FEBE y la corresponsabilidad de la mujer en la misión de la Iglesia
“Os recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la iglesia que está en Cencrea, para que la recibáis en el Señor, como es digno de los santos, y que la ayudéis en cualquier cosa que sea necesaria; porque ella ha ayudado a muchos (pobres y enfermos), incluso a mí mismo”.(Rom 16, 1-3)
Son muchos los que al leer estas palabras de San Pablo las interpretan para justificar no solo el derecho de la mujer a la ordenación sacerdotal, sino que las utilizan como texto imprescindible para reclamar un cambio en la postura de la Iglesia sobre el diaconado femenino.
Pero no. No se confundan. Aunque es verdad que para el apóstol la mujer y el hombre,”unidos todos en la misma dignidad de fondo”, por el hecho de ser creados por Dios a su imagen y semejanza, no seria justo esgrimir estas palabras para argumentar la igualdad de funciones.
Puesto que como afirma el apóstol, en el cuerpo de Cristo la diversidad no solo existe, sino que es necesaria: “En la Iglesia, hay algunos que han sido establecidos por Dios, en primer lugar, como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como doctores. Después vienen los que han recibido el don de hacer milagros, el don de curar, el don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar y el don de lenguas.
¿Acaso todos son apóstoles? ¿Todos profetas? ¿Todos doctores? ¿Todos hacen milagros? ¿Todos tienen el don de curar? ¿Todos tienen el don de lenguas o el don de interpretarlas?
Ustedes, por su parte, aspiren a los dones más perfectos. Y ahora voy a mostrarles un camino más perfecto todavía”. (I Cor 12, 28 – 31)
Es más, “porque Él conduce a su Iglesia, de generación en generación, sirviéndose indistintamente de hombres y mujeres, que saben hacer fecunda su fe y su bautismo para el bien de todo el Cuerpo eclesial para mayor gloria de Dios”, no podemos confundir “los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del Pueblo de Dios”.
La acepción utilizada por el apóstol para mencionar a Febe, “diákonos", no se refiere al derecho de un cargo de carácter jerárquico en la Iglesia en Cencreas, el puerto de Corinto, sino más bien a una aportación generosa a la misión encomendada por Dios para edificar y servir a la comunidad.
Reconozco que es un tema complicado y no pretendo hacer una disquisición de la tradición litúrgica y teológica acerca de si la mujer es apta para el diaconado pero no para el presbiterado, y por tanto, sobre una supuesta discriminación de la mujer en su participación en la Iglesia. ¡No! Para ello hay muchos teólogos que son especialistas en interpretar la Revelación y tutelar la doctrina de la Iglesia como servidores de los hombres.
Si desean profundizar en lo anteriormente expuesto, les aconsejo para ello repasar, por ejemplo, el Código de Derecho Canónico de 1983, la Declaración Inter insigniores, la Carta apostólica Ordinatio sacerdotalis de Juan Pablo II, o más concretamente, el Catecismo de la Iglesia Católica, de 1992 y la Mulieris dignitatem.
En esta ocasión solo quiero hablar de fe y de fidelidad. De fe en las palabras que nos dirigió Jesucristo y de fidelidad a Cristo. Pues como recordó Juan Pablo II a los profesores de teología en Salamanca en noviembre de 1982, que “la fidelidad a Cristo implica, pues, la fidelidad a la Iglesia, y la fidelidad a la Iglesia conlleva a su vez la fidelidad al Magisterio de la Iglesia”.
¿Tan difícil resulta comprender que “la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia"? ¿O qué el sacerdocio es un sacramento, y como tal, Dios decidió que “la ordenación sacerdotal, mediante la cual se transmite la función, confiada por Cristo a sus Apóstoles, de enseñar, santificar y regir a los fieles, desde el principio ha sido reservada siempre en la Iglesia católica exclusivamente a los hombres”, como señala la Carta apostólica Ordinatio sacerdotalis de Juan Pablo II?
Por lo tanto, dejémonos de bobadas. A pesar de que muchas mujeres son conscientes de su valía personal y humana para realizar “casi” todas las actividades de gobierno, gestión y evangelización reservada a los sacerdotes, no significa que la Iglesia se deje llevar por un machismo rancio y trasnochado excluyéndolas de ese servicio, ni que las considere menores en dignidad y en valía. Al contrario. Nunca como hasta ahora, las mujeres han jugado un papel tan necesario e insustituible en la vida de la Iglesia.
