“La letra de los concilios está protegida por el Espíritu Santo”: Sobre el Vaticano II, Dignitatis Humanae y Nostra Aetate
IMPORTANTE: Antes de empezar el artículo, para poner en contexto a los lectores, me permito recordar lo que ya ha señalado el padre José María Iraburu en “InfoCatólica, apología pro vita sua: Carta a blogueros y lectores” (21-10-18): “InfoCatólica, desde el principio, cree y confiesa que el XXI Sagrado Concilio Ecuménico Vaticano II puede y debe ser entendido y aplicado según una hermenéutica de continuidad, como siempre ha hecho la Iglesia con todos sus Concilios ecuménicos, y no debe ser condenado como un inadmisible Concilio de ruptura con la tradición de la Iglesia. Somos católicos, apostólicos y romanos”.
De los hasta el presente ya más de veinte concilios ecuménicos de la Iglesia, el Concilio Vaticano II es sin lugar a dudas materia de muchas controversias. Y, como es común en los seres humanos respecto de las controversias, se tiende a ir hacia los extremos. Así, por un lado, tenemos a los que consideran negativamente prácticamente todo lo “pre-conciliar” (antes del Concilio); y, por el otro, a aquellos que consideran negativamente prácticamente todo lo “post-conciliar” (después del Concilio). Y en medio de esos dos extremos se encuentran muchísimos católicos de buena intención que quieren ser fieles a la Iglesia pero que se encuentran en gran confusión.
Pues bien, como dije en una ocasión anterior analizando cuestión análoga, “en tiempos de confusión por los hechos es absolutamente necesario mantener la claridad en los conceptos” (1). O, para resumirlo en un dictum: “Frente a la confusión, distinción”. No perdamos ese muy sano hábito de los escolásticos de establecer distinciones al abordar cuestiones, especialmente cuando estas son complejas. Entonces, “entrando en materia”: ¿qué se puede cuestionar del Concilio Vaticano II: todo o nada? Es allí donde hay que aplicar la distinción: desde una perspectiva católica en todo Concilio (no solo el Vaticano II) hay aspectos que son cuestionables y aspectos que son incuestionables, e incluso respecto del asentimiento (el no cuestionar) hay grados y formas. Por tanto, en lugar de caer burdamente en una falacia de todo o nada como sucede con muchos que discuten estas cuestiones, analicemos qué es cuestionable y qué no.
Dado que el presente es un artículo que desde ya asume una perspectiva católica, se puede partir de la premisa (que demostraré en un libro que publicaré más adelante) de que la Iglesia Católica es la verdadera Iglesia, la Iglesia de Cristo. Ahora bien, Cristo mismo ha prometido que las fuerzas del infierno no prevalecerán contra ella (cfr. Mateo 16:18). Por tanto, la Iglesia es indefectible: nunca fallará. Pero mucha atención a esto: Jesús nunca prometió que las fuerzas del infierno no tocarían a la Iglesia; lo que prometió es que no la vencerían. ¿Y cómo podrían las fuerzas del infierno vencer (no meramente “tocar”) a la Iglesia? Pues introduciendo error en su doctrina misma. Si la Iglesia tuviere error en su doctrina oficial misma (que no es lo mismo que lo que diga tal o cual sacerdote o tal o cual obispo) dejaría de ser la “Iglesia de Cristo que es columna y fundamento de verdad” (1 Timoteo 3:15). De este modo, en la Iglesia puede haber problemas internos, malos miembros, pastores (esto es, sacerdotes y obispos) incoherentes o ambiguos en su discurso, etc.; pero mientras la doctrina misma esté libre de error, seguirá tratándose de la verdadera Iglesia.
Por tanto, se colige directamente el aspecto que no es cuestionable de ningún Concilio: aquello que define doctrina oficial. Esto es el magisterio solemne de los concilios, aquel ante el cual el católico, conforme establece el Código de Derecho Canónico, debe asentimiento de fe divina (2). Por otra parte, está también el magisterio ordinario de los concilios, aquel en que, si bien no se están definiendo doctrinas de forma solemne o extraordinaria, la Iglesia -vía los Padres conciliares en comunión con el Papa- ejerce su actividad docente (de enseñanza de doctrina) en documentos oficiales. Ante este tipo de magisterio el Catecismo explícitamente establece que el católico debe un “asentimiento religioso” que, “aunque distinto del asentimiento de la fe, es una prolongación de él” en razón de que debe confiar en que “la asistencia divina es también concedida a los sucesores de los apóstoles, cuando, en comunión con el sucesor de Pedro (…), aunque sin llegar a una definición infalible y sin pronunciarse de una ´manera definitiva´, proponen (…) una enseñanza que conduce a una mejor entendimiento de la Revelación” (3). En consecuencia, no es que un católico pueda criticar “todo lo que le dé la gana” de un Concilio sino que hay algo que no puede “tocar así nomás”: la letra. Y es que, sea en la forma de magisterio solemne u ordinario, se ha de confiar en la asistencia del Espíritu Santo a la Iglesia: la letra de los concilios está protegida por el Espíritu Santo. Dios cuida la doctrina de su Iglesia. No se trata, pues, de que confiemos en la instancia humana (los Padres conciliares) para la protección de la letra de los concilios, sino que confiamos en la instancia divina (Dios mismo).
Ahora bien, respecto del Concilio Vaticano II tenemos que está muy extendida la idea de que fue un concilio meramente pastoral, no doctrinal, y que, por tanto, ¡todo en él es cuestionable! Pero, como sucede con muchas ideas extendidas, está seriamente errada. Y es que, así como en concilios fundamentalmente doctrinales como el Concilio de Nicea hay resoluciones pastorales (ver, por ejemplo, sus cánones 12 y 14), se halla que en el fundamentalmente pastoral Concilio Vaticano II hay documentos doctrinales del más alto rango magisterial como las Constituciones Dogmáticas Dei Verbum (sobre la Revelación divina) y Lumen Gentium (sobre la Iglesia). Así que no todo es cuestionable en él y, por tanto, uno no lo puede rechazar en bloque y pretender seguir siendo propiamente católico (que algunos lo pretendan ya es otra historia… “a buen entendedor, pocas palabras”).
Por tanto, respecto del Concilio Vaticano II (y de cualquier otro Concilio ecuménico) un católico puede cuestionar (por supuesto, con la debida prudencia) su forma de convocatoria, su proceso, tal o cual disposición pastoral o administrativa, etc. pero no el fondo de su letra misma en lo relativo a doctrina. En ese sentido, resulta sumamente elocuente el hecho de que alguien tan fuertemente crítico del Concilio Vaticano II como Miguel Ayuso, Presidente de la Unión Internacional de Juristas Católicos, llegue a decir: “El Concilio Vaticano II fue un desastre. El propio Concilio fue un desastre como hecho histórico en su convocatoria, en su inicio, en su desarrollo, en su final, en su aplicación, en su interpretación, en su espíritu y en su intención (…) Yo creo que lo que hay que rectificar del Concilio no son los textos sino la intención porque es la intención la que, sobre la letra, ha determinado una interpretación y una aplicación que solo ha ido ahondando la destrucción” (4). En línea similar, el reconocido escritor católico Vittorio Messori, del cual no cabe pensar que sea un “modernista” (5), en el Informe sobre la Fe, libro de la extensa entrevista que hizo al Cardenal Joseph Ratzinger (luego Papa Benedicto XVI) precisamente sobre las controversias en torno al Vaticano II, sentencia: “No son, pues, ni el Vaticano II ni sus documentos (huelga casi mencionarlo) los que constituyen problema. En todo caso, (…) el problema estriba en muchas de las interpretaciones que se han dado de aquellos documentos, interpretaciones que habrían conducido a ciertos frutos [negativos] de la época posconciliar” (6).
Así pues, para decirlo en lenguaje tomista, es perfectamente posible que respecto de lo doctrinal el problema con el Concilio Vaticano II no esté en su sustancia (es decir, su letra misma) sino en sus accidentes (es decir, su forma de convocatoria, proceso, intenciones detrás, interpretaciones después, etc.). Y es que aquí hay que recordar que la confianza está no en la instancia humana sino en la instancia divina, esto es, se confía en que Dios, en su Omnipotencia, puede cuidar de los textos conciliares incluso en un escenario de varios Padres conciliares con intenciones no rectas o mentes confundidas y de una multitud de miembros de la jerarquía “listos” para malinterpretar los textos en pro de sus heterodoxias y heteropraxis. De este modo, por sobre malas intenciones de algunos o muchos, Dios puede preservar los textos doctrinales para que al ser leídos por un católico de recta intención le den luz. Y aquí hay que anotar que un católico de recta intención, fiel a la Tradición y con confianza de que Dios protege a su Iglesia, leerá por ello mismo los textos del Concilio no con ojos obsesionados con encontrar discontinuidades respecto de la Tradición anterior, sino a la luz de esa Tradición en términos de desarrollo en la continuidad.
Esta es precisamente la “hermenéutica de la continuidad” de la que nos hablaba el Papa Benedicto XVI (7). Cabe citar en extenso las palabras que dio al respecto como Cardenal Joseph Ratzinger: “El Vaticano II se encuentra hoy bajo una luz crepuscular. La corriente llamada ´progresista´ lo considera completamente superado desde hace tiempo y, en consecuencia, como un hecho del pasado, carente de significación en nuestro tiempo. Para la parte opuesta, la corriente ´conservadora´, el Concilio es responsable de la actual decadencia de la Iglesia católica y se le acusa incluso de apostasía con respecto al concilio de Trento y al Vaticano I hasta tal punto que algunos se han atrevido a pedir su anulación o una revisión tal que equivalga a una anulación. Frente a estas dos posiciones contrapuestas hay que dejar bien claro, ante todo, que el Vaticano II se apoya en la misma autoridad que el Vaticano I y que el concilio Tridentino: es decir, el Papa y el colegio de los obispos en comunión con él. En cuanto a los contenidos, es preciso recordar que el Vaticano II se sitúa en rigurosa continuidad con los dos concilios anteriores y recoge literalmente su doctrina en puntos decisivos”. De esto se deducen dos consecuencias: “Primera: es imposible para un católico tomar posiciones en favor del Vaticano II y en contra de Trento o del Vaticano I. Quien acepta el Vaticano II, en la expresión clara de su letra y en la clara intencionalidad de su espíritu, afirma al mismo tiempo la ininterrumpida tradición de la Iglesia, en particular los dos concilios precedentes. Valga esto para el así llamado ´progresismo´, al menos en sus formas extremas. Segunda: del mismo modo, es imposible decidirse en favor de Trento y del Vaticano I y en contra del Vaticano II. Quien niega el Vaticano II, niega la autoridad que sostiene a los otros dos concilios y los arranca así de su fundamento. Valga esto para el así llamado ´tradicionalismo´, también este en sus formas extremas. Ante el Vaticano II, toda opción partidista destruye un todo, la historia misma de la Iglesia, que solo puede existir como unidad indivisible” (8). ¡Cuánta falta hace que “católicos” de ambos extremos atiendan a estas palabras!
Ahora bien, como muestra máxima de que respecto de lo doctrinal sí es perfectamente posible una fidelidad al mismo tiempo a la letra del Concilio y a la Tradición precedente, abordaremos los puntos que más se suele criticar de los documentos del Concilio sobre los cuales se hace más controversia: las Declaraciones Dignitatis Humanae (sobre la libertad religiosa) y Nostra Aetate (sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas). Al tratarse de Declaraciones y no de Constituciones Dogmáticas, estos documentos no constituyen magisterio solemne en sí, pero son parte del magisterio ordinario, ante el cual no debe olvidarse que el católico debe, por principio general, su “asentimiento religioso” conforme establece no solo el Catecismo sino también el Código de Derecho Canónico (9).
Respecto de la Dignitatis Humanae el texto que se suele señalar como el más problemático es el correspondiente al numeral 2: “Este Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado con otros, dentro de los límites debidos” (10).
“¡Pero es obvio que eso contradice la enseñanza tradicional católica!”, pensará inmediatamente alguno de esos que ven al Concilio Vaticano II prácticamente como “la raíz de todo mal” (11) en la Iglesia a partir de la década de los sesenta. Comencemos por evitar los burdos extremismos: ni ha sido doctrina tradicional de la Iglesia que nunca se pueda permitir ninguna forma de religiosidad no católica, ni el Concilio está afirmando que haya siempre que permitir toda forma de religiosidad no católica. Y es que el texto del Concilio explícitamente incluye la cláusula “dentro de los límites debidos”. ¿Y cuáles son esos “límites debidos”? Pues el propio texto del Concilio los explicita en su numeral 7, considerando, entre otros, que debe salvaguardarse: i) el derecho de todos los ciudadanos, ii) la paz social, y iii) la moralidad pública. Ahora bien, pueden salir decenas de “tradicionalistas” (así, entre comillas, dado que sí puede haber un uso legítimo del término para católicos) a citar documentos de Papas o concilios en que se insta a los poderes seculares a reprimir manifestaciones de religiosidad no católica. Pero resulta que si se hubiese preguntado a esos Papas o concilios si es que aquellas manifestaciones de religiosidad no católica que pedían reprimir violaban uno o más de los tres puntos a salvaguardar (derecho de todos los ciudadanos, paz social o moralidad pública) de seguro habrían respondido afirmativamente. ¡Así que no hay contradicción con el texto del Concilio! En esto no debe perderse de vista que, por ejemplo, en la Edad Media las sociedades eran católicas y estaban directamente cohesionadas en función de la religión. De este modo, la disidencia religiosa no solo atentaba contra lo espiritual sino también contra el orden público al “poner en jaque” la cohesión social, que corresponde al punto 2 a salvaguardar, es decir, la paz social. En cambio, el Concilio Vaticano II tiene “en frente” no a sociedades católicas sino principalmente a sociedades altamente secularizadas en que la religión ya no es el factor de cohesión social y más bien hay múltiples religiones coexistiendo. En ese contexto, el que el Estado reprima toda forma de manifestación religiosa no católica, aparte de ser inviable, destruiría la paz social en lugar de salvaguardarla, así que, con base en los mismos principios, la Iglesia no podría pedir eso. Por tanto, no es que la Iglesia haya cambiado sus principios, como alegan quienes rechazan Dignitatis Humanae, sino que pondera una aplicación prudencial diferente de los mismos porque las sociedades a las que hay que aplicarlos son diferentes (ya el juzgar si tal o cual sociedad es mejor o peor es otro tema).
