InfoCatólica / Remedios Falaguera / Categoría: Las mujeres de San Pablo

11.02.09

La Virgen María y San Pablo

“Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva.La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!”.(Gálatas 4, 4-6)

Verdadero Dios y verdadero hombre “nacido de mujer”.

Poco sabemos de la relación de San Pablo con la Santísima Virgen. De hecho, no encontramos referencia de Ella en sus escritos salvo este texto de la carta a los Gálatas, en el que nos anuncia una verdad fundamental de nuestra fe: “Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre".

A pesar de que esta simple referencia a Maria es entendida por algunos como un reflejo de la mentalidad de la época, en la que San Pablo intenta empequeñecer la misión querida por Dios para la joven Maria como la Nueva Eva, esto no es así.

Al contrario.

“El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado” (Gaudium et spes 22).Es más, según San Pablo, Cristo, “siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2, 6-8).

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7.02.09

Las mujeres en las comunidades paulinas (II)

Pero aún hay más…

Leer los textos de San Pablo con ojos de mujer, de una mujer del S.XXI, que pretende gastarse diariamente para que “Cristo reine en la tierra”, supone descubrir la grandeza y la sencillez de muchas de las mujeres que acompañaron y colaboraron con San Pablo a lo largo de su misión, algunas de ellas de forma silenciosa “gastándose” por cumplir la voluntad del Señor “desempeñado un efectivo y precioso papel en la difusión del Evangelio”,y que el apóstol menciona en sus textos.

Como señala Benedicto XVI: “El Señor quiere que estos testigos del Evangelio, estas figuras que han dado su contribución para que creciera la fe en Él, sean conocidas y su memoria permanezca viva en la Iglesia. Históricamente podemos distinguir el papel de las mujeres en el cristianismo primitivo, durante la vida terrena de Jesús y durante las vicisitudes de la primera generación cristiana (…) Debemos a san Pablo una documentación más amplia sobre la dignidad y el papel eclesial de la mujer. Comienza por el principio fundamental, según el cual, para los bautizados «ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer», «ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3, 28), es decir, unidos todos en la misma dignidad de fondo, aunque cada uno con funciones específicas (Cf. 1 Corintios 12,27-30).

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1.02.09

La predilección y la confianza de San Pablo por las mujeres en las comunidades paulinas.

“Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, que está al servicio de la iglesia de Céncreas, para que la recibáis en el Señor de manera digna de los santos, y la ayudéis en lo que pueda necesitar de vosotros: porque también ella asistió a muchos y, en particular a mí.
Saludad a Prisca y a Aquila, mis colaboradores Cristo Jesús, que expusieron sus cabezas para salvar mi vida, a quienes damos gracias no solo yo sino también todas las iglesias de los gentiles, y saludad a la Iglesia que se reúne en su casa.
Saludad a Epéneto, amadísimo mío, primacía de Asia para Cristo. Saludad a María, que se ha esforzado mucho por vosotros. Saludad a Andrónico y Junías, mis parientes y compañeros de cautividad, que gozan de gran consideración entre los apóstoles y que llegaron a ser cristianos antes que yo. Saludad a Ampliato, amadísimo mío en el Señor. Saludad a Urbano, nuestro colaborador en Cristo, y a mi amadísimo Estaquis. Saludad a Apeles, de fe profunda en Cristo. Saludad a los de la casa de Aristóbulo. Saludad a Herodión, mi pariente. Saludad a los de la casa de Narciso que creen en el Señor. Saludad a Trifena y a Trifosa, que trabajan en el Señor. Saludad a la amadísima Preside, que trabajó mucho en el Señor. Saludad a Rufo, escogido en el Señor, y a su madre, que es también mía. Saludad a Asíncrito, a Flegón, a Hermes, a Patrobas, a Hermas y a los hermanos que están con ellos. Saludad a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana, y a los Olimpas y a todos los santos que están con ellos. Saludaos unos a otros con un beso santo. Os saludan todas las Iglesias de Cristo”.(Rom 16, 1-16)

A pesar de que la situación de la mujer en la iglesia ha mejorado en los últimos tiempos, todavía se oyen voces que opinan que quedan pequeñas diferencias para alcanzar la plena igualdad de papeles entre varones y mujeres.

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16.12.08

Un regalo para el apóstol: su hermana y su sobrino

“El hijo de la hermana de Pablo se enteró de la celada. Se presentó en el cuartel, entró y se lo contó a Pablo.
Pablo llamó a uno de los centuriones y le dijo: Lleva a este joven donde el tribuno, pues tiene algo que contarle.
El tomó y le presentó al tribuno diciéndole: Pablo, el preso, me llamó y me rogó que te trajese a este joven que tiene algo que decirte.
El tribuno le tomó de la mano, le llevó aparte y le preguntó:¿Qué es lo que tienes que contarme?
-Los judíos, contestó, se han concertado para pedirte que mañana bajes a Pablo al Sanedrín con el pretexto de hacer una indagación más a fondo sobre él.
Pero tú no les hagas caso, pues le preparan una celada más de cuarenta hombres de entre ellos, que se han comprometido bajo anatema a no comer ni beber hasta haberle dado muerte; y ahora están preparados, esperando tu asentimiento.
El tribuno despidió al muchacho dándole esta recomendación: No digas a nadie que me has denunciado estas cosas.” (Hechos 23,16-22)

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11.12.08

La madre de San Pablo,una “sonrisa de Dios”

“Hijos, obedezcan a sus padres, porque ustedes son de Cristo y eso es lo que les corresponde hacer. El primer mandamiento que va acompañado de una promesa es el siguiente: “Respeta y obedece a tu padre y a tu madre, para que todo te salga bien y tengas una larga vida en la tierra. Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos. Más bien edúquenlos y denles enseñanzas cristianas” (Efesios 6: 1-4)

De la madre de San Pablo nada sabemos, puesto que la única figura materna que el apóstol menciona en sus epístolas es a la madre de Rufo que “ha sido también como una madre para mí”.

A pesar de ello, todo parece indicar que además de colaborar con su marido y su hijo en la fabricación de tiendas, se empeñó en crear un hogar que dejó “la marca de la casa” en el alma de sus hijos. Un ambiente de familia propio de los judíos obligados a emigrar lejos de su tierra, que mientras permanecían fieles a sus tradiciones judías – “Yo fui circuncidado a los ocho días, soy de la raza de Israel, de la tribu de Benjamín, soy hebreo de los legítimos hebreos. Respecto a la Ley, era fariseo.” (Cfr Flp 3, 5-6)-, mantenían una mentalidad abierta y tolerante a nuevas culturas.

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