El empecinamiento del Cardenal Martinez Sistach


Si quisiéramos conocer la etimología del verbo empecinarse deberíamos en cierta manera recorrer algunos hechos y personajes del siglo XIX que dejaron huella en la historia de España.

Cuentan que la población vallisoletana de Castrillo de Duero, de donde era originario el guerrillero Juan Martín Diez, héroe en nuestra Guerra de la Independencia, era famosa por sus numerosos charcos de cieno negro llenos de una informe materia en descomposición a la que en castellano llamamos pecina. De ahí el apodo de “empecinado” que recibió el rebelde castellano en su lucha “contra el francés”. Sin embargo fueron su tozudez y tenacidad en el empeño las que dieron a esas características temperamentales un nuevo y auténtico campo semántico al “empecinamiento” que ya no se refería tanto a la suciedad y dejadez en las maneras sino a la testarudez en obstinarse en unas ideas y el tesón en aferrarse a un objetivo.

Hecha la exégesis de los conceptos pasemos a referir los hechos de manera fehaciente “sin ánimos de ser exhaustivos” como diría algún famoso locutor.

No existe encuentro de nuestro n.s.b.a. Cardenal Arzobispo con algún grupo de obispos del resto de España donde, como una ciega obsesión, vaya gimoteando y lamentándose de lo malvados que somos los “insurrectos de Germinans”. De cómo ese “irreductible y enrocado grupo de laicos y sacerdotes” somos un mal ejemplo y un anti-testimonio evangélico. Es evidente que su reiteración en esos comentarios, siempre ante un mismo sector de obispos de la Conferencia Episcopal, causa en ellos en primer lugar sorpresa, por ver cómo un cardenal de Santa Madre Iglesia y Arzobispo Metropolitano puede ver alterada su serenidad por un grupúsculo de “calumniadores e indeseables” que llenamos con “mentiras y falsedades la auténtica realidad de la Iglesia catalana viva y dinámica” (relata refero: refiero lo que me han contado y cómo me lo han contado).

Pero sucesivamente la reacción es preguntarle si hay algún motivo que haga comprender la óptica desde la que elevamos las críticas a su gobierno pastoral. La reacción es siempre la misma: “son unos indeseables” suele espetar airadamente.

Es entonces cuando nuestra memoria vuela hacia las imágenes de aquellos fastuosos días en los que nuestro n.s.b.a. y egregio Cardenal hablaba ante los micrófonos de los medios de comunicación de esa Iglesia a la vez “madre y maestra, maestra y madre”. Maestra porque debe enseñar los principios, pero madre porque debe saber “comprender y perdonar”.

Las imágenes, como podéis ver, nos lo presentan envuelto entre banderas españolas y a su entrada en el Pontificio Colegio Español de San José en Roma (acompañado en todo momento de su contacto romano, el profesor Salvador Pié, al que ahora intenta colar a manera de recurso último como obispo auxiliar de Barcelona). ¡Qué diferencia entre la fachada romana y la realidad barcelonesa del foto-shop que elimina la bandera española del cartel de la Campaña Germanor!

Pero nosotros no estamos en esto para defender ninguna otra bandera que la de Cristo.

Y para desenmascarar todo aquello que afea el rostro de su Iglesia que, contradictoria y paradójicamente, nace en el seno de la misma Iglesia.

Es desde dentro de la misma Iglesia que preside y pastorea el Cardenal Sistach desde donde comenzó la autodemolición de la Iglesia de Cristo. No comenzó con él ni a causa de él, pero él está siendo uno de los protagonistas que pasarán a la historia, quizás no con su pensamiento y palabra (realmente es muy limitado para ello) pero sí con sus obras y sus omisiones.

Hartos ejemplos hemos dado continuamente en Germinans para ahora en este artículo redundar en ello.

Sólo queremos dejar constancia que, al ridículo que está haciendo nuestro n.s.b.a. con sus lamentos sobre Germinans, se añade el que está realizando al pedir ayuda para descubrir y destruir a cada uno de nosotros, sus presuntos miembros.

Llegará aquel día glorioso cuando él ya no esté y del que no quedará sino la triste impronta de su pontificado en el que saldrán a la luz todas las jerigonzas de las que se está valiendo y todas las argucias que está utilizando ante los poderes fácticos “para destruir a los de Germinans” (relata refero) y conseguir su empecinado cometido.

Y entonces será “el rubor de los justos” por las bajezas realizadas guiado por el temor y no por el amor a la verdad. Movido por el deseo de venganza y no por el afán “de construir la unidad” como le gusta repetir llenándose la boca de tópicos.

¡Déjenos estar, Sr. Cardenal! ¡Ólvidenos, Sr. Arzobispo! ¡Somos cieno negro, somos charco pestilente, somos pecina, somos ciegos empecinados!

Somos hijos de la Madre y Maestra que Vd. Representa y simboliza.

Prudentius de Bárcino

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