La invisibilidad del catolicismo identitario en Cataluña (Parte 2ª: Del bullying diocesano y mediático, al catolicismo germinante catalán)
Prudentius nos hablaba ayer de la visibilidad eclesial y mediática de aquellos católicos catalanes que quieren hacer invisible su identidad católica. Hoy, un servidor, pretende hablar de la otra cara de la moneda: de la invisibilidad eclesial para Sistach, para su curia y para los medios de toda Cataluña, de aquellos a los que no les da ningún reparo, sino más bien todo lo contrario, el visibilizar su identidad católica.
Oriolt magistralmente nos hablaba el martes sobre cómo aquellos peregrinos venidos de fuera de Cataluña salvaron la Visita Papal del potencial fracaso que se hubiera producido de contar sólo con el contingente católico catalán.
De las 250.000 personas que salieron a la calle, según fuentes del Ayuntamiento de Barcelona, me da que la mitad no eran hijos del Principado. No lo digo con desprecio hacia ellos, sino con un profundo cariño y gratitud; pero la realidad es la que es. La profusión de banderas españolas, el acento y carácter de los vítores y otras sutilezas indican a las claras la procedencia. El paniaguado acólito de Llisterri y hasta hace pocos meses periodista a sueldo (no es una figura retórica) del PSC de Barcelona, Joan Salicrú, bien que se ha dado cuenta de ello. El catolicismo catalán ortodoxo, a imagen y semejanza del país, es muy discreto y parco a la hora de expresar su alegría: lo cual no significa que no esté alegre ni que sea menos auténtica su vivencia. Son sólo formas de expresión: y si no, comparen una procesión de Semana Santa en Vic o en Sevilla.
Aún descontando el bien hallado y bendito contingente procedente de mas allá del Ebro, continuamos teniendo un problema. Un servidor cree que entre 83.000 y 125.000 de los 250.000 sí eran residentes del Principado. Aún continúa siendo mucha gente.
El presupuesto de partida es la teoría particular del que escribe estas líneas, según la cual la Iglesia “Plural” militante (las 28 entidades del encuentro antipapal de Santa Maria del Pi) ni siquiera representa el 3% de los católicos de misa dominical. Esta proporción está sacada de la época del cardenal Carles, siguiendo la relación cuantitativa que había entre los que se adherían a los manifiestos que lo atacaban, y aquellos que asistían a las Jornadas Diocesanas que el arzobispo convocaba.
Con estas hipótesis de partida, ¿de dónde han salido estos 125.000 catalanes entusiastas que acudieron con desplazamiento personal a recibir al Papa en Barcelona? ¿Dónde están durante el año? ¿Cómo es que se llenó la Monumental ? ¿De dónde salieron los no pocos matrimonios jóvenes con niños muy pequeños que difícilmente podían venir de muy lejos y que vimos en las calles adyacentes a la Sagrada Familia durante la Misa del domingo?
¿Dónde está durante el año la parte alícuota catalana de la impresionante marea de jóvenes que acudieron el sábado a la Plaza de la Catedral de Barcelona, bandera vaticana en ristre, para recibir al Papa en un acto que no era previsto ni deseado por el arzobispo Sistach?
Si los jóvenes que puede movilizar el responsable de la Pastoral de Juventud Toni Roman son cuatro y el cabo (y que además no los movilizó), ¿dónde se mete esta juventud que “pasa” de la pastoral juvenil “oficialista”?
Si la mayoría de las “escuelas católicas” de la “Fundació Escola Cristiana de Catalunya” no se movilizó, ¿de dónde salió la parte alícuota catalana de adolescentes que se vieron estos dos días al lado del Papa? ¿Todos eran “de importación”?
Muchos sacerdotes dentro de la Sagrada Familia murmuraban: ¿Dónde están durante el resto del año estos que se tragan horas y horas de espera para ver por unos segundos al Papa? ¡Porque a mi parroquia no vienen! Cierto: a sus parroquias no van.
¿Cómo es que 28 entidades convocantes sólo consiguen agrupar 500 fieles en la Basílica de Santa Maria del Pi de Barcelona en un acto de contraprogramación antipapal? ¿Pero no eran ellos los que representaban a la Iglesia de base, la verdadera, los cuantitativamente significativos? ¡Sólo 500, el 0,2% de 250.000!
Con buena parte de la Iglesia diocesana escondiendo su identidad católica, con gran parte de las parroquias y colegios católicos durante años y años han viviendo como si el Papa no existiera, y después de todo el adoctrinamiento anticatólico que hemos venido sufriendo en Cataluña especialmente durante las dos últimas décadas y media, a través de la inmensa mayoría de los medios de comunicación (con TV3 a la cabeza), y a través también del mundo intelectual y del mundo de la educación universitaria y secundaria, lo que resulta sorprendente es que aún exista esa considerable parte alícuota catalana de los 250.000 personas que salieron a recibir al Papa.
