InfoCatólica / Fides et Ratio / Categoría: Iglesia
9.10.10
26.09.10
Juan Pablo II: La Eucaristía
Del misterio pascual nace la Iglesia. Precisamente por eso la Eucaristía, que es el sacramento por excelencia del misterio pascual, está en el centro de la vida eclesial. Se puede observar esto ya desde las primeras imágenes de la Iglesia que nos ofrecen los Hechos de los Apóstoles: « Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones » (2, 42).La « fracción del pan » evoca la Eucaristía. Después de dos mil años seguimos reproduciendo aquella imagen primigenia de la Iglesia. Y, mientras lo hacemos en la celebración eucarística, los ojos del alma se dirigen al Triduo pascual: a lo que ocurrió la tarde del Jueves Santo, durante la Última Cena y después de ella. La institución de la Eucaristía, en efecto, anticipaba sacramentalmente los acontecimientos que tendrían lugar poco más tarde, a partir de la agonía en Getsemaní. Vemos a Jesús que sale del Cenáculo, baja con los discípulos, atraviesa el arroyo Cedrón y llega al Huerto de los Olivos.
Juan Pablo II: Ecclesia de Eucharistia
24.09.10
La descomposición del catolicismo, por Louis Bouyer (y III)
Conocí a un profesor protestante de teología pastoral que decía hace ya treinta años que si la Iglesia quisiera hacerse oír por el mundo, tendría que comenzar por procurar resumir su credo en una tarjeta de visita. En realidad Gaudium et Spes, la proclama del Concilio al mundo, es el más voluminoso de sus documentos, y de una lectura tan poco amena, que uno se pregunta cuántos de los mismos que lo votaron lo leyeron desde el principio hasta el fin….m y cuántos de los que lo han leído lo han comprendido. Tres objetos formales, como dirían nuestros maestros, se dan codazos en este documento, como los frères Jacques en su inolvidable parodia de un partido de fútbol, y el último para el tiempo tratando inútilmente de colarse a la primera línea. En un principio se quería, aun hablando entre bastidores tratar de darse ánimos para afrontar aquello que no se había observado nunca sino con una visión marginal. Se quería luego, y aquí fue donde se desplegó mayor prodigalidad, dar (¿al mundo mismo o en la Iglesia?, esto no aparece muy claro) una descripción de este mundo, en la que, desgraciadamente, la buena voluntad es más conmovedora que el rigor de los hechos y sobre todo que la precisión de los criterios. Y luego se tenía también la intención de anunciarle el Evangelio. Pero, aunque esta solicitud subyacente reaparece a todo lo largo del documento, como eco de la conciencia profunda, es innegable que el documento no logró expresarse claramente. Sería exagerado decir que se tiene la sensación de que los padres no osaban ya pedir nada al mundo. Más bien dan la sensación de no haber sabido exactamente qué decirle….Estas flaquezas de un documento abigarrado, incompleto, aunque de una prolijidad desalentadora (son siempre los predicadores que no saben exactamente lo que quieren decir, los que no acaban nunca de decirlo), no le impedían tener algunas buenas bases como punto de partida para un conato de recuperación, y el mero hecho de reconocer finalmente su urgencia habría sido quizá lo mejor que se hubiera podido esperar de tal asamblea.
23.09.10
Un artículo interesante de Monseñor Gherardini
Un amable comentarista del blog, cuyo nombre prefiere guardar en el anonimato, me ha hecho llegar para su publicación, una traducción de un artículo muy interesante de Monseñor Brunero Gherardini sobre el Concilio Vaticano II (original aquí).
Monseñor Gherardini es conocido por la reciente publicación de un libro – que dará mucho que hablar -, titulado «Concilio Vaticano II: una cuestión abierta». Este canónigo de la Basílica de San Pedro y secretario de la Pontificia Academia de Teología, además de profesor de la Universidad Pontificia Lateranense y editor de la revista Divinitas, fue postulador, también, de la causa de beatificación de S.S. Pío IX.
