La puerta del dragón
Últimamente no tengo mucho tiempo para actualizar esta columna.Así que espero que no les moleste si les cuento una leyenda de la que podemos extraer una buena enseñanza.
¡Vamos allá!
Resulta que en la parte alta del Rio Huang (Rio amarillo),en la quela corriente del agua desciende con más fuerza, existía una puerta llamada “La Puerta del Dragón”.
Cuenta la leyenda que el pez que pudiera nadar contra la corriente del río y superarla podría convertirse en un dragón.(Para los orientales el dragón es considerado un ser poderoso, de gran sabiduría y al que todos le tenían un gran respeto)
Varios peces lo intentaron, pero, únicamente, una pequeña carpa de colores brillantes y alegres, el koi, tuvo éxito. Nadando río arriba, escalando rápidos y cascadas, sin dejar que nada le apartase de su camino, llego hasta la puerta. A pesar de encontrarse agotada por el esfuerzo realizado, nada le impidió superar su último obstáculo. Sin pensarlo dos veces, la carpa saltó por encima de ella y se transformó en un dragón.
Al instante, su pequeño cuerpo se vio henchido de sabiduría, de fuerza, de valentía y de amor, no solo para superar los obstáculos, sino para lograr el éxito de por vida.
Preciosa, ¿No les parece?
He leído en algún lugar, que los antiguos samuráis (“aquellos que sirven”), la utilizaban como alegoría de valentía para enseñar a los jóvenes reclutas, puesto que para estos aguerridos guerreros, la rectitud en el obrar, el coraje, la honestidad, la lealtad, la benevolencia, el respeto y el honor constituyen la base de su código moral.
Por ello, hoy como ayer, nos podemos empeñar en nadar contra la corriente, con esfuerzo y perseverancia, sin miedo a los estorbos del camino, y “pasando” con alegre descaro de los comentarios irónicos y del desprecio, al que nos tienen acostumbrados los “políticamente correctos”.
Con el propósito de conquistar el éxito nos mantendremos vivos y alertas en nuestro empeño.
Como decía Juan Pablo II: “la humanidad entera tiene una necesidad imperiosa del testimonio de jóvenes libres y valientes, que se atrevan a andar a contracorriente y a proclamar con fuerza y entusiasmo su propia fe en Dios, Señor y Salvador”.
¡Podemos y debemos hacerlo!
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