¡Gracias a Dios!¡Gracias a Ella!
Querido hijo:
Al enterarme esta mañana de la explosión en la Universidad de Navarra me he quedado sin aliento hasta que he recibido tu llamada diciéndome que estuviésemos tranquilos y que te encontrabas bien.
¡Gracias a Dios!¡Gracias a Ella!
A tantos kilómetros de distancia, las noticias producen a veces un efecto exagerado, especialmente a las madres. Ya lo sé.
Según me cuentas sólo ha sido el ruido de la explosión y las sirenas de la policía lo que os ha hecho interrumpir el silencio de la biblioteca donde tú y tus amigos os encontrabais en ese momento estudiando.
Mi querido hijo, siento mucho que hayas tenido que sufrir en tus propias carnes la deshonra que significa para todos los hombres de bien este acto terrorista.
No intentes entenderlo, no podrás. Nadie puede entender el porque de tanto odio.
Comprenderás que, como madre, tengo tantas cosas que decirte…
Aunque es lógica tu reacción, porque es absurda tanta cobardía y tanta miseria, busco palabras para poder aliviar ese joven corazón lastimado y desolado porque no comprende.
¿Cuántos muertos necesitan estos asesinos para conseguir su propósito?
-me preguntas. ¿Por qué hay tanta locura, tanto odio, tanta brutalidad?