¿Fue un ángel o dos los que anunciaron la Resurrección?
“Pasado el sábado, al alborear el día siguiente, marcharon María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto se produjo un gran terremoto, porque un ángel del Señor descendió del cielo, se acercó, removió la piedra y se sentó sobre ella. Su aspecto era como de un relámpago, y su vestidura blanca como la nieve. Los guardias temblaron de miedo ante él y se quedaron como muertos. El ángel tomó la palabra y les dijo a las mujeres:
Vosotras no tengáis miedo; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como había dicho. Venid a ver el sitio donde estaba puesto. Marchad enseguida y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos; irá delante de vosotros a Galilea: allí le veréis. Mirad que os lo he dicho.” (Mt 28, 1-7)
“Pasado el sábado, María Magdalena y María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús… Entrando en el sepulcro, vieron a un joven a sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca, y se quedaron muy asustadas. Él les dice:…
Y ellas salieron y huyeron del sepulcro, pues estaban sobrecogidas de temblor y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque estaban atemorizadas.” (Mc 16, 1; 5; 8)
“Las mujeres que habían venido con él desde Galilea le siguieron y vieron el sepulcro y cómo fue colocado su cuerpo. Regresaron y prepararon aromas y ungüentos. El sábado descansaron según el precepto.” (Lc 23, 55-56)
“Estaban desconcertadas por este motivo, cuando se les presentaron dos varones con vestidura refulgente. Como estaban llenas de temor y con los rostros inclinados hacia la tierra, ellos dijeron:… Eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago; también las otras que estaban con ellas contaban estas cosas a los apóstoles. Y les pareció como un desvarío lo que contaban, y no les creían.” (Lc 24, 4-5; 10-11)
“El día siguiente al sábado, muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio quitada la piedra del sepulcro. Entonces echó a correr, llegó hasta donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, el que Jesús amaba, y les dijo:
Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto.” (Jn 20, 1-2)
“María estaba fuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y vio a dos ángeles de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los píes, donde había sido colocado el cuerpo de Jesús. Ellos dijeron:…” (Jn 20, 11-13)
Entonces, ¿uno o dos ángeles? Si estos textos se refieren a un solo grupo de mujeres, indicarían una contradicción. Y precisamente en ese punto está la respuesta: no llegó un solo grupo de mujeres al sepulcro, o mejor dicho, todo indica que el grupo inicial se había dividido en varios grupos, por alguna razón. La razón casi seguro sería en que salieron hacia el sepulcro, como dice San Juan, “cuando todavía estaba oscuro”, y las puertas de la ciudad estarían cerradas por motivos de seguridad, máxime por el tumulto de esos días. También por el miedo de algunas de ellas en elegir el camino más corto y de esa manera llamar la atención más de la cuenta, etc.
El texto de Valtorta compone todos esos detalles como en un puzzle, cohesionándolos con una lógica natural y creíble: fueron en efecto varios grupos (tres, contando a Magdalena a solas) de mujeres que se forman a partir del grupo inicial. Toda la narración está llena de dinamismo y realidad que encaja a perfección con los relatos evangélicos:
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Sigue el texto referido de Valtorta (las pocas negritas son mías para facilitar la lectura):
Entretanto las mujeres, dejada ya la casa, caminan, sombras en la sombra, muy cerca del muro. Durante un rato guardan silencio, bien arrebozadas y medrosas por tanto silencio y soledad. Luego, recobrando los ánimos a la vista de la calma absoluta que hay en la ciudad, se reúnen en grupo y encuentran el valor para hablar.
-¿Estarán abiertas ya las puertas? - pregunta Susana.
-Claro que sí. Mira allí el primer hortelano que entra con las verduras.
-Va al mercado - responde Salomé.
-¿Nos dirán algo? - Es también Susana la que hace esta pregunta.
-¿Quién? - pregunta la Magdalena.
-Los soldados, en la puerta Judicial. Por esa puerta… entran pocos y, menos todavía, salen… Crearemos recelos…
-¿Y qué? Nos mirarán. Verán a cinco mujeres que van hacia el campo. Podríamos ser también personas que después de la Pascua regresan a sus pueblos.
-Pero… Para no llamar la atención de algún malintencionado, ¿por qué no salimos por otra puerta y luego volvemos siguiendo el muro bien pegadas a él?…
-Alargamos el camino.
-Pero estaremos más seguras. Pasamos por la puerta del Agua…
-Yo que tú, Salomé, pasaría por la puerta Oriental. ¡Así sería más larga la vuelta que tendrías que dar! Tenemos que darnos prisa y volver pronto.
La que habla tan resueltamente es la Magdalena.
-Entonces otra, pero no la puerta Judicial. Esto sí, mujer… - le ruegan todas.
-De acuerdo. Pero entonces pasamos por casa de Juana. Nos insistió en que la advirtiéramos. Si hubiéramos ido directamente, hubiéramos podido no pasar por su casa, pero, dado que queréis dar una vuelta más grande, pues vamos donde ella…
-¡Sí! ¡Sí! Incluso por los soldados que están allí de guardia… Ella es conocida y se la teme…
-Yo sugeriría también pasar por casa de José de Arimatea. Es el dueño del sitio.
-¡Claro, y ahora formamos un cortejo para no llamar la atención! ¡Pero qué hermana más temerosa tengo! Mira, Marta, más bien hacemos esto: yo me adelanto y observo; vosotras venís detrás con Juana; si hay peligro, me pongo en medio del camino, de forma que me veáis; en ese caso, regresamos. Pero, os aseguro que los soldados, al ver esto -ya lo he previsto yo (y enseña una bolsa llena de monedas)-nos dejarán hacer todo.
