Las Témporas son una tradición antigua muy querida de la Iglesia romana. Cuatro veces al año, al comienzo de cada estación, se consagran tres días de la semana (miércoles, viernes y sábado) al ayuno y la oración, para atraer las bendiciones de Dios sobre la nueva estación y sobre las ordenaciones, que antiguamente tenían lugar durante la vigilia nocturna del sábado al domingo.
El Adviento, de institución más reciente, ha impreso en las Témporas de diciembre un carácter de espera y de preparación, que ha hecho pasar a segundo plano la idea del ayuno y de la penitencia. (…)
La ordenación del sábado de las Témporas de Adviento era la única que conocía antiguamente Roma. Era, por tanto, un día trascendental. Todo en la misa tiene el sello de una liturgia primitiva; sus numerosas lecturas, entrelazadas con cánticos y oraciones, recuerdan la forma original de las vigilias nocturnas de Roma.
Los textos proféticos de Isaías evocan cautivadoramente las grandezas del Mesías y la misisón divina que viene a cumplir. Los cánticos expresan la llamada apremiante de la Iglsai; las oraciones contienen su plegaria suplicante para que encontremos en la redención que se nos ofrece el remedio de nuestra miseria. La epístola de san Pablo nos coloca en la perspectiva de la segunda venida del Señor; el evangelio nos invita a prepararle el camino allanando las asperezas y nos asegura que «todo hombre verá la salvación de Dios»
Misal Diario y Vesperal, decimoquinta edición, Dom Gaspar Lefevbre. Desclée de Brouwer, 1.962. pp. 73 y 80.
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