La larga marcha hacia la normalidad diocesana
Resulta a veces necesario hacer un alto para adquirir perspectiva del recorrido hecho y del trecho de camino aún por recorrer. En nuestro caso se convierte en imprescindible. Fácilmente, demasiado concentrados en problemas concretos, podemos perder las claves de lectura que nos permitan sopesar el valor de las realidades que aún debemos construir hasta llegar a algo que sea parecido a una normalidad diocesana.
Y digo parecido, porque en esta archidiócesis hace decenios que no conocemos algo que pueda adjetivarse como de “normal”. Somos tan peculiares que hasta nuestra peculiaridad debe significarse. Ciertamente venimos de una gran tradición eclesial cimentada a través de muchas dificultades, especialmente durante la segunda mitad del XIX y primera del XX y que dio como frutos tanto un laicado bien formado y organizado como un clero significado en muchas virtudes y méritos. Debemos estar orgullosos. Pero la causa política nacionalista y lo peor del progresismo eclesial que tanto daño ha hecho a la Iglesia en el siglo XX, ha dejado aquí no sólo heridas sino muy hondas raíces.
La curiosa personalidad de nuestro Arzobispo el Cardenal Martínez Sistach y los trazos principales de su gobierno pastoral no son la causa. Son la más nítida plasmación de todo ello. Su política de supervivencia personal a través de la no injerencia en el status quo existente de la diócesis y el respeto al poder fáctico de las fuerzas progresistas y nacionalistas han creado incluso en esas fuerzas el cansancio y la apatía.
Si en nosotros hace nacer la indignación, el deseo de reforma y la apuesta por el cambio, manteniéndonos vivos y dispuestos a prestarnos a cualquier proyecto que signifique el final del letargo que conduce a la muerte de nuestra diócesis, en ellos instaura el hastío.
Sistach no es la Iglesia que querrían, pero es el único que les da cuerda, pero con ella no saben que hacer porque ni tienen relevo ni medios ni ilusión.
Es cierto que la visita del Santo Padre resultó el cenit para el pontificado de Sistach, pero la mala gestión del proyecto “Sagrada Familia”, su frustrado ascenso a la vicepresidencia de la CEE y últimamente los tumbos y vueltas que ha dado y dará el caso Pousa constituyen la vertiginosa pendiente por la que se intuye el final del pontificado.
El Cardenal es un hombre de recursos y posee algunos resortes con los que puede y a veces sabe jugar. Él como eclesiástico no está acabado. Su proyecto para esta diócesis está muerto y sepultado. Y él, que todo lo sacrifica en aras del éxito de su carrera, ha trastornado la primacía de las cosas.
Todos sufrimos por ello. Además abandonados a las rencillas, envidias, rencores, ansias de venganza, desordenes afectivos e ideológicos, buena parte del clero vive una triste pendiente de autodestrucción. A pocos les importa. A él, el último. Son sólo curas. Pobre laicado, pobre pueblo de Dios, ovejas sin pastor. ¿La caridad de Cristo nos apremia?
Prudentius de Bárcino