-Se lo decimos también a Juana. Tienes razón.
-Entonces marchaos. Y yo también.
-¿Vas sola, María? Voy contigo - dice Marta, temerosa por su hermana.
-No. Tú ve donde Juana con María de Alfeo. Salomé y Susana te esperan cerca de la puerta por la parte de fuera de las murallas. Y luego venís por la vía principal todas juntas. Adiós.
Y María Magdalena corta otros posibles comentarios yéndose rauda con su bolsa de bálsamos y sus monedas en el pecho.
Va tan rápida, que parece volar por el camino, que se hace más alegre con el primer rosicler de la aurora. Pasa la puerta
Judicial para ahorrar tiempo. Y nadie la para…
Las otras la ven alejarse. Luego vuelven las espaldas a la bifurcación de calles en que estaban y toman otra, estrecha y oscura, que luego se abre, ya cerca del Sixto, para formar una calle más ancha y abierta, donde hay hermosas casas. Se separan:
Salomé y Susana siguen por esa misma calle; Marta y María de Alfeo llaman al portón herrado, y se ponen delante de la pequeña ventana -un ventanillo- entreabierta por el portero.
Entran y van donde Juana, la cual, ya levantada y vestida toda de un morado oscurísimo que resalta aún más su palidez, está trabajando también con unos bálsamos, junto con la nodriza y una criada.
-¿Habéis venido? Dios os lo pague. Pero, si no hubierais venido, habría ido yo… En busca de consuelo… Porque, después de ese tremendo día, muchas cosas se han alterado. Y para no sentirme sola, debo ir a apoyarme en esa piedra y llamar y decir: “Maestro, soy la pobre Juana… No me dejes sola también Tú…
Juana llora quedo, pero con mucha desolación, mientras Ester, la nodriza, hace vistosos gestos indescifrables detrás de Juana mientras le coloca el manto.
-Yo me marcho, Ester.
-¡Dios te dé consuelo!
Salen del palacio para unirse a las compañeras. Es en este momento cuando se produce el breve y fuerte terremoto, que hace cundir el pánico de nuevo entre los jerosolimitanos, aterrorizados todavía por los hechos acaecidos el viernes. Las tres mujeres vuelven sobre sus pasos precipitadamente, y se quedan en el amplio vestíbulo, -en medio de las criadas y criados que gritan e invocan al Señor, temerosas de nuevos temblores de tierra…
…La Magdalena, sin embargo, está ya en la entrada del caminito que lleva al huerto de José de Arimatea cuando la sorprende el potente estampido, potente pero armónico, de este signo celeste. Al mismo tiempo, en la luz levemente rosada de la aurora que va avanzando en el cielo -donde todavía en el Occidente resiste una tenaz estrella- y que va poniendo dorado el aire hasta ahora levemente verdoso, se enciende una gran luz, que desciende como si fuera un globo incandescente, brillantísimo, cortando en zigzag el aire sereno. Pasa muy cerca de María de Magdala (casi hace que se caiga al suelo). Ella se pliega un poco susurrando: « ¡Mi Señor!», y luego, como un tallito tras el paso del viento, se endereza de nuevo y, más veloz, corre hacia el huerto.
Entra en él rápidamente: va hacia el sepulcro de roca como un pájaro perseguido en busca de su nido. Pero, a pesar de toda su prisa, no puede estar allí cuando el celeste meteoro hace de palanca y de llama en la argamasa con que está sellada y reforzada la pesada piedra; ni cuando, con fragor final, la puerta de piedra cae produciendo una vibración que se une a la del terremoto, el cual, a pesar de ser breve, es de una violencia tal, que echa por tierra a los soldados como muertos.
María, al llegar, ve a estos inútiles carceleros del Triunfador arrojados al suelo como un haz de espigas cortadas. María Magdalena no relaciona el terremoto con la Resurrección, sino que, al ver ese espectáculo, cree que se trata del castigo de Dios contra profanadores del Sepulcro de Jesús, y cae de rodillas diciendo:
-¡Ay, se lo han llevado!
Está verdaderamente desolada. Llora como una niña que hubiera venido a buscar a su padre, con la seguridad de encontrarlo, y se hubiera encontrado vacía la casa. Luego se alza y se marcha corriendo en busca de Pedro y Juan. Y, dado que ya sólo piensa en avisar a los dos, no se acuerda de ir al encuentro de las compañeras, ni se acuerda de detenerse en el camino, sino que, veloz como una gacela, vuelve a pasar por el camino recorrido antes, atraviesa la puerta Judicial y corre presurosa por las calles, que ahora tienen un poco más de gente, para toparse contra el portón de la casa amiga y golpearlo y empujarlo furiosamente.
Le abre la dueña.
-¿Dónde están Juan y Pedro? - pregunta jadeante y angustiada María Magdalena.
-Allí - y la mujer señala hacia el Cenáculo.
María de Magdala entra y, nada más entrar, enfrente de los dos asombrados apóstoles, dice (y en su voz, mantenida baja por piedad hacia la Madre, hay más angustia que si hubiera gritado):
-¡Se han llevado del Sepulcro al Señor! ¿Quién sabe dónde lo habrán puesto? - y por primera vez se tambalea y vacila y, para no caerse, se agarra donde puede.
-¡Cómo! ¿Qué dices? - preguntan los dos.