LA CORRESPONSABILIDAD EN LA MISION
“Que cada uno ponga al servicio de los demás el carisma que ha recibido.” (1 Pedro 4:10)
Corresponsabilidad significa responsabilidad compartida, o también, el compromiso que se adquiere a compartir la responsabilidad de otro. Un compromiso en el que todos debemos aportar nuestras cualidades, nuestro tiempo y nuestros talentos para que Cristo reine en la tierra.
Y participar en esta misión conferida a todos los miembros de la Iglesia implica poner a disposición del que lo necesite, con total libertad y gratuidad, todo lo que somos y tenemos, puesto que El ha querido contar con nosotros para completar Su obra.
Por lo tanto, la corresponsabilidad de obispos y sacerdotes, de religiosos y laicos; de hombres y mujeres; de jóvenes y mayores, no es optativa para los que se consideran seguidores de Cristo.
Como ya le ocurriera a San Pablo a lo largo de su misión, la constante presencia y participación de las mujeres en la Iglesia ha sido, es, y será una realidad “visible y activa” que “se ha dado bajo la forma de evangelización, catequesis, obras de caridad y promoción humana, educación en la familia, fundaciones de comunidades religiosas y presencia en la historia de grandes místicas y santas”.
Me enorgullece pensar que la colaboración de las mujeres en la Iglesia actual “va mucho más allá de lo que hacían las diaconisas de la Iglesia primitiva” como afirma el Santo Padre.
De la misma manera que Maria asumió su corresponsabilidad a los planes divinos con un “si” que cambió la historia de la humanidad, así las mujeres, como miembros de la Iglesia, no podemos vacilar en ofrecer nuestra riqueza, nuestro “genio femenino”, para hacer más humana, no solo la familia y la sociedad, sino también la vida de la Iglesia.
En efecto, el futuro de la Iglesia está, en gran medida, en manos de la mujer. Una mujer, que como las mujeres valientes que nos presenta los textos sagrados, siguen al Maestro, no para “hacer carrera”, sino para amarle y “para servirle”. (Lc 8, 3; Mt 27, 55).
Por lo tanto, ha llegado la hora de que las mujeres nos sintamos orgullosas “¡por el hecho mismo de ser mujer!”, y respondamos con valentía, con una fe sin condiciones y mirando al frente con la cabeza bien alta, sabedoras de nuestra aportación esencial y exclusiva a la humanidad, como nos recuerda la Mulieris dignitatem es:” Ser la primera raíz del amor humano es la característica principal de la femineidad. Es como una manifestación específica y característica de la vida íntima de Dios, que es Amor…. De ahí la fuerza de la mujer cuando sabe amar, por ello Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano”.
17 comentarios
Pues más que difícil, imposible,
Las Sagradas Escrituras son inspiradas por Dios.
A cualquier parte que acudamos encontramos la "inspiración divina", la inspiración divina la recibe un ser humano como un movimiento del alma en un determinado sentido y que requiere de la interpretación humana para ponerlo en práctica.
No existe ningún mensaje del Señor respecto de la prohibición expresa para que la mujer no pueda acceder al presbiteriado.
Normalmente se suele hablar del diaconado, presbiteriado, obispado, etc., como estratos de una jerarquía, cuando en realidad son disposiciones al servico, de ahí que el Papa sería (es) el servidor de todos los cristianos, cada cristiano en su puesto servidores de nuestros hermanos. Por tanto ¿cual es el motivo real para que una mujer no pueda servir en la misma posición que los hombres?.
No deberiamos olvidar que cuando Jesús fué crucificado y los apostoles se habían dispersado fue una mujer, la madre de Jesús, la Virgen María quien les reunió y les alentó para seguir difundiendo el Mensaje.
¿Recuerdan la aparición de la Virgen a Santiago sobre un pilar de Zaragoza? Fue ella quien le dió animos para seguir evangelizando.
Así que añadiré otra cosa:
No existen razones teológicas ni bíblicas para no ordenar a las mujeres, sólo existen razones coyunturales que desde luego no tengo el menor inconveniente en aceptar, como tales. Lo mismo que el celibato de los sacerdotes: razones pastorales coyunturales.
El hecho de que tradicionalmente no se haya ordenado a las mujeres sólo significa que tradicionalmente el mundo ha sido machista, y como sigue siéndolo no tengo inconveniente en esperar a que deje de serlo para que las mujeres se puedan ordenar sacerdotes.