Y más sorprendente si cabe es, que ese catolicismo autóctono catalán que no esconde su catolicismo identitario, fiel al Papa, y que salió a la calle a recibirlo, ha sido expresamente invisibilizado durante muchos años por los grandes medios de comunicación catalanes y por todo el sector nacionalprogresista de la propia Iglesia diocesana de Barcelona, hoy con su pastor a la cabeza.
El catolicismo que interpela a los agnósticos católicos
Francesc-Marc Álvaro, un no-creyente confeso, en su articulo “La necesidad de tener aliados” se quejaba el pasado lunes en La Vanguardia (pág. 26) de que los católicos no tienen visibilidad en nuestra sociedad catalana de la opinión y de la información. Se preguntaba el porqué observando con sano estupor la nutrida asistencia popular en las calles. ¿Pero realmente su reproche únicamente va dirigido a su profesión? ¿Realmente sólo es un problema de miopía periodística o informativa?
Francesc-Marc Álvaro no tiene aún las claves para discernir sobre la procedencia y composición de ese catolicismo invisible que se visualizó en las calles. Si la descubriera, tendría a lo mejor una inicial decepción.
En un primer momento descubriría el elevado componente no catalán y se pondría triste ante la evidencia de que aquel gozo que observó en las calles y que le conmovió, no fuera vivido ni protagonizado por un mayor número de sus conciudadanos catalanes.
En un segundo momento quedaría perplejo, al descubrir que aquellos católicos más cercanos a sus posicionamientos, los nacionalprogresistas, tampoco estaban. Precisamente no estaba con el Papa aquella Iglesia catalanista y progresista que tanto alientan y recomiendan gente como él mismo, como fórmula para hacer salir a la Iglesia de su “decadencia”.
Y en un tercer momento se pondría nervioso. Aceptaría que una porción de la parte catalana estuviera compuesta por nacidos antes del Vaticano II que no han desistido de su fidelidad a la Fe católica y al Papa. El catolicismo que ellos llaman de “les padrines” (de las abuelas). Pero lo que sería más duro de aceptar sería el descubrir que toda la asistencia menor de cincuenta años de la parte catalana, estaba compuesta por feligreses pertenecientes a las realidades germinantes de la diócesis.
Y he aquí el drama: el contingente generacional (geográfica y culturalmente más cercano a Francesc-Marc Álvaro) que mas vivió, se implicó, se alegró y gozó con la visita del Papa a la Sagrada Familia, procede del catolicismo invisibilizado y “maldito” de Barcelona: el catolicismo germinante.
¡Qué gran paradoja! Los opinadores, intelectuales, periodistas, escritores conmovidos por la visita del Papa y la dedicación de la Sagrada Familia (Álvaro, Rahola…), y que ahora salen en defensa de la identidad católica de Cataluña desde la no-creencia (los católicos culturales o ateos/agnósticos católicos, como lo llaman en Italia) siempre habían dado cancha y alas al catolicismo nacionalprogresista de aquellos sacerdotes y seglares intelectuales católicos que mantenían su catolicismo invisible; aquellos con más problemas de identidad; aquellos creyentes que no querían incomodar con su Fe a sus amigos; aquellos que vivían su confesión religiosa con acomplejamiento siempre rebajando doctrina con comportamiento acomodaticio; y no pocas veces, convirtiendo a Rouco o al mismo Papa en el enemigo exterior causante de la desafección catalana hacia lo católico; aquellos que denostaban a Ratzinger por intransigente, por duro.
Y ahora ese mismo Ratzinger, el Papa Ratzigner, conmueve sus corazones. El Papa de la identidad católica conmueve los corazones de los bautizados que han abandonado la Iglesia, pero que mantienen en el profundo de su conciencia una reticencia a aquel abandono. Aquella Iglesia que vive con alegría y esperanza su identidad católica -en Barcelona las parroquias, movimientos y colegios germinantes- es la que conmueve a estos agnósticos. Aquella Iglesia silenciada, invisibilizada por TV3, “La Vanguardia”, el “Avui” y un largo etcétera.
¿Quién es el responsable de haber hecho invisible el catolicismo catalán que salió a la calle a recibir al Papa? Habría que preguntar a aquellos medios que, junto con la Generalitat de Pujol, siempre han estado apoyando a los mismos, invitando siempre a los mismos, dando cancha a los mismos, enchufando a los mismos, dando voz a los mismos; hasta el punto de identificar catolicismo catalán con catolicismo nacionalprogresista. El ostracismo mediático era el destino de todo aquel católico catalán que se desviara del guión. Un ostracismo también parroquial y diocesano (Jubany-Sistach).
Y ahora, aquel catolicismo “carca”, otrora silenciado, ridiculizado, anatematizado, tratado como anticatalán, insultado, resulta que es hoy el catolicismo vivo y esperanzado, germinante, que saliendo a la calle para ver a su Papa, les conmueve e interpela. Habiéndose creado “amigos” y “enemigos” a su medida, ¡en menudo embrollo mental viven hoy algunos!
Quinto Sertorius Crescens