Protocolo, protocolos y ritos
Me sorprendió desde el primer día, a mí colaborador de postrema hora pero entusiasta seguidor desde la primera, que una web como Germinans dedicada al debate, a la reflexión y a la crítica sobre la situación de la Iglesia en Cataluña, que una página pues de esas características dedicase tanto espacio y casi diría tanta pasión a la liturgia.
Pero he aquí que unas cuantas anécdotas de la vida cotidiana me han hecho entender que quizá sean los artículos que directa o indirectamente versan sobre la liturgia y su lamentabilísimo estado en nuestra Iglesia, los que nos muestran con más crudeza la descomposición que ha traído el “progresismo” a la “Iglesia catalana” (hablo de ésta, no porque sea la única que incurre en este disparate, sino por ser la que vivo y sufro).
Difícilmente se nos borrará de la memoria y de las retinas la imagen estrafalaria de las góticas del presidente del gobierno en su ansiada foto con el presidente Obama. Todo el mundo mundial entendió que aquellas vestimentas ofendían el más elemental protocolo. Por eso ya no está ni estará esa foto en la galería de fotos de la web de la Presidencia de los Estados Unidos. Todo el mundo acepta que ha de haber un protocolo, una forma bien delimitada de vestirse y de estar, en señal de respeto hacia el que nos recibe.
Salto del protocolo a los protocolos. Hace año y medio, negociando con el banco una fórmula para hacer frente a una hipoteca a la que no podía hacer frente, les propuse que me prestasen cada mes la cantidad que debía abonarles, formalizando un préstamo global por todo el año. Me dijeron que la idea era muy buena, pero que al no estar en los protocolos de actuación del banco, era totalmente inviable. Actualmente sí que está en los protocolos el préstamo de un 50% de las cuotas mensuales; y obviamente me han incluido en la fórmula.
Todo el mundo entiende que teniendo el banco decenas de miles de empleados, no puede dejar que cada uno interprete las normas a su aire y las aplique como le parezca. En absoluto. Los protocolos de actuación son milimétricos; de otro modo, el banco sería un caos total y absoluto.
A la luz de esas dos realidades mundanas (el protocolo y los protocolos), dirijo mi mirada al “protocolo sagrado”, que así podríamos llamar a la liturgia, y siento una honda vergüenza de que los pastores de la Iglesia a la que pertenezco, muestren por Dios, que es el objeto de su culto, un respeto y una reverencia infinitamente menores que el respeto que mostró Zapatero por Obama.
¡Y qué decir de los protocolos, que en estos casos serían los ritos! Cada uno celebra los sacramentos como se le antoja. Como si en el banco cada empleado hiciera de su capa un sayo. Pues en la Iglesia, eso: ni sotanas, ni ornamentos sagrados, ni modales, ni rituales a los que se sujete cada sacerdote, sino todos sueltos, cada uno a su aire, cada uno inventando nuevas liturgias. Muy, muy, muy lamentable. ¡Así han dejado la Iglesia!
¿Acaso no se merece Dios más que Obama? ¿Acaso no nos merecemos los fieles percibir el respeto de nuestros sacerdotes, si no por nosotros, sí al menos por Dios? Es el signo del progreso: no hay que doblar la cabeza ante Dios, pero sí ante los hombres.
Cesáreo Marítimo