Lo de decir que existe algo en nosotras que hace imposible esa ordenación por razones teológicas y bíblicas me parece indignante, y no es según el espíritu de Jesús.
Y mi conciencia me impide quedarme callada cuando se pretende cargarle el muerto al Maestro, que hizo a María Magdalena Apóstol de los Apóstoles para anunciarles la resurrección y la inauguración de un mundo nuevo. Por eso, en Jesucristo ya no hay amo ni esclavo, gentil ni judío, varón ni mujer.
Claro que eso no les impidió admitir la esclavitud durante siglos, y lo mismo la discriminación de la mujer. El Espíritu sopla donde quiere, así que decir la verdad nunca está de más.
Paz, Verdad, y Libertad
Lo del orgullo suena a añagaza para obligar al conformismo. Y eso... pues NO.
Ser sacerdote no implica poder, es una vocación de servicio cuya reserva masculina es una Misterio.
El problema es que el feminismo se ha inventado una suerte de victimismo para dominar a las mujeres.
La lástima es que este feminismo posmoderno sólo busca que las mujeres sean una copia barata de los hombres, es decir que no busca un pleno desarrollo de las mujeres lo único que quieren son hombres-bis.
El resultado se ve afuera, pero eclesialmente hablando tenemos una fuerte crisis vocacional femenina y un montón de mujeres rebotadas porque consideran que la Iglesia no las respeta `por no dejarlas ser sacerdotes.
Una lástima.
Me permito una explicación, ¡clarita, clarita! Y ya está bien de nuestros complejos de inferioridad femeninos, caramba!!! (Hay un estupendo feminismo que se basa en la gran diferencia, y complementariedad, entre hombre y mujer).
El Magisterio católico ha mantenido de forma firme e invariable, la negativa sobre la posibilidad de la ordenación femenina, y esto en documentos de carácter definitivo .
¿Cuál es el motivo último por el que la mujer no puede acceder al sacerdocio ministerial?
1. A partir de la Tradición
El Magisterio apela a la Tradición, entendida no como “costumbre antigua” sino como garantía de la voluntad de Cristo sobre la constitución esencial de su Iglesia (y sacramentos). Esta Tradición se ve reflejada en tres cosas: la actitud de Cristo, la de sus discípulos y el Magisterio; veamos cada una de ellas señalando también las principales objeciones que suelen plantearse al respecto.
1) La actitud de Jesucristo. Históricamente Jesucristo no llamó a ninguna mujer a formar parte de los doce. En esto debe verse una voluntad explícita, pues podía hacerlo y manifestar con ello su voluntad. Jesucristo debía prever que al tomar la actitud que tomó, sus discípulos la interpretarían como que tal era su voluntad.
- Objeción. La objeción más común es que Jesucristo obró de este modo para conformarse con los usos de su tiempo y de su ambiente (el judaísmo) en el que las mujeres no desempeñaban actividades sacerdotales.
- Respuesta. Precisamente respecto de la mujer, Jesucristo no se atuvo a los usos del ambiente judío. Entre los judíos rígidos, las mujeres sufrían ciertamente una severa discriminación desde el momento de su nacimiento, que se extendía luego a la vida política y religiosa de la nación. “¡Ay de aquél cuya descendencia son hembras!”, dice el Talmud. Tristeza y fastidio causaba el nacimiento de una niña; y una vez crecida no tenía acceso al aprendizaje de la Ley. Dice la Mishná: “Que las palabras de la Torá (Ley) sean destruidas por el fuego antes que enseñársela a las mujeres... Quien enseña a su hija la Torá es como si le enseñase calamidades”. Las mujeres judías carecían frecuentemente de derechos, siendo consideradas como objetos en posesión de los varones. Un judío recitaba diariamente esta plegaria: “Bendito sea Dios que no me hizo pagano; bendito sea Dios que no me hizo mujer; bendito sea Dios que no me hizo esclavo”.
Por eso la actitud de Jesús respecto de la mujer contrasta fuertemente con la de los judíos contemporáneos, hasta un punto tal que sus apóstoles se llenaron de maravilla y estupor ante el trato que les brindaba (cf. Jn 4,27). Así:
–conversa públicamente con la samaritana (cf. Jn 4,27)
–no toma en cuenta la impureza legal de la hemorroísa (cf. Mt 9,20-22)
–deja que una pecadora se le acerque en casa de Simón el fariseo e incluso que lo toque para lavarle los pies (cf. Lc 7,37)
–perdona a la adultera, mostrando de este modo que no se puede ser más severo con el pecado de la mujer que con el del hombre (cf. Jn 8,11)
–toma distancia de la ley mosaica para afirmar la igualdad de derechos y deberes del hombre y la mujer respecto del vínculo matrimonial (cf. Mt 19,3-9; Mc 10,2-11).
