Las tres moradas del contemplativo
La celda ínfima: el corazón.
Para comprender mejor esto, debemos distinguir tres moradas en el hombre. Hay que mantenerlas y adornarlas con triple unidad, si queremos preparar en ellas vivienda para Dios. La mansión ínfima está en el corazón, que es origen, principio y raíz de toda vida sensitiva del hombre. Todos los sentidos externos e internos (mediante los cuales el alma se une al cuerpo para darle vida y sensibilidad) se reúnen y estrechan en el corazón como en su origen. En este punto debe haber descanso, paz y unidad de las potencias sensitivas. Esto será posible tan sólo mediante la adquisición de las virtudes morales; con ellas el hombre aprende a morir a todas las pasiones naturales, aficiones y deseos desordenados. Los filósofos paganos hacían muchos esfuerzos para alcanzar constante estabilidad, sosiego, unidad, paz y libertad del corazón. Con ello querían conseguir la verdad sabiduría.
Nosotros, por consiguiente, necesitamos poner asimismo empeño en adquirir las virtudes morales propias de la vida activa, para vivir con tranquilidad y paz en la mansión del corazón. Se impone, pues, la mortificación de las potencias sensitivas, si queremos preparar tálamo conveniente donde descanse el Señor.
La mente, morada intermedia.
Sirve de morada intermedia la mente del hombre, que es el origen natural de las potencias intelectuales. Allí nacen la memoria, entendimiento y voluntad con las cuales se perfeccionan todas las potencias espirituales, según se declara más adelante.
Alma y espíritu
Por razón de estas facultades podemos llamar espíritu al alma, porque están separadas, no mezcladas, y libres de todo órgano corporal. Mediante ellas el hombre recobra la semejanza de su origen, que es Dios. Le recuerda, le reconoce y le ama, de tal manera que estas potencias permanecen totalmente suspensas en él y se identifican con su santo Espíritu (1 Co 6,17; Jn 4,24). Por lo cual las potencias superiores del alma, a semejanza de Dios, se llama espíritu, porque propiamente están ordenadas a morir directamente con él y disfrutar de su gloria por toda la eternidad. Conviene pues, que nosotros preparemos esta mansión con la vida contemplativa, para poseerla en unidad de espíritu. Se consigue por la plena adquisición de la gracia de Dios y de los dones del Espíritu santo, que perfeccionan, ennoblecen y elevan las virtudes morales adquiridas en la vida activa. De ahí se sigue que los dones del Espíritu santo son el ornato de la vida contemplativa, como luego se dirá mejor.
La esencia del alma, mansión suprema.
La mansión suprema es la esencia del alma. ¿Cómo debemos poseerla en unidad? Esto sobrepasa toda capacidad del entendimiento humano; porque pertenece al tercer estado del hombre, es decir: a la vida contemplativa supersencial.
Beato Enrique Herp. Directorio de contemplativos, cap. 20. Ed. Sígueme.
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