“¡Ah, pero esa es una especulación que recién te estás inventando para salvar el insalvable Concilio Vaticano II, no viene de la doctrina tradicional de la Iglesia!”, replicará algún “ultra-tradicionalista”. Falso. No un modernista sino el pre-conciliar Papa Pío XII ha dicho sobre este punto apelando incluso a la Escritura misma: “En la parábola de la cizaña Cristo da el siguiente consejo: dejar que la cizaña crezca en el campo del mundo junto con la buena semilla en vista a la cosecha (cfr. Mateo 13:24-30). El deber de reprimir el error moral y religioso, por tanto, no puede ser la norma última de acción. Debe ser subordinada a normas más altas y generales, las cuales en algunas circunstancias permitan, e incluso parezcan indicar tal vez como mejor política, la tolerancia del error para promover un bien mayor” (12). Y si se quiere ir más atrás… ¡pues podemos ir al siglo XIII con Santo Tomás de Aquino! En efecto, ya el Doctor Angélico reconocía que no es función de la autoridad civil el reprimir todo pecado (13). Y a su vez San Agustín escribe a finales del siglo IV (o sea, bastante lejos del Concilio Vaticano II): “Me parece correcto que esta ley escrita para regir al pueblo permita cosas que la Divina Providencia se encargará de castigar” (14). Supongamos, por ejemplo, que el Estado persiga el egoísmo. Cada vez que uno no dé dinero a un necesitado la policía habría de intervenir obligándolo, imponiendo multas o llevándolo a la cárcel. Pero eso solo llevaría a la tiranía. De este modo, para evitar este mal mayor (o, dicho más propiamente, para proteger bienes como la libertad) el Estado puede permitir males menores. Y ello mismo aplica a la cuestión de la libertad religiosa conforme enseña el Papa Pío XII en continuidad con la Tradición.
“¡Oiga, pero eso de la libertad religiosa contradice el principio tradicional católico de que ´El error no tiene derechos´!”, insistirá el “ultra-tradicionalista”. Falso nuevamente. En ninguna parte la Dignitatis Humanae postula que las religiones falsas tienen derechos en cuanto tales. Lo que postula es que son las personas las que, con “inmunidad de coacción externa”, tienen “el derecho de buscar la verdad en materia religiosa” (15). Se trata, pues, no de dar derechos al error sino de reconocer el derecho de las personas a buscar libremente la verdad. Que en ello eventualmente algunos puedan fallar es parte necesaria de lo que implica esa libertad y el Estado no tiene por qué necesariamente impedir tal error en todos los casos por las razones ya explicadas.
“¡Espera, pero el Syllabus de Pío IX directamente condena como error la proposición ´Todo hombre es libre de abrazar y profesar la religión que, guiado por la luz de la razón, considere verdadera´ (16)!”, se objetará. No tan rápido. Siendo tradicionalistas en el sentido de seguir la tradición de los escolásticos, hagamos distinciones. ¿Cuál es el contexto del Syllabus de Pío IX? La condena al modernismo, el cual a este respecto estaba focalizado en afirmar la libertad religiosa no en el sentido de mera “ausencia de coacción por parte del Estado” sino fundamentalmente en el sentido de libertad moral absoluta como si toda elección religiosa realizada libremente fuese buena y válida por el solo hecho de ser libre. En otras palabras, sería la aplicación al campo religioso del principio liberal-modernista: “El hombre puede hacer lo que le dé la gana”. Ese es un grave error condenado por la Iglesia y el Concilio Vaticano II en su letra “no se ha saltado” esa condena. Y es que la Dignitatis Humanae habla de la libertad religiosa no en el sentido moral de avalar que el hombre pueda hacer “lo que le da la gana” sin responsabilidad alguna ante Dios (solo ante su conciencia) sino específicamente en el sentido jurídico de que, atendiéndose a los límites debidos, no se debe ejercer coerción externa sobre las personas en materia religiosa precisamente para que tengan la posibilidad de cumplir su deber moral. Esto es explícito en el texto ya desde el numeral 1 donde se dice: “Puesto que la libertad religiosa que exigen los hombres para el cumplimiento de su obligación de rendir culto a Dios, se refiere a la inmunidad de coacción en la sociedad civil, deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo” (17). Y es que el objeto jurídico del derecho a la libertad religiosa proclamado por el Concilio no es las religiones falsas sino la ausencia de coerción por parte de los poderes civiles. Ergo, no hay ningún cambio respecto del deber moral de buscar y abrazar la religión verdadera; simplemente se pide al Estado que se atenga a sus límites, no es que se esté diciendo que los individuos dejen de tener responsabilidad moral ante Dios. Todo esto lo resume muy bien el Catecismo en perfecta continuidad con la Tradición (nótense las referencias que hace el mismo a documentos de Papas pre-conciliares): “El derecho a la libertad religiosa no es ni la permisión moral de adherirse al error (Cfr. León XIII, Libertas praestantissimum), ni un supuesto derecho al error (Cfr. Pío XII, Discurso del 6 de diciembre de 1953), sino un derecho natural de la persona humana a la libertad civil, es decir, a la inmunidad de coacción exterior, en los justos límites, en materia religiosa por parte del poder político” (18).
Estando aclarado esto, pasemos a examinar la Declaración Nostra Aetate sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. En ese documento el texto más controvertido es el correspondiente al numeral 3 donde se lee: “La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia” (19).
“¡Oh, el Concilio está diciendo que el Dios de los cristianos es exactamente el mismo que el Dios de los musulmanes! Pero eso es un absurdo, ¡pues es obvio que los musulmanes no creen en la Trinidad!”: esa es más o menos el tipo de reacción de los críticos del Concilio frente a ese texto. Pero apliquemos el sentido común (que, lamentablemente, es “el menos común de los sentidos” y más aún cuando quienes están frente a los textos tienen animadversión al Concilio: la animosidad nubla el juicio): hasta un niño de siete años que ha terminado sus lecciones de Catecismo sabe que la concepción cristiana sobre Dios implica necesariamente que Él es Trinitario, así que es obvio que los Padres conciliares no ignoran ello. Por consiguiente, no es en absoluto razonable postular que el sentido del texto es afirmar que la concepción cristiana de Dios es exactamente la misma que la concepción islámica a todos los respectos. ¿Cuál es el sentido del texto, entonces? Como debe de ser, vayamos al contexto de la letra para dilucidarlo. Se ve claramente que el tenor general del documento es ser ecuménico (“diplomático”, si se quiere), siendo que se enfoca en enfatizar los puntos comunes entre religiones. En ningún momento niega que haya diferencias entre religiones, simplemente resulta que el documento no se enfoca en eso… y tampoco es necesario que lo haga pues todo ser humano con uso de razón ¡sabe que hay diferencias entre religiones! (en todo caso, en su numeral 2 el documento sí hace referencia explícita a que las otras religiones “discrepan en varios de los puntos” que mantiene la Iglesia Católica) Asimismo, se ve un orden intencional en el documento: se mencionan primero las grandes religiones menos similares a la cristiana (Hinduismo y Budismo) y se termina por mencionar a la más cercana (el Judaísmo). Justo antes de esto último se menciona al Islam y es allí donde uno puede preguntarse: ¿qué similitud hay entre el Cristianismo, el Judaísmo y el Islam? Pues bien: el hecho de que las tres son las grandes religiones monoteístas de raíz abrahámica. De ahí que el texto enfatice en concreto que adoran al “único Dios” (monoteísmo) al cual “se sometió (…) Abraham” (raíz abrahámica). Allí tenemos puntos comunes. Asimismo, se mencionan los puntos de teología natural respecto de algunos atributos verdaderos sobre el Dios verdadero en que podemos confluir indistintamente los hombres a través de nuestra razón natural: Subsistencia, Bondad, Omnipotencia, etc.
Ahora bien, el texto dice que los musulmanes “adoran al único Dios, viviente y subsistente”, pero ¿cómo puede ser esto si es claro que cuando ellos adoran no tienen en mente a un Dios trinitario? ¿Hay algún sentido en que esto pueda entenderse de modo ortodoxo? Lo hay. Planteémoslo con una analogía: imaginemos a un niño que fue adoptado pero no lo sabe y que está genuinamente agradecido con su madre por haberlo dado a luz, siendo que asume que la madre que lo dio a luz es la misma que lo está criando en el presente. Entonces, aunque está en un error respecto de la identidad exacta de su madre su acto de genuino agradecimiento se dirige en el fondo a la madre que realmente lo dio a luz. Del mismo modo, un musulmán puede tener errores en su concepto sobre la identidad exacta de Dios pero aun así lo genuino de su acto de adoración se dirige al Dios verdadero, al menos en términos de las caracterizaciones no erróneas que son específica y exclusivamente las que resalta el texto de Nostra Aetate (“único”, “viviente y subsistente”, “misericordioso y todopoderoso”, “Creador”, etc.). De hecho, si uno de esos “ultra-tradicionalistas” que se escandaliza con el texto del Concilio leyese los “99 nombres” que se da a Alá en la tradición islámica (entre los que se encuentran “El Rey”, “El Supremo”, “El Dadivoso”, etc.) sin que se le informe que tales vienen de esa tradición, ¡seguramente estaría muy de acuerdo en dar todos esos nombres al Dios cristiano!
De otro lado, ha habido aspaviento por la parte de la Nostra Aetate en que se dice que “la Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en estas religiones es verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepen en varios de los puntos que ella mantiene y propone, sin embargo, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres” (20).
“¡Se está poniendo a las otras religiones como si fuesen verdaderas y santas en lugar de lo que son: falsas y heréticas!”, se escandalizará el “ultra-tradicionalista”. No. La letra del Concilio en ningún momento dice que las otras religiones son en su conjunto “verdaderas y santas” sino que simplemente reconoce que en ellas hay algunos elementos que son “verdaderos y santos”. ¡Y eso es parte de la Tradición de la Iglesia! En efecto, muchísimo antes del Concilio, allá en el siglo II, ya San Justino Mártir mantenía la noción de “semillas de la verdad” (sperma tou logou) esparcidas entre todos los hombres, sean cristianos o no cristianos. De este modo, no un relativista teológico, sino este santo apologista decía que “todo lo verdadero que ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos” (21). ¿Dicen los musulmanes que Dios (“Alá” en árabe) es “El Misericordioso”?, ¿es eso verdadero? ¡Pues entonces podemos tomarlo sin problema los cristianos! En la misma línea, se tiene en la Tradición el principio Omne verum a quocumque dicatur a Spiritu Sancto est (“Toda verdad, dígala quien la diga, viene del Espíritu Santo”), el cual es citado como hasta 16 veces por Santo Tomás de Aquino. Pues bien, ¿es verdad que “Dios es uno”, como dicen los musulmanes, o que “Este mundo material no es lo absoluto ni permanente”, como dicen los budistas? Sí, es verdad. Pues entonces dicha verdad, siguiendo no a un modernista sino al Aquinate mismo, ¡viene del Espíritu Santo! Así que en este punto son los “ultra-tradicionalistas” los que se olvidan de la Tradición.
Y resulta que también se olvidan de la Escritura a este respecto pues cuando Pablo va a predicar al Areópago de Atenas comienza apelando no a citas del Antiguo Testamento sino a la creencia de los propios paganos griegos respecto de un “Dios desconocido”. Él dice: “Varones atenienses, en todo observo que son muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: ´Al Dios no conocido´. Al que vosotros adoran, pues, sin conocerle es a quienes yo les anuncio” (Hechos 17:22-23). ¡Y luego hasta pasa a citar frases de escritores griegos! “´Porque en Él somos, nos movemos y existimos´; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: ´Porque somos linaje suyo´” (Hechos 17:28). De este modo, es obvio que Pablo está tomando como base aquello que “es verdadero y santo” de la religiosidad de los griegos. “¡Oiga, pero es evidente que esos griegos tienen también en ello muchas concepciones erradas sobre la divinidad y el supuesto ´Dios desconocido´!”, replicaría un “ultra-tradicionalista” si aplicase a las palabras de Pablo el mismo estándar que aplica a las referencias de Nostra Aetate sobre la religiosidad de los musulmanes. Pero todos sabemos que Pablo está al tanto de eso, no es tonto. Simplemente quiere partir de los puntos comunes para establecer un diálogo fructífero (precisamente ello es también la intención de Nostra Aetate) y aunque cuando comenzó luego a hablar en específico del mensaje cristiano muchos lo rechazaron (cfr. Hechos 17:32) ¡también hubo quienes creyeron (cfr. Hechos 17:34)! Y si hubiere alguno que dijere que ese esfuerzo de empatía y diálogo no vale la pena… ¡pues eso sí es escupir sobre la Tradición de tantos santos misioneros dispuestos a dar su vida entera aunque fuese solo por la conversión de una sola alma!
