La existencia de la moral cristiana: el planteamiento del problema. Servais Pinckaers, O.P.
La cuestión de la existencia de una moral específicamente cristiana surgió entre los teólogos después del Concilio. Antes que sostener a priori, apoyándose en la Tradición, la superioridad de la moral cristiana, los teólogos se han puesto a compararla con las demás morales y se preguntan lo que tiene de única, lo que no se encuentra en ninguna otra parte. Para precisar más, la causa directa del problema fue el tomar en consideración el fenómeno de la secularización en el mundo moderno y la formación en la Iglesia de una corriente de pensamiento que se podría llamar el cristianismo secular. Nadie ha pretendido negar que el cristianismo contenga una enseñanza moral, sino que se ha preguntado si ésta no coincide, en realidad, con la moral natural, con las prescripciones de la razón que se apoyan en los valores humanos, accesibles en principio a todos los hombres de buena voluntad.
La cuestión adquirió una particular agudeza en la discusión los problemas morales concretos que se plantean a la opinión pública en una sociedad pluralista, en la que los cristianos se esfuerzan por establecer sobre bases renovadas una colaboración positiva con los que no comparten su fe. Ante los difíciles problemas de la contracepción, del aborto, de la eutanasia, de la homosexualidad, de la violencia, etc., que reclaman una legislación aplicable a todos, ¿disponen los cristianos de luces, de normas, de criterios propios que piden tomas de posturas especiales, o deben colocarse más bien en el nivel de los otros hombres y formar sus juicios, también ellos, según criterios únicamente racionales, con la ayuda de la filosofía y de las ciencias humanas? Si esta segunda opinión fuese la buena, ¿no deberíamos llevar las cosas un poco más a fondo y reinterpretar el conjunto de la moral cristiana sobre la base de los valores humanos?
En una reflexión más teórica, otros moralistas, especialmente en los países de lengua alemana, intentaron promover la autonomía de la moral respecto de la Revelación apoyándose en la oposición de origen kantiano entre autonomía y teonomía. ¿Tienen las normas morales su fundamento en el exterior del hombre, concretamente en la voluntad de Dios, lo que convierte a la moral en teónoma, tal y como ocurre en la teología clásica, o por el contrario, lo encuentran en el interior del hombre, en su razón y en su conciencia que dictan el deber, lo que asegura la autonomía de la moral? Tras el Concilio, pareció que había llegado el momento de promover la autonomía de la moral racional en el juicio de los problemas concretos, de liberarla de la tutela teológica y eclesiástica a fin de asegurar una mejor colaboración con las otras ciencias. La reivindicación de una autonomía de este tipo llevó aparejada la crítica de las intervenciones de la jerarquía en las cuestiones morales, incluso cuando se hacían en nombre de la ley natural y de la razón.
Como se ve, la cuestión de la moral cristiana es el centro de un amplio debate, que afecta a la moral en su conjunto, tanto en el plano de los principios como en el plano práctico. Conviene añadir que los moralistas que reducen la moral cristiana a una moral humana y racional no niegan que la Revelación, la fe en Cristo y la caridad puedan aportar una inspiración específica; pero, según ellos, esto no modifica las normas de actuación y, por consiguiente, no interviene directamente en el plano moral.
Los antecedentes de la cuestión
Si es cierto que el cambio de perspectiva llevado a cabo por el Concilio fue el desencadenante de la crisis de la moral cristiana, es necesario, sin embargo, convenir que sus bases habían sido puestas tiempo atrás. Desde finales del siglo XVI, Francisco Suárez (que representa «la parte más grande de los modernos», según Bossuet), enseñaba, apoyándose en un texto de santo Tomás interpretado a su modo, que Cristo, en la nueva Ley, no había añadido ningún precepto natural positivo a la Ley antigua, el Decálogo y la ley natural, y que incluso se podrían reducir a una obligación natural los preceptos relativos a la fe en Cristo, a la Eucaristía, etc.
Entendiéndose la moral, en la época de Suárez, como un conjunto de preceptos obligatorios, se desprende de esta posición que la moral cristiana coincide con la moral natural y no tiene nada de específico. El pensamiento de Suárez viene a parar totalmente en la moral natural en un tratado en el que el pensamiento de santo Tomás se fija, por el contrario, en marcar las diferencias y en precisar la especificidad de la nueva Ley, pero en el nivel de las virtudes y de los actos interiores antes que en el de los preceptos. Suárez logra incluso encontrar un camino para reducir al plano natural el precepto de la confesión de la fe, citado por santo Tomás como especial. La posición de Suárez se vuelve a encontrar en los manuales hasta nuestros días.
