Cartas marruecas
Siempre he pensado que viajar es una de las mejores formas de gastar el dinero. Me encanta planificar una escapada de un día para otro y aprovechar unos pocos días de fiesta para romper la rutina y abrirme a conocer todas esas cosas que el mundo esconde. Viajar me proporciona momentos de silencio, de reflexión. Por alguna razón encuentro más tiempo para rezar, y además hacerlo de una forma más intensa que normalmente. Cada viaje que he hecho, sin excepción, me ha cambiado en algún aspecto como persona y me ha descubierto cosas enriquecedoras y sorprendentes.
Escribo desde una sobria sala de espera del aeropuerto de Casablanca. El silencio respetuoso de los aeropuertos de madrugada, los tonos grises, las sillas metálicas, los fluorescentes parpadeando y una telenovela árabe mal sintonizada en una televisión que no mira nadie, invitan a coger el portátil y escribir algo.

No tenía ganas de escribir. Parece que cuando uno abandona la rutina, con ella lo aparca todo, y estos días de vacaciones no he cumplido ni de lejos con el propósito inicial de escribir (por lo menos) dos veces por semana en el blog. De hecho no he escrito nada… ¡que vergüenza!.
Existe un consenso social asentado en la mentalidad del individuo occidental del siglo XXI, que irradia sobre determinadas instituciones un peligroso halo de infalibilidad sin fundamento. El caso más significativo es el de la ONU, paradigma para muchos de la justicia internacional en forma casi de divinidad terrenal, que en un análisis honesto quiebra impunemente los valores fundamentales del hombre, a través de hechos objetivos puestos en practica por diversas ramas de esta inmensa institución
Recuerdo que todos los años cuando empezaba el Adviento, mi tía me regalaba un calendario especial de “cuenta-atrás” que tras el número de cada día guardaba una chocolatina y un pequeño texto que contaba poco a poco la historia del nacimiento de Jesús. La virtud estaba en no comerse el chocolate del día siguiente para cumplir metódicamente con la idea inicial de comer solamente el que corresponde, uno diario. Confieso que por estas fechas tan próximas a la Navidad mi flaqueza humana me había perdido, y vencido por la tentación de aquel chocolate mediocre el calendario solía encontrarse ya totalmente vacío.
La primera campaña publicitaria del Ministerio de Sanidad promocionando el uso del condón se realizó en el año 1989 y proclamaba el eslogan “Póntelo, pónselo”. Tras una gran cantidad de dinero público invertido, el análisis del resultado desde un punto de vista objetivo fue un aumento del número de abortos en un 60%. No contentos, sucesivos gobiernos (también los del Partido Popular) insistieron en campañas de esta índole con el consiguiente aumento proporcional al dinero invertido de abortos y embarazos adolescentes. Si el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra nuestros gobiernos deben llevar unos veinte años tropezando, porque después de analizar de forma imparcial los resultados obtenidos con la promoción del uso del condón, es inconcebible que el Ministerio de Sanidad dirigido por Bernart Soria lance de nuevo una campaña con la misma finalidad.