–se hace acompañar y sostener en su ministerio itinerante por mujeres (cf. Lc 8,2-3)
–les encarga el primer mensaje pascual, incluso avisa a los Once su Resurrección por medio de ellas (cf. Mt 28,7-10 y paralelos).
Esta libertad de espíritu y esta toma de distancia son evidentes para mostrar que si Jesucristo quería la ordenación ministerial de las mujeres, los usos de su pueblo no representaban un obstáculo para Él.
2) Actitud de los Apóstoles. Los apóstoles siguieron la praxis de Jesús respecto del ministerio sacerdotal, llamando a él sólo a varones. Y esto a pesar de que María Santísima ocupaba un lugar central en la comunidad de los primeros discípulos (cf. Act 1,14). Cuando tienen que cubrir el lugar de Judas, eligen entre dos varones.
- Objeción 1. Puede ponerse la misma objeción: también los apóstoles se atuvieron a las costumbres de su tiempo.
- Respuesta. La objeción tiene menos valor que en el caso anterior, porque apenas los apóstoles y San Pablo salieron del mundo judío, se vieron obligados a romper con las prácticas mosaicas, como se ve en las discusiones paulinas con los judíos. Ahora bien, a menos que tuvieran en claro la voluntad de Cristo, el ambiente nuevo en que comenzaron a moverse los tendría que haber inducido al sacerdocio femenino, pues en el mundo helenístico muchos cultos paganos estaban confiados a sacerdotisas.
Su actitud tampoco puede deberse a desconfianza o menosprecio hacia la mujer, pues los Hechos Apostólicos demuestran con cuanta confianza San Pablo pide, acepta y agradece la colaboración de notables mujeres:
–Las saluda con gratitud y elogia su coraje y piedad (cf. Rom 16,3-12; Fil 4,3)
–Priscila completa la formación de Apolo (cf. Act 18,26)
–Febe está al servicio de la iglesia de Cencre (cf. Rom 16,1)
–Otras son mencionadas con admiración como Lidia, etc.
Pero San Pablo hace una distinción en el mismo lenguaje:
–cuando se refiere a hombres y mujeres indistintamente, los llama “mis colaboradores” (cf. Rom 16,3; Fil 4,2-3)
–cuando habla de Apolo, Timoteo y él mismo, habla de “cooperadores de Dios” (cf. 1 Cor 3,9; 1 Tes 3,2).
- Objeción 2. Las disposiciones apostólicas y especialmente paulinas son claras, pero se trata de disposiciones que ya han caducado, como lo hecho otras, por ejemplo: la obligación para las mujeres de llevar el velo sobre la cabeza (cf. 1 Cor 11,2-6), de no hablar en la asamblea (cf. 1 Cor 14,34-35; 1 Tim 2,12), etc.
- Respuesta. Como es evidente, el primer caso (el velo femenino) se trata de prácticas disciplinares de escasa importancia, mientras que la admisión al sacerdocio ministerial no puede ponerse en la misma categoría. En el segundo ejemplo, no se trata de “hablar” de cualquier modo, porque el mismo San Pablo reconoce a la mujer el don de profetizar en la asamblea (cf. 1 Cor 11,5); la prohibición respecta a la “función oficial de enseñar en la asamblea cristiana”, lo cual no ha cambiado, porque en cuanto tal, sólo toca al Obispo.
3) Actitud de los Padres, la Liturgia y del Magisterio. Cuando algunas sectas gnósticas heréticas de los primeros siglos quisieron confiar el ministerio sacerdotal a las mujeres, los Santos Padres juzgaron tal actitud inaceptable en la Iglesia. Especialmente en los documentos canónicos de la tradición antioquena y egipcia, esta actitud viene señalada como una obligación de permanecer fiel al ministerio ordenado por Cristo y escrupulosamente conservado por los apóstoles (3).
2. A la luz de la teología sacramental
La argumentación central es la anteriormente reseñada; podemos, sin embargo, acceder a otra vía argumentativa que pone más en evidencia que, la tradición que se remonta a Cristo no es una mera disposición disciplinar sino que tiene una base ontológica, es decir, se apoya en la misma estructura de la Iglesia y del sacramento del Orden. Los dos argumentos que damos a continuación apelan al simbolismo sacramental.