De otro lado, hay quienes critican la ambigüedad de la letra del Concilio. Bien, en primera instancia hay que decir que no es doctrina tradicional de la Iglesia que Jesucristo vaya a proteger a las formulaciones de doctrina de cualquier posibilidad ambigüedad, sino que lo que Él ha prometido es que protegerá del error. De este modo, mientras la letra misma pueda interpretarse de modo coherente sin implicar error, queda esto en pie. Además, si mirásemos en busca de “ambigüedades” a los concilios ecuménicos del pasado con los mismos ojos hipercríticos que tienen los “ultra-tradicionalistas” cuando se trata de los textos del Vaticano II, ¡de seguro que encontraríamos no pocas -y hasta complejas- “ambigüedades”! Por ejemplo, todo católico bien formado sabe que los católicos no adoramos imágenes. Ahora bien, el canon 3 del Concilio IV de Constantinopla dice: “Si alguno, pues, no adora la imagen de Cristo Salvador, no vea su forma en su segundo advenimiento. Asimismo, honramos y adoramos la imagen de la Inmaculada Madre suya, y las imágenes de los Santos (…). Los que así no sientan, sean anatema”. Es claro que el uso de la palabra “adoramos” implica prima facie (“a primera vista”) una problemática ambigüedad (“¡Error, más bien!”, exclamaría un protestante). Pero esto se puede explicar de modo bastante razonable y armonioso. No es materia de este artículo explicarlo (no quiero hacerlo más extenso de lo que ya es), pero lo haré en uno posterior. El punto es que eso de la “ambigüedad” no es algo exclusivo del Vaticano II como quieren hacer parecer algunos; pero en todos esos casos con sólido conocimiento y, sobre todo, con recta intención se pueden armonizar las aparentes contradicciones sin violentar el fondo de los textos mismos (que uno pueda pensar que tal o cual cosa se podría haber dicho de mejor forma ya es otra cuestión, que cae en el orden prudencial, no dogmático en sí).
Queda claro, pues, que no hay problema con la letra del Concilio en sí misma, esto es, en su fondo. Que haya gente (incluso dentro de la jerarquía) muy dispuesta a darle interpretaciones torcidas ya es otro asunto (además, hasta hay millares de personas que interpretan erróneamente la Biblia, ¡pero no por eso descartamos la Biblia!). Si uno lee los textos desde una conciencia recta, buscando armoniosamente la continuidad en lugar de obsesivamente la discontinuidad, hallará mucha luz, la luz del Espíritu Santo. Y es que si como buenos cristianos tenemos fe en que Dios hizo hablar incluso a un asna (cfr. Números 22: 28, 30), ¿cómo no podría hablar a través de los Padres conciliares por más imperfectos que estos sean? Por tanto, si se quiere, hay problema con las interpretaciones que se ha dado a los textos del Concilio, incluso con las intenciones detrás de ellos, si se quiere, pero no con los textos mismos. Hay que atender, pues, a la voz del Concilio expresada en sus textos entendiendo también que en los mismos se pueden encontrar “desarrollos de doctrina” en el sentido planteado por el nada modernista Cardenal Newman, esto es, no como cambios sino como una mayor dilucidación. ¡Y es que esto es también Tradición de la Iglesia! En efecto, allí tenemos, por ejemplo, el caso del Concilio de Constantinopla que no se limitó meramente a repetir lo dicho por del Concilio de Nicea sino que estableció precisiones adicionales para un mejor entendimiento sobre la doctrina establecida por el mismo. La Iglesia es un solo cuerpo así que Nicea se tiene que interpretar a la luz de Constantinopla y Constantinopla a la luz de Nicea. Y lo mismo vale para el Concilio Vaticano II. Ha de entenderse, pues, que la Iglesia con su Tradición es como un organismo vivo en crecimiento, no como una estatua inerte.
Así pues, como dice Vittorio Messori, “leyendo los documentos conciliares, se comprende” que “es un hecho objetivo que (…) salta a la vista el contraste entre los textos del Vaticano II y las sucesivas aplicaciones concretas” (22). Por tanto, los católicos de buena doctrina, antes que rechazar los textos lo que tenemos que hacer es apropiarnos de ellos en continuidad con la Tradición para combatir a los que promueven doctrinas heréticas. ¿Qué por ahí hay “católicos” (incluso en la jerarquía, lamentablemente) que dicen que “Todas las religiones son iguales”? ¡Pues no dejemos que se apropien del Concilio! ¡Combatámoslos con los textos del Concilio! Como dice el apóstol Pablo: “No te dejes vencer por el mal, sino vence el mal con el bien” (Romanos 12:21). Y aquí, por ejemplo, podemos citar a la propia Dignitatis Humanae que explícitamente dice que la “única y verdadera religión subsiste en la Iglesia Católica y Apostólica” siendo que hay incluso un “deber moral de los hombres y las sociedades” para con esta que es “la única Iglesia de Cristo” (23). Si se quiere que se diga que en el post-concilio muchos (malos) pastores han terminado promoviendo o avalando el indiferentismo religioso, el relativismo teológico o puntos heréticos del personalismo de Rahner, von Baltazar y otros, ¡pero que no se eche la culpa de ello a la letra del Concilio!
En vista de ello, si algún “ultra-tradicionalista” rechazare esta defensa apelando a los “frutos podridos” propios del post-concilio estaría cayendo en el mismo absurdo de aquellos protestantes que rechazan los argumentos bíblicos sobre la doctrina católica de intercesión de los Santos apelando burdamente a que hay católicos que caen en devociones supersticiosas como lo de la “santa muerte” o la tontería de poner de cabeza a estatuillas de San Antonio “para atraer al amor”. Y la analogía no termina allí pues, así como hay protestantes que rechazan el Magisterio de la Iglesia tomando como “fetiche” a la Escritura y haciendo soberana al final de cuentas no a esta sino a su particular interpretación de la misma, hay “ultra-tradicionalistas” que rechazan el Magisterio de la Iglesia tomando como “fetiche” a la Tradición y haciendo soberana al final de cuentas no a esta sino a su particular interpretación de la misma. ¡Humildad, humildad, por favor! Es la humildad, más que los muchos conocimientos, la más segura vía para llegar a la verdad.
En cuanto a los cambios en la liturgia implementados por el Concilio Vaticano II, no es materia de este artículo. Yo soy un apologista, no un liturgista. Me encargo de lo doctrinal, no del culto. Así que con seguridad hay quienes pueden tratar ese aspecto con muchísimo más conocimiento y propiedad que con la que yo lo haría. Animo al lector a ir a buscarlos a ellos en lugar de exigir que este ya muy extenso artículo se extienda más. Además, sea lo que fuere, es perfectamente posible para un auténtico católico mantener una postura de defensa de la letra del Concilio en un marco de “hermenéutica de la continuidad” y a la vez tener sus reservas e incluso lamentaciones sobre los cambios litúrgicos. De hecho, esa fue y es la postura del Papa Benedicto XVI, que nadie razonable acusaría de ser un “modernista”. Como apologista yo me enfoco en defender doctrina y defenderé la letra de la misma con cada día de mi vida y con todo lo que pueda dar mi pobre y limitado intelecto.
Para cerrar, cabe remarcar (no sería necesario en sí, pero ya uno sabe que hay muchos que vienen más con ánimo de atacar que de comprender) que yo no defiendo ninguno de los excesos, males y desvíos que se ven en la Iglesia hoy en día (y que, hay que decirlo, siempre ha habido, en mayor o menor medida). Mi voluntad es combatirlos y si puedo animar a auténticos católicos a que, en lugar de tomar actitudes cismáticas, se queden en la Iglesia también a combatir esos errores usando incluso la propia letra del Concilio para ello, estaré muy contento de hacerlo. ¡No abandonen la barca de Pedro en estas tempestades, amigos, quedémonos a luchar!
Referencias:
1. Dante A. Urbina, “Infalibilidad papal, magisterio falible y magisterio auténtico”, InfoCatólica, 13 de diciembre del 2017.
2. Código de Derecho Canónico, canon 750.
3. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 892.
4. “El postconcilio”, Lágrimas en la Lluvia, Programa 48, 30 de octubre del 2011.
5. Cfr. Francesco Boezi, “Vittorio Messori critica il Papa: Chiesa società liquida”, il Giornale, 5 de noviembre del 2017.
6. Joseph Ratzinger y Vittorio Messori, Informe Sobre la Fe, Ed. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1985, cap. II.
7. Cfr. Benedicto XVI, “Ad Romanam Curiam ob omina natalicia. Die 22 decembris 2005”, Acta Apostolicae Sedis, n° 98, 2006, pp. 40-53.
8. Joseph Ratzinger y Vittorio Messori, Informe Sobre la Fe, Ed. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1985, cap. II.
9. Código de Derecho Canónico, canon 752.
10. Dignitatis Humanae, 1965, n. 2.
11. Curiosamente esta es la frase con la que el acérrimo anti-teísta Richard Dawkins se refiere a la religión. Véase: Richard Dawkins, The Root of All Evil? (documental), Reino Unido, 2006.
12. Pío XII, Ci Riesce, 6 de diciembre de 1953.
13. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Ia-IIae, q. 96, art. 2.
14. San Agustín, De Libre Arbitrio, Lib. I, cap. 5.
15. Dignitatis Humanae, 1965, n. 2, 3.
16. Pío IX, Syllabus Errorum os Nostrae Aetatis Errores, 1964, prop. 15.
17. Dignitatis Humanae, 1965, n. 1.
18. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2108.
19. Nostra Aetate, 1965, n. 3.
20. Nostra Aetate, 1965, n. 2.
21. San Justino Mártir, Segunda Apología, cap. 13.
22. Joseph Ratzinger y Vittorio Messori, Informe Sobre la Fe, Ed. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1985, cap. IX.
23. Dignitatis Humanae, 1965, n. 1.
50 comentarios
Quien lea este post con genuína busqueda de La Verdad, le será provechoso, de bendición y quizás hasta podrá hacer las profundizaciones y los aportes necesarios.
Gracias Dante por tan clarificador post de este tema tan importante.
Gracias Infocatólica.
Señalaría como particularmente importante perfilar el concepto de tolerancia, que en sentido católico es utilísima. Se puede ver la diferencia con el concepto que propone Locke, que está profundamente marcado por su concepción relativista y subjetivista de la fe.
Además, me parece muy importante señalar que la Iglesia normalmente no condena conceptos en general sino que condena las interpretaciones concretas que se da a dichos conceptos. Por eso el Concilio define lo que se entiende por "libertad religiosa", para luego declarar que toda persona tiene derecho a la misma. Al hablar de libertad se refiere a la "inmunidad de coacción" por parte de un poder humano. Es un concepto de libertad muy preciso que, como bien dices, deja a salvo que se pueda hablar de una libertad para el error o el mal, que sería, lógicamente, una falsa libertad.
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DANTE A. URBINA: Suprimí la última parte del comentario que hacía una conexión con el liberalismo, pues la cuestión del liberalismo no es el tema del post. Uno puede llevar "agua para su molino" (sic.) si quiere, pero que lo haga en "su molino", no en el mío (que ya se sabe que en "mi granja" no hay espacio para liberalismo de ningún tipo o forma).
Ningún concilio necesitó una hermenéutica de la continuidad hasta el CVII. De hecho, esa hermenéutica de la continuidad lleva brillando por su ausencia desde hace medio siglo en temas muy importantes. Quizás para el siglo XXII alguien se anime a aplicarla.
Ningún concilio ha admitido tantas interpretaciones opuestas sobre sus textos como el CVII.
Ningún concilio ha tenido un post-concilio tan catastrófico como el CVII.
Lo mejor que se puede hacer con ese concilio es dejarlo en la historia.
Paz y bien,
Luis Fernando
Según sus propias palabras, el papa Juan XXIII convocó el concilio sin intencion de definir doctrina ni condenar errores, sino simplemente para exponer la doctrina de siempre de forma adecuada a los nuevos tiempos. Si comparamos "los objetivos" del concilio según el discurso inaugural de Juan XXIII con los resultados, podemos comprobar como estos son los opuestos de lo pretendido.
Es posible que tengan que pasar cincuenta años mas o un siglo, pero llegará un momento en que todo esto sera obvio y los católicos de entonces se verán obligados a "definir" doctrina y "condenar" errores; y tal vez, con un piadoso silencio pasen página del V II. Lo cual no sería ninguna novedad, pues hubo concilios ecumencicos meramente disciplinares, que hoy están en el más absoluto de los olvidos.
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DANTE A. URBINA:
La tesis del artículo es que no hay error en la letra del Concilio Vaticano II. Lo de qué tan “exitoso” o “desastroso” fue a nivel pastoral es un asunto que quedaría para evaluación de cada uno. Respecto de olvidarlo, remito al comentario del padre José María Iraburu, que todos sabemos que es un sacerdote de muy recta doctrina.