Este modo de pensar se acomoda a la corriente humanista que predominó en la moral católica postridentina. Su insistencia en la ley natural tuvo ciertamente la ventaja de manifestar el carácter racional y el alcance universal de la moral católica; pero su desatención de las fuentes y de las bases propiamente cristianas preparó el debate actual, la reducción de la moral cristiana a una moral simplemente racional.
No obstante, existe una diferencia que hace en nuestros días el problema más agudo. Los moralistas clásicos podían admitir mucha diversidad en las opiniones morales, como la muestra la larga disputa del probabilismo; pero aceptaban la existencia de una ley natural como base firme de la moral y respetaban la autoridad decisiva de la Iglesia. La corriente actual va más lejos. En su reivindicación de la autonomía de la moral, se muestra en desacuerdo con la legitimidad de las intervenciones de la Iglesia en el plano de la moral natural. Por otra parte, la razón que esta corriente tiende a utilizar es la de las filosofías modernas y la de las ciencias humanas que, en su mayor parte, desconocen la existencia de una ley natural en el hombre y favorecen el relativismo por el movimiento continuo de ideas y de teorías. Así al abandonar la autoridad eclesial y la ley natural, se corre el riesgo de ver que la incertidumbre y la relatividad conquisten toda la moral desde los casos concretos hasta los principios. Sería entonces bastante vano pedir socorro a inspiración cristiana alguna.
Las fuentes de la moral cristiana, Servais (TH.) Pinckaers, O.P., Ed. Eunsa, pp. 137- 140
11 comentarios
Una de las verdades que nos confirma continuamente la ciencia, es que nada está exento de leyes.
Leyes de la cuántica, de la astronomía, de la biologia, de las matemáticas, etc..
Por tanto, es lógico pensar que nuestra voluntad también esté regida por ciertas leyes a las que llamamos moral o leyes morales.
Pero podríamos antes preguntarnos ¿qué es la voluntad humana?, ¿es una sola potencia o son muchas?, ¿es algo más que los apetitos o estímulos hacia las cosas
que residen en el cuerpo humano o es algo más?, ¿es la voluntad algo meramente corpóreo, reductible a lo puramente fisiológico cómo lo es el conocimiento sensible o algo más?, etc., etc.
Son muchos los problemas que podemos plantearnos acerca de lo que es y cómo es nuestra voluntad y cómo funciona y las leyes que la rigen.
Es un tema apasionante.
Si todo puede explicarse de modo tan racional, ¿de veras es indispensable creer para acceder a la moral cristiana? Pero si, en cambio, hay cosas que no son racionalmente explicables en moral, ¿por qué deberían considerarse vinculantes para los que no creen?
La solución la veo yo desde la distinción entre objeto material y formal que hace Santo Tomás. La moral cristiana no es "materialmente" distinta pero su objeto formal hace accesibles conclusiones que, desde un punto meramente racional, sólo podrían alcanzar unos pocos, con mucho esfuerzo y con mezcla de muchos errores--por utilizar la expresión del mismo Tomás en STh 1,1,1.
Pero como dice Sto. Tomás (STh 1-2,q.94,a.6,r):"Pertenecen a la ley natural, primariamente, ciertos principios comunísimos, que son de todos conocidos; en segundo lugar, otros preceptos secundarios, más particulares, que son a modo de conclusiones próximas a los principios."
"En lo que toca a esos principios generales, la ley natural no puede ser borrada de los corazones de los hombres en general; pero se borra en las obras particulares, por cuanto la razón es impedida de aplicar los principios comunes a las obras particulares por la concupiscencia o por otra pasión."
"Pero, si miramos a los preceptos secundarios de la ley natural, éstos sí pueden borrarse del corazón humano, sea por las malas persuasiones, como en las materias especulativas se dan errores sobre conclusiones necesarias; sea por las costumbres perversas y los hábitos corrompidos, como en algunos pueblos no se reputaban pecados los robos y aun los vicios contra naturaleza, según dice el Apóstol en Rom. 1,24 sqq."
Estas conclusiones, dejada la razón humana a sus meras fuerzas ordinarias, sólo podrían ser alcanzadas, como dicen fray Sto. Tomás y fray Nelson,
por unos pocos hombres, con mucho esfuerzo y mezcladas con muchos errores.
