El mito de las dos Iglesias hay que alimentarlo periódicamente (I)
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El pasado día de Navidad La Vanguardia publicó un artículo titulado “Los responsos de Macià” firmado por Joan Esculies.
En él se comenta como el cardenal Vidal i Barraquer obligó al entonces obispo de Barcelona Irurita a cambiar su decisión de no obedecer a los mandatos de la Generalitat con respecto a los funerales del President Macià. Vamos a comentarlo, pues en él se puede detectar perfectamente como está bordado sobre el cañamazo del mito de las dos Iglesias católicas existentes en Cataluña durante la II República.
La BUENA que acató fielmente la II República, que estaría representada por Vidal i Barraquer, que es la auténticamente catalana, que seria reprimida por el franquismo y que seria continuada por el actual mundo eclesial nacional-progresista (Unió Sacerdotal y todo su rollo).
Y la MALA , la que no acató la II República , representada por Irurita (el malo; Rouco seria un nuevo Irurita), que no es auténticamente catalana (como Don Marcelo), que tendría los favores del franquismo y que se ha intentado ahora reponer en Democracia por fuerzas ajenas al Principado (operación Don Ricard Maria Carles… nuestra web etc…).
Un mito con unos fundamentos puestos por Josep Benet, el historiador de cabecera del joven Jordi Pujol, alicatado por historiadores como Bonet i Baltà o Ramon Muntanyola y elevado al paroxismo por Hilari Raguer. Unas paranoias, con un levado maniqueísmo, componente auto-exculpatorio y grandes e interesados olvidos, muy ligadas a la construcción del mito del carácter antifranquista de la mayoría sociológica que apoyó e hizo posible al pujolismo.
Macià murió a los 74 años alrededor de las 11 de la mañana del día de Navidad de 1933. En la cámara de la Casa dels Canonges estaba su esposa, Eugènia Lamarca; el prior de la capilla de Sant Jordi, mosén Jaume Berenguer; uno de sus más estrechos colaboradores y conseller de Instrucció Pública, Ventura Gassol; su secretario particular, Joan Alavedra, y dos amigos íntimos: Jaume Creus y Joan Solé i Pla.
Pese a la oposición de la familia, el Consell Executiu –con Miquel Santaló como primer conseller y Joan Casanovas como presidente interino de la Generalitat– impuso un entierro civil. Ante esta decisión el obispo de Barcelona, Manuel Irurita, se negó a autorizar a un grupo de curas para ir a cantar los responsos al President, no teniendo que ir después al entierro .
Obsérvese lo siguiente: la familia Macià quería un funeral católico, pues Macià se definía como tal. El Consejo de Gobierno de la Generalitat impide el entierro religioso –deseo de la familia- imponiendo uno civil. Esto, que es gravísimo, y que vulnera la libertad religiosa que la II República decía defender, NO es noticia para el articulista. Lo que es noticia y escándalo es que Irurita se negara a enviar curas al responso, argumentando que eso era porque el obispo no podría ir después al entierro. Como si la negativa fuera por vanagloria personal frustrada de Irurita, y no por lo que realmente pasó: Irurita no quería seguirle el juego a la Generalitat con una situación absurda y farisaica, es decir permitir los responsos católicos pero no el funeral religioso, donde toda la población hubiera podido ver que Macià era católico.
El navarro era obispo de Barcelona desde marzo de 1930. Había llegado a Catalunya el año 1927 procedente de la Comunidad Valenciana en plena Dictadura primoriverista para ocupar el obispado de Lleida. A pesar de los requerimientos de la familia de Macià, que se reconocía como católica, Irurita no transigió. Quien se impuso para hacer posible la voluntad familiar fue el cardenal-arzobispo de Tarragona, Francesc Vidal i Barraquer.
Así lo certifica una carta, recuperada por el historiador Joaquim Aloy, que Jaume Creus dirigió el año 1970 a mosén Ramon Muntanyola para enmendarle este punto de su biografía “Vidal i Barraquer, cardenal de la paz”. Más adelante, Creus también lo mencionaría a Joan Alavedra como demuestra la documentación aparecida en su fondo en el Archivo Nacional de Catalunya.
Según Creus, al empezar la noche del día 25, y ante la actitud de Irurita, mosén Berenguer intercedió enviando en coche una carta al arzobispado de Tarragona. Vidal y Barraquer, que tenía un trato cordial con Macià y lo había visitado ya enfermo el día 23, telefoneó a la una de la madrugada a Irurita, sacándolo de la cama, para ordenarle como superior que enviara a los curas . No era la primera vez que el navarro tenía que acatar las órdenes del cardenal en relación con Macià.