Por si te sirve:
Si como enseña el Vat.II toda enseñanza católica debe fundamentarse en Escritura, Tradición y Magisterio (Dei Verbum 10), todos los católicos hemos de ser bíblicos, tradicionales y fieles al Magisterio apostólico en los grados y modos que él mismo enseña. Lo digo porque debemos recuperar el sentido simple y directo de cristianos "tradicionales": ésa es, creo, la calificación más justa. Y contraponerles los "tradicionalistas", que ya en el mismo final de su palabra se indica un exceso.
Gracias, Dante.
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DANTE A. URBINA: ¡Gracias, padre!
Pero y cuando es ambiguo y se proponen múltiples interpretaciones? Porque, por ejemplo, cada uno tiene su interpretación favorita de lo que dice el Vaticano II acerca de la libertad religiosa. Creo que es fácil saber cual esta en consonancia con la tradición y cual no. Pero la autoridad eclesiástica no ha tenido a bien declarar ninguna interpretación como autoritativa, luego ¿a que se supone que debemos dar nuestro asentimiento? ¿A las palabras, dándole luego la interpretación que nos parezca? No me parece serio. El magisterio es para enseñar y aclarar. Donde haya duda y ambigüedad no hay nada a lo que asentir y no puede haber obligación alguna a los fieles. La hermenéutica de la continuidad esta muy bien para sacar lo mejor de los textos y para derribar las interpretaciones antitradicionales pero la interpretación que hagamos nosotros o un teólogo, por mas ortodoxo que sea, aunque sea un cardenal, no tiene autoridad magisterial.
Lo digo creyendo que el Vaticano II no contiene ninguna herejía, que (probablemente) era necesario y que mucho de lo que dice es muy bueno y nos guía muy bien (incluso mucho de lo que no contiene enseñanzas claras). Pero de los concilios pasados los textos que no contenían ni dogmas ni decretos muchas veces ni se han conservado(al menos en los mas antiguos).
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DANTE A. URBINA:
Dice: “Por ejemplo, cada uno tiene su interpretación favorita de lo que dice el Vaticano II acerca de la libertad religiosa. Creo que ES FÁCIL SABER CUÁL ESTÁ EN CONSONANCIA CON LA TRADICIÓN Y CUAL NO. (…) El magisterio es para enseñar y aclarar”. O sea, dice que hay ambigüedad, pero también dice que ES FÁCIL SABER cuál es el entendimiento de los textos conciliares en consonancia con la Tradición. Entonces, si es fácil saberlo, al menos cuando se estudia todo en conjunto, el católico fiel no debe tener mayor problema pues tiene allí, en la Tradición, un precedente de Magisterio para entender correctamente los textos del Concilio, en la continuidad. Que ello implique estudio y esfuerzo, pues sí; pero eso es tomarse en serio la fe. Que hay otros que interpretan para llevar “agua a sus molinos” modernistas, pues también sucede, pero ES FÁCIL SABER que no están en continuidad con la Tradición y ellos darán cuentas por eso. Tengamos la mirada centrada en Cristo y no nos distraigamos en el camino de la fe viendo a esos modernistas.
JUAN 21:20-22:
“Al volverse, Pedro vio que los seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había reclinado sobre Jesús y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que va a traicionarte?». Al verlo, Pedro preguntó:
—Señor, ¿y este, qué?
—Si quiero que él permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué te importa? Tú solo sígueme”.
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Las comparaciones que hace con partidos políticos de España no vienen al caso y no voy a distraerme con eso.
Estoy totalmente de acuerdo con tu visión, yo la he ido aplicando con éxito a todos los textos menos a uno, que aún me causa inquietud y es este (De la misma Nostra Aetate):
"En el Budismo, según sus varias formas, se reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable y se enseña el camino por el que los hombres, con espíritu devoto y confiado pueden adquirir el estado de perfecta liberación o la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos apoyados con el auxilio superior."
Parecería afirmar que la iluminación se realiza con el auxilio divino, cuando cualquier budista converso (yo mismo) sabe perfectamente que es únicamente mediante las propias fuerzas del meditador y que no tiene nada que ver con Dios, la única explicación que le he podido medio encontrar es la de que en algunas tradiciones budistas (Vrajnayana....) se usan técnicas esotéricas acudiendo a demonios (Nagas) para que ayuden en el camino de la iluminación y que el concilio con "auxilio superior" se referiría a ellos.
Realmente es hacer un esfuerzo titánico para encontrar una explicación ortodoxa...
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DANTE A. URBINA: Estimado Antonio, si se ha podido aplicar con éxito dicha visión “a todos los textos menos a uno”, es perfectamente posible, como bien intuirás, que también pueda aplicarse a ese texto. Pues bien, la letra del documento tiene cuidado en poner “auxilio superior” y no “auxilio divino” o “auxilio de Dios”, así que debemos preguntarnos, como bien haces, a qué tipo de auxilio (dentro de la concepción budista) estaría refiriéndose. Pues bien, en efecto, no se trata de Dios pues el budismo es una religión no teísta, al menos en el sentido de lo que se entiende en el “teísmo clásico”. Luego, para resolver la cuestión es necesario tener en cuenta que el budismo no es un bloque unitario, sino que en él hay varias corrientes. Las dos corrientes más grandes son la Theravada y la Mahayana. Pues bien, resulta que en el budismo Mahayana se tiene como muy importante a la figura de los bodhisattvas que serían seres (“sattva”) superiores por cuanto habrían alcanzado el supremo conocimiento (“bodi”) pero, pudiendo ya alcanzarlo, renuncian al Nirvana para quedarse un tiempo más en esta vida dando su ayuda especial a otros en el camino de la iluminación. El más venerado de los bodhisattvas en la tradición Mahayana (e incluso de forma no oficial en la tradición Theravada) es Avalokitésvara, cuyo nombre significativamente denota “Señor que mira hacia abajo”. Ergo, tenemos un contexto de referencia para la cláusula “auxilio superior” en el budismo. Esto evidencia la necesidad general (más allá de la concepción particular sobre los bodhisattvas) que tiene el hombre de un auxilio superior en su proceso de salvación respecto de este mundo.
En cuanto a que no se ha cambiado la doctrina sobre la "Libertad religiosa", la realidad dice otra cosa: antes del Concilio, un Estado mayoritariamente católico podía meramente tolerar el ejercicio de otras religiones para evitar un mal mayor, pero en ningún caso colocar religiones falsas a la misma altura que la religión verdadera. Todo ello cambio tras el CVII, porque la nueva doctrina sobre la Libertad Religiosa, lo propició.
Incluso constan presiones de Pablo VI a algunos Estados con casi el 100% de población católica -España por ejemplo, que cambió el Fuero de los Españoles- para alterar sus normas constitucionales en ese aspecto, con lo que la cabeza suprema de la Iglesia -el Santo Padre- propiciaba una interpretación contraria al magisterio y la tradición, y que iba llevar a muchos católicos a abrazar religiones falsas o al indiferentismo. ¿realmente se nos va a decir que el problema no son los textos del Concilio y que no se ha cambiado radicalmente la doctrina?
¿Resultado? En los años 60 el catolicismo era la religión del 95% de los fieles desde el Río Grande al Cabo de Hornos. Hoy, el protestantismo lleva al error a casi el 50% de nuestros hermanos americanos.
Ese desastre sí está propiciado por unos textos -que si bien no heréticos- se podían interpretar en un sentido herético, que es lo que a continuación del Concilio sucedió (y no había que ser muy tonto para preverlo). "Bombas de tiempo" dijo alguien acertadamente.
Lo que casi nadie podía prever fue la tolerancia y complicidad en algunos casos de los obispos -sin excluir al Santo Padre- con esos desmanes. Hasta hoy.
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DANTE A. URBINA:
Se dice: “En cuanto a que no se ha cambiado la doctrina sobre la "Libertad religiosa", la realidad dice otra cosa”. Pero resulta que, como se colige de una lectura atenta, la tesis del artículo es defender exclusivamente LA LETRA del Concilio, no nada relacionado con aplicación, interpretación o realidad posterior. Ergo, entendida la tesis del artículo en sí misma, ninguno de los señalamientos aquí consignados le afectan.
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DANTE A. URBINA:
No voy a tolerar en este blog comentarios que pongan al Cardenal Ratzinger, Papa Benedicto XVI, como un (cito): “relativista dogmático” y partidario del “modernismo”. Usted dijo: “Creo que es perfectamente legítimo que el Estado prohíba e incluso reprima con penas penales el ejercicio público de cualquier religión que no sea la católica” y puso como ejemplo “puede prohibir a los mormones ir a tocar el timbre de tu casa, a los testigos de Jehová repartir atalaya”. Pues bien, en consonancia con ese “espíritu no tolerante” aplicaré un poco de su “propia medicina” y le restrinjo el comentario en este blog pues no me parece que sea católico poner así al buen Ratzinger. Pero bueno, no cabe esperar mucho de quien empieza un comentario diciendo: “Eso de que el Espíritu Santo protege la letra de los concilios y en especial la doctrina "oficial" (valgo uno a saber qué es eso) es simplemente una invención suya”. ¡Por favor, lea el Catecismo, allí está, yo no estoy inventando nada!
Pero el mismo Señor nos habló de una iglesia tibia, que vomitará de su boca; o sea, iglesia que no solo rechazará sino que lo hará con asco. Y que esto ha de ocurrir (lo de una iglesia tibia) también será, puesto que es Palabra de Dios.
Y yo pregunto, esa iglesia tibia a la que hace mención Cristo, ¿será una iglesia protestante, de otra confesión cristiana, o el reproche es para SU Iglesia que lo habrá de decepcionar?
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Y respecto al CVII, hago mías las palabras de Luis Fernando:
"Ningún concilio ha admitido tantas interpretaciones opuestas sobre sus textos como el CVII".
"Ningún concilio ha tenido un post-concilio tan catastrófico como el CVII."
Y como dijo el Señor: "Por sus frutos los conocereis". Lo bueno proviene de lo bueno; lo bueno produce lo bueno. Y lo que no es bueno, no proviene del Espíritu Santo.
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DANTE A. URBINA:
1) Lo de los asteriscos corresponde a una parte que suprimí pues hace referencia a un tema que no es del artículo y que ha sido extensivamente tratado por varios bloggers de este espacio (la cuestión de la pena de muerte).
2) Lo de la Iglesia a la que Cristo vomitará de su boca se encuentra en Apocalipsis 3:14-20 y allí de lo que se habla es de la tibieza y la soberbia de los miembros de esa Iglesia, no de que esta dejará la doctrina en cuanto tal (el asunto es más bien por su deplorable conducta). Y aquí cabe reiterar lo que anoto en el párrafo final del artículo: “Yo no defiendo ninguno de los excesos, males y desvíos que se ven en la Iglesia hoy en día”.
3) En cuanto a lo dicho por Luis Fernando, no hay que dejar de lado tampoco la cláusula con la que inicia todos sus señalamientos críticos: “creo que NO HAY UN SOLO texto herético en el CVII”. Resulta que esa cláusula la puso en negrita (es la única que puso así), de modo que sería irrazonable tomar solo lo demás que dice y desdeñar eso (no digo que usted lo hago, simplemente hago recordar ese punto).
No parece que eso les quitara mucho el sueño a los redactores del documento Nostra Aetate, que en ningún momento condenaron categóricamente que la salvación pueda ser sin Cristo y aún en contra de Cristo, como afirman el Talmud y el Corán.
Como bien dice Usted, don Dante, los padres de la Iglesia que aprobaron este documento no eran ignorantes, de modo que si conocían perfectamente la doctrina que Nuestro Señor entregó a los apóstoles para que la enseñaran por todo el mundo bautizando a las gentes en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espiritu Santo, no sé si hubo mala fe de parte de los responsables de Nostra Aetate, pero le aseguro que yo no hubiera querido estar en sus zapatos cuando Cristo los llamó ante su Trono para dar explicaciones, sabiendo ellos que el demonio era quien los acusaba...
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DANTE A. URBINA:
Me limito a citar partes del artículo:
1) “… la propia Dignitatis Humanae que explícitamente dice que la “única y verdadera religión subsiste en la Iglesia Católica y Apostólica” siendo que hay incluso un “deber moral de los hombres y las sociedades” para con esta que es “la única Iglesia de Cristo”.
2) “Se ve claramente que el tenor general del documento (Nostra Aetate) es ser ecuménico (“diplomático”, si se quiere), siendo que se enfoca en enfatizar los puntos comunes entre religiones. En ningún momento niega que haya diferencias entre religiones, simplemente resulta que el documento no se enfoca en eso… y tampoco es necesario que lo haga pues todo ser humano con uso de razón ¡sabe que hay diferencias entre religiones! (en todo caso, en su numeral 2 el documento sí hace referencia explícita a que las otras religiones “discrepan en varios de los puntos” que mantiene la Iglesia Católica)”.}
3) “… aquí hay que recordar que la confianza está no en la instancia humana sino en la instancia divina, esto es, se confía en que Dios, en su Omnipotencia, puede cuidar de los textos conciliares incluso en un escenario de varios Padres conciliares con intenciones no rectas o mentes confundidas y de una multitud de miembros de la jerarquía “listos” para malinterpretar los textos en pro de sus heterodoxias y heteropraxis. De este modo, por sobre malas intenciones de algunos o muchos, Dios puede preservar los textos doctrinales para que al ser leídos por un católico de recta intención le den luz”.
Además, si hay tantos católicos que malinterpretan esos textos, quizá pecaríamos de temeridad al leerlos, por ponernos en ocasión de perder la Fe.