Y ella, jadeante:
-Yo me adelanté… para comprar a los soldados que estaban de guardia… para que nos permitieran embalsamar. Ellos están allí como muertos… El Sepulcro está abierto, la piedra por el suelo… ¿Quién? ¿Quién habrá sido? ¡Venid! Vamos corriendo…
Pedro y Juan se encaminan. María los sigue a algunos pasos de distancia. Luego vuelve, agarra a la dueña de la casa, la zarandea con violencia movida de su amor previsor y le dice junto a la cara con voz sibilante:
-Que no se te ocurra dejar pasar a nadie donde está Ella (y señala la puerta de la habitación de María). Recuerda que yo mando en ti. Obedece y calla.
Y, dejándola verdaderamente sobrecogida, da alcance a los apóstoles, que con paso veloz van hacia el Sepulcro…
…Entretanto, Susana y Salomé, en llegando a las murallas, habiendo dejado a sus compañeras, se ven sorprendidas por el terremoto. Atemorizadas, se refugian debajo de un árbol, y se quedan allí, con el dilema de si ir hacia el Sepulcro o si huir hacia la casa de Juana: pero el amor vence al miedo y van hacia el Sepulcro. Entran, todavía turbadas, en el huerto, y ven a los soldados, como muertos… Ven una gran luz salir del Sepulcro abierto. Aumenta su turbación, y termina haciéndose completa cuando, cogidas de la mano para infundirse recíprocamente ánimos, se asoman a la entrada y, en la oscuridad de la gruta sepulcral, ven a una criatura luminosa y hermosísima, dulcemente sonriente, saludarlas desde el sitio donde está: apoyada en la parte derecha de la piedra de la unción, cuyo gris volumen, detrás de tanto incandescente esplendor, se desvanece. Caen de rodillas, aturdidas por el estupor.
Pero el ángel les habla dulcemente:
-No tengáis miedo de mí. Soy el ángel del divino Dolor. He venido para experimentar la dicha de su final: ya no existe el dolor del Cristo ni su anonadamiento en la muerte. Jesús de Nazaret, el Crucificado al que vosotras buscáis, ha resucitado. ¡Ya no está aquí! Vacío está el lugar en que había sido colocado. Exultad conmigo. Id. Decidle a Pedro y decid a los discípulos que ha resucitado y que os precede hacia Galilea. Allí lo veréis todavía, aunque por poco tiempo, según ha dicho.
Las mujeres caen rostro en tierra y, cuando lo alzan, huyen como si un castigo las persiguiera. Están aterrorizadas y susurran:
-¡Ahora moriremos! ¡Hemos visto al ángel del Señor!
Ya en pleno campo se calman un poco, y se consultan recíprocamente. ¿Qué hacer? Si dicen lo que han visto, no las creerán; si dicen que vienen de allí, pueden ser acusadas por los judíos de haber matado a los soldados que estaban de guardia.
No, no pueden decir nada; ni a los amigos ni a los enemigos…
Atemorizadas, enmudecidas, vuelven por otro camino hacia casa. Entran y se refugian en el Cenáculo. Ni siquiera piden ver a María… Y allí piensan que lo que han visto ha sido un engaño del Demonio. Siendo, como son, humildes, juzgan que «no puede ser que a ellas les haya sido concedido ver al enviado de Dios. Es Satanás el que ha querido atemorizarlas para alejarlas de allí».
Lloran y oran como dos niñas asustadas por una pesadilla…
…El tercer grupo, el de Juana, María de Alfeo y Marta, visto que nada nuevo sucede, se decide a ir al lugar donde, sin duda, están las compañeras esperando. Salen a las calles, donde ya hay gente, gente asustada que habla del nuevo terremoto y lo relaciona con los hechos del viernes y ve incluso lo que no existe.
-¡Mejor, si están todos asustados! Quizás también lo estén los soldados de la guardia y no pongan objeciones – dice María de Alfeo. Y van raudas hacia las murallas.
Pero, mientras ellas van allá, al huerto han llegado ya Pedro y Juan, seguidos por la Magdalena. Y Juan, más rápido, es el primero en llegar al Sepulcro. Los soldados ya no están. Tampoco está ya el ángel.
Juan se arrodilla, temeroso y afligido, en la entrada totalmente abierta; se arrodilla para hacer un acto de veneración y para captar algún indicio de las cosas que ve. Pero sólo ve, en el suelo, los paños de lino, puestos en un montón encima de la Sábana.
-¡Pues verdaderamente no está, Simón! Es como lo había visto María. Ven, entra mira.
Pedro, jadeando por la gran carrera realizada, entra en el Sepulcro. Por el camino había dicho: «No me voy a atrever a acercarme a ese sitio». Pero ahora sólo piensa en descubrir dónde puede estar el Maestro. E incluso lo llama, como si pudiera estar escondido en algún rincón oscuro.
La oscuridad, en esta hora matutina, es todavía fuerte en el profundo Sepulcro cuya única fuente de luz es la pequeña abertura de la puerta, en la que proyectan sombra ahora Juan y la Magdalena… Y Pedro tiene dificultad para ver, de forma que tiene que ayudarse con las manos… Toca, temblando, la mesa de la unción y la siente vacía…
-¡No está, Juan! ¡No está!… ¡Ven también tú! Yo he llorado tanto, que casi no veo con esta poca luz.
Juan se pone de pie y entra. Mientras Juan hace esto, Pedro descubre el sudario, colocado en un rincón, bien doblado; y, dentro del sudario, cuidadosamente enrollada, la sábana.
-Verdaderamente se lo han llevado. Los soldados estaban no por nosotros sino para hacer esto… Y nosotros les hemos dejado actuar. Marchándonos, lo hemos permitido…
-¡Oh! ¿Dónde lo habrán puesto!
-Pedro… Pedro… ahora sí que ya no hay nada que hacer.
Los dos discípulos salen abatidos por completo.