Pero ley moral, además de por las fuerzas ordinarias de nuestra razón, puede ser conocida por la razón humana auxiliada, purificada e iluminada por la luz de la Revelación divina, por la cual participamos en alguna medida del mismo conocimiento que Dios y los bienaventurados tienen acerca de la ley moral natural y de muchas otras cosas, con lo cual evitamos esos inconvenientes derivados a la razòn humana por causa del pecado original, el cual no sólo debilitó nuestra voluntad para obrar la ley moral sino también oscureció nuestra mente para conocerla.
Aprovecho para enviar un cordial saludo en Cristo a fray Nelson, del cual no me pierdo su "gracia del día" y su "Suma Conversación."
Muchas gracias por su predicación ciberespacial. A mí y a muchos nos hace gran bien.
Con permiso de Isaac, me permito ofrecer un link para los videos de formación que vengo ofreciendo hace meses, y en algún caso, años: http://fraynelson.com/videos.html
El Antiguo Testamento es tan Revelación divina como lo es el Nuevo, según el Magisterio, y por tanto merece bajo ese aspecto la misma reverencia, por ser
Palabra de Dios inspirada por el Espíritu Santo a los
hagiografos.
Ciertamente que el Antiguo Testamento presenta grandes dificultades de exégesis teológica y de armonización con el Nuevo, pero responde igualmente al plan de salvación dispuesto por la divina providencia a favor del hombre.
En el Antiguo Testamento Dios permite, e incluso a veces manda, a su pueblo comportamientos que, efectivamente, chocan con la Ley dada por Cristo en el Nuevo. Esto es, principalmente, lo que a muchos les escandaliza y les hace despreciar el Antiguo Testamento, considerándolo como algo indigno de Dios y de su pueblo.
Pero hay que tener en cuenta que no se puede poner vino nuevo en odres viejos, como dijo Cristo, y por eso la Ley Nueva no se podía promulgar y exigir a los odres u hombres viejos, pues éstos serían totalmente incapaces de retenerla, con lo cual se perderían el vino y los odres.
Solamente Cristo, con su cruenta redención, nos hace odres u hombres nuevos capaces, por el sacramento del Bautismo y los demás, de renacer a la Gracia y al Espíritu Santo, y así poder cumplir la Ley Nueva, que era imposible de cumplir para el hombre viejo del Antiguo Testamento, ya que entonces la humanidad, lastrada por el pecado original, cuya deuda no había sido pagada todavía por Cristo, no era justo que recibiese de modo general la Gracia y el Espíritu Santo, sin los cuales el hombre es incapaz por sí mismo y por sus solas fuerzas intelectuales y morales no ya de cumplir sino tan siquiera conocer los mandamientos de la Nueva Ley y menos aún los de la Novísima.
De la misma manera que la lógica será entendida de muy diferente forma, según se entienda lo que es el pensamiento humano y la verdad, así la moral será diversamente entendida y valorada según se entienda lo que es la voluntad humana y el bien.
Las cuestiones de fondo sobre la voluntad y el bien son determinantes en la cuestión moral.
Y estas cuestiones de fondo sobre la voluntad y el bien dependen de la filosofía que se adopte.
Una filosofía, como la actual, en la que predomina la total indiferencia, cuando no la absoluta negación, de Dios y los entes espirituales, entenderá la voluntad y el bien como algo puramente antropocéntrico y materialista, procedente en última instancia por evolución de unos primeros elementos materiales surgidos al azar, y sometidos a la variabilidad constante de esa misma evolución de la que proceden y al azar incontrolable que la origina y preside.
De esta actitud filosófica predominante hoy en día, se sigue el subjetivismo, relativismo y el laicismo moral.
Ya vemos a que funestas consecuencias a escala mundial nos esta conduciendo tal posición filosófica sobre la moral.
Una moral laicista, relativista y subjetivista, acaba siendo la ley que les conviene a los intereses de los más poderosos, dictada por los pólíticos de turno como dóciles siervos de la plutocracia. En definitiva la ley del más fuerte sobre el débil.
Sólo Dios, Ser sumamente inteligente y bueno, puede ser el fundamento último de la moral y defender al huérfano y a la viuda, al pobre y al que se muere de hambre, del explotador y prepotente, haciendo que la moral sirva a la consecución del verdadero bien del hombre, que es más divino que humano, especialmente de los más débiles e indefensos, y no un mero conjunto de atosigantes y arrogantes reglas de conducta, dictadas por los poderes políticos de turno,
al amparo de una democracia meramente formal y superficial, y al servicio de los intereses particulares, muchas veces inconfesables, de los magnates y plutócratas y de los señores de la guerra y el dinero.
Claro, puedes decir "esto es lo que siempre hemos creído" o "parece que no matar es bueno", pero cuando empezamos a estirar las situaciones y las definiciones, cualquier referencia a la moral natural falla miserablemente.