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DANTE A. URBINA: Con eso caeriamos en el error protestante de sola Scriptura pues con la misma "logica" podria decirse respecto de toda la Tradicion y los Concilios: "Dicen algo que estaba antes en la Escritura? Entonces no es necesario leerlos. Dicen algo que no estaba antes en la Escritura? Entonces son falsos". El punto es que la Iglesia ES CUERPO DE CRISTO EN LA HISTORIA. A menos que se diga que la Iglesia "se acabo" con el Concilio Vaticano II, lo cual ya saldria de los limites de este articulo...
En cuanto al riesgo de malinterpretaciones, tambien ello es posible respecto de la Escritura y no por ello decimos que nunca se lea la Biblia...
Es posible que sea cierto aquello que dices, pero la causa de todo ello -si es que es así-, es necesariamente accidental, no substancial.
Por otra parte, después del Concilio Vaticano I (Primero) hubo no poca confusión con la cuestión de, por ejemplo, el Papa que es infalible (Doctrina la cual, por cierto, se opuso a que se promulgara el Beato John H. Newman) o que Dios puede ser conocido con certeza por la razón humana.
¿Y el Concilio de Nicea? Después de este, se propagó brutalmente la herejía arriana, san Jerónimo dijo que el mundo "se despertó con un llanto cuando se descubrió arriano", y por ello se necesitó otro Concilio para aclarar.
¿Y después del Concilio de Trento? Se expandió con fuerza el protestantismo, empezó a surgir el jansenismo; las sentencias semipelagianas comenzaron a aparecer, y la Iglesia nunca pudo vencer a la herejía que había nacido en el siglo de Trento. Luego surgió la masonería y el liberalismo, que engendraron más adelante los nacionalismos, socialismos y marxismos... ¿Será culpa del Concilio?
Le agradezco mucho por el post Dante. ¡Ánimo en el buen combate! Desde ya, mis oraciones.
Muy buena presentación sobre hermenéutica conciliar. Muy iluminativa.
El día de hoy acabo de comprar la versión electrónica, en Kindle, de su nuevo libro "Cuál es la religión verdadera?". Espero poder comenzar la lectura el mismo día de hoy o mañana.
Me intriga mucho que esté planeando un nuevo libro que demuestre que la Iglesia Católica es la Iglesia de Cristo. Espero muy ansiosamente esa publicación. Me hace pensar en esta otra obra que se lanzará a la venta el próximo año, se llama "The One Church of Christ: Understanding Vatican II (Renewal Within Tradition)". Lo publica la editorial Emmaus Academic del St Paul Center for Biblical Theology.
No puedo esperar a adquirir ambas!
Muchísimas bendiciones y que la caridad de Cristo lo siga urgiendo en su maravillosa labor.
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DANTE A. URBINA:
Respecto de contrafactuales del tipo "Que hubiera pasado si no hubiera habido concilio?" solo podemos especular. El que sabe es Dios y El ha dispuesto que esto se de en SU Iglesia como concilio ecumenico.
En cuanto a saber escindir proposiciones validas respecto de las coyunturas de la realidad practica en su pretendida aplicacion, es necesario hacerlo pues sino caeriamos en el mismo error (bastante comun) de quienes rechazan a la Iglesia por la ala practica de sus miembros (y hay oncluso no pocos casos en que pretenden amparar sus malas practicas en la Escritura o la Tradicion). Yo era ateo y si no hubiera hecho la escision entre valor de verdad de ua proposicion y situacion practica de muchos que la sostienen, nunca me hubiera hecho catolico y me habria perdido de la Iglesia verdadera.
2. En el CVII ¿quiénes participaron ortodoxos, protestantes, budistas, etc.?
3. ¿Qué objetivos se marcaron?
4. Una, santa y apostólica. Una por el Cuerpo, Santa por su Cabeza y Apostólica por la promesa de inerrancia de Cristo a los Apóstoles y sus sucesores.
5. La letra de los concilios está protegida por el Espíritu Santo mientras la letra no contradiga a Dios.
6. ¿Por qué el Depósito de la Fe y los Sacramentos se están desvirtuando en las iglesias locales y en Roma? ¿Por qué Pablo VI dijo que el humo de satanás se había colado?
7. ¿Estaríamos como estamos de no haberse celebrado el CVII? La levadura del CVII, Mateo 16, la hermenéutica, en mi opinión está más en la línea de Lutero que de San Pedro.
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DANTE A. URBINA:
Algunas de las “preguntas” que plantea (definición de concilio, participantes, objetivos, etc.) se pueden resolver con una simple búsqueda en Google, así que me ahorro eso. Pero me parece MUY MUY CURIOSO su punto 5: “La letra de los concilios está protegida por el Espíritu Santo mientras la letra no contradiga a Dios”. Tal expresión de “confianza” es una tautología absolutamente vacía. Es como que un padre le diga a su hijo: “Hijo mío, confío en que harás tu tarea SIEMPRE Y CUANDO no se dé el caso de que no hagas tu tarea”. Eso no es expresar real confianza. Y aquí el de la promesa no se trata de un niño sino de Jesucristo mismo… Respecto del punto 6, espero no se esté insinuando lo que sería una “falacia post hoc ergo propter”. Y en cuando a la “pregunta” 7, es especular solo sobre un contrafactual. Dios es el que sabe y hemos de confiar en Él.
cuando Nicea adopta la palabra “consubstancial”, o adoptas esa palabra o estás fuera de la Fe de la Iglesia
cuando Trento dice que el Bautismo es la causa instrumental de la justificación, o lo aceptas, o estás fuera de la Fe de la Iglesia
En el V-2, al no haber esa voluntad de definición se cae en una indefinición, es decir, ambigüedad, que en mi opinión SÍ hace descartable al V-2 en bloque en tanto que sea ambiguo. ¿Qué se salva? La Dei Verbum, sí, eso ya lo sabemos.
La diferencia no es solamente que los otros Concilios no precisen una “hermenéutica” de la continuidad, NO. La diferencia es que los otros Concilios también han sido pastorales, ¡y mucho más que el V-2! Pastorales de la manera correcta: con el uso de cánones, que son prudenciales, que pueden ser modificados, pero que son CLAROS.
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DANTE A. URBINA:
Cabe esperar "voluntad de definición" en documentos que tienen ello por objeto, como las Constituciones dogmáticas, en lo otro es deseable. Ergo, me limito a reiterar unas partes del artículo:
".. así como en concilios fundamentalmente doctrinales como el Concilio de Nicea hay resoluciones pastorales (ver, por ejemplo, sus cánones 12 y 14), se halla que en el fundamentalmente pastoral Concilio Vaticano II hay documentos doctrinales del más alto rango magisterial como las Constituciones Dogmáticas Dei Verbum (sobre la Revelación divina) y Lumen Gentium (sobre la Iglesia). Así que no todo es cuestionable en él y, por tanto, uno no lo puede rechazar en bloque y pretender seguir siendo propiamente católico (que algunos lo pretendan ya es otra historia… “a buen entendedor, pocas palabras”)".
"El punto es que eso de la “ambigüedad” no es algo exclusivo del Vaticano II como quieren hacer parecer algunos; pero en todos esos casos con sólido conocimiento y, sobre todo, con recta intención se pueden armonizar las aparentes contradicciones sin violentar el fondo de los textos mismos (que uno pueda pensar que tal o cual cosa se podría haber dicho de mejor forma ya es otra cuestión, que cae en el orden prudencial, no dogmático en sí)".
La declaración de la Iglesia NOSTRA AETATE en el CVII sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas, persigue el objetivo del humanismo descabezando a Cristo. En base al antropocentrismo de relación común entre los pueblos y hombres de diversos orígenes, razas, culturas y religiones el CVII relativiza con igual peso cada religión olvidando y/o rebajando el hecho histórico de la Resurrección de Jesús. Así, el pensamiento moderno, el del mundo, se introduce en el pensamiento católico, desembocando en una simbiosis contradictoria. Es la apertura de la Iglesia Universal a la moda del mundo y no la novedad del mundo, Jesucristo, a la evangelización de la moda contraria o mezclada de errores al Cristianismo. La situación del mundo por mucho que cambie no puede desvirtuar el Depósito de Fe ni los Sacramentos ni la Biblia apoyada en la Tradición apostólica y en el Magisterio porque esta velado por el Espíritu Santo. Dios permite el error en su Iglesia, porque le ha dado libertad al hombre, para que interprete contradictoriamente la Biblia, que no administre, elimine, modifique o que diga acerca de los Sacramentos, que los sucesores de los Apóstoles no vigilen y corrijan las herejías, y que en documentos magisteriales aparezcan modas del mundo. Pero el mensaje del Evangelio seguirá intacto en su Iglesia fiel, aunque muchos miembros tengan el deseo de anteponer la palabra y la voluntad humana a la Palabra y la Voluntad de Dios mediante el mutuo conocimiento y la avidez de mejor comprensión entre las religiones, aunque los puentes se ensanchen para un mejor flujo de información en los medios de comunicación entre los continentes y aunque se transmita el conocimiento de pueblos y culturas antiguos, a menudo alejados de la doctrina católica. El CVII promueve el acercamiento de nuevos espacios de entendimiento y, al mismo tiempo, posibilidades de encuentro de hombres de diferentes culturas y religiones, promueve un turismo interconfesional de grandes distancias de muchos viajeros a la visión inmediata y el interés común, promueve en el terreno de la política que se busquen convenios internacionales (como cambio climático en Laudato si), promueve los desarrollos comerciales, promueve la migración en donde caben todos en perspectiva mundial, porque "En nuestra época, en que el género humano se une cada vez más estrechamente y aumentan los vínculos entre los pueblos». Así, en esta tan cambiada situación mundial, ven los padres del CVII el motivo suficiente, "con mayor atención", de apertura de la Iglesia, aplicando descuentos a las verdades de Fe, para alcanzar el máximo grado de comunión mutua con las religiones no cristianas. Primero tocaba a causa de varias preguntas y deseos por parte de los judíos, a las relaciones internas entre la Iglesia y el pueblo de Israel. Por ej. la tarea encomendada por el papa Juan XXIII en primer lugar al cardenal Bea, y después de un largo tratamiento, se convirtió esta cuestión en una de las declaraciones conciliares, el Judaísmo recibió aquí el puesto de religión independiente, relativa al conjunto de las religiones no cristianas. "En su oficio de favorecer la unidad y la caridad entre los hombres, y más aún entre los pueblos" (NA, 1) ve la Iglesia aquí su propia misión ante esta situación que exige determinar nuevamente su relación con las otras religiones en el sentido del Nuevo Testamento y de los Padres, desde la hermenéutica de Jesús como hombre, desde lo humano, olvidando lo divino, porque las demás religiones sienten el anhelo de unidad, de amor y comprensión de la humanidad e intentan responder a ellos desde sus propios principios. Los terrenos donde se encuentran el mensaje de la Iglesia y los mensajes de otras religiones, son muchos. El "ideario" cristiano, pero también el humanitario en general, ha entrado por muchos caminos de interrelaciones culturales en la autocomprensión y en la interpretación moderna de otras religiones. Con la perspectiva de validez general han sobrepasado algunos de ellos, como el hinduismo o también el Budismo, el marco de sus propias culturas y pueblos. Se articulan como religiones de la humanidad con mensajes a todos porque han encontrado expansión también en los países occidentales. Por ello, el diálogo de las religiones, que adopta nuevas formas en esta situación cambiada, está determinado por «lo que es común a los hombres y conduce a la mutua solidaridad». El diálogo de la Iglesia con hombres de religiones no cristianas tiene que tener en cuenta este nuevo horizonte de interrogantes. El mensaje cristiano tiene que significar hoy respuesta y ayuda para todos los hombres. Por tanto, la Declaración NOSTRA AETATE del concilio Vaticano II establece aquí el sentido de la relación con las otras religiones.
¿Suena de algo?
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DANTE A. URBINA:
Mi artículo se dirige al texto del Concilio, no a las reales o supuestas intenciones, consecuencias, interpretaciones, etc. Sobre ello cada católico particular podrá opinar según su parecer.
Mi experiencia en lo relato al concilio es algo así como que he vivido dos concilios Vaticano II, en el bueno, no era capaz yo de encontrar ninguna herejía por más que lo leyera o releyera cada vez que me decían los del otro Vaticano II que "no hace falta confesarse para comulgar, que lo ha dicho el concilio", o que "el rosario ya no hay que rezarlo, que el concilio ha dicho que ¡cuidado con las devociones de repetición", y yo, busca que te busca en la letra del Concilio y no veía nada de nada... Resumiendo, dos concilios he vivido, el bueno, fetén, y el que me han hecho sufrir tantos con ese Vaticano II que se inventaban... hasta que llegué a una conclusión: Una cosa es el Concilio Vaticano II, y otra el "espíritu del Concilio Vaticano II", que no tengo duda de procede de un espíritu muy poco santo.
De todo ello, y a mi entender, y hablando en general se da una contradicción: Siendo un concilio eminentemente Pastoral, lo que ha fallado en su aplicación es precisamente la Pastoral cuando ha olvidado lo Doctrinal de la letra.
Y la Pastoral es labor de los hombres.
Y otra idea que me ha surgido es: ¿Será que el Vaticano II es tan buen Concilio que Satanás lo ha revoltijado todo de miedo que le tenía?.
Nuevamente muchas gracias.
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DANTE A. URBINA:
En efecto, hay decenas de cosas malas que "se dice que dice el Concilio" pero cuando uno va a leer los documentos del mismo, ¡no dice nada de eso!