-Vamos, mujer. Díselo tú a su Madre…
-Yo no me marcho. Me quedo aquí… Alguno vendrá… No, no me voy… Aquí hay todavía algo que de Él. Tenía razón su Madre… Respirar el aire donde Él ha estado es el único consuelo que nos queda.
-El único consuelo… Ahora tú también te percatas de que esperar era una quimera… - dice Pedro.
María ni siquiera responde. Se deja caer al suelo, justo junto a la entrada, y llora mientras los otros se marchan lentamente.
Luego levanta la cabeza y mira adentro, y, a través de las lágrimas, ve a dos ángeles, sentados el uno en la cabecera y el otro en los pies de la piedra de la unción. Está tan aturdida la pobre María, en su más fiera batalla entre la esperanza que muere y la fe que no quiere morir, que los mira alelada, sin asombro siquiera. Ya no tiene sino lágrimas la mujer fuerte que con heroísmo ha resistido todo.
-¿Por qué lloras, mujer? - pregunta uno de los dos luminosos muchachos (porque su aspecto es el de dos hermosísimos adolescentes).
-Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde le han puesto.
María habla con ellos sin miedo. No pregunta: « ¿Quiénes sois?». Nada. Ya nada le causa estupor. Todo lo que puede asombrar a una criatura ella ya lo ha sufrido. Ahora es sólo un ser quebrantado que llora sin fuerzas y sin reserva.
El jovencito angélico mira a su compañero y sonríe. Y el otro también. Y, resplandeciendo de júbilo angélico, ambos miran afuera, hacia el huerto del todo florecido por los millones de corolas que se han abierto con el primer sol en los tupidos manzanos del pomar.
María se vuelve para ver a quién miran. Y ve a un Hombre, hermosísimo, al que no sé como puede no reconocer inmediatamente. Un Hombre que la mira con piedad y le pregunta:
-Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?
Es verdad que es un Jesús velado por su propia piedad hacia la criatura, a la que las demasiadas emociones han agotado y podría morir a causa de la repentina alegría; pero de verdad me pregunto cómo puede no reconocerlo.
Y María, entre sollozos:
-¡Se me han llevado al Señor Jesús! Había venido a embalsamarlo en espera de que resucitara… He tenido recogido todo mi coraje y mi esperanza, y mi fe, en torno a mi amor… y ahora ya no lo encuentro… No, más bien he puesto mi amor en torno a la fe, a la esperanza y al coraje, para defenderlos de los hombres… ¡Pero todo es inútil! Los hombres me han robado a mi Amor, y con Él me han arrebatado todo… ¡Oh, mi señor, si eres tú el que se lo ha llevado, dime dónde lo has puesto! Y yo iré por
Él… No se lo diré a nadie… Será un secreto entre tú y yo. Mira: soy la hija de Teófilo, la hermana de Lázaro, pero estoy de rodillas delante de ti suplicándote, como una esclava. ¿Quieres que te compre su Cuerpo? Lo haré. ¿Cuánto quieres? Soy rica. Puedo darte tanto oro y gemas como pesa su Cuerpo. Pero devuélvemelo. No te denunciaré. ¿Quieres golpearme? Hazlo. Haciéndome verter sangre, si quieres. Si sientes odio hacia Él, descárgalo sobre mí. Pero devuélvemelo. ¡Oh, mi señor, no me hagas pobre de esta manera, con esta indigencia! ¡Piedad de una pobre mujer!… ¿Por mí no quieres? Por su Madre, entonces. ¡Dime! Dime dónde está mi Señor Jesús. Soy fuerte. Lo tomaré entre mis brazos y lo llevaré como a un niño a lugar seguro. Señor… señor… ya lo ves… hace tres días que la ira de Dios se descarga sobre nosotros por lo que se hizo al Hijo de Dios… No añadas la Profanación al Delito…
-¡María!
Jesús aparece radioso al llamarla. Se revela con su esplendor triunfante.
-¡Rabhuní!
El grito de María es verdaderamente “el gran grito” que cierra el ciclo de la muerte. Con el primero, las tinieblas del odio fajaron a la Víctima con vendas fúnebres; con el segundo, las luces del amor aumentaron su esplendor. Y María, al emitir este grito que llena el huerto, se alza y, presurosa, va a los pies de Jesús, a esos pies que quisiera besar.
Jesús, tocándola apenas con la punta de los dedos en la frente, la separa:
-¡No me toques! No he subido con esta figura todavía a mi Padre. Ve donde mis hermanos y amigos y diles que subo al Padre mío y vuestro, a mi Dios y a vuestro Dios, y luego iré donde ellos.
Y Jesús, absorbido por una luz irresistible, desaparece.
María besa el suelo donde Él estaba y corre hacía la casa. Entra como un rayo -la puerta está entornada para dejar paso al amo de la casa, que se dirige hacia la fuente-, abre la puerta de la habitación de María y se deja caer en el corazón de Ella, gritando: -¡Ha resucitado! ¡Ha resucitado! - y llora llena de dicha.
Y, mientras acuden Pedro y Juan y del Cenáculo vienen las asustadas Salomé y Susana y escuchan lo que la Magdalena dice, también vuelven de la calle María de Alfeo y Marta y Juana, las cuales, con respiro entrecortado, dicen que ellas también han estado allí, y que han visto a dos ángeles que decían ser el Custodio del Hombre Dios y el Ángel de su Dolor, y que les han dado la orden de decir a los discípulos que había resucitado. Y, al ver que Pedro menea la cabeza, insisten diciendo:
-Sí. Han dicho: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado, como dijo estando todavía en Galilea. ¿No os acordáis? Dijo: “El Hijo del hombre debe ser entregado en manos de los pecadores y ser crucificado. Pero al tercer día resucitará”.