Todo el mundo con un poco de cultura eclesiástica sabe que un cardenal no es un superior jerárquico de un obispo. Conocer esto no es algo imprescindible para un periodista deportivo, sí que lo es en cambio para uno que intenta publicar un articulo de historia eclesiástica en La Vanguardia .
De Irurita era notorio su talante ultraconservador y su animadversión manifiesta a la República. El 17 de abril de 1931, Irurita había exhortado a los sacerdotes desde el diario católico El Matí , a ser “ ministros de un rey que no puede abdicar porque su realeza le es sustancial y ni los hombres le pusieron la corona, ni los hombres la sacarán ”. Al día siguiente, sin embargo, Irurita se había visto obligado a acompañar a Vidal i Barraquer en la visita que éste hizo al presidente de la recién creada Generalitat de Catalunya (ver foto adjunta).
Irurita se refiere en El Matí , por cierto, órgano oficioso de los democratacristianos catalanes catalanistas, a Cristo Rey y no a Alfonso XIII.
El cardenal había manifestado en más de una ocasión su recelo hacia Irurita, llegando a afirmar que este era “de ideología integrista y lo que espera es un golpe de estado de los militares”. Irurita acató la orden de Vidal i Barraquer, pero no sin poner impedimentos. Según Creus, quería que la veintena de curas que enviaba a la Casa dels Canonges a cantar los responsos desde la iglesia de la plaza Sant Just pasaran por la calle Princesa y la plaza Sant Jaume. Para así hacer ostensible que Macià moría religiosamente .
El Govern se opuso e impuso que fueran por la placita de la Pietat y entraran por la puerta de detrás. Allí los recibieron Creus y Enric Pérez Farràs, jefe de los Mossos d’Esquadra. Acto seguido cantaron los responsos en una sala cerca del dormitorio del difunto. En el camino de retorno, el Govern dispuso “como medida preventiva parejas de Mossos d’Esquadra disimuladas con el fin de proteger, si hacía falta, a los curas”. A continuación, mosén Berenguer dijo una misa a la cual sólo asistieron los familiares y los amigos más íntimos.
Para los que no conozcan Barcelona, indicarles que el camino mas corto y normal desde Sant Just al carrer del Bisbe es pasar por el trozo de la entonces calle Princesa que se llama Jaume I. Pasar por la placeta de la Pietat es “fer marrada” (dar vuelta), absurdo y que sólo tenia un objetivo: entrar por la puerta de atrás para ocultar que unos curas iban a rezar por Macià en la Casa dels Canonges (residencia oficial de los presidentes de la Generalitat , justo al lado del Palacio de la Generalitat y lugar donde murió Macià). No es que Irurita quisiera hacer ostensible que Macià moría religiosamente, sino que quería evitar la jugarreta del Consejo de Gobierno de ocultarlo, pues lo normal es pasar por la Calle Princesa y entrar por la puerta principal (la del Carrer del Bisbe).
La noche del día 25 Macià fue embalsamado en el sótano de la Casa dels Canonges , también por designio del Consell Executiu y contra la voluntad de la familia .
Vaya, a lo Lenin
Años después, con el estallido de la Guerra Civil , el obispo Irurita fue detenido por milicianos anarquistas. Durante años se consideró que había muerto fusilado el año 1936, lo que lo convirtió en un mártir. Últimamente, sin embargo, nueva documentación ha puesto en entredicho esta versión, sugiriendo que consiguió pactar con la CNT-FAI su liberación para ir al exilio, mientras su muerte era encubierta por el régimen franquista. En cambio, la Generalitat envió al diputado de ERC, Joan Solé i Pla, a liberar a Vidal i Barraquer de manos de los anarquistas faístas que lo retenían en Montblanc al inicio de la Guerra y lo ayudó a exiliarse a Italia.
El año 1937, el cardenal se negó a firmar una carta colectiva del episcopado español a favor del general Franco. Creus, por su parte, se exilió a Francia, aunque regresaría a Barcelona. A su muerte, en 1975, su documentación la guardó su dentista, Lluís Willaert, quien a su vez la ha entregado al historiador Joaquim Aloy recientemente.
Así se escribe la historia.
Quinto Sertorius Crescens