De otro lado, sabemos que el demonio es muy astuto y buscará tocar a la Iglesia de todas las maneras posibles. Pero ante esto hago recordar una parte del artículo: "la Iglesia es indefectible: nunca fallará. Pero mucha atención a esto: Jesús nunca prometió que las fuerzas del infierno no tocarían a la Iglesia; lo que prometió es que no la vencerían. ¿Y cómo podrían las fuerzas del infierno vencer (no meramente “tocar”) a la Iglesia? Pues introduciendo error en su doctrina misma. Si la Iglesia tuviere error en su doctrina oficial misma (que no es lo mismo que lo que diga tal o cual sacerdote o tal o cual obispo) dejaría de ser la “Iglesia de Cristo que es columna y fundamento de verdad” (1 Timoteo 3:15). De este modo, en la Iglesia puede haber problemas internos, malos miembros, pastores (esto es, sacerdotes y obispos) incoherentes o ambiguos en su discurso, etc.; pero mientras la doctrina misma esté libre de error, seguirá tratándose de la verdadera Iglesia".
Voy a dar una opinión desde mi absoluta ignorancia. Lo poco que se del Concilio Vaticano IIes lo que leo en opiniones de terceros.
Debo decir que lo primero sorprendente para mi, y esto solo me lo planteo en los últimos cinco años, es que todo pivota alrededor de este concilio y parece que la Iglesia no tiene veinte siglos a sus espaldas. Eso es lo que percibo. Lo bueno, lo malo parece surgir de él.
Me llama la atención que un mismo documento pueda tener dos lecturas, como las monedas:cara y cruz, a veces claramente
opuestas.
Vd habla de interpretaciones,pero mi duda es :
puede el Espiritu Santo inspirar textos ambiguos y confusos?. Hay que reconocer que
dentro de la Sta. Iglesia existen posturas encontradas. Estas posturas llevan a la confrontación y la división. Muchos de los posicionamientos recurren a dicho concilio :para apoyarlo o denostarlo. Este fruto no es muy evangélico.
Desde hace cinco años Leo diversos portales catolicos. Debo confesar que he quedado asustada del grado de división en los planteamientos y posturas, y en muchos casos la falta de caridad. No reconocía en ellas a los discípulos de Cristo, y siempre subyaze el concilio como elemento de distorsión.
Mi duda es la expresada más arriba. :? Puede el Espiritu Santo inspirar palabras ambiguas?. La Iglesia siempre ha sido muy precisa en su Magisterio. Las palabras no pueden confundir, deben confirmar y aclarar. Para mí hay algo que distorsiona todo. Es una percepción de médico, pero intuyo las causas y tb el tratamiento, lo que no calibro es el porqué?
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DANTE A. URBINA:
Le agradezco MUCHO por su sinceridad de comenzar su comentario indicando que lo que conoce del Concilio Vaticano II no es directo de la letra sino por lo que “lee en opiniones de terceros”. Pues bien, precisamente en esas opiniones de terceros, que generalmente se van a un extremo u otro como indica el inicio del artículo, es que hay confusión. Recuérdese que hay múltiples interpretaciones de la Biblia, como para “todos los gustos y colores” (basta ver la multiplicidad de denominaciones protestantes), pero eso no quita que la Biblia sea inspirada por el Espíritu Santo.
Ahora, le comento que mi experiencia con los textos del Concilio Vaticano II ha sido justo la contraria a la suya: yo comencé por leer los textos por sí mismos (mi proceso de conversión e inicios en el Catolicismo lo fue en una dinámica de estudio y oración muy solitarios) y los encontré muy iluminadores (y quien me conozca sabe que no soy para nada un modernista o relativista sino que combato abiertamente, incluido en debates públicos formales que constan en mi canal de YouTube, toda opinión contraria a la doctrina católica). Es años después que leyendo artículos de terceros (modernistas, ultra-tradicionalistas, sedevacantes, etc.) me encuentro con que hay mucha confusión. Pero confusión que está en ellos, no en los textos en sí que tuve previa oportunidad de leer.
Yo no tengo capacidad para discernir si algún elemento del CVII es herético, pero si Juan Pablo II y Ratzinger lo admiten entiendo que es bueno y me fio sobradamente de ellos en particular y de la Iglesia en general, por lo menos de la iglesia anterior a este Papa.
El problema es que el numeral 3 puede que no sea una herejía, pero es un grave error.
Yo tengo ciertos conocimientos de islám y le aseguro que eso que dice el numeral de que los musulmanes adoran al Dios de Abraham, aunque sea de manera errónea, como el ejemplo que usted pone del niño adoptado, es que no es cierto.
Formalmente si, ellos creen en IBAHIM, pero su Dios en realidad es una construcción ecléctica de Mahoma, o Muhamad, es pura construcción humana, y aunque dicen aceptar a Jesús AISHA, y respetar a su madre, en realidad es un mundo paralelo. Mahoma reinventa la Biblia como forma de adquirir pedigrí y para atraer a judíos y cristianos de la época, pero en cuando se hace con el poder en Medina se acabó el "buen rollito" con las "gentes del libro" y comienza la YIHAD en su versión de aniquilación.
Es un error, aceptan el episodio de IBRAHIM ABRAHAM, pero nada mas, el resto es una tergiversación de tal calibre que desnaturaliza cualquier coincidencia por completo.
Es una injusticia a hacia los judiós compara su Fe, aunque errónea también con la de los musulmanes.
Esto que le digo son hechos. Y antes estos hechos no hay palabras que valgan. El numeral 3 es un grave error, escrito por alguien que no conocía de verdad el islám y eso es algo que la Iglesia no debe permitirse ni siquiera en un documento menor.
En cualquier caso yo no puedo cuestionar al CVII como herético.
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DANTE A. URBINA: Respecto de la concepción de la divinidad en el Islam, sabemos que no es plenamente correcta, pero sería irrazonable desdeñar del todo las similitudes respecto de la concepción cristiana apelando solo a las diferencias. Y es que en el Islam la concepción de la divinidad implica: monoteísmo, subsistencia, raíz abrahámica, carácter personal, etc. Sí, ya sabemos que hay importantes diferencias, pero esos puntos de coincidencia son mucho más que los que se tiene con la enorme mayoría de religiones orientales y africanas. De ahí que múltiples enciclopedias serias clasifiquen al Islam entre las “religiones monoteístas de raíz abrahámicas” (y creo que es evidente que detrás de esas enciclopedias está gente que sí conoce el Islam). Es específicamente eso (Y NO TODAS LAS PROPOSICIONES ISLÁMICAS) es lo que toma en cuenta la letra del Concilio. Respecto de que el Islam tiene origen humano y no viene por revelación divina, también lo sabemos; pero igualmente las ideas de Aristóteles sobre la divinidad como “Primer motor inmóvil” o “Causa primera” son de origen humano pero al mismo tiempo tienen una coincidencia básica con la revelación. Y ojo, la concepción de Aristóteles sobre Dios tiene también sus puntos de incompatibilidad, pero eso no impidió ya no al Concilio Vaticano II SINO A SANTO TOMÁS DE AQUINO tomar los puntos de coincidencia.
De otro lado, se mencionan otros asuntos sobre el Islam (“reinvención” de la Biblia, la “yihad” violenta, etc.), pero que son exógenos a la letra del concilio pues esta se enfoca en la cuestión de la concepción general sobre la divinidad.
Con Nicea, ídem. Lo que ocurrió después es que muchos no aceptaban el dogma niceno, precisamente por lo claro que era. No cabían interpretaciones distintas. El arrianismo y el semiarrianismo no eran interpretaciones heterodoxas de un texto oscuro sino negaciones de un texto luminoso.
¿En serio quiere comparar la claridad doctrinal de Trento con lo del último concilio? ¿De verdad? ¿Seguro? Trento salvó a la Iglesia , literalmente, de la enorme crisis provocada por la situación previa al protestantismo y la provocada por la "Reforma" protestante. A nivel doctrinal y pastoral. Trento fue la verdadera REFORMA de la Iglesia. Y necesitamos otra de ese calibre. Con urgencia.
Que luego surgieron controversias es algo normal. Siempre las ha habido en la Iglesia, pero no fueron provocadas por Trento sino a pesar de Trento. Nadie jamás necesitó aplicar una hermenéutica de continuidad a ese concilio.
Mejor no hablemos de la masonería y el liberalismo en este contexto... Mejor lo dejamos estar.
Aprovecho este espacio público, pues, para atreverme a hacer dos solicitudes:
01: La virtud es un justo medio entre dos extremos viciosos. Como dices al inicio del post, hay dos extremos con el tema del CVII aque aquí llamas corrientes: la progresista y la conservadora o ultra tradicionalista. Del mismo modo, sabemos que, a la hora de corregir un vicio, es natural que el empuje hacia la virtud pudiera parecer hacia el extremo opuesto, y por eso mismo haces la aclaración final de que no defiendes esos "excesos, males y desvíos" propios del extremo opuesto al que aquí se corrige: el progresismo. Entonces, sería buenísimo un segundo post al respecto que destruya los argumentos de aquellos que, amparados bajo el supuesto "espíritu del Concilio" se mandan con todo lo que sufrimos a diario. Esa es mi primera solicitud.
02: La segunda es más breve, pero más atrevida. Cuando termines tu serie apologética que hace tan poco ha publicado su segunda etapa, ¿qué te parece el proyecto de un CVII comentado, en lógica virtuosa de continuidad? Un documento así en las librerías católicas sería un enorme instrumento del bien para la Iglesia de Cristo. Si en algo pudiera ayudar mi pobre intelecto, me tienes al 100%. ¡Un abrazo!
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DANTE A. URBINA:
Gracias Javi por tu comentario. En cuanto a las solicitudes, yo abierto a ello. Dios disponga que pueda darse el tiempo...
Por el hecho de haberse declarado o haber sido convocado por Juan XXII como un concilio "pastoral" con la intención explícita de no definir nuevos dogmas o condenar errores (ni siquiera condenó el comunismo debido a un acuerdo con los Ortodoxos Rusos, estando ellos totalmente controlados por la KGB), provoca ciertos problemas de interpretación. Sí, se reafirma ciertos dogmas ya proclamados por concilios anteriores y papas, y se puede argumentar que contiene doctrina infaliblemente propuesta por el magisterio ordinario, es decir, por los obispos incluyendo papas, que proponían la misma doctrina "semper et ubique" (en todos los tiempos y en todos los lugares). Me parece, sin embargo, porque una cierta doctrina está contenida en una de los cuatro documentos principales denominados "constituciones", con la excepción de los dogmas ya referidos de otros concilios, se pueden considerar doctrina definitivamente propuesta por formar parte de esos documentos. Según lo que declaró el Cardinal Felici, Secretario General de la Comisión Central del Concilio, lo que afirman los documentos se tiene que interpretar según las normas tradicionales de interpretación o como se suele decir las "notas teológicas". Una colección de documentos tan larga y difusa como los 16, redactados con un claro intento de lograr un amplio consenso, son de difícil interpretación a diferencia de los decretos del Concilio de Trento, que al final de una exposición positiva de la doctrina vienen los cánones que la definen y condenan los errores. Creo que la intención de evitar condenar errores fue un error y un ejemplo de buenismo.
Los alemanes, que llevaron hasta 42 teólogos y una serie de borradores, tenían unas esperanzas exageradas acerca de las posibilidades del ecumenismo con los protestantes, ilusión de la que siguen padeciendo con lo de dar la comunión a los luteranos. No puede haber esperanzas fundadas de una eventual unión con los protestantes, sino lograr llevarnos bien con ellos y colaborar en la lucha pro-vida, anti LGBT y otros temas similares.
Respecto al tema de la libertad religiosa, que fue un caballo de batalla para Mons. Lefebre y lo sigue siendo para sus seguidores, bien interpretado se tiene que aceptar que hay continuidad con la tradición. Gaudium et Spes presenta un problema mayor, dado que en buena medida contiene mucha sociología y un análisis que yo no tienen vigencia. No es fácil saber lo que se quiere decir con "Constitución Pastoral", ni el mismo concilio, pese a declararse "pastoral" da una definición clara y precisa de lo que quiere decir con tal término. No sé si el problema actual de una falsa distinción entre la doctrina y la pastoral con la que muchos interpretan Amoris Laetitiae, y al parecer su mismo autor, provenga de esta confusión del Vaticano II. Otro problema que proviene de GS es el intento de colocar al mismo nivel dos fines del matrimonio, la procreación de hijos y lo que tradicionalmente se denomina "auxilio mutua". La misma lógica indicaría que el fin primario es la procreación de hijos, pues la comunión entre las personas se puede realizar de otras maneras, aunque es suficiente para el caso de matrimonios entre los que ya superan la edad de poder procrear. Esta confusión ha provocado bastantes problemas.