Pedro menea la cabeza diciendo:
-¡Demasiadas cosas en estos días! Os han ofuscado.
La Magdalena alza la cabeza del pecho de María y dice:
-¡Lo he visto! Le he hablado. Me ha dicho que sube al Padre y luego viene. ¡Qué hermoso estaba! - y llora como nunca ha llorado, ahora que ya no ha de torturarse a sí misma para hacer fuerza contra la duda procedente de todas partes.
Pero Pedro, y también Juan, se quedan muy dudosos. Se miran y sus ojos dicen: “¡Imaginación de mujeres!".
Entonces también Susana y Salomé se atreven a hablar. Pero la misma, inevitable diferencia en los detalles de los soldados, que primero están como muertos y luego ya no están; y de los ángeles, que en un momento son uno y en otro dos, y que no se han mostrado a los apóstoles; y de las dos versiones sobre el hecho de que Jesús va allí o que precede a los suyos hacia Galilea… esto hace que la duda, es más, la persuasión de los apóstoles crezca cada vez más.
María, la Madre dichosa, calla, sujetando a la Magdalena… No comprendo el misterio de este silencio materno.
María de Alfeo dice a Salomé:
-Vamos a volver allá nosotras dos: Vamos a ver si estamos todas borrachas… - y se marchan rápidas. Las otras se quedan –comedidamente no tomadas en consideración por los dos apóstoles- junto a María, que guarda silencio, absorta en un pensamiento que cada uno interpreta a su manera y que ninguno comprende que es un éxtasis.
Vuelven las dos mujeres ya más bien ancianas:
-¡Es verdad! ¡Es verdad! Lo hemos visto. Nos ha dicho junto al huerto de Bernabé: “Paz a vosotras. No temáis. Id a decir a mis hermanos que he resucitado y que vayan dentro de unos días a Galilea. Allí estaremos todavía un tiempo juntos”. Esto ha dicho. María tiene razón. Hay que decírselo a los de Betania, a José, a Nicodemo, a los discípulos más leales, a los pastores. Hay que ir, hay que hacer, hacer… ¡Oh! ¡Ha resucitado!… - lloran todas, felices.
-No estáis en vuestros cabales, mujeres. El dolor os ha ofuscado. La luz os ha parecido ángel; el viento, voz; el Sol, Cristo. Yo no os critico. Os comprendo, pero sólo puedo creer en lo que he visto: el Sepulcro abierto y vacío, y los soldados que habían sustraído el Cadáver y habían huido.
-¡Pero si lo dicen los propios soldados, que ha resucitado! ¡Si la ciudad está toda revuelta, y los príncipes de los sacerdotes están locos de ira, porque los soldados, huyendo aterrorizados, han hablado! Ahora quieren que digan lo contrario y les pagan por hacerlo. Pero ya se sabe. Y, si los judíos no creen en la Resurrección, no quieren creer, muchos otros creen…
-¡Mmm! ¡Las mujeres!…
Pedro se encoge de hombros y hace ademán de marcharse.
Entonces la Madre, que sigue teniendo sobre su corazón a la Magdalena (que llora como un sauce bajo un aguacero por su desmesurada dicha), besándole sus rubios cabellos, alza su rostro transfigurado y dice una breve frase:
-Realmente ha resucitado. Yo le he tenido entre mis brazos y he besado sus Llagas - y luego reclina otra vez su cabeza sobre los cabellos de la apasionada y dice: -Sí, la dicha es mayor aún que el dolor. Y no es más que un granito de arena respecto a lo que será tu océano de dicha eterna. ¡Oh, bienaventurada que por encima de la razón has hecho hablar al espíritu!
Pedro ya no osa negar… y, con uno de esos virajes del Pedro antiguo, que ahora vuelve a aflorar, dice, y grita, como si de los otros y no de él dependiera el retraso: -¡Pues entonces, si es así, hay que comunicárselo a los otros; a los que están dispersos por los campos… buscar… hacer… ¡Venga, moveos! Si realmente fuera allí… al menos que nos encuentre - y no se da cuenta de que todavía está confesando que no cree ciegamente en la Resurrección.
9 comentarios
¿Por qué será, como dice Vittorio Messori en "Las leyendas negras de la Iglesia" que Dios da una luz y a continuación pone una sombra?
Saludos
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Las visiones de Emmerick sobre las escenas evangélicas más bien no me gustan, encuentro pocas válidas o creíbles.
Por ejemplo, sus comentarios respecto a la madre de Judas Iscariote son de las más inverosímiles: una bailarina viajante, etc.
Respecto a la Sábana Santa, Valtorta refiere un dictado de Jesús en el que le dice que es auténtica y que es una gracia especial de Dios. Las marcas de la Sábana y toda la investigación respecto a ella, desde luego apuntan a que ha sido de Jesucristo. Es más, Valtorta afirmaba que la Sábana Santa y el velo de Verónica corresponden a la misma persona; hace muy poco tal hecho está confirmado.
Sin embargo encuentro en los escritos de Emmerick fragmentos muy buenos respecto a la fe en los últimos tiempos, etc.
En resumen, la "revelación privada" debe ser tomada con mucho criterio y exigencia. La prueba está en su adhesión a la Revelación. Solamente en esos casos nos pueden servir.