Incluso Kant, con su famoso imperativo categórico, parece estar construyendo su edificio de arriba hacia abajo, es decir, verifica qué normas morales son generalmente aceptadas, especula acerca de su fundamento y luego lo convierte en absoluto. La lógica indica, en cambio, que debería ser al revés: partes por un absoluto y ves dónde te lleva la lógica.
Como dichos seres naturales deben su existencia en última instancia a Dios, sus movimientos naturales se rigen por leyes queridas y puestas en ellos por Dios, y por tanto se les puede llamar leyes divinas naturales, pues expresan directamente cómo ha querido Dios que operen, se muevan o actúen tales seres naturales.
Todas las leyes que regulan los movimientos de los seres naturales son, pues, leyes naturales que manifiestan inequívocamente la voluntad de Dios, pues nadie sino Dios, único Creador de la naturaleza, ha podido ponerlas en tales seres naturales.
Pero entre los entes naturales causados por Dios, se encuentra tambien el mismo hombre, y por tanto las leyes que regulan los movimientos, acciones y operaciones del hombre, en cuanto a la naturaleza tal y como la ha recibido de Dios, son leyes naturales divinas que manifiestan claramente la voluntad de Dios respecto a cómo quiere que actúe o se mueva el hombre.
Como la voluntad de Dios es la norma moral suprema, y tales leyes naturales sabemos que la manifiestan, debemos respetar y obrar conforme y nunca en contra de tales leyes naturales, pues son la voluntad misma de Dios manifestada en la naturaleza de los entes por El mismo creados.
Ahora bien, el hombre muchas veces obra en contra de dichas leyes naturales (interrumpiendo las leyes de la generación humana, privando de la vida a otros o incluso a sí mismo, obrando sexualmente contra naturaleza, etc., etc.), y en estos casos es claro que obra en contra de la voluntad de Dios, aunque Dios lo permita por sus secretos e inescrutables juicios.
Entre los seres naturales no sólo están los seres materiales o físicos, sino también los inmateriales y espirituales como el alma humana.
El alma humana es por tanto un ser natural y las leyes por las que se rigen los movimientos u operaciones de sus facultades (entendimiento y voluntad) son también leyes naturales divinas queridas positivamente por Dios.
Tanto nuestro entendimiento como nuestra voluntad se mueven, no de cualquier manera o como al acaso o azar, sino sujetas a ciertas leyes dadas por Dios al crear su naturaleza.
Las leyes naturales que regulan los movimientos de nuestra mente o pensamiento son la leyes que llamamos lógicas, mientras que a las que regulan los movimientos de nuestra voluntad las llamamos morales o éticas.
Por tanto, en el amplio campo de la ley natural, que comprende a todas las naturalezas creadas por Dios, debemos distinguir el ámbito de los meros seres físicos o materiales y el ámbito de los seres inmateriales, espirituales o metafísicos, como lo es el alma humana y sus potencias inteligencia y voluntad.
Como el hombre es un ser compuesto de materia y espíritu, las leyes naturales que regulan su ser material deben estar sometidas o subordinadas a las leyes naturales que regulan su ser espiritual, pues lo más noble y excelente debe regir a lo que lo es menos, y por tanto los movimientos de las potencias apetitivas materiales o sensibles deben someterse a las leyes que regulan el movimiento de su potencia apetitiva espiritual o voluntad.
Pero también en esta subordinación el hombre falla muchas veces, y mueve sus apetitos sensibles corporales al margen del imperio del apetito superior espiritual o voluntad.
Por tanto, las leyes naturales provienen del absoluto, es decir de la voluntad divina, pero se reciben en la naturaleza contingente creada y querida por El: seres naturales y relativos regidos por normas originadas en el absoluto y necesario que es Dios.
De ahí que muchas veces las leyes naturales fallen o no se cumplan, pero ello no es defecto de la ley natural de Dios, sino fallo en la ejecución por parte de la criatura falible.
Y especialmente fallo por parte de la criatura humana, que no subordina o regula sus potencias apetitivas inferiores, materiales y corpóreas, a la potencia apetitiva superior y espiritual que llamamos voluntad, la cual subordinación es, asimismo, una de las leyes naturales queridas también por Dios en la misma naturaleza humana.
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Entonces, eso mismo que acabas de decir es también una verdad relativa, y por tanto no se puede afirmar con absoluta certeza.
Por tanto, incluso desde es relativismo, tenemos que aceptar al menos la posibilidad de que exista la Ley natural y una moral absoluta
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