El determinismo sociológico que acompleja la pastoral familiar de nuestro obispado
Sistach con la Sagrada Familia no se ha enterado de nada. Simplemente la utiliza como un marco escenográfico para las celebraciones que le conviene (y de exaltación a su persona). Para el resto, cerrada al culto habitual, la parroquia en la cripta y la pastoral familiar en manos de Mossèn Manuel Claret.
La consagración de la basílica de la Sagrada Familia podría haber sido un estímulo para animar a la defensa de la familia cristiana justo en una de las ciudades más castigadas e impregnadas de progresismo ( diametralmente opuesto a la tradición) y de relativismo moral.
Barcelona, capital europea de la defensa de la Familia. Barcelona, la ciudad de la Sagrada Familia en todos sus sentidos, en el de las piedras del templo del Ensanche y el de las piedras vivas que somos todos. La Barcelona del Padre Manyanet y sus Hijos de la Sagrada Familia renovada con una actualizada defensa de la Familia, perfeccionada a la luz del Evangelio. La Familia realidad necesaria, fruto de la sociabilidad humana nacida de la creación. La Familia, perfeccionada por la Revelación. Defensa tomista, una vez más, de un bien para todos, creyentes y no creyentes, a la cual están llamados todos, creyentes y no creyentes.
La defensa de la Familia tradicional, tal como la conciben las enseñanzas de la Iglesia es, como el antiabortismo, una obligación de todos, no sólo de los creyentes. Es por ello que hay que, en cierta medida, “secularizar” este empeño. La defensa de la Vida y la Familia no es una obligación que nazca de la Fe, sino de la razón en todo Hombre que no atrofia su conciencia.
Que esta obligación no nazca de la Fe no significa que la Fe se oponga a ésta. Todo lo contrario. Debemos defender la Vida y la Familia no sólo como creyentes sino también y previamente como personas; y es en este sentido que debemos “secularizar” y “desclericalizar” este combate. Dicho esto, escuchar las enseñanzas de la Iglesia en esta materia no es nada sobrero para nadie; pues no sólo no contradecirá lo que la recta razón alcanza, sino que además dotará a este empeño de una dimensión y un sentido más completo, más misericordioso, más esperanzador, más salvífico.
Esta oportunidad perdida de convertir Barcelona en capital europea de la Sagrada Familia es una consecuencia del anti clericalismo, de la impregnación de progresismo moral que ignora la importancia de la vida personal privada en el hogar de cada uno y del servilismo empeñado en no incomodar al poder secular que impera en la praxis del día a día del gobierno de Sistach, y por extensión en el nacionalprogresismo eclesial barcelonés.
En materia de defensa de Vida y Familia, vuelve ese desdén de las “vacas sagradas” de la teología y la intelectualidad cristiana barcelonesa, por la esfera de lo familiar y matrimonial de la vida del cristiano. Un cristiano, según ellos, debe ser muy solidario y comprometido con el Tercer Mundo, pero puede pasar olímpicamente del principio según el cual es en el hogar y en los hijos donde está el primer reto de una vida consecuente para los seglares casados (la mayoría de la feligresía).
Son una muestra de este desdén las declaraciones del famoso sociólogo Salvador Cardús, quien con dos bemoles afirmó que: «Mientras la sociedad catalana está implicada en grandes debates sobre su futuro de emancipación cultural y política y sobre su necesidad de cohesión (…), la actual jerarquía de la Iglesia catalana parece que está al margen o que no tiene interés en decir nada de propio, encerrada mentalmente en sus discusiones que acaban por dirigirse a un espiritualismo etéreo y evanescente».
La delegación dioc esana de la Familia, confiada a un personaje tan inactivo como Mossèn Manuel Claret, un “marmolillo” en lenguaje taurino, no tiene en cuenta las realidades más dinámicas y formadas en defensa de la institución familiar. Sus causas: la mediocridad formativa de quien gobierna la delegación, el influjo nefasto de la indolencia, y el hecho de situarse estas realidades fuera de las coordenadas del nacionalprogresismo eclesial.
Mossén Claret es incapaz de liderar ningún proyecto solvente de reivindicación de la Familia. Le resbala todo lo que no provenga de los “de tota la vida”. Así ignora iniciativas como el Institut Superior de la Família de la Universitat Internacional de Catalunya.
Este centro, con sede en Barcelona y vinculado al Opus Dei, se ha propuesto defender la institución familiar desde unas coordenadas más amplias que las del “sistaquismo”. Por ello ha empezado a colaborar con el más que interesante proyecto Sustain Demographic Dividend, liderado por la Universidad de Virginia (EEUU) y dirigido por el profesor W. Bradford Wilcox, un estudioso que dignifica una disciplina, la Sociología, que en Cataluña es sinónimo casi en exclusiva de opio para fomentar una visión determinista del relativismo moral. Denle un vistazo al informe What do marriage and fertility have to do with the Economy? colgado en formato PDF en su web y fliparán en colores por el enfoque utilizado, el economicista. Una Economía que se carga a la Familia se carga hasta la Economía, seréa su conclusión. Tan sorprendente la argumentación como cierta.
Es necesario un cambio copernicano de la relación eclesial barcelonesa con la Sociología. Hasta hoy no había ciclo o congreso nacional progresista sobre tema eclesial en que no se invitara a sociólogos tipo Quim Cervera, Joan Estruch, o Salvador Cardús. Objetivo, colocar el mensaje subliminal: la sociedad cambia y por tanto la moral también debe hacerlo. Ergo, la Iglesia va atrasada. Moralina que regocijaba a los organizadores (muchas veces sacerdotes), que para algo los habían invitado, y desorientaba al auditorio católico. Y es que no hay nada más retrógrado, reaccionario y “carca” que la reeducación en el determinismo que nos quiere imponer la creencia de que lo que hace mayoritariamente la gente es lo moralmente bueno. A veces el progresismo se solapa con el sentido común tradicionalista. Y si no, revisitemos la trayectoria vital de Lammenais.
La Sociología católica del futuro y con futuro debe caminar por caminos como los del Institut Superior de la Família de la Universitat Internacional de Catalunya o del Instituto de Política Familiar con sede en Madrid (les recomiendo lean su Power Point sobre el Aborto en Europa y España en 2010), entidad fundada en 2001 donde participa gente de gran categoría intelectual como Lola Velarde Catolfi-Salvoni, miembro del Consejo Pontificio de los Laicos.
La pastoral familiar de Barcelona debe desmarcarse de sociólogos plastas, salir de su caparazón clericaloide amanerado por el servilismo político-partidista y la teología moral progresista, e ir al encuentro de iniciativas como las descritas. A cambio, “sólo” se le va a pedir una cosa que le cuesta hacer: mostrar de forma integral y sin complejos lo mejor que custodia en este ámbito: el Magisterio sobre la Familia. ¿A qué espera?
Quinto Sertorius Crescens