Capítulo 7º: Ejercicio de santa indiferencia entorno al latín
En los apuntes correspondientes al 26 de octubre de 1962, el P. Martín Descalzo anota:
“En todas las conversaciones conciliares de estos días -dentro y fuera del Aula- gira incesante el tema del latín, punto para muchos fundamental en toda reforma litúrgica. Valdrá la pena que nos detengamos en él para revisar cuánto en estos días se dice en su favor y en contra suya”.
Tras realizar una ponderada síntesis histórica sobre el uso del latín como lengua litúrgica en la Iglesia, nuestro cronista concluye acertadamente afirmando:
“… la Iglesia, que mantiene el latín en Europa cuando ve las lenguas vulgares aliadas a ideas heréticas, tiene la mano abierta para quienes lo piden por el verdadero bien de los fieles. Y así tenemos, en 1713 y 1736, dos concesiones de celebración en lengua vulgar para armenios y maronitas”.
En el siglo XIX cambian los tiempos. El movimiento litúrgico empieza a nacer en Occidente, limpio ahora ya de contornos protestantes, y en 1897 León XIII saca del índice la traducción del misal de Voisin, y prosigue la concesión de permisos especiales para las lenguas paleoeslava y checoslovaca. Pío X va a dar en 1903 un impulso decisivo al movimiento litúrgico, pero manteniendo viva y rígida la ley del latín para la liturgia romana.
Y así se llega a 1947, y, en este año, la Mediator Dei delimita y marca los caminos al movimiento litúrgico. Su postura ante el latín es clara y neta: El empleo de la lengua latina, en uso en una gran parte de la Iglesia, es un signo claro y manifiesto de unidad y una protección eficaz contra toda corrupción de la doctrina original. Pero de todos modos en muchos ritos puede ser muy útil para el pueblo el uso de la lengua vulgar. Mas es la Santa Sede quien únicamente puede conceder esto.
Y esta es la regla que ha venido practicándose durante los últimos años: defensa en principio y teoría del latín litúrgico, pero gran mano abierta para las excepciones.”
Empieza en este momento a enumerar todos los permisos y concesiones atorgadas en esta línea durante el pontificado del venerable Papa Pío XII, especialmente en lo referido a los rituales bilingües para los sacramentos y la lectura en lengua vernácula de epístola y evangelio, para finalmente concluir con una importante afirmación:
“Todas estas excepciones han ido creando una mentalidad nueva. Y son muchos los que comienzan a preguntarse si no habrá llegado la hora de convertir en ley las excepciones, y abrir para todo el mundo las puertas, ya abiertas para algunos pueblos, permaneciendo algunos fragmentos esenciales de la liturgia en latín como signo de unión universal. ¿Y quién mejor que un concilio para plantearse y resolver este problema? Henos aquí, pues, ya en pleno debate.
Llegados a este punto, nuestro cronista comienza a explanarse en los “considerandos” entorno a esta cuestión, a mi juicio con una gran objetividad, siguiendo el estilo de aquel ejercicio de “santa indiferencia para la elección de estado” que San Ignacio nos propone en su gran obra maestra.
Los presenta siguiendo un esquema clásico de argumentación a partir de la defensa y rebatimiento de tres tesis entorno a las ventajas del latín y tres tesis entorno a las ventajas de la lengua vernácula. No puedo si no plasmarlas tal cual nos las ofrece:
VENTAJAS DEL LATIN
Tesis
1) -El latín -dicen los defensores- es importantísimo en la defensa de la unidad de la Iglesia. Pío XII lo dijo clarísimamente: "El empleo de la lengua latina, en uso en una gran parte de la Iglesia, es un signo manifiesto y evidente de unidad". Sin él, la liturgia se atomizaría y cada país del mundo tendría una diferente. Con él todos los pueblos del mundo alaban a Dios en el mismo idioma, con las mismas palabras, con los mismos gestos, y todas las otras religiones pueden ver cómo se cambia de pueblos y de continentes, pero la Iglesia es la misma.