1) El sacerdocio ministerial es signo sacramental de Cristo Sacerdote. El sacerdote ministerial, especialmente en su acto central que es el Sacrificio Eucarístico, es signo de Cristo Sacerdote y Víctima. Ahora bien, la mujer no es signo adecuado de Cristo Sacerdote y Víctima, por eso no puede ser sacerdote ministerial.
En efecto, los signos sacramentales no son puramente convencionales. La economía sacramental está fundada sobre signos naturales que representan o significan por una natural semejanza: así el pan y el vino para la Eucaristía son signos adecuados por representar el alimento fundamental de los hombres, el agua para el bautismo por ser el medio natural de limpiar y lavar, etc. Esto vale no sólo para las cosas sino también para las personas. Por tanto, si en la Eucaristía es necesario expresar sacramentalmente el rol de Cristo, sólo puede darse una “semejanza natural” entre Cristo y su ministro si tal rol es desempeñado por un varón (4).
De hecho, la Encarnación del Verbo ha tenido lugar una Persona de sexo masculino. Es una cuestión de hecho que tiene relación con toda la teología de la creación en el Génesis (la relación entre Adán y Eva; Cristo como nuevo Adán, etc.) y que, si alguien no está de acuerdo con ella o con su interpretación, de todos modos se enfrenta con el hecho innegable de la masculinidad del Verbo encarnado. Si se quiere, por tanto, tendrá que discutirse el por qué Dios se encarna en un varón y no en una mujer; pero partiendo del hecho de que así fue, no puede discutirse que sólo un varón representa adecuadamente a Cristo-varón.
- Objeción 1. La objeción de los anglicanos proclives a la ordenación femenina es que, según ellos, lo fundamental de la encarnación no es que Cristo se haya hecho varón sino que se haya hecho “hombre”. Por tanto, no es tanto el varón quien representa adecuadamente a Cristo sino el “ser humano” en cuanto tal.
- Respuesta. El problema de la objeción consiste en un insuficiente concepto de lo que se denomina, en la teología sacramental, “representación adecuada”. Los signos sacramentales tienen que guardar una representación adecuada, es decir, lo más específica posible. Desde este punto de vista, el “ser humano” (varón-mujer) es una representación adecuada de Cristo pero en su sacerdocio común (el sacerdocio común de los fieles), no de Cristo en su Sacerdocio ministerial de la Nueva Alianza. El “ser humano” representa adecuadamente al Verbo hecho carne, pero representa sólo genérica y borrosamente a Cristo sacerdote. De hecho, el carácter sacerdotal (ministerial) es una subespecificación del carácter general cristiano que viene dado a todo hombre (varón y mujer) por el bautismo.
- Objeción 2. Cristo está ahora en la condición celestial, por lo cual es indiferente que sea representado por un varón o por una mujer, ya que “en la resurrección no se toma ni mujer ni marido” (Mt 22,30).
- Respuesta. Este texto (Mt 22,30) no significa que la glorificación de los cuerpos suprima la distinción sexual, porque ésta forma parte de la identidad propia de la persona. La distinción de los sexos y por tanto, la sexualidad propia de cada uno, es voluntad primordial de Dios: “varón y mujer los creó” (Gn 1,27).
2) El simbolismo nupcial. Cristo es presentado en la Sagrada Escritura como el Esposo de la Iglesia. De hecho en Él se plenifican todas las imágenes nupciales del Antiguo Testamento que se refieren a Dios como Esposo de su Pueblo Israel (cf. Os 1-3; Jer 2, etc.). Esta caracterización es constante en el Nuevo Testamento:
–en San Pablo: 2 Cor 11,2; Ef 5,22-33
–en San Juan: Jn 3,29; Ap 19,7.9
–en los Sinópticos: Mc 2,19; Mt 22,1-14
Ahora bien, esto resalta la función masculina de Cristo respecto de la función femenina de la Iglesia en general. Por tanto, para que en el simbolismo sacramental, el sujeto que hace de materia del sacramento del Orden (que representa a Cristo), y luego el sujeto que hace de ministro de la Eucaristía (que obra “in persona Christi”) sea un signo adecuado, tiene que ser un varón.
- Objeción. El sacerdote también representa a la Iglesia, la cual tiene un rol pasivo respecto de Cristo. Ahora bien, la mujer puede representar adecuadamente a la Iglesia; entonces también puede ser sacerdote.