El siguiente fragmento está tomado del Jesús de Nazaret:
• «La conclusión del Evangelio de Marcos, presenta un problema particular. Según manuscritos importantes, el texto termina con el versículo 16,8; Ellas, las mujeres «salieron corriendo del sepulcro, temblando de espanto. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían». El texto autentico del Evangelio en la forma que ha llegado a nosotros, concluye con el susto y el temor de las mujeres. Ante el texto había hablado del descubrimiento del sepulcro vacío por parte de las mujeres, que habían venido para la unción, y de la aparición del ángel que les anunció la resurrección de Jesús y las encargó decir a los discípulos, y «a Pedro» en particular que, según la promesa, Jesús iría por delante a Galilea. Es imposible que el Evangelio se haya concluido con las palabras que siguen sobre el silencio de las mujeres, en efecto, el texto presupone que ya habían hablado del encuentro. Y, obviamente, está también informado de la aparición de Pedro y los Doce, de la que habla el texto bastante más antiguo de la Primera Carta a los Corintios. Por qué nuestro texto queda interrumpido en este punto, no lo sabemos. En el siglo II se ha añadido un relato sintético en el que se recogen las más importantes tradiciones sobre la Resurrección, así como de la misión de los discípulos de predicar por todo el mundo (cf. 16, 9-20). En cualquier caso también, la conclusión breve de Marcos, presupone el descubrimiento del sepulcro vacío por las mujeres, el anuncio de la resurrección, el conocimiento de las apariciones a Pedro y a los Doce. Por lo que se refiere la interrupción enigmática, tenemos que dejarla sin explicación.» (Joseph Ratzinger/Benedicto XVI: Jesús de Nazaret, segunda parte; Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, páginas 304-305. Ediciones Encuentro)
Sobre un cierto silencio, que a nadie le dijeron nada, se refería a los extraños, pues los apóstoles debían saber sobre la Resurrección de Cristo. El P. Benjamín Martín Sánchez, lo explica así: «A nadie dijeron nada, se entiende de los extraños» Nuevo Testamento explicado, página 103. (Apostolado Mariano. Sevilla)
Por otra parte, respecto el texto:
(Jn 20, 11-13)
• «El Evangelista ha elaborado esta escena, muy viva y personal, siguiendo el material tradicional: la aparición del Ángel (Mt 28, 1-8; Mc. 16, 1-9; Lc, 24, 1-8) y del propio Cristo: (Mt. 28, 9s). » Sagrada Biblia, Edición Conferencia Episcopal Española.
Nos puede ayudar a comprender los textos bíblicos muchos santos Padres y Doctores de la Iglesia Católica en sus enseñanzas; teniendo en cuenta el Sagrado Magisterio de la Iglesia Católica enseñanzas de los Papas… y en especial de Benedicto XVI.
Para saber más:
«Verbum Domini: Exhortación apostólica postsinodal sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia: 29 y 30. De Benedicto XVI»
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El texto citado de Valtorta deja en perfecta concordancia los cuatro evangelios.
Quizá sea mi desconocimiento de la materia, pero recientemente he releído "La pasión..." de Emmerick y me ha parecido un relato muy fidedigno... pero no me haga mucho caso ya que mi preparación no es mucha.
En cualquier caso le agradezco sinceramente la amabilidad de haberme aclarado las dudas. Por sus consejos buscaré información y textos de María Valtorta. Muchas gracias.
Feliz Pascua !
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Gracias a usted, por lo demás, puede usted leer los textos de Emmerick, pero lo mejor es contar con un buen director espiritual, esa ha sido siempre la tradición en la Iglesia, porque el criterio propio fácilmente nos puede fallar.
¡Feliz Pascua!
Poquita cosa he leído de María Valtorta, no tengo demasiada información, excepto lo que has compartido aquí, muchas gracias.
Ya lo decía el Apóstol San Juan: «Muchas cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni en el mundo podría contener los libros que habría que escribir.» (Jn 21, 25). Y yo lo creo así, pero el Señor según cuando le parece, pues se lo revela a las almas que él elige.
Y estamos de acuerdo, Milenko, que siguiendo la prudencia de la Iglesia Católica, aprendemos a discernir, para que ninguno de nosotros caigamos en el error.
En el prólogo del volumen 5, de la Beata Ana Catalina Ememrick, Editorial «Ciudad de los libros», dice así: «Las meditaciones ocuparán quizás un lugar honroso entre muchas obras iguales, frutos del amor contemplativo de Jesús; pero no pretenden tener un carácter de verdad histórica, y nosotros debemos declararlo solemnemente. Desean unirse a tantas otras representaciones de la Pasión, dadas por artistas y escritores piadosos: a lo sumo, se puede mirar como las piadosas meditaciones de Cuaresma de una religiosa devota, narradas sin arte, y escritas con sencillez, según su relación, a la cual, ella misma dio sólo un valor puramente humano, y que comunicó por obediencia y por orden reiterada de sus respetables directores espirituales...» (Beata Ana Catalina Emmerick. Ciudadelalibros, 2012). Tengo los cinco tomos, que semana a semana, por aquel tiempo, lo compraba en la librería que me lo reservaba.
Son detalles muy interesante. Pues en la época de Jesús, sucedió muchas cosas, entre ellas, la curiosidad, al paso de Jesús al Calvario, la indiferencia, las burlas, etc. Unas cosas las conocemos gracias a la Santa Biblia; Los Santos Evangelios y las epístolas de los Apóstoles, y el Magisterio de la Iglesia Católica.
Gracias doy a Dios, por tus trabajos, también sobre María Valtorta, que poco a poco iré conociendo más detalles. Que el Señor te lo premie.
Pues no es nada fácil encontrar el libro que uno quisiera tener, pero conformidad con la Voluntad de Dios, siempre.
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Gracias a ti, Jose Luis, y feliz Pascua una vez más.
