El martirio del Dr. Samsó
La muerte del Dr. Samsó nos cuestiona tanto desde el punto de vista religioso, por su testimonio de Fe, como desde el punto de vista histórico. Pone en evidencia que la mitología que se quiere construir, bajo el apelativo de “recuperación de la memoria histórica”, contiene muchas trampas.
Nuestra Catalunya será mas normal cuando TV3 haga de manera neutral y despolitizada varios reportajes de “30 Minuts” dedicados a la persecución contra el catolicismo de 1936-1939; cuando los institutos públicos de enseñanza los pasen en las clases de historia o ética como hacen a menudo con este programa; cuando algún cineasta catalán –subvencionado o no- haga alguna película tipo Lista de Schlinder con lo que aquí se vivió aquellos años –asesinatos de catalanes (1.541 sacerdotes, 200 iglesias completamente arrasadas y demolidas, el 90% restante, incendiadas…) por catalanes-; cuando se diga lisa y llanamente lo que ocurrió: una persecución sistemática y planificada para erradicar el catolicismo de Cataluña; cuando cesen las justificaciones de que todo fue porque la Iglesia apoyaba a los ricos. Hay alguien que en Alemania de manera contemporánea razonó que la persecución a los judíos se tenía que hacer porque controlaban el capital; cuando se complemente con otros historiadores la apropiación de la interpretación de lo que sucedió, ejercida por Hilari Rager –un hombre de Albert Manent Segimon y del pujolismo religioso- quien ha gozado “gratuitamente” del megáfono que le proporciona el sistema mediático socio-convergente. La corrupción de nuestro oasis podrido no es solo económica sino también intelectual.
El asesinato del Dr. Samsó, perpetrado sin juicio previo la mañana del primero de setiembre de 1936 en la cima del cementerio de la ciudad de Mataró, fue el fruto de una negociación entre una columna de anarquistas, la Malatesta, que partía al frente de Aragón y el gobierno de la ciudad de Mataró democráticamente escogido en las últimas elecciones municipales.
La Malatesta pedía un sacrificio de sangre antes de partir. Algunos de los milicianos perderían su vida previsiblemente. Antes de marchar de Mataró comenzaron a pedir un tributo en sangre, todo ello bajo los macabros redobles de tambor que llenaron durante 24 horas la Riera, la principal calle de la Ciudad.. Había que pasar por las armas a toda la cárcel de la ciudad, 35 presos hacinados que habían sido detenidos, unos por ser militantes católicos, otros por ser antiguos dirigentes de la Lliga Regionalista (formación catalanista conservadora). La sangre llamaba a la sangre.
Cada mañana de aquel mes de agosto de 1936 en que el Dr. Samsó estuvo preso, la Sra. Carbó le llevó la comida y la ropa limpia en un cesto, dentro del cual ponía la Eucaristía dentro de un pañuelo. La Eucaristía la conseguía a través de la red que se creó en la ciudad de socorro blanco que escondía a los sacerdotes, religiosos y religiosas por las casas. Durante los tres años de Guerra, como si fueran las catacumbas, se continuó celebrando Misa de escondidas por la ciudad. Siempre con sumo sigilo. Se repartía la Eucaristía de escondidas. Gracias a contactos, la gente se confesaba con los sacerdotes repartidos por las casas. Incluso de paisano y aprovechando horas intempestivas se viaticó a enfermos y se celebraron matrimonios religiosos en las comedores de las casas particulares. La mañana del 1 de septiembre de 1936 el Dr. Samsó aun pudo comulgar.
Aquella noche del 31 de agosto al 1 de setiembre, el gobierno municipal constituido por una coalición formada por ERC y los socialistas se asustó y intentó frenar a la Malatesta negociando a la baja el número de los que tenían que matar. Tocando fondo en el tira y afloja, se llegó al callejón sin salida. La muerte del Dr. Samsó se convirtió en la moneda con que acallar el hambre de muerte de la Malatesta y en rescate con que salvar la vida del resto de los encarcelados.