Sed contra:
1) -No han de exagerarse -dicen los adversarios- las palabras de Pío XII. El Papa dice que el latín es "un" signo de unidad, no el único, ni el más importante. Dice, por otro lado, que es un "signo" de la unidad, no la fuente de la unidad, ni su causa, fuente y causa que están en la fe y en el primado del Papa. Por otro lado, el propio Papa recuerda que el latín sólo está en uso "en gran parte de la Iglesia". Exagerar el valor de este argumento sería tanto como decir que las Iglesias católicas orientales no están unidas a Roma, ni unidas entre sí. Por otro lado, para mantener ese signo de unidad bastaría conservar en latín algunas fórmulas esenciales; de otro modo se confundiría unidad y uniformidad. Y al hombre moderno, si le impresiona apologéticamente la unidad, le molesta la uniformidad. que ve como hermana gemela del totalitarismo. Por otro lado, son ya tantas las excepciones concedidas por la Santa Sede, que esa unidad es ya más teórica que real."
Tesis:
2) El mundo moderno -se sigue diciendo- tiende hacia la unidad en todos los terrenos. Sería un error perderla y disgregar lo que nos une, precisamente cuando todo se unifica. Los movimientos migratorios y el turismo están unificando cada día más el mundo, y conviene que viajeros y emigrantes puedan encontrarse en todos los países del mundo con una liturgia igual: que, al menos, en las iglesias de cualquier país del mundo se sientan en casa, con algo conocido, con algo amado.
Sed contra:
2) "Es cierto -responden los otros- que el mundo tiende a la unidad; pero no en lo lingüístico; el mundo está dispuesto a asociarse y unirse, pero no a renunciar a las lenguas maternas. Todos los intentos de lengua universal moderna han fracasado. No puede pensarse que los emigrados se sientan en casa por oír la misa en latín, en un latín que en su nueva tierra les resulta tan extranjero como les resultaba en su tierra de origen. Por otro lado, los emigrantes, al cabo de poco tiempo, han asimilado la lengua de su nuevo país, y nunca asimilarán el latín en ninguna."
Tesis:
3) El latín no sólo ayudará a mantener la unidad, sino también la pureza de la fe, Pío XII lo dijo también claramente al afirmar que "es una protección eficaz contra toda corrupción de la doctrina original". ¿Cómo se mantendría ésta con el multiplicarse de las traducciones? ¿Cómo podrían traducirse los términos técnicos acuñados en latín por siglos y siglos?
Sed contra:
3) Tampoco se debe exagerar este argumento, porque sería acusar a los católicos orientales de no haber conservado la pureza de la fe. Por otro lado, no debe confundirse "lengua de la liturgia" con "lengua de la teología". En todo caso siempre podrían mantenerse en latín aquellas frases centrales en las que entran en juego complicados problemas teológicos. ¿Pero qué entra en juego en las frases en que los sacerdotes dialogan con sus fieles? Por otro lado, ¿no se tradujo la Biblia del hebreo y del griego al latín sin que la fe se perdiera? ¿No se han multiplicado las traducciones de la Biblia y de los catecismos sin ese riesgo? ¿No leen los fieles habitualmente en lengua vulgar las frases que simultáneamente lee el sacerdote en latín? ¿Se tambalea su fe por ello? Otra cosa sería decir que la Iglesia tendrá que vigilar atentamente las traducciones.
VENTAJAS DE LAS LENGUAS VERNACULAS
Tesis:
1) Su uso mostraría mejor al mundo la catolicidad de la Iglesia; sería un signo visible de que, como dijo Pío XII, "el Evangelio no destruye ni apaga nada de lo que tiene de bueno, bello y honesto el genio de los pueblos que le abrazan"-. Y se demostraría con esta apertura que -en palabras de Juan XXIII-"la Iglesia no se identifica con ninguna cultura, ni siquiera con la occidental, a la que está estrechamente mezclada por la Historia". El uso del latín en la liturgia es tomado por los no occidentales especialmente como una señal de falta de universalismo, y suceden cosas como la que señaló el cardenal Constantini: "Hemos querido hacer pasar al Oriente a través del latín, pero el Oriente no ha pasado. Nosotros hemos tenido a los chinos alejados de nosotros no por la muralla de China, sino por la muralla del latín”.
Sed contra;
1) "La adaptación a todos los pueblos -responden los adversarios- es buena, pero, siendo los hombres instintivamente individualistas, siempre hay el peligro de que la adaptación terminara creando nacionalismos y quién sabe si cismas. Por otro lado, vemos que los nuevos pueblos, por muy anti-occidentales que sean, en sus costumbres van adoptando las posturas occidentales, en sus vestidos, modos de vivir, alimentación, cultura. No podemos juzgar este problema a la luz del momento actual en que hay en todo el mundo un anti-occidentalismo explosivo. La ola actual de individualismos culturales normalmente irá moderándose con el paso de los años, y todas esas culturas que hoy nos parecen tan opuestas no lo serán al cabo de unos siglos. El actual movimiento parece pronosticar que el África y Asia de hoy serán en el siglo XXV tan occidentales culturalmente como hoy lo es Hispanoamérica, que hace cinco siglos parecía infinitamente distante".
