Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón
Anoche, durante la cena, en nuestra habitual tertulia familiar, estuvimos charlando de la polémica creada por el “toque de atención” que habían recibido de la Santa Sede las mediáticas Sor Lucía Caram y Sor Teresa Forcades.
Y recordé aquellas palabras de San Juan Pablo en la introducción de la Exhortación Apostolica Postsinodal Vita Consecrata:
“A lo largo de los siglos nunca han faltado hombres y mujeres que, dóciles a la llamada del Padre y a la moción del Espíritu, han elegido este camino de especial seguimiento de Cristo, para dedicarse a El con corazón « indiviso » (cf. 1 Co 7, 34). También ellos, como los Apóstoles, han dejado todo para estar con El y ponerse, como El, al servicio de Dios y de los hermanos. De este modo han contribuido a manifestar el misterio y la misión de la Iglesia con los múltiples carismas de vida espiritual y apostólica que les distribuía el Espíritu Santo, y por ello han cooperado también a renovar la sociedad.”
Y más adelante, hablando sobre la dignidad y el papel de la mujer consagrada nos recuerda: “Las mujeres consagradas están llamadas a ser de una manera muy especial, y a través de su dedicación vivida con plenitud y con alegría, un signo de la ternura de Dios hacia el género humano y un testimonio singular del misterio de la Iglesia, la cual es virgen, esposa y madre (…)La Iglesia confía mucho en las mujeres consagradas, de las que espera una aportación original para promover la doctrina y las costumbres de la vida familiar y social, especialmente en lo que se refiere a la dignidad de la mujer y al respeto de la vida humana[131]. De hecho, «las mujeres tienen un campo de pensamiento y de acción singular y sin duda determinante: les corresponde ser promotoras de un “nuevo feminismo” que, sin caer en la tentación de seguir modelos “machistas", sepa reconocer y expresar el verdadero espíritu femenino en todas las manifestaciones de la convivencia ciudadana, trabajando por la superación de toda forma de discriminación, de violencia y de explotación.
Hay motivos para esperar que un reconocimiento más hondo de la misión de la mujer provocará cada vez más en la vida consagrada femenina una mayor conciencia del propio papel, y una creciente dedicación a la causa del Reino de Dios. (…) Ante los numerosos problemas y urgencias que en ocasiones parecen comprometer y avasallar incluso la vida consagrada, los llamados sienten la exigencia de llevar en el corazón y en la oración las muchas necesidades del mundo entero, actuando con audacia en los campos respectivos del propio carisma fundacional. Su entrega deberá ser, obviamente, guiada por el discernimiento sobrenatural, que sabe distinguir entre lo que viene del Espíritu y lo que le es contrario.”
De acuerdo con esto, y en mi humilde opinión, todos los que polemizamos sobre Sor Lucía Caram y Sor Teresa Forcades, y por supuesto ellas mismas, necesitaríamos:
1.Vivir con más intensidad la caridad. Toda nuestra vida cristiana se debería asentar en este doble mandamiento de la caridad: el amor a Dios sobre todas las cosas y el amor al prójimo como a uno mismo.
Para ello, deberemos pedirle al Señor este don tan preciado, con humildad, con sensibilidad, para saber hacer realidad una entrega generosa de nosotros mismos, cumpliendo la voluntad de Dios y sirviendo a los demás.
Ahora bien, vivir la caridad no puede, ni debe, confundirse con la indiferencia ante el error. No podemos ni debemos permanecer pasivos ante el mal, las injusticias, o la verborrea doliente. “A veces es necesario salir al paso de aquella persona cuya conducta nos hace sufrir para ayudarle a darse cuenta y corregirse. Otras veces es nuestro deber reaccionar con firmeza contra ciertas situaciones injustas y protegernos -o proteger a los demás- de comportamientos destructivos. Pero siempre quedará cierta parte de sufrimiento que procede de nuestro entorno y que no seremos capaces de evitar ni corregir, sino que habremos de aceptar”, afirma Jacques Philippe,en su libro La libertad interior.
Y nos recuerda que perdonar no significa necesariamente avalar el mal, ni dar como bueno lo que no es justo ni verdadero. Perdonar a una persona, como bien dice J. Philippe, “significa lo siguiente: a pesar de que esta persona me ha hecho daño, yo no quiero condenarla, ni identificarla con su falta, ni tomarme la justicia por mi mano. Dejo a Dios, el único que escudriña las entrañas y los corazones y juzga con justicia, la misión de examinar sus obras y emir un juicio, pues yo no deseo encargarme de tan difícil y delicada tarea, que sólo corresponde a Dios. Es más, no quiero reducir a quien me ha ofendido a un juicio definitivo e inapelable; sino que lo miro con ojos esperanzados, creo que algo en él puede dar un giro y cambiar, y continúo queriendo su bien. Creo también que del mal que me ha hecho, aunque humanamente parezca irremediable, Dios puede obtener un bien… A fin de cuentas, nosotros sólo podemos perdonar de verdad porque Cristo ha resucitado de entre los muertos, y esta resurrección constituye la garantía de que Dios es capaz de sanar cualquier mal”.
2. Y para ello, deberemos conocernos, comprender y superar los acontecimientos diarios, amar y servir a los que nos rodean, alimentándonos con la oración y los sacramentos.
Puesto que Sancta sancte tractanda (Las cosas santas han de ser tratadas santamente), muy unidos a la Iglesia trataremos de evitar las burlas, las murmuraciones, las divisiones,…
Por lo tanto…habrá que rezar más. De nuestra oración y mortificación depende su santidad, la fidelidad a la vocación de Sor Lucía Caram y Sor Teresa Forcades, la obediencia, la alegría, la unidad al Santo Padre, y el servicio a la Iglesia.
“El Evangelio es exigente y requiere ser vivido con radicalidad y sinceridad”, nos recordaba el santo Padrre Francisco en su Carta Apostólica A todos los consagrados con ocasión del Año de la vida consagrada. Y añadía: “No basta leerlo (aunque la lectura y el estudio siguen siendo de extrema importancia), no es suficiente meditarlo (y lo hacemos con alegría todos los días). Jesús nos pide ponerlo en práctica, vivir sus palabras.
Jesús, hemos de preguntarnos aún, ¿es realmente el primero y único amor, como nos hemos propuesto cuando profesamos nuestros votos? Sólo si es así, podemos y debemos amar en la verdad y la misericordia a toda persona que encontramos en nuestro camino, porque habremos aprendido de él lo que es el amor y cómo amar: sabremos amar porque tendremos su mismo corazón.
(…)Estamos llamados a experimentar y demostrar que Dios es capaz de colmar nuestros corazones y hacernos felices, sin necesidad de buscar nuestra felicidad en otro lado; que la auténtica fraternidad vivida en nuestras comunidades alimenta nuestra alegría; que nuestra entrega total al servicio de la Iglesia, las familias, los jóvenes, los ancianos, los pobres, nos realiza como personas y da plenitud a nuestra vida.”
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