18 de Abril de 1.521, Fray Lutero se encuentra en Worms, ante el César Carlos; tiene la firme resolución de no retroceder ni un milímetro en sus posturas. Sólo la Sagrada Escritura, le podía convencer, pero claro, en la Biblia no había un solo argumento que le pudiese convencer de sus creencias.
La sala estaba muy concurrida. Además de españoles, había alemanes, representantes de otras naciones y gente del pueblo. Y el Emperador.
Tras un breve discurso que dejó impávidos a los príncipes germanos, el oficial o notario preguntó a Lutero si quería retractarse de los errores cometidos en sus libros. Fray Martín respondió:
Ya que vuestra Majestad sacratísima y vuestras señorías me piden una respuesta sencilla, la daré, sin cuernos ni dientes, en esta forma: Mientras no me convenzan con testimonios de las Escrituras o con razones evidentes – pero no creo en el Papa ni en los concilios solos, porque consta que erraron muchas veces y se contradijeron a sí mismos -, convencido como estoy por las Escrituras que yo he aducido y teniendo la conciencia prisionera de la palabra de Dios, ni puedo ni quiero retractar nada, pues no es prudente ni está en mi mano el obrar contra mi conciencia. Dios me ayude. Amén (Martín Lutero I, García Villoslada, ed BAC, 1976,pp. 567 – 568).
Otros historiadores cuentan que el discurso de Lutero fue más arrogante, soberbio, acabándolo de esta manera:
Ich kan nicht anders, hie stehe ich. Got helff mir. Amen.
Aquí estoy. Dicen los especialistas que dichas palabras no fueron dichas, pero que expresan el ánimo de Lutero. No tenía ninguna intención de reconciliarse con la Iglesia, rompiendo, definitivamente, la túnica inconsútil de Jesucristo.
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