Creo que conviene examinar la contribución del teólogo romano Brunero Gherardini, nada sospechoso de falta de ortodoxia, y de Roberto de Mattei sobre el Vaticano II. También, cabe señalar una de las respuestas de Benedicto XVI en la última entrevista que tuvo con el periodista Sewald, en la que admitía que el mal espíritu que posteriormente se manifestó con tanta fuerza ya se iba notando en las mismas sesiones del concilio. No es baladí recordar que varios de los cardenales, además de obispos y teólogos muy allegados de Pablo VI estuvieron entre los más notables opositores de la Humanae Vitae, Suenens, Afrink, Kenig Rahner, por mencionar algunos. O sea la cizaña que se multiplicó en el post concilio y se había sembrado en el mismo concilio. En cuanto a los documentoos, a mi parecer, son demasiados, demasiado difusos y aunque estrictamente no presentan herejías, es inevitable que tengan parte de la culpa de lo que vino después. Creo que la culpa de esto es del mismo Juan XXIII; pues a los tres meses de ser elegido papa y sin haber consultado con casi nadie, anunció que iba convocar un concilio sin tener una idea clara de lo que iba a tratar dicho concilio. Realizó un Sínodo Romano antes, y al parecer lo que quería era que a nivel del mundo entero se aprobaran propuestas similares al del Sínodo. Se envió una petición a todos los obispos del mundo para solicitar sus propuestas sobre lo que tendría que tratarse en el concilio. La mayoría no tenían una idea clara de qué responder. Los alemanes, franceses, belgas y holandeses sí tenían ideas claras y el segundo día del concilio se apoderaron de la agenda y Juan XXIII lo permitió. Él pensaba que los obispos aprobarían los esquemas preparados y en 3 meses volverían a sus diócesis contentos por haber participado en el concilio. Debía de haber tratado de uno cuantos temas precisas, como la liturgia, las misiones y haber terminado en unos meses, la formación del clero y poco más. La desbandada que se dio después del concilio en la vida religiosa y el sacerdocio indica que las cosas no estaban tan bien que digamos en estos estamentos eclesiales.
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DANTE A. URBINA:
Interesante. Solo para dimensionar a los lectores, reproduzco aquí una parte del artículo: "Por tanto, respecto del Concilio Vaticano II (y de cualquier otro Concilio ecuménico) un católico puede cuestionar (por supuesto, con la debida prudencia) su forma de convocatoria, su proceso, tal o cual disposición pastoral o administrativa, etc. pero no el fondo de su letra misma en lo relativo a doctrina. En ese sentido, resulta sumamente elocuente el hecho de que alguien tan fuertemente crítico del Concilio Vaticano II como Miguel Ayuso, Presidente de la Unión Internacional de Juristas Católicos, llegue a decir: “El Concilio Vaticano II fue un desastre. El propio Concilio fue un desastre como hecho histórico en su convocatoria, en su inicio, en su desarrollo, en su final, en su aplicación, en su interpretación, en su espíritu y en su intención (…) Yo creo que lo que hay que rectificar del Concilio no son los textos sino la intención porque es la intención la que, sobre la letra, ha determinado una interpretación y una aplicación que solo ha ido ahondando la destrucción”".
Jesus tambien puso a prueba la fe de los judios con "contradicciones" o "ambiguedades" (cuando "trabajó" en sabado, cuando curó a paganos, cuando se juntaba con publicanos y prostitutas, cuando "desafió" la ley de Moises ante aquella adultera que iba a ser apedreada, etc). Todo eso permitió separar a los fariseos de los verdaderos judios y permitió tambien a los gentiles incorporarse a la verdadera fe, partiendo de lo bueno en que creian. Como dice una supuesta aparicion mariana, "estamos viviendo en los tiempos en que los santos hubiesen querido vivir, porque ellos sabian del desafio que supondria a la Fe".
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DANTE A. URBINA:
No entraré a debate. Simplemente me limitaré a decir que si no hubiera sabido abstraer la veracidad de una proposición de las realidades de quienes la sostienen, practican, dicen o pretenden aplicarla, nunca hubiera llegado al Catolicismo sino que me hubiera quedado ateo. Y anotaré también que la abstracción es una cualidad propia de la razón, que por algo nos la ha dado Dios así.
Una relectura atenta de mi comentario le hubiera evitado el suyo.
Con todo, sólo deseo responder a una cosa que dices:
«Que luego surgieron controversias es algo normal. Siempre las ha habido en la Iglesia, pero no fueron provocadas por Trento sino a pesar de Trento.»
Tampoco las controversias actuales son provocadas por el Vaticano II, sino a pesar del Vaticano II.
¿Cuándo se ha visto que un progresista, al hablar a favor de su herética doctrina -amparada supuestamente por Concilio-, haya citado un sólo texto del Concilio? Casi nunca. Y cuando lo ha hecho, lo ha hecho fuera de contexto (Cosa común cuando un protestante expone su doctrina amparándose de las Sagradas Escrituras).
Por lo demás, si uno dice ''Es que tal texto se puede interpretar así, etc'' eso mismo se puede aplicar a las Sagradas Escrituras (Sino, por poner un solo ejemplo: ¿de donde fue que sacó Orígenes su idea de mutilarse una parte de su cuerpo?). Y por ello, hay algo elemental en la lectura de todo -todo- texto, que ni si quiera se necesita profesar alguna religión para tenerlo: leer un texto e interpretarlo según la convicción del autor. Algo profunda y sumamente sencillo (Quizá, tan sencillo, que sólo los sencillos se dan cuenta).
El autor del Concilio Vaticano II es el Magisterio, por lo tanto, hay que interpretarlo según la convicción del Magisterio (No de este o tal Papa, cardenal, obispo, teólogo, etc).
La solución al conflicto con el CVII es tan sencilla, tanto, que sólo está reservado a los sencillos la misma (Cf. Mateo 11, 25).
Quizás los textos conciliares no afirman per se ninguna herejía...la verdad es que hay varios estudiosos fuera del principal crítico del concilio, la Fraternidad San Pio X, que reprochan precisamente a la ambigüedad de los textos la hecatombe que siguió... y que seguimos sufriendo.... si vamos a textos creo que prevalece aquel del evangelio en el cual Nuestro Señor nos dice "Por sus frutos los reconoceréis"....concuerdo con la opinión de Don Luis Fernando....
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DANTE A. URBINA:
Dice: “La realidad es que su intención es sacar las castañas al fuego de los textos en del Concilio Vaticano II”. Curiosa su capacidad de omnisciencia que no solo ve lo que escribo sino que es capaz de “ver” las supuestas intenciones mías, pese a que la Escritura dice: “¿Quién conoce los pensamientos de un hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?” (1 Corintios 2:11).
Pero no, como apologista mi enfoque NO ES “sacar las castañas del fuego” a LAS PROPOSICIONES DE LA DOCTRINA sino “sacar las castañas del fuego” a LAS PERSONAS que pueden tener confusión al respecto.
Luego dice: “Si nada hay de malo en la letra de los textos conciliares., ¿eran necesarias las notas aclaratorias previas que Pablo VI incluyó en varias ocasiones reafirmando la doctrina tradicional de la Iglesia?”. Al respecto de limito a informar que en el Magisterio existe algo conocido como la “relatio” que precisamente son “notas aclaratorias” sobre textos conciliares ¡y no es algo que haya empezado recién con el Concilio Vaticano II! Por ejemplo, respecto del Concilio Vaticano PRIMERO (1869-1870) se elaboró una relatio (es decir, “notas aclaratorias”) respecto del dogma de infalibilidad papal. El texto lo encuentra con el título: “El Regalo de la Infabilidad: La Relatio Oficial del Obispo Vincent Gasser al Concilio Vaticano I”.
En cuanto al asunto de la ambigüedad, ya se hizo referencia a ello en el artículo.
La verdad siempre se impone. Ya lo está haciendo. La tenemos delante de las narices. Se recoge lo sembrado. Y decís que no hubo siembra. Pues vale. Quedad en paz.
El que es modernista lo es porque cree idioteces y lee estupideces y se limita a repetir lo que escucha de quien no debería escuchar nada.
Nostra Aetate y Dignitatis Humanae no vuelven modernista a nadie.
Lo mal que hayan hablado de la Libertad religiosa los papas y obispos posteriormente, se llama PostConcilio, que es obvio que no es lo Magisterial del Concilio. Lo Magisterial del CVII es la Letra, que está Libre de Error como prueba este artículo.
Y si algún modernista ha leído Nostra Aetate o Dignitatis Humanae, habrá sido cuando ya se convirtió en Modernistas y le da un sentido torcido. Así lo hacen por ejemplo con Santo Tomas, que a pesar de su Claridad y Sana Doctrina, es Citado por "Lumbreras" pero del mal, para reforzar los ponzoñosos presupuestos de Amoris Laetitia.
Cuando ya se es Modernista, se lea lo que se lea se va a interpretar con el formato pestilente del Todo Vale Modernista.
Lo que muchos en su cerrazón no comprenden o no quieren entender (pues la animosidad nubla el juicio), es que por años, no solo los Modernistas se han querido apropiar de los textos del CVII, sino que muchos AntiModernistas Católicos, por años, han contribuido a poner el CVII en las manos de Modernistas, al RENDIRSE Y CONCEDER que La Letra del CVII tiene error. Esa postura, contribuye darle Nivel de Magisterio a las herejías modernistas. Grave error, que contribuye en librar de responsabilidades a los Modernistas. No señor, el modernista es hereje no por lo que dice Nostra Aetate o Dignitatis Humanae, esos documentos no son causa ni tienen responsabilidad en la Mala y Falsa doctrina de Modernista. Y la crisis actual de La iglesia, no nace en esos textos, por lo tanto, NO SE LES PUEDE REGALAR NI UNA PARTE DE LETRA, MUCHO MENOS UN CONCILIO ENTERO. No lo vamos a permitir.
Y ni hablar de la Estolidez de comparar los textos problemáticos de Nostra Aetate y Dignitatis Humanae con Amoris Laetitia., QUE SOBERANA ESTOLIDEZ.
Las 2 primeras, están en el marco de un Concilio y se les puede interpretar perfectamente como lo ha hecho Dante, si faltar a la Verdad ni a La Razón..... Amoris Laetitia en cambio, después de que su autor ha dicho directamente y mediante Magisterio Auténtico, como quiere que se interprete, es un documento ES INSALVABLE, pues contiene Error y Herejía, por lo tanto, rompe con la hermeneútica de la Continuidad.
Dice San Juan Pablo II en la CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA «FIDEI DEPOSITUM», N° 1:
"Tras la renovación de la Liturgia y el nuevo Código de Derecho Canónico de la Iglesia latina y de los Cánones de las Iglesias Orientales Católicas, este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial, promovida y llevada a la práctica por el Concilio Vaticano II."
Es decir, el VERDADERO sentido del Concilio puede verse, especialmente, en el Catecismo de la Iglesia Católica.
Dice un poco más adelante: "El proyecto (se refiere al catecismo) fue objeto de una amplia consulta a todos los obispos católicos, a sus Conferencias Episcopales o Sínodos, a institutos de teología y de catequesis. En su conjunto, el proyecto recibió una acogida considerablemente favorable por parte de los obispos. Puede decirse ciertamente que este Catecismo es fruto de la colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia católica, que ha acogido cumplidamente mi invitación a corresponsabilizarse en una iniciativa que atañe de cerca a toda la vida eclesial. Esa respuesta suscita en mí un profundo sentimiento de gozo, porque el concurso de tantas voces expresa verdaderamente lo que se puede llamar sinfonía de la fe. Aún más, la realización de este Catecismo refleja la naturaleza colegial del Episcopado: atestigua la catolicidad de la Iglesia."(N° 2)
Con respecto al valor doctrinal del Catecismo, dice el Papa en la mencionada Constitución (N° 4):
"Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial."
"Los Obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio de su Obispo, dado en nombre de Cristo, y deben adherirse a él con religioso respeto.
Este obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento de modo particular ha de ser prestado al magisterio auténtico del Romano Pontífice aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se preste adhesión al parecer expresado por él, según su manifiesta mente y voluntad, que se colige principalmente ya sea por la índole de los documentos, ya sea por la frecuente proposición de la misma doctrina, ya sea por la forma de decirlo."
El concilio Vaticano II ha sido convocado, presidido y sus documentos han sido aprobados por el Romano Pontífice. Los Papas posteriores han aceptado y aplicado los documentos del concilio junto con la inmensa mayoría del episcopado mundial (no es un argumento democratista sino vinculado con el sensus fidei). No ha habido por parte de los Romanos Pontífices ningún cuestionamiento a los textos del CVII, más bien una firme aceptación y puesta en práctica de los mismos.
Dice Monseñor Aguer en una entrevista (religionenlibertad.com, del 24/02/18):
Periodista: En 1978 llega al papado San Juan Pablo II. ¿Cómo recibió la noticia y consideró los primeros años del oficio pastoral de un papa venido del Este europeo? Con el correr del tiempo, ¿podría concluirse que fue “Magno” como se dijo poco después de su muerte?
Aguer: -"San Juan Pablo II fue un pontífice extraordinario, verdaderamente Magno. En 1978 llamó la atención que se eligiera como Papa a un cardenal polaco, pero Wojtyla obtuvo rápidamente la simpatía y la admiración generales. Su obra doctrinal ha sido inmensa y de valor permanente. Después de años difíciles, oscuros, en los que sopló la ventolina arrasadora de lo que dio en llamarse “el espíritu del Concilio”, Juan Pablo II devolvió seguridad a los creyentes desarrollando la realidad, la verdad del Vaticano II.
(...) La formación filosófica, antropológica y ética del Papa Wojtyla encontró apoyo y complemento en la robusta teología del cardenal Ratzinger, estrecho colaborador suyo por muchos años. El carisma petrino brilló espléndidamente en San Juan Pablo II."
El extraordinario "binomio" Juan Pablo II/ Ratzinger-Benedicto XVI han mostrado el verdadero valor y sentido de los documentos del CVII.
