El declive de la Universidad
Cuenta hoy el diario El Mundo que la nueva prueba de selectividad que se comenzará a aplicar dentro de dos años (junio del 2.010) permitirá subir nota examinándose de asignaturas que estén orientadas a la carrera que se pretende cursar. También se añadirá una prueba oral de inglés, que entraría en vigor en el curso 2.011 – 2.012.
Los exámenes obligatorios pasarán de cinco a cuatro, siendo sustituido el quinto por un examen de una asignatura de la especialidad que haya escogido el alumno.
Según la secretaria de Estado de Educación, Eva Almunia, con esta medida se pretende incentivar el esfuerzo de los estudiantes.
Uno, al leer estas declaraciones cae en un estado de perplejidad y estupefacción porque no ve la relación entre la causa y el efecto. Con esta medida no se promueve el esfuerzo, sino que se baja aún más el nivel requerido para superar la selectividad. Sinceramente, sería mejor eliminarla definitivamente.
La Universidad se encuentra en cuesta abajo y sin frenos, no sólo por sus propias deficiencias, sino también por las majaderías que se han hecho en el bachiller.
La educación ha sido terriblemente castigada por las continuas reformas educativas, todas para peor. Si antaño la Universidad era una de las formas de promoción del pobre, ya que los títulos realmente estaban valorados, hogaño no es más que una fábrica de analfabetos.
Los estudiantes no es que desconozcan los rudimentos de la gramática y la sintaxis, sino que tampoco tienen los conocimientos teóricos suficientes de los estudios que han realizado. Al respecto, es desazonador comprobar como los nuevos titulados procedentes de carreras científicas son unos auténticos ignorantes en sus materias específicas, como hay ingenieros que no tienen ni idea de geometría clásica.
Los políticos han conseguido su objetivo, que desde luego no era mejorar la calidad de la enseñanza, sino politizar la vida universitaria. No hay que olvidar que lo único que pretenden es perpetuarse en el poder.
En el futuro, todos borregos.
Mejor que regalen los títulos con un cuarto kilo de jamón york.
5 comentarios
Hace unos años, andando por el campus de mi universidad, una amiga, ahora profesora en esa misma universidad pública catalana, se tropezó con un colega que había conocido en la universidad de Heidelberg mientras ella preparaba su tesina.
Mi amiga se ofreció a guiar a su colega por los recovecos de la biblioteca de Románicas donde se encuentra el apartado de "literaturas hispánicas", ya que no existe un apartado propio para la literatura española.
La biblioteca original de Románicas estaba en obras, así que estábamos todos dentro de un barracón prefabricado de chapa revestida con PVC blanco. Sin aire acondicionado. Era el mes de mayo, época de exámemes. Ya empezaba a hacer calor.
Ví como se acercaban los dos al mostrador y le preguntaban a la becaria que ejercía las labores de bibliotecaria dónde estaba la colección de la Revista de Filología Española (RFE). Siguieron sus indicaciones y llegaron a un estante medio vacío en el que faltaban las tres cuartas partes de los números de la revista.
Se dirigieron de nuevo a la becaria para manifestarle su extrañeza por el súbito interés que parecía haber despertado la RFE. La becaria les respondió que, según le constaba en el ordenador, en ese momento no había nadie consultando ningún número. Como los ejemplares pertenecientes a colecciones no están sujetos a préstamo, la pregunta era evidente: "¿Y dónde están los números que faltan?" La respuesta de la bibliotecaria fue un lacónico "No lo sé".
Mi conocida se puso roja de vergüenza. Su colega alemán giraba la cabeza de un lado a otro sin entender qué es lo que pasaba, a pesar de hablar un magnífico español. Se debía preguntar qué tenía que hacer para consultar los números de la RFE que buscaba. Yo, por mi parte, opté por bajar la vista y calibrar el peso de los argumentos de don Ramón Menéndez Pidal frente a los de Joseph Bédier.
Días más tarde me encontré con mi amiga. Me contó la anécdota añadiendo: "En Alemania, gracias a las publicaciones en facsímil, hay más revistas de filología española que en España. Y jamás se pierde un número. Mi amigo hubiera podido consultar los facsímiles de esos números de la RFE en la biblioteca de humanidades su facultad."
Días más tarde fui testigo de un hecho notable. Un estudiante más joven que yo, supongo que sería de primero o segundo, abrió su macuto de loneta gris pintarrajeada y sacó de él una docena de ejemplares de la RFE. Los colocó con mucho desparpajo y desordenadamente en su sitio.
No pude por menos que preguntarle si los había tomado en préstamo, a lo que él me respondió: "Oh, no. Éso está prohibido". Le pregunté por el resto de ejemplares, a lo que él, con la mayor tranquilidad, me repuso que "de ésos" él no sabía nada: "Quizá el que se los llevó no ha sido tan honrado como yo".
El muchacho cerró su macuto, se quejó del calor y se fue a la cantina de la facultad de Filología donde le esperaban unos amigos para organizar una protesta a la que amablemente me invitó.
Después de mirar los apuntes extendidos en la mesa, y ante la alarmante ausencia de sillas libres, decliné amablemente su invitación. Ese año acabé la carrera y no volví nunca más por allí.
Era verano de 1990.
Te cuento otra: ¿en cuántas facultades de Filosofía se estudia griego y latín? Pues eso.
La mayoría de mi promoción en filología hispánica prefirió cursar árabe o hebreo antes que latín.
El motivo era sencillo: el curso de latín era común con clásicas y el decano de clásicas era un clérigo secularizado muy exigente. Hablaba en latín. Y no es una metáfora.
Por otra parte, traducir a Catulo no gusta a todo el mundo.
Consumí tres convocatorias para aprobar latín.
Ahora ya hay un curso de latín para los que no estudian clásicas: rosa, rosae, etc.
La mayoría suspendió porque creyó que se trataba de un animal. Es totalmente cierta.
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