- Respuesta. Es verdad que el sacerdote también representa a la Iglesia y que esto podría ser desenvuelto por una mujer. Pero el problema es que no sólo representa a la Iglesia sino también a Cristo y que esto, por todo cuanto hemos dicho, no puede representarlo una mujer. Por tanto, el varón puede representar ambos aspectos, pero la mujer sólo uno, el cual no es el propiamente sacerdotal.
3. Conclusión
Los errores principales giran en torno a dos problemas. El primero es no concebir adecuadamente el sacerdocio sacramental, confundiéndolo con el sacerdocio común de los fieles. El segundo, es dejarse llevar por los prejuicios que ven en el sacerdocio ministerial una discriminación de la mujer y paralelamente un enaltecimiento del varón en detrimento de la mujer; es una falta de óptica: en la Iglesia católica, el sacerdocio ministerial es un servicio al Pueblo de Dios y no una cuestión aristocrática; es más, esto último es precisamente, un abuso del sacerdocio ministerial semejante al que contaminó el fariseísmo y saduceísmo de los tiempos evangélicos. Finalmente, los más grandes en el Reino de los Cielos no son los ministros sino los santos; y –excluida la humanidad de Cristo– la más alta de las creaturas en honor y santidad, la Virgen María, no fue revestida por Dios de ningún carácter sacerdotal.
Gracias a la Sra. Falaguera por ser de las valientes!!!
"Las mujeres no deben ser iluminadas ni educadas en forma alguna. De hecho, deberían ser segregadas, ya que son causa de insidiosas e involuntarias erecciones en los santos varones." [ San Agustín de Hipona, Padre de la Iglesia]
Al leer sobre el tema, recordé a una amiga que no acababa de tener clara la diferencia entre sacerdocio ministerial y sacerdocio común de los fieles.
Le dije que, en el fondo, en el fondo, Sacerdote no hay más que uno: Jesucristo, que se ha
ofrecido a Sí mismo como víctima sobre el altar de la cruz para dar toda gloria
a Dios y para salvar al mundo.
Todas las personas bautizadas gozamos del sacerdocio real de Jesucristo.
Es verdad que siempre se ha considerado como gran honor el ser
sacerdote y que el ministerio puede ser muy meritorio, pero lo grande
ante Dios es ser verdaderos sacerdotes, tanto el hombre como la mujer, por
haber sido consagrados como tales por el Bautismo y la Confirmación.
Intentemos todas y todos, con la pureza de nuestros cuerpos y vida santa, ser continuamente una
hostia viva, santa y agradable a Dios: Con nuestro amor que actúa siempre y se prodiga a los demás, nos daremos como Cristo en la Cruz para la salvación de todos; con nuestra vida metida en medio del mundo, y con nuestro testimonio, consagraremos el mundo entero para hacerlo más digno de Dios.
Evitemos el error de perspectiva y los prejuicios de quien viera en el sacerdocio ministerial una discriminación de la mujer o un enaltecimiento del varón en detrimento de la mujer.
Y es que Nuestro Señor Jesucristo ha hecho a su nuevo Pueblo “un reino de sacerdotes para Dios su Padre (Apocalipsis 1,06). Porque somos “una estirpe elegida, sacerdocio real, nación
santa, pueblo que Dios se ha elegido para que proclamemos sus obras
maravillosas” (1Pedro 2,9)
Le diría a Lourdes que además de la valentía que celebra, con la que estoy totalmente de acuerdo, también celebremos la humildad que ha de florecer en todas las personas, seamos del sexo femenino o masculino.
¡Mil gracias por este hermoso artículo!
Recordemos que el Vaticano II presenta con fuerza el Bautismo como sacramento de consagración que imprime una cualidad sacerdotal a todas las personas –hombres y mujeres- (LG 11; cf 10, 31-34). Eso facilitaría entender más la cuestión y ajustar bien los comentarios.
El caso es que, a partir de la consagración bautismal, el sacerdocio de los laicos se halla directamente vinculado con el sacerdocio de Cristo, cuya novedad determina, por tanto, el sacerdocio laical: después de Cristo, la relación con Dios no se realiza sólo a base de un culto ritual y sacrificial, sino principalmente haciendo de la propia vida un sacrificio que sea agradable a Dios (LG 10).
Ah, preciosa la argumentación del post de Lourdes.
Aún me animo a seguir diciendo que el sacerdocio de los laicos comporta una consagración existencial. En la vida diaria es donde se da culto a Dios, a partir de una vida consagrada en el fondo del alma, de hombres y mujeres, que se dirigen a Dios como Padre y a los hombres como hermanos.
