Forcades, la ideología de género

Lo que decíamos: el Estado promocionando la que pretende que sea “su” ideología y la de la Nación. Una Nación que se precie, ha de tener ideología: ¿no es eso? ¿No venimos de ahí? ¿Y no es ése el desiderátum de los neodemócratas, únicamente “neo” a la espera de una adjetivación más precisa? Efectivamente, “La 2”, una televisión supuestamente de todos y para todos, en su sección de UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia) tocaba hace unos días el tema de la ideología de género. Pero no, claro está, en formulación crítica y analítica, como una de tantas ideologías que ha de conocer un universitario que intenta ser versado en ciencias humanas, sino como la única ideología posible en el siglo XXI, como la superación de todas las aberraciones ideológicas cometidas al respecto en los siglos pasados. Nada de formato universitario, es decir de cultivo del conocimiento, sino en formulación adoctrinadora pura y dura.

Naturalmente, una vez anunciado el tema, tuve sumo interés en el programa por dos motivos: primero, por escuchar una vez más de boca de los máximos expertos en esa cosa intelectualmente tan escurridiza, sus coordenadas ideológicas; y segundo, por ver cuál es el último formato de venta al público de ese producto.

Y cuál no sería mi sorpresa al ver el primer impacto de la venta del producto: aparece en primer lugar y en primer plano la inefable Forcades, disfrazada de ultracatólica (sólo los de esta categoría exhiben en público y sin que forme parte del contexto, el atuendo que delata su condición de eclesiásticos) y presentada como “teóloga” y médica. A partir de ahí di por seguro que no se trataba de un programa de información ni de opinión, sino de adoctrinamiento: ¿quién mejor para adoctrinar que un cura o una monja?

Lo más llamativo fue que a la fachada tan primorosamente diseñada y graciosamente lucida de miembro de la Iglesia, no le siguió ni tan sólo una palabra, ni una sola, que permitiese adivinar su condición de monja y sobre todo de “teóloga”. Me impactó en efecto que habiendo tenido una única oportunidad de referirse a Dios, (por supuesto que su teología se decanta hacia la panteísta New Age, que tiene como realidad suprema “El Universo”: es lo que lleva la gente guay); habiendo tenido la oportunidad de nombrar a Dios cuando pretendió decir que nadie había creado al hombre y a la mujer como son, sino que la acentuación de las diferencias son obra de la cultura, vino a decir que “nadie había diseñado de ese modo al hombre y a la mujer” (la única literalidad sobre la que pretendo llamar la atención en el entrecomillado, son el término “nadie” y el verbo “diseñar”). Elegante manera para una monja de eludir nombrar a Dios.

Ecce fémina: disfrazada de monja en la vestimenta, que es su escaparate de venta, pero poniendo el máximo cuidado en que no se le escape ni tan siquiera una sola palabra que pueda delatar su condición de monja católica: cosa que también forma parte sustancial del escaparate.

Y efectivamente, ¡como iba a renunciar a su imagen de monja por fuera y teóloga de ese poti-poti panreligioso y ateo por dentro! El mercado es el mercado, y lo que hoy vende es la ideología de género y la New Age. Bueno, y la denuncia de las farmacéuticas en su vertiente médica. ¿Atiende enfermos? No. ¿Investiga? No. Pero denuncia y está en la cresta de la ola. Así que ahí tenemos a la vendedora de nuevos productos sacándole el mejor partido al escaparate que le ha puesto el Estado. ¿Para promocionar la ideología que le es propia a la monja? No, porque se quedaría sin escaparate; sino para abrirle mercado a la ideología del Estado. ¿Sabe alguien si la señora Forcades lleva el hábito para hacer además de monja y para difundir el Evangelio de Cristo?

Quizá uno de los momentos cumbre de su prédica fue cuando tuvo que desarrollar los principios metafísicos de su ideología. He de decir que me dejó estupefacto: ensartó palabras y giros como Sancho ensartaba refranes. Un auténtico jeribeque intelectual, un verdadero reto para mis entendederas. De todos modos, eso me tranquilizó: si la cosa no admite una explicación llana que entienda todo el mundo a la primera, es que se trata de un enredo (me refiero a “cosa enrevesada”, por supuesto). Es decir que el futuro de esa ideología no es nada prometedor. Añadió algo un poquitín más claro de entender, que no de aceptar: dijo que las diferencias biológicas entre el hombre y la mujer son mucho menores que las diferencias que ha impuesto la cultura. Sí, sí, que la diferencia hombre-mujer es mayoritariamente inventada.