Por la mañana, el coche fantasma, el Lancia con que se hacían los “paseos” al Coll de Parpers, arrancó con tres o cuatro miembros de la policía del Comité de Salut Pública que tutelaba desde el 20 de julio al Gobierno municipal. Delante de la cárcel llamaron, se les abrió la puerta y se les sacó al preso Samsó. Un puro formalismo administrativo. Maniatado, la comitiva emprendió camino al cementerio dentro del “auto fantasma”.
El Gobierno municipal sabía de todo ello y miró hacia otra parte. No podía hacer nada. Se recogía el fruto de haber alimentado con discursos demagógicos años y años a los mas desgraciados intelectual y moralmente. La Malatesta era el fruto de aquel mundo donde la conciencia moral hacía tiempo que había muerto. Aquella sociedad subterránea que en nuestros lares se apuntó a la FAI y en la Alemania Nazi a las S.S.
Los políticos que formaban el equipo de Gobierno del Ayuntamiento había jugado con este mundo de desgracia material y espiritual. Se habían presentado como sus valedores con un discurso maniqueo que había simplificado las causas de su miseria. Y gracias a ello, habían alcanzado el poder. Ahora se encontraban que sus hijos, los milicianos, con la lógica que habían aprendido de estos políticos, habían tomado el poder real desde el 20 de julio. Y lo iban a ejercer con mucha mas coherencia que sus maestros.
Concejales como el socialista Jaume Comas , al cual el PSC actual, inconsciente, le dedicó una calle, habían difundido entre “las masas” la argumentación marxista de que el catolicismo era el opio del pueblo que les adormecía e impedía levantarse contra el capital. Habían llenado de gasolina los estómagos y los corazones vacíos de los más desgraciados. Y ahora el fuego de las armas del alzamiento de los militares de Marruecos, la madrugada del 17 al 18 de julio, los había encendido.
Este fue el juego inmoral y antidemocrático a que había jugado la coalición (Frente Popular) que controlaba el Ayuntamiento. Presentar al adversario como el mal, sin atender a razones. Puro maniqueísmo. ¿Acaso no es esta la estrategia de los totalitarismos del siglo XX?. ¿Acaso no hay mucho de ello en la estrategia de los forjadores de la “memoria histórica” que tenemos que soportar ahora y aquí? El estilo “gótico” de ciertas niñas no es sino el reflejo difuminado y diluido de ciertas camisas negras, el vestuario de los que viven en un mundo donde la muerte se convierte en una regeneración. El vestuario del nihilismo y la desesperación.
Atado, el Dr. Josep Samsó subió las escaleras del cementerio seguido de su pelotón de fusilamiento. Una cuesta hasta la parte más alta desde donde había una esplendida vista de la ciudad, de la parroquial de Santa María y del mar. Llegados a la parte más alta, todos pararon. El Dr. Samsó con voz tenue pidió que no hicieran nada a su madre y a su hermana, que les perdonaba por lo que iban a hacer, que no le vendaran los ojos, que quería morir mirando la ciudad y su muy querida basílica de Santa María. Luego se adelantó y pidió permiso para abrazar a cada miliciano. Solo uno se negó. En ese momento, el Dr. Samsó identificó a otro. Era un gitano a quien a veces hacia dado una caridad cuando éste le había visitado en el despacho parroquial.
Cuando el médico forense levantó el cadáver al cabo de unas horas, certificó que solo habían dos orificios de entrada de bala. Los dos en el cráneo. Correspondía al que disparó el miliciano que no se dejó abrazar y al tiro de gracia que este mismo disparó después. Todo esto lo vio un joven de 17 años –antiguo monaguillo de Santa Maria- que permanecía escondido detrás de un ciprés y que se había subido a un panteón. Una intuición al ver como sacaban al Dr. Samsó de la cárcel le había llevado al cementerio junto a un amigo suyo. Años después, testificaría en la causa de beatificación.
A las dos de la tarde de aquel 1 de setiembre de 1936 el cementerio de Mataró estaba lleno de gente que había subido a ver al Dr. Samsó muerto. Un joven de la funeraria, Lladó, se arrodilló ante él y le besó la frente y rezó un padrenuestro pidiendo perdón a Dios por lo que se había hecho. Carme Plana recogió una poco de tierra que estaba manchada de la sangre derramada. Esta reliquia se conserva en la parroquial de Santa Maria.
Prudentius de Bárcino