Por cierto.¿ Acaso no es una mujer, LA MUJER, Cooredentora. Ahí nada!! Y luego hablamos de machismo!!!!!!!!Un guiño del Creador;) Sta María,Reina de la Paz, ruega por nosotros y por toda la iglesia.
Lourdes, fenomenal la argumentación.
Gracias Reme por hacernos pensar.
"Aunque la maternidad es un elemento clave de la identidad femenina, ello no autoriza en absoluto a considerar a la mujer exclusivamente bajo el aspecto de la procreación biológica. En este sentido, pueden existir graves exageraciones que exaltan la fecundidad biológica en términos vitalistas, y que a menudo van acompañadas de un peligroso desprecio por la mujer. La vocación cristiana a la virginidad contradice radicalmente toda pretensión de encerrar a las mujeres en un destino que sería sencillamente biológico.
En tal perspectiva se entiende el papel insustituible de la mujer en los diversos aspectos de la vida familiar y social que implican las relaciones humanas y el cuidado del otro. Aquí se manifiesta con claridad lo que el Santo Padre ha llamado el genio de la mujer. Ello implica, ante todo, que las mujeres estén activamente presentes, incluso con firmeza, en la familia. Esto implica, además, que las mujeres estén presentes en el mundo del trabajo y de la organización social, y que tengan acceso a puestos de responsabilidad que les ofrezcan la posibilidad de inspirar las políticas de las naciones y de promover soluciones innovadoras para los problemas económicos y sociales.
Sin embargo no se puede olvidar que la combinación de las dos actividades —la familia y el trabajo— asume, en el caso de la mujer, características diferentes que en el del hombre. Se necesita, en efecto, una justa valoración del trabajo desarrollado por la mujer en la familia. En tal modo, las mujeres que libremente lo deseen podrán dedicar la totalidad de su tiempo al trabajo doméstico, sin ser estigmatizadas socialmente y penalizadas económicamente. Por otra parte, las que deseen desarrollar también otros trabajos, podrán hacerlo con horarios adecuados, sin verse obligadas a elegir entre la alternativa de perjudicar su vida familiar o de padecer una situación habitual de tensión, que no facilita ni el equilibrio personal ni la armonía familiar.
En todo caso es oportuno recordar que los valores femeninos apenas mencionados son ante todo valores humanos. En última instancia cada ser humano, hombre o mujer, está destinado a ser «para el otro». Así se ve que lo que se llama «femineidad» es más que un simple atributo del sexo femenino. La palabra designa efectivamente la capacidad fundamentalmente humana de vivir para el otro y gracias al otro. Toda perspectiva que pretenda proponerse como lucha de sexos sólo puede ser una ilusión y un peligro, destinados a acabar en situaciones de segregación y competición entre hombres y mujeres, y a promover un solipsismo, que se nutre de una concepción falsa de la libertad"
Sin prejuzgar los esfuerzos por promover los derechos a los que las mujeres pueden aspirar en la sociedad y en la familia, estas observaciones quieren corregir la perspectiva que considera a los hombres como enemigos que hay que vencer. La relación hombre-mujer no puede pretender encontrar su justa condición en una especie de contraposición desconfiada y a la defensiva. Es necesario que tal relación sea vivida en la paz y felicidad del amor compartido".
En un nivel más concreto, las políticas sociales —educativas, familiares, laborales, de acceso a los servicios, de participación cívica— si bien por una parte tienen que combatir cualquier injusta discriminación sexual, por otra deben saber escuchar las aspiraciones e individuar las necesidades de cada cual. La defensa y promoción de la idéntica dignidad y de los valores personales comunes deben armonizarse con el cuidadoso reconocimiento de la diferencia y la reciprocidad, allí donde eso se requiera para la realización del propio ser masculino o femenino".
No hay ningún error de óptica nin prejuicio alguno. Nadie hasta vuestras intervenciones ha habalado de poder o de aristocracia.
"""los prejuicios que ven en el sacerdocio ministerial una discriminación de la mujer y paralelamente un enaltecimiento del varón en detrimento de la mujer; es una falta de óptica: en la Iglesia católica, el sacerdocio ministerial es un servicio al Pueblo de Dios y no una cuestión aristocrática"""
Pero resulta sospechoso que, no siendo un privilegio, los varones se lo quieran reservar sólo ñara sí. No os quepa duda de que las mujeres lo que quieren es servir a la Iglesia. Pero tampoco os quepa duda de que si sólo fuera ministerio y servicio.... entonces lo cargarían sobre las mujeres desde hace siglos.