Pero inmediatamente es fuerza aclarar que el sector progresista de entonces -ahora devenido en secta anti-iglesia - tampoco propugnaba tal cosa, a pesar de que trascendió que hubo intentos de ello, pero no eran sinceros sino sólo medios para forzar como concenso lo que realmente ellos querían conseguir, y consiguieron. Los progresistas no querían herejías formales porque ello hubiese podido invalidar canónicamente el CVII. ¿Qué pretendían entonces?
En primer lugar que los documentos fueran firmados por unanimidad o por amplísima mayoría, y lo lograron. Hasta Lefebvre los firmó.
En segundo lugar, dotar a los documentos de una ambigüedad tal que pudiesen ser interpretados tanto rectamente como no. O sea que la "hermenéutica de la continuidad" ya estaba contemplada por los mismos progresistas, eso no lo descubrió Benedicto XVI. El problema es que los textos, por padecer de una ambigüedad inédita en la historia de los concilios, también daban pie a una hermenéutica de la ruptura. Hermenéutica ésta que ellos se dedicaron a difundir diligentemente en alas del "espíritu del concilio, y que fue la que hizo posible todos los desastres postonciliares que, matemáticamente, invocaban y se remitían al CVII.
Todo este proceso fue promovido y catalizado por un hecho puntual, que no está incluido en los textos conciliares propiamente dichos sino como prólogo al mismo. Me estoy refiriendo a que en el discurso inaugural del CVII, Juan XXIII proclamó solemnemente que la Iglesia, de allí en más, ya no condenaría. Y esto tuvo una importancia decisiva en la propagación del "espíritu del concilio", porque en lo sucesivo cada cual fue dueño de adherir a la interpretación que le viniese en ganas sin que la Iglesia condenase con el condigno rigor escarmentador a las interpretaciones rupturistas. El desastre litúrgico, doctrinal y disciplinar sucedió ante la vista y paciencia de las autoridades vaticanas, impasibles ellas en su empeño de no condenar.
En lo personal - y permítaseme la disgresión- , entiendo que lo que Juan XXIII dijo casi como el pasar tiene una importancia mayor que todas las cuestiones que se trataron en el CVII. Y digo esto porque la condena de los errores se enseña explícitamente en los Evangelios y estuvo presente, además, en toda la tradición bimilenaria de la Iglesia. Proclamar el fin de las condenas fue rupturismo puro y duro, en este caso disfrazado de misericordia. Y tuvo (y tiene) unas consecuencias pastorales inmensas, por lo cual no se entiende cómo el CVII, que se preciaba de ser pastoral, no incluyó la novedad que proponía el papa dentro de su agenda.
En síntesis, concedo que pueda afirmarse que el E.S. protegió a la letra del CVII de la herejía formal, pero no la protegió de la ambigüedad interpretativa. Porque como bien acotas, Dante, es necesario saber hacer las necesarias distinciones.
PS: De la ambigüedad, líbranos Señor.
Estudié El Concilio Vat II en el ICLA Instituto Catequístico Latinoamericano de Manizales y sé que había otro en Chile, Asunción . Los dos fueron cerrados.
Mi experiencia: acudimos 71 personas adultas, entre Sacerdotes, Religiosas y Catequistas Laicos. Un clima muy simpático: éramos representantes de toda América Latina, más unos de Usa y Canadá quienes trabajaban con comunidades latinoamericanas.
Sin embargo: NO TODO era aceptable! Había quien entendía que Todo se debía cambiar, iniciando por la Santa Misa y se propuso la consagración con coca-cola y galletas saltinas... No acepté, desde el fondo de mi ser! Supe que lo hicieron... no asistí.
Y había cosas muy importantes que se podían tomar en un sentido o en otro... Yo preferí seguir con Dios, seghuir la búsqueda de la buena intención, pero no en una congregación donde el carisma parecía venía desmejorando... Lo del cambio de hábito despertó una sed de hacer cosas para "vender" y tener $$$ lo cual colmó mi indignación... Preferí
trabajar en la Catequesis en la época de Cate-crisis... cuando a nadie se le ocurría pedir la Catequesis como cátedra en las horas de enseñanza...
Me partece excelente este post. Excelente! Estoy de acuerdo! hay que profundizar... con buena fe y buena voluntad. Pero encuentro demasiada vaguedad en los mismos Sacerdotes, por ejemplo cuando fui Cursilllista de Cristiandad, el tema de la Eclesiología en un padre abiertamente progre-modernista... Yo prefiero atenerme al Evangelio: Los Grupos o Movimientos Católicos son para profundizar, nunca apartar, y en eso, los del MCC Movimeinto Cursillos de Cristiandad son como el fermento en la masa... Gracias por el post. Importantísimo!
Dante, ¿me puede usted demostrar que el texto del CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA es magisterio?
Muchas gracias
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DANTE A. URBINA:
Dice el papa Juan Pablo II en la CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA “FIDEI DEPOSITUM” (1992):
“El Catecismo de la Iglesia católica que aprobé el 25 de junio pasado, y cuya publicación ordeno hoy en virtud de la autoridad apostólica, es la exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica, atestiguadas e iluminadas por la sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia. LO DECLARO COMO REGLA SEGURA PARA LA ENSEÑANZA DE LA FE y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial. Dios quiera que sirva para la renovación a la que el Espíritu Santo llama sin cesar a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, en peregrinación a la luz sin sombra del Reino.
Aprobar el Catecismo de la Iglesia católica, y publicarlo con carácter de instrumento de derecho público pertenece al ministerio que el sucesor de Pedro quiere prestar a la Santa Iglesia Católica, a todas las Iglesias particulares en paz y comunión con la Sede Apostólica: es decir, EL MINISTERIO DE SOSTENER Y CONFIRMAR LA FE DE TODOS LOS DISCÍPULOS DEL SEÑOR JESÚS (cf. Lc 22, 32), así como fortalecer los lazos de unidad en la misma fe apostólica.
Pido, por tanto, a los pastores de la Iglesia, y a los fieles, que reciban este Catecismo con espíritu de comunión y lo utilicen constantemente cuando realicen su misión de anunciar la fe y llamar a la vida evangélica. ESTE CATECISMO LES ES DADO PARA QUE LES SIRVA DE TEXTO DE REFERENCIA SEGURO Y AUTÉNTICO EN LA ENSEÑANZA DE LA DOCTRINA CATÓLICA”.
Quisiera saber, si no es molestia porque se que no puede contestar todas las preguntas, como se justifica la afirmación de que el espíritu santo blinda de tal manera los concilios que no pueden errar en materia de fe con el hecho de que, por ejemplo:
Los concilios de Hieria (año 754 de Nuestro Señor) y Elvira (años 300 - 324 N.S.J.) prohibieran el uso de imágenes e incluso declarasen en anatema a quienes emplearan una.
En cuanto a la libertad religiosa no lo veo tan complicado, porque no me parece una cuestión doctrinal tan potente como la cuestión de las imágenes, sino mas bien de disciplina. En ese sentido hay antecedentes por cuestiones disciplinarias como que el el concilio de Constanza decretase la muerte en la hoguera de Juan Huss y varios siglos después el Papa Benedicto XVI (gracias a Dios) reconociera que se equivocaron al quemarlo vivo. Piensese que, según tengo entendido, hasta hemos tenido concilios, creo recordar alguno de los de Letrán, que decretaban vender como esclava a cualquier mujer que osase casarse con un clérigo y que el dinero se repartiera entre los pobres. Las cuestiones disciplinarias supongo que necesariamente varían a lo largo de la historia.
Y vaya por delante que además de católico, creo que una de las cosas más hermosas que tenemos en nuestro arte sacro, mas rico que el oriental en muchos aspectos y evidentemente que el reformado.
Siempre he sentido curiosidad por como se respondería esta cuestión. Calvino afirmaba, citando a San Agustín, que cuando hay contradicciones hay que ir a las Santas Escrituras. Claro que él decía que los concilios habían errado en infinidad de ocasiones (aunque solo citaba la cuestión iconoclasta).
Hay quien dice que esos concilios son nulos. Me parece un argumento muy pobre, pero es lo único que he escuchado.
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DANTE A. URBINA:
Estimado “Godofredo de Bouillon”:
1) Como los concilios locales no hay mayor problema pues, al ser locales, no son de por sí vinculantes para el conjunto de la Iglesia. Este es el caso del concilio de Elvira: se trata simplemente de un concilio local (en España) que, de haber restringido las imágenes (resulta que hasta hay controversia sobre la interpretación de su canon al respecto), no tuvo un efecto grande ni permanente pues los íconos se usaron en las iglesias hispanas antes y después del concilio sin mayor controversia.
2) Sobre el referido “Concilio de Hieria”, le cito una parte del artículo “Canon III del Concilio IV de Constantinopla (869-870) y Conciliábulo de Hieria” (puede consultarlo completo aquí: http://apologeticacatolica.org/Imagenes/Imagen14.htm)
“Aquí hay que aclarar también estos puntos:
i. No es Concilio de Hieria sino Conciliábulo de Hieria. Conciliábulo es una reunión. NO ES INFALIBLE porque ningún Papa lo aprobó, sino muchos obispos engañados o amedrentados por Constatino Coprónimo.
ii. El que se opuso a las imágenes fue un tirano y despiadado Emperador que pretendió dominar a la Iglesia. Todo el que se oponía a él era salvajemente castigado.
iii. Los monjes se opusieron al tirano Constantino V y fueron martirizados. A muchos les sacaron los ojos, se les cortaban las orejas, o la nariz o las manos o les untaban la barba con pez (alquitrán) para prenderles fuego.
iv. En el Concilio Ecuménico II de Nicea del 24 de setiembre del 787 se condenó esta iconoclastia. Este Concilio SI ES INFALIBLE”.
3) Los concilios ecuménicos son infalibles cuando DEFINEN DOCTRINA para la Iglesia, que es “columna y fundamento de verdad” (1 Timoteo 3:15). Asuntos disciplinarios o administrativos no caen en ese campo. Se entenderá, pues, que determinar si algo es una herejía, determinar si alguien es hereje y determinar qué hacer con tal o cual hereje son cuestiones claramente distintas.
4) Calvino decía que los concilios habían errado en infinidad de ocasiones. Pues bien, tomando a los concilios más bien diría que Calvino ha errado en infinidad de ocasiones. Es a la Iglesia y no a él a quien se ha establecido como “columna y fundamento de verdad” (1 Timoteo 3:15). El Espíritu Santo cuida de la Iglesia de Cristo, que es la Iglesia Católica. Si alguien dice que los concilios son nulos, pues habrá que saber quién será ese alguien que cree que su interpretación privada está por encima de los concilios.
Muchísimas gracias por tu artículo; por su claridad y sencillez.
Desde hace bastante tiempo deseaba con muchas ansias leer algo como lo que has escrito; hoy el Señor me lo concedió y estoy muy feliz. Y mayor es mi alegría porque lo leí en Infocatólica, página por la que tengo un afecto enorme.
Que el Señor y la Virgen María te guarden siempre.
Te envío un abrazo grande desde Colombia. Mis oraciones por ti.
«Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!».
Dios te bendiga.
''El problema es que los textos [del CVII], por padecer de una ambigüedad inédita en la historia de los concilios, también daban pie a una hermenéutica de la ruptura.''
Aquí hay, pues, dos proposiciones.
Primera, que los textos del CVII poseen una gran ambiguedad.
Segunda, que, como consecuencia de la primera, estos textos facultan la hermenéutica de la ruptura, esto es, posibilitan una interpretación contradictoria al dogma de la fe.
No estoy de acuerdo que la primera proposición sea verdadera, al menos, sin matizaciones. Pero voy a conceder esta proposición como supuestamente verdadera, y con ello, trabajaré mi respuesta.
Si, supuestamente, el CVII posee textos de una gran ambiguedad, de eso no se sigue que se faculta o de pie a la hermenéutica de la ruptura, y esto por tres razones.
Primero, porque es evidente para todos que, cuando uno lee un texto escrito por otra persona, debe tratar de interpretar esos textos y de entenderlos según la mentalidad de aquella persona, no según la propia convicción personal. Sería malintencionado tratar de interpretarlo según la propia convicción. Por consiguiente, uno debe interpretar los escritos del CVII según la mentalidad de los que escribieron.
Segundo, porque esos textos son escritos del Magisterio dirigidos principalmente y primeramente a los católicos. Y todo católico, en tanto católico, debe interpretar los textos según el propio Magisterio los interpreta, pues la propia interpretación personal del Magisterio (o Tradición o Escritura) es intrínsecamente contraria a la fe católica.
Tercero, puesto que el órgano competente de interpretar los textos, que es el Magisterio, ha estado vigente después de la elaboración de los mismos (y estará vigente hasta la venida de Nuestro Señor Jesucristo, según Él nos ha asegurado), se sigue que, todo católico debe estar atento a aquellas precisiones y aclaraciones que sobre aquellos textos se den, siguiendo la guía del Magisterio.
Por todo lo dicho en lo anterior, es claro que, aún en el supuesto de que fuera verdadero la ambiguedad del Concilio (Supuesto que lo niego, al menos sin matizar), de eso no se sigue necesariamente siquiera la posibilidad de la hermenéutica de la ruptura.
Por consiguiente, podemos concluir la siguiente proposición: si el Concilio Vaticano II es causa de la hermenéutica de la ruptura, solamente es causa accidental y no esencial. Así como el bien es causa accidental del mal y no esencial.
Saludos cordiales.
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