fueron reimpresos, corregidos, reeditados, incluso creados de nuevo. Todo ello en principio incrementó la confusión ya existente, pero hay que añadir que en medio de ese mismo desorden, se intuía por todas partes los indicios de un regreso a mejores teorías. Para la Divina Providencia no hay mal que por bien no venga, y el regreso a las mejores tradiciones llegará por el hastío y la laxitud que inspirarán cada vez más la abundancia de esas obras particularistas. Por una parte, ya era innegable entre el clero un sentimiento general de malestar por la situación litúrgica reinante: las continuas variaciones y cambios, la disparidad de los libros litúrgicos entre ellos, el retorno a los estudios clásicos, la imposibilidad de fundar una ciencia litúrgica sobre presupuestos tan incoherentes y finalmente la dificultad para satisfacer las exigencias de los fieles, todo ello hacía entrever una gran crisis.
Se comienza a sentir la necesidad, universalmente reconocida, de estar en armonía con la Iglesia Romana, necesidad en continuo aumento, ante la cual se empieza a desdibujar la resistencia de los particularismos locales. Después de todo, resulta natural que se prefiera la Liturgia de San Gregorio y de sus sucesores a la de un sacerdote sospechoso de heterodoxia doctrinal del siglo XVIII. Todo el mundo es capaz de reconocer que si la ley de la fe deriva de la ley de la oración, resulte imprescindible que esta ley sea INMUTABLE, UNIVERSAL y promulgada por una autoridad INFALIBLE.
Por otra parte, la piedad francesa va liberándose cada vez más de las formas frías y abstractas que la habían rodeado durante los siglos XVII y XVIII. Se volvió, como antes de la Reforma protestante, más expansiva, más demostrativa. Empieza a nacer un gusto por las “vías extraordinarias” es decir por los milagros y revelaciones privadas. Así mismo el culto de las reliquias se acrecienta vertiginosamente: los fieles piden a Roma que “hurgando en sus entrañas” retire fragmentos de los santos mártires que celosamente custodia y los envíe a los templos devastados por la Revolución. Roma accederá gustosa: los cofres y los relicarios profanados volverán a mostrar los restos sepulcrales de los antiguos testigos de la fe a un pueblo que ha demostrado su valentía y coraje durante las aún recientes pruebas y persecuciones.
Pero todo ello sería anecdótico sin el paso decidido que diera el que fuera obispo de Langres, Monseñor Pierre-Louis Parisis al restablecer pura y simplemente la Liturgia Romana en su diócesis. Medida valiente que como un gran y solemne ejemplo para muchos, fue explicada en una Carta Pastoral que el prelado envío.
Mons. Parisis fue obispo de Langres desde 1834 a 1851, fundó en 1847 la “Archicofradía para la reparación de las blasfemias” y por tanto fue el primer inspirador de los actos de reparación a Jesucristo por las ofensas recibidas. En 1848 defendió ante la Asamblea Nacional la libertad de enseñanza y fundó y estableció en su diócesis el Colegio de Saint Dizier.
Voy a presentar a continuación algunos fragmentos a modo de resumen de la Carta de este gran obispo, porque las ideas expresadas resultan de una meridiana claridad y porque a la vez constituye el primer ejemplo de restauración romana:
“Queridísimos hermanos: No ignoráis de cuantas divergencias es objeto en esta diócesis la celebración de los oficios divinos. A menudo habéis expresado con dolor esta contradicción y oposición de los ritos entre parroquias vecinas las unas de las otras; de aquí resulta que los fieles a fuerza de ver estas variaciones de cantos y de ceremonias en cada iglesia, se vean obligados a preguntarse si es a un mismo culto que están consagrados los templos cuando se celebran las ceremonias religiosas con una solemnidad tan dispar.
Comprendéis fácilmente el detrimento que sufre por todo esto la Santa Iglesia, esposa de Jesucristo, aquella que no debiera tener ni mancha ni arruga, y particularmente en esta época turbada por tantas tempestades debidas al efecto de las doctrinas impías.
Como efectivamente entre las notas características de la verdadera Iglesia, e incluso antes que otras, la nota de UNIDAD debe brillar y hacerla distinguir de las sectas disidentes, los pueblos que muchas veces juzgan las esencias de las cosas por las apariencias, testigos de estas contradicciones se preguntan si verdaderamente la Iglesia Católica pueda ser “una” por toda la tierra cuando parece contradecirse a sí misma en los límites de una sola diócesis.
Impactados desde hace mucho tiempo por los inconvenientes de una situación tan desafortunada, buscamos en qué manera nos sería posible reunir a todas las parroquias de nuestra diócesis en esta unidad de ceremonias y oficios, tan santa, tan deseada y tan conforme a la unidad y a la edificación de los fieles. Finalmente nos parece que debemos volver a la Liturgia de la Iglesia Romana, nuestra Madre, que siendo centro de la unidad y firme columna de la verdad, nos garantizará y nos defenderá, a nosotros y a nuestro pueblo, contra el vendaval de las variaciones y contra la tentación de los cambios.
Pero con el fin de evitar el daño que pudiera seguirse del uso incluso del remedio que aplicamos, y también a fin que todos se sometan poco a poco a la misma regla, no por violencia, sino espontáneamente, es necesario considerar que la mayor parte de nuestra diócesis estuvo anteriormente sometida al rito romano, mientras que las otras partes segregadas de las diversas diócesis en el momento de la reorganización territorial de las diócesis francesas que llevó a la supresión de un gran numero de obispados, permanecieron ajenas a los susodichos romanos. Hecha esta distinción, declaramos y ordenamos lo siguiente:
A partir del primer día del año 1840, la Liturgia Romana será la liturgia propia de la diócesis de Langres.
Os suplicamos a todos vosotros, que sois nuestros cooperadores en el Señor, de llevéis a cabo la ejecución de esta gran obra en la medida de todas vuestras capacidades, para que igual que entre nosotros no hay sino un solo Señor, una sola fe y un solo bautismo, haya también en nuestro pueblo un solo lenguaje.
Dado en Langres, en la fiesta de Santa Teresa, el día 15 de octubre de 1839.”
¡Qué admirable celo por la casa de Dios refleja esta Carta verdaderamente pastoral, el mismo que recomendaba el Apóstol San Pablo (Romanos 12,3), idéntico al de San Pío V cuando en el siglo XVI, dio un claro ejemplo a seguir cuando promulgó el gran principio de la unidad litúrgica!
Dom Gregori Maria