En este pequeño blog sobre el tema he dejado unos enlaces a las páginas relacionadas que te pueden interesar para investigar más sobre el asunto (aquí dedique un artículo a ello).
Sin duda, y en eso firmemente estamos de acuerdo, la Revelación no se puede tocar, eso es firme.
Hay que tener en cuenta, no obstante, que la Iglesia está edificada sobre los Apóstoles y profetas, como nos dice San Pablo. ¿Pero de qué profetas nos habla? ¿De Jeremías, Isaías, y otros del AT? De esos habla en otro lugar cuando dice que toda la Escritura es buena para instruir. Se refiere a los que hablan en nombre de Dios, advirtiendo a los hermanos a mantenerse fieles al Señor. A aquellos que, mediante gracia especial y desde el servicio a la Iglesia hacen lo que Dios les inspire.
Pero eso tiene que ser discernido por los sucesores de los apóstoles, es decir, por la Iglesia.
Sin embargo, sería muy peligros prescindir de los profetas, y digamos, no tenemos derecho a ello.
En el Evangelio de San Marcos, son María Magdalena, María la de Santiago y Salomé las que están juntas en el sepulcro y ven a un joven (un ángel).
En el Evangelio de San Lucas están María Magdalena, Juana y María la de Santiago en el sepulcro y se les aparecen dos ángeles.
Y en el Evangelio de San Juán es María Magdalena la que está sóla en el sepulcro y se le aparecen dos ángeles.
La constante es María Magdalena, las otras mujeres cambian en los distintos Evangelios, y solamente está sóla María Magdalena en el de San Juán. En los otros tres varían sus acompañantes.
Con lo cual no tiene sentido el relato de María Valtorta, que dice que fue María Magdalena la que se adelantó sóla, contradiciendo así a los otros tres evangelistas.
El error puede estar en las versiones distintas que llegaran a cada uno de los distintos evangelistas.
Feliz Pascua de Resurreccion.
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María Magdalena está siempre en los relatos, unos evangelistas la nombran con unas mujeres, otros con otras. Ninguna contradicción. En Valtorta se indica claramente que todas ellas salen al mismo tiempo de un lugar (Cenáculo). Luego se dividen por las razones indicadas. Por eso es que unas ven a un ángel, otras a dos, porque llegan en momentos distintos, y a unas hablaba un solo ángel, a otras dos.
Por otra parte siempre hemos creído la mayoría, y seguimos creyendo que María Magdalena era la pecadora que vertió el perfume de nardos en los pies de Jesús, y en este artículo se la presenta como María la hermana de Lázaro. ¿Era la misma persona o era otra?
Gracias y perdone mi insistencia, pero cuando no veo algo claro, me gusta que se me aclare a poder ser.
Buen lunes de Pascua de Resurrección.
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Me parece perfecto preguntarse por el sentido y la razón de las cosas.
Lo que usted dice, sería una contradicción entre evangelios, no en el escrito por Valtorta. Pero tampoco es contradicción entre evangelios, ya que las mujeres pueden salir juntas, y luego separarse, que es lo que narra Valtorta.
En el texto de San Juan, Magdalena ve dos ángeles, y en otros acompaña a otras mujeres, las que ven a uno, por lo que se deduce que se separaron en algún momento.
En cuanto a Magdalena, en efecto, la obra de Valtorta la presenta como la hermana de Lázaro. En el primer milenio se forjaron dos opiniones, una (de al menos algunos padres occidentales) según la cual Magdalena era la hermana de Lázaro; la otra, de la tradición ortodoxa, según la cual no era su hermana. Ahora mismo se difunde más esa opinión, a lo que algunos, también desde la Iglesia Católica, apuntan al evangelio de San Juan: "María, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo, es la que ungió al Señor con perfume y le secó con los sus cabellos.", afirmando que esa frase de Juan se refiere a la pecadora que hizo el mismo acto, descrito en Lc 7, 38-39.
Los de la opción de que Magdalena, la hermana de Lázaro, no era la misma pecadora, afirman que esa frase de Juan (11, 2), como está escrita desde un tiempo posterior, se refiere a un hecho narrado más adelante en el mismo evangelio.
Es decir, el texto de Valtorta no contradice para nada los evangelios en cuanto a Magdalena, sino solamente una de las interpretaciones de los mismos.
Los autores de la Buena Nueva contaron a su manera la "Fe auténtica" que profesaban, y si nosotros no lo leemos con nuestra "Fe auténtica", no encontraremos sino contradicciones a cada paso. Lo que importa es la Noticia y la Esperanza que nos da.
Con todo, puede leerse en clave literaria, incluso hacer buenos guiones, que no tienen por qué estar en contradicción con la fe.
Feliz Pascua de Resurrección
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Los sagrados autores escribían "todo y solamente aquello que Dios quiso que escribieran", Dei Verbum.
A ver, sencillamente, si van personas 1, 2, 3, 4 y 5 y uno dice que van 1 y 2; otro que van 2 y 3; otro 2 y cuatro; otro 2 y 5 y otras; todo eso no contradice que fueran las cinco. Uno destaca una cosa, otro otra, eso es todo.
Y, por supusto, ¡Feliz Pascua de Resurrección!
Verdaderamente que aún en el día de hoy, gracias a Dios, hay muy buenos sacerdotes que nos ayudan a comprender el Evangelio, con todo detalle y verdad. Ya conocemos las enseñanzas de nuestros Papas, pero también el Señor manifiesta su espíritu a los auténticos sacerdotes de Cristo Jesús.