Descripción: http://www.catapulta.com.ar/wp-content/uploads/2010/11/L1190410-1024x682.jpgY se me cayó todo el tinglado intelectual que intentaba asimilar guiado por la hermana Forcades, cuando ésta viene a decir que el límite máximo de lo que ha hecho la cultura sexista (la contraria de la de género) ha sido justamente la violencia contra las mujeres. Y mientras esto decía, pensaba yo que no ha sido ésa la única dirección en que ha ido la violencia humana. Recordé la paradigmática violencia contra los niños, una auténtica institución cultural (la educación del palo y tente tieso); pensé en la violencia de los amos contra los esclavos, la violencia del dominador contra el dominado y la violencia de la guerra. Todas esas violencias no son sino la culminación de unos determinados estatus culturales: ni más ni menos que la violencia del hombre contra la mujer.

Y por supuesto, encontraba a faltar la correlativa ingeniería social destinada a vencer cada una de esas expresiones de violencia: pero abordándolas desde sus raíces. Vamos, algo que se le parezca a la ideología de género en cada uno de los campos en que la especie humana ha resuelto las cosas mediante la violencia. Está por alborear, por ejemplo, la ideología de protección del pequeño y el débil: una ideología que emprenda el camino de recuperación para los padres, de la crianza y educación de los hijos; y ya de paso, la responsabilidad de los hijos sobre sus padres ancianos o enfermos: que se inicie el retorno de ese camino que pone en entredicho toda relación de dependencia, en virtud de la cual el Estado se ha comprometido a “liberar” a los ciudadanos (y sobre todo a las ciudadanas) de esas “cargas”: ahí tenemos la ley de dependencia en la que el Estado se hace cargo de los despojos que le ha dejado a la familia. Ni existe esa ideología o alguna que se le parezca, ni se la espera: porque laminaría la supuestamente insuperable ideología de género.

Y ya, la guinda que corona el pastel: la señora Forcades, siguiendo fil per randa (de pe a pa) la ideología feminista y de género, acabó denunciando el amor como una trampa en la que caen las mujeres. Claro, esta señora, para mantenerse en la línea de descrédito del amor, tan de moda en esas filas, le asigna ese nombre a su peor formulación; y de paso que condena ese fenómeno totalmente condenable al que llaman amor, como quien no quiere la cosa condena el amor. Eso pareció al menos, porque ése fue el único género de amor del que habló. 

En fin, hermana, que de quien va vestido sin connotaciones de ningún género, espero y acepto cualquier discurso, porque su imagen externa no me induce a esperar nada concreto. Pero de quien va vestido de persona consagrada a Dios, espero un discurso religioso, o por lo menos respetuoso con lo que el hábito representa. Señora Forcades, usted no es una monja (“por sus obras los conoceréis”) usted va por los escaparates disfrazada de monja.

Y yo me pregunto: si fuese por ahí disfrazado de médico promoviendo barbaridades contra la salud, o disfrazado de militar o de policía desacreditando a los respectivos cuerpos, ¿seguro que no me llamaría nadie la atención? ¿Seguro que los concernidos se quedarían tan panchos? Y si efectivamente tuviese legitimidad para llevar el uniforme o los distintivos que me hicieran pasar como miembro de una corporación, ¿seguro que no me expedientarían y me pondrían de patitas en la calle?

Pero esto de arrastrar el hábito por fangales y pocilgas es otra cosa, ¿eh que sí? Aquí no hay nadie concernido: ni obispos, ni arzobispos, ni superiores religiosos, ni dicasterios. El “pasar” de estas exhibiciones pseudomonjiles y de cosas mucho más graves, forma parte de la “normalidad” de la Iglesia. Esto no es un escándalo. El escándalo se produce cuando alguien pide explicaciones a la jerarquía.

Gracias a Dios, cada vez es más frecuente que los fieles se dirijan a las autoridades de la Iglesia para preguntarles si no les escandalizan los escándalos, y para reclamarles una respuesta proporcional a la notoriedad, a la magnitud y a la diuturnidad del escándalo.

Jaume Castellón