Tesis;
2) La liturgia es, ante todo, el culto del pueblo a Dios. Por ello, la medida de todas las decisiones en esta materia, salva la fe, no ha de ponerse ni en la estética, ni en la tradición, ni en la Historia, ni en el arqueologismo, ni en el rubricismo, sino en la utilidad pastoral de los fieles. Y el pueblo, que lleva en sus venas la lengua natal tanto como la sangre, no ha de ver la religión como algo mágico y alejado; es necesario que se sienta activo y participante en ella. La Historia ha demostrado cómo los esfuerzos por adoctrinar al pueblo y hacerle participar en la liturgia han tropezado siempre con la barrera insalvable de la lengua no comprendida.
Sed contra:
2) No debe creerse que la lengua vulgar hará milagros. Recuérdese aquello que escribió Bruce Marshall: "Los anglicanos recitan los más hermosos himnos en los bancos más vacíos". La verdadera solución está en la formación de los fieles. Porque el lenguaje litúrgico traducido a sus lenguas, si no poseen una cultura bíblica y litúrgica, seguirá pareciéndoles extranjero, entenderán las palabras, pero no entenderán el sentido, ya que el lenguaje litúrgico siempre deberá tener un "tono" distinto del lenguaje normal de la calle. Por otro lado, ¿no harán las traducciones nacer conflictos en los países y zonas donde se da el bilingüismo? ¿Y qué pensar de África, donde los dialectos y lenguas tribales son cientos?
Tesis:
3) Vivimos en una época ecuménica y hay que abrirse a los separados en todo cuanto no ponga en juego la fe y las costumbres católicas. El cardenal Bea dijo que la Iglesia no podría aceptar compromisos con las Iglesias separadas en materia de fe, pero sí en materia de liturgia. Ahora bien: el latín molesta a los separados, que lo ven no como símbolo de catolicidad, sino de romanismo; no de unidad, sino de centralización. Aceptar, como ellos, la lengua vernácula sería marcar diferencias entre lo esencial y lo accidental; quitando las barreras de lo accidental dejaríamos más claro el estudio de lo esencial que nos separa.
Sed contra:
3) Bien está derribar barreras, pero para el pueblo ignorante y sencillo, ¿no sería este compromiso en lo accidental una especie de signo de concesión en lo esencial? Al ver dos ritos idénticos entre católicos y separados, ¿no nacería en muchos la confusa sensación de que realmente estábamos unidos? Desgraciadamente, estamos separados: ¿por qué dar sensación de unión mientras esta unión verdadera no se haya realizado? Y el día que la unión de fe se haya realizado, no será la lengua latina quien cree problemas, ya que la fe comportará la obediencia a este signo de unidad, que, aun siendo molesto, no crea verdaderos problemas a quien tiene fe.
Ciertamente escasas son las veces en las que las cuestiones se vean presentadas de manera tan clara y con tanta honestidad intelectual y cabal sentido común como aquí muestra Don José Luis.
Concluye finalmente con lucidez:
¿A qué conclusión llega uno después de sopesado todo esto? A la de que el asunto no es tan fácil como algunos creen; a que habrán de pesarse bien las circunstancias, los detalles. ¿Qué concluirá el Concilio? Nadie puede saberlo hoy. Los vientos huelen a un predominio de la tendencia renovadora, pero hacia una renovación sin prisas, a que se darán "pasos", y pasos importantes, pero no "saltos" y mucho menos saltos en el vacío. De todos modos, también aquí habrá que decir aquello de "la solución, mañana". Las votaciones nos lo dirán.
Y las votaciones llegaron. Y tristemente debemos decir, a casi 50 años vista, que aquello tan acertadamente auspiciado por los Padres conciliares y puesto negro sobre blanco en el texto de la constitución Sacrosanctum Concilium, en referencia a la preservación del latín como lengua litúrgica de la Iglesia Latina, no ha sido respetado.
Como tampoco fue valorada ni respetada la enseñanza y la voluntad de Juan XXIII expresada en la encíclica “Veterum Sapientia” del mismo 1962 el menosprecio de la cual nos ha reportado tantos perjuicios.
Dom Gregori Maria