En la explicación que el Padre José Luis de Urrutia nos comenta, vemos que los evangelistas, no pueden equivocarse. Ellos han redactado los Evangelios, desde un punto de visión, pero conforme la verdad, cada cual con su estilo, su carisma, su fe, su amor al Resucitado. Esta ha sido mi reflexión, pues ahora viene lo que nos comenta el autor de…
«Todo el Evangelio ordenado y comentado»
Autor: José Luis de Urrutia, S.J
Resurrección de Jesús y la aparición a la Magdalena.
Comentario a los textos:
Mt. 27, 52-53; 28, 1-5; Mc. 2 , 11: Lc. 24, 1-12. Jn. 20, 1-18.
Páginas: 301-302.
• Si no tuviéramos la certeza, además de la fe, que los evangelistas, ni quieren ni pueden engañarnos, nos parecería imposible la terquedad de los judíos, su incredulidad ante las pruebas evidentes de la Resurrección de Jesucristo, última y definitiva señal, después de tantos otros milagros, de ser enviado de Dios a quien hay que creer y acatar. ¡Qué ridículo los argumentos de los incrédulos: decir los centinelas que estando ellos dormidos, se llevaron los apóstoles el cadáver de Jesús. ¡Centinelas que se duermen! Y si estaban dormidos, ¿cómo lo vieron? Hombres de mala fe. Que por dinero mienten a sabiendas y en cosa tan importante. Poco temor de Dios tenían. A Pilato se ve que tampoco ahora tampoco le interesó conocer la verdad, pues no le hubiera sido difícil.
• La resurrección de muchos después de la del Señor, es innegable, según el Evangelio. Y se comprende que el Cuerpo glorioso de Jesucristo no iba a estar solo en el cielo, ¿será mucho suponer que entre los resucitados estaría San José, el primero de los santos, Abraham, los patriarcas, los grandes profetas?
• La ida de las mujeres en el sepulcro está confusa en los diversos evangelios, porque San Mateo, según su estilo, usa el plural en vez del singular, es decir, narra la aparición del Señor a Magdalena como si se hubiese aparecido a todas, lo que corrige luego San Juan al escribir su evangelio. Respecto de los Ángeles, sabemos por San Lucas y San Juan que fueron dos, aunque San Mateo y San Marcos citan uno, el que habló.
• María Magdalena no reconoció en los dos jóvenes a los ángeles. Parece que ni le extrañó que hubiese allí, en un sepulcro, dos desconocidos sentados, ¡tan fuera de sí estaba por su pena! Hasta pedirle al jardinero que le dijese dónde estaba el cadáver de Jesús. ¡Cómo se lo iba decir si lo hubiera robado, y ella iba a poder llevárselo! Reconoce a Jesús, y San Juan con su delicadeza habitual, recoge –ella se lo contaría– su misma expresión aramea: Rabboni, que más exactamente significa: Maestro mío. Le abrazó los pies, como dice San Mateo, y las palabras cuya interpretación no es fácil: «no me toques» o «déjame», hay que verlas dicha con todo el cariño y familiaridad de un padre a su hija preferida, a quien da un encargo, después de un rato de dejarse abrazar.
• Son de notar también las expresiones nuevas de Jesús, hasta después de resucitado no dice nunca en el Evangelio de San Juan, que Dios sea Padre de los hombres, ni llama a los discípulos hermanos. Pero ahora lo somos ya, a tanto nos ha elevado su redención.
• Aunque San Marcos diga que Jesús a quien primero se apareció fue a la Magdalena, es refiriéndose a las apariciones que se narran. No excluye, primero que se apareció fue a su Madre Santísima. Encuentro más que para narrarlo, para contemplarlo meditando, como lo han hecho siempre las almas de oración.
• Es notable el proceder del Señor resucitado: se aparece y comunica su mensaje, primero a las mujeres. La intimidad y amistad con Jesús es muy distinta a las de los cargos más o menos importantes que tenga uno en la Iglesia. Pero más notable es la incredulidad de los apóstoles hasta el último momento. Espíritu crítico y excesivo que aún perduran en muchos, y se privan de gracias espirituales por no aceptar revelaciones privadas, a veces tan seguras y aprobadas como las de Lourdes, Fátima o Paray-leMonial sobre al Sagrado Corazón »
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Hasta aquí este extracto del comentario, pero sigue otras páginas, ya que también hace un poco de historia de la Sábana Santa, de cómo la Magdalena y los Apóstoles guardaban las reliquias, etc.
A los apóstoles no le fueron fácil de creer en la resurrección de Cristo, las preocupaciones del momento les embargaba a todos, pero hasta que ellos mismos, vieron a Jesús resucitado, su vida ya iba cambiando, aquellos temores se iba desvaneciendo.
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Estimado José Luis, note que esto:
"La ida de las mujeres en el sepulcro está confusa en los diversos evangelios, porque San Mateo, según su estilo, usa el plural en vez del singular, es decir, narra la aparición del Señor a Magdalena como si se hubiese aparecido a todas, lo que corrige luego San Juan al escribir su evangelio. Respecto de los Ángeles, sabemos por San Lucas y San Juan que fueron dos, aunque San Mateo y San Marcos citan uno, el que habló."
es la interpretación del Padre José Luis, en la gloria esté. Tiene sentido, pero francamente lo descrito por Valtorta me parece más creíble y real. Personalmente, creo que sus visiones eran auténticas. Pero eso no quiere decir que en algún momento no pueda tener un "fallo". Eso se puede deber a muchas razones, pero yo no los encuentro.
En el evangelio de San Juan puede observar una cosa: Magdalena no reconoce a Jesús aunque le vea hasta que este no se le revela. Esa es la diferencia entre la "visión" y la fe o revelación. La visión necesita ser explicada y confirmada por Dios. No es suficiente ver.
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