Debo advertir que en el artículo se vierten las opiniones de su autor y como tal, le atañe a él únicamente.
Yo, por ejemplo, le veo una pega, en mi humilde opinión, y es utilizar como criterio extrínseco definitivo la fórmula expresada por San Vicente de Lerins en su Commonitorium, el “quod semper, quod ubique, quod ab omnibus”, para afirmar o no la continuidad de un tema doctrinal con la Tradición. Newman, en su Development, mostró que no siempre era posible verificar el método en ciertos artículos de fe. El verdadero criterio es el desarrollo genuino de los principios revelados, depositados en inicio histórico de la Iglesia y custodiados en la Tradición Apostólica.
Aún así, el artículo es interesante, más viniendo de una voz cualificada.
Igualmente, hago mía las recientes palabras del padre Iraburu en un comentario a un artículo anterior:
Ninguno de nosotros es nadie “para dar un juicio categórico” sobre un Concilio ecuménico, ni a los 50 años de su celebración ni a los 100. Lo que nosotros tenemos que hacer es recibir íntegramente el Concilio Vaticano II, entendiéndolo siempre, como insiste Benedicto XVI, en clave de “continuidad” con la Tradición. Así lo vengo haciendo yo en todos estos decenios, sin que me haya salido ninguna hernia mental.
Y si en algún punto no alcanzamos a ver esa continuidad, tendremos que 1) preguntar a quien pueda ayudarnos; y si no nos ayuda 2) suspender el juicio sobre el tema.
Pero ay de nosotros si hacemos “un juicio categórico” negativo sobre alguno de los documentos del Sagrado Concilio ecuménico Vaticano II. Dios nos libre.
¿Qué quiero decir con esto? Pues que el artículo lo publico para la reflexión, no para que sirva de trampolín para golpear a la Iglesia o el Papa. Los que pretendan esto que sepan que serán borrados.
Una vez dicho esto, el artículo es el siguiente:
20.09.10
La descomposición del catolicismo, por Louis Bouyer (II)
En otras épocas los cristianos católicos, aun sin lograr cristianizar de arriba abajo las instituciones sencillamente humanas en que se encuadraban, conseguían en conjunto introducir en ellas una cierta purificación, y hasta una elevación incontrovertible Sea lo que fuere lo que se piense del imperio de Constantino y de sus sucesores, era ciertamente mejor, por no decir más, que el de Nerón o de Cómodo. El caballero medieval, sin ser un modelo acabado, manifestaba virtudes que ciertamente no poseían los reitres bárbaros que le habían precedido. Y el humanista cristiano del renacimiento, pese a sus propias limitaciones, hacía enorme ventaja a sus colegas no cristianos.
¿Es pura casualidad el que en nuestros días el hecho de entrar los cristianos, y especialmente los católicos, en los marcos del mundo contemporáneo, parezca hacer más llamativos los defectos que se observaban anteriormente, si no es que todavía añaden ellos algo por su cuenta? Lo que se dice de la prensa o de la información en general ¿no es sencillamente el equivalente de lo que se puede observar en los partidos políticos o en los sindicatos cuanto entran en ellos los católicos? Ya se trate de los «ultras» en el PSU, de la Action Française y el MRP, por no hablar de otros países, del Zentrum germánico de la democracia cristiana italiana o del «revolucionarismo» católico de América del Sur, es difícil librarse de la impresión de que los partidos de signo clerical, inscríbanse a la derecha, a la izquierda o en el centro, se sumergen muy pronto en el irrealismo, el espíritu maniobrero de camarilla, el verbalismo huero o la violencia brutal que son defectos comunes a los partidos modernos y que tales partidos, a menudo, alcanzan los límites de lo grotesco y de lo odioso. Lo mismo se diga de los sindicatos: colonizados por los católicos parecen no tener ya otra alternativa que la de elegir entre el servilismo de los «amarillos» o la demagogia de los «rojos» particularmente frenéticos.