¿Cómo llamar a los que ayudaban a los apóstoles en su misión? Pues había hombres, mujeres, solteros, casados, judíos conversos, gentiles... Pero el poder del sacramento era claro que derivaba de Cristo a los Apóstoles y sus sucesores, aquellos a los que "impusieron las manos".
No creo que haya ningún problema en sentirse orgulloso/a de ser varon o mujer... porque Dios es el creador de ambos y es bueno sentir el "orgullo" de ser criatura de Dios. ¡Dios me ha hecho, Dios me ha creado! Es el orgullo del cuadro de Velazquez porque Velazquez ha sido su pintor.
Otra cosa es el pensar que el mérito de los dones de Dios es del cuadro... es realmente del "pintor". El mérito todo de Dios que nos ha dado los talentos.
Y ahora al fondo de la cuestión:
En una sociedad compuesta de hombres y de mujeres, la evangelización es tarea común. La complementariedad real también se da en esa tarea. Y San Pablo lo tenía claro.
¿No recordáis los ecos de las palabras de San Josemaría Escrivá? "más recia la mujer que el hombre"... "al pie de la Cruz estaba la Virgen, las santas mujeres y el adolescente Juan"... los "varones hechos y derechos" huyeron. Pero luego los recogió María en el Cenáculo.
Como varón, ¿no necesitamos siempre la mano femenina, el calor de hogar, la comprensión de ellas? Por muy recios que seamos, sin la feminidad estaríamos incompletos. Sin la Virgen María, sin su calor de Madre ¡qué soledad!
Supongo que vosotras, ¿Sin la mirada cariñosa de nuestro Señor Jesucristo, donde la fuerza?
Y así todo: una misión de "evangelización" para los hombres, que son seres sexuados por voluntad divina.
Con sumo cariño esta reflexión: lástima que no pocos de los hijos e hijas de S.Josemaría -igual sucede en otros grupos y asociaciones católicas del postconcilio- hayan desvirtuado el mensaje de su fundador, y, por pretender liderar un "feminismo católico" no hayan promovido más y mejor lo que S.Josemaría explicaba y lo que la Iglesia quiere como bueno para el hombre y la mujer, de lo que "nuestro mundo se avergüenza": diferencia, complementariedad, fidelidad a la misión propia de varón y mujer, promoción de la maternidad como esencia del papel femenino en nuestra sociedad, explícita consagración de las mujeres vírgenes -numerarias o con otras denominaciones- como bien para la Iglesia.
Por ejemplo, con la Biblia en la mano, en base a una interpretación privada de la misma, se puede llegar a decir que la Iglesia Católica es demasiado abierta en el tema del papel de la mujer en la Iglesia. Con otra interpretación privada se puede decir exactamente lo contrario. Pero el magisterio no es una opinión más. Es un ministerio establecido por Dios precisamente para dar la correcta interpretación de la Revelación.
En ese sentido, el fiel que no acepta dicho ministerio, está actuando en contra de la voluntad de Dios, por mucho que crea tener razón.
la verdad que el origend e todo esto yo tampoco tengo capacidad de entenderlo, igual que otras cosas de la Iglesia, que con respecto a la forma, tampoco las llego a entender del todo, por mi ignorancia sobre todo.
al margen de poder sersacerdotisas, cardenales o papa inclusive, yo lo que esta por encima me pasa como con el Estado, que no le doy mucha importancia, yq eu supongo qeu con el tiempo se iran mejorando cosas. lo importante y lo que nos debe preocupar, sea hombre mujer o al reves, es la gran labor que hay que hacer en la calle, con el que tienes al lado. y eso lo hace un cristiano o un no cristiano. pero los cristianos que nos denominamos asi, creo que es loq ue realmente nos tiene que preocupar, cuidar nuestra comunidad, nuestros vecinos, nuestros hermanos.
ayudar, ser solidarios, comprender y aceptar, y escuchar al otro. sea de donde sea y como sea. si los cristianos llamados asi por ellos mismos, la mayoria, lo hicieran, pues no hace falta irse al Tercer Mundo apra ayudar, creo que la Iglesia, y nosotros mismos funcionariamos mejor. Seriamos verdadera igulesa, y la jerarquia y todo eso que a mi se me escapa, funcionaria mejor tambien.
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