La descomposición del catolicismo (I), por Louis Bouyer
Había, pues, llegado, y de sobras la hora de recordar, primeramente, que la jerarquía es un ministerio, es decir, un servicio, puesto que representa entre nosotros a aquel que, siendo el Señor y el Maestro, al encarnarse no quiso adoptar sino el puesto y la función de servidor. Como lo ha mostrado muy bien el padre Congar, no bastaba siquiera con decir que las funciones sagradas debían ejercerse con espíritu de servicio (esto se había dicho siempre, por lo menos con la lengua), sino que había que volver a descubrir que son realmente un servicio. Si no era suficiente para ello la lectura del Evangelio, de las cartas de san Pablo y de san Pedro, no había más que leer la carta de san Gregorio Magno al patriarca de Constantinopla.
Y así como en la Iglesia los cabezas mismos, comenzando por los más elevados, no podrían apuntar más alto que a ser «servidores de los servidores de Dios», importaba reconocer que la Iglesia entera en el mundo está llamada a servir a la humanidad y no a dominarla (aunque fuera «para su bien» supuesto)
Todo esto estaba muy bien. Pero, desgraciadamente, aquí es donde caemos del Evangelio a la mitología; parece que los católicos modernos cuando dicen «servidor» son incapaces de pensar en otra cosa que en criado. Hay que preguntarse si su mismo triunfalismo de ayer era algo más que una mentalidad propia del lacayo, que se pavonea envuelto en sus galoneados harapos, tratando así de olvidar que viste precisamente el hábito suntuoso de su alienación. La mentalidad no parece haber cambiado, sólo que sus formas exteriores se han adaptado a la moda.
Decir, pues, que los ministros de la Iglesia, comenzando por sus cabezas son servidores, ha venido a significar que no tenían que asumir sus responsabilidades de guías y de doctores, sino seguir al rebaño en lugar de precederle. Al coronel de la guardia nacional, que asistía a la desbandada de sus tropas a la sazón de la revolución de 1848, se le atribuye este dicho lleno de sabor: «Puesto que soy su jefe, tengo que seguirlos» ¿No tenemos a veces (quizá fuera mejor decir: a menudo) la sensación de que los obispos de hoy, y tras ellos todos nuestros doctores de la ley, podrían tomar este dicho por su divisa? Los sacerdotes y los fieles pueden decir lo que quieran, hacer lo que quieran, pedir lo que quieran: Vox populi, vox Dei! Se bendice todo con perfecta indiferencia, pero preferentemente todo lo que antes del Concilio se habría estigmatizado. «¿Qué es la verdad?», preguntaba Pilato. Los responsables parecen no tener otro reflejo de respuesta que éste: «Todo lo que queráis, amigos míos». El reino de Dios pertenece a los violentos que lo arrebatan: se diría que esta palabra se entiende hoy en el sentido demasiado fáicl de que el renio de Dios es senciallemnte una merienda de negros. A Newman se le dejó en la sombra durante veinte años porque había tenido la desgracia de recordar esta verdad histórica: al concilio de Nicea había seguido una especie de suspensión de la autoridad durante toda una generación. Al Vaticano II le habría seguido una dimisión casi general de la Iglesia docente. ¿Por cuánto tiempo? ¿Quién podría decirlo?
El difunto padre Laberthonnière observaba con aquella capacidad de simplificación que era a la vez el fuerte y el flaco de su pensamiento: «Constantino hizo de la Iglesia un imperio, santo Tomás hizo de ella un sistema y san Ignacio una policía» En alguna manera se le podría excusar si hoy dijera que el Concilio ha hecho de ella una abadía de Thélème (nota: mandada a construir por Gargantua, en ella cada cual vivía a su capricho)
Pero esto no es todavía lo pero. Lo peor es la tergiversación de la idea de la Iglesia como entidad al servicio del mundo. Hoy se traducirá así: La Iglesia no tiene ya que convertir al mundo, sino antes convertirse a él. No tiene ya nada que enseñarle, sino que ponerse a su escucha: Pero, ¿y el Evangelio de la salvación?, se dirá. ¿No es la Iglesia entera responsable de él para el mundo? ¿No es lo esencial de su misión presentar este Evangelio al mundo? ¡Quién piensa en eso! ¡Todo lo hemos cambiado nosotros! Como dice un volumen típicamente posconciliar, «la salvación sin el Evangelio» ha venido a ser nuestro Evangelio. Aunque, puesto que nos hallamos aquí como en una partida de póquer , en la que el bluff de los unos no hace sino excitar el de los otros, la fórmula está ya superada. Como me decía estos días uno de nuestros nuevos teólogos, la idea misma de salvación es un insulto al mundo en tanto que creación de Dios: el hombre de hoy no puede aceptarla. No se hable más de ello. Pero, ¿podrá esto bastar? ¿El hombre de hoy no considerará como un insulto todavía más intolerable la suposición o la insinuación de que es criatura de Dios? Dios ha muerto, ¿no lo sabéis?, ¿no leéis acaso las publicacinoes católicas que están al día? Si Dios ha muerto, con mayor razón no se le podrá calificar de creador….
Con otras palabras: servir al mundo no significa ya más que halagarlo, adularlo, como se adulaba ayer al cura en su parroquia, como se adulaba al obispo en su diócesis, como se hiperduliaba al papa en la cátedra de san Pedro ¿No es esto natural si servir a la Iglesia misma no consiste ante todo en servirle la verdad evangélica, si el repentino apetito de paternidad de nuestros sumos sacerdotes y de nuestros sacerdotes de segundo o de vigésimo quinto rango se avergüenza tanto de su paternalismo inveterado, que ya no quieren, a decir verda, ser padres.
La descomposición del catolicismo, Louis Bouyer, ed. Herder, pp. 19 - 21
16 comentarios
"En lo respectivo al lo que se llama "Catolicismo", una palabra que solo apareció en el siglo XVII, si es lo que se entiende por el sistema artificial fraguado por la Contra-reforma y endurecido por los golpes represivos contra el Modernismo, entonces es muy bueno que este sistema MUERA".
"Hay muy altas posibilidades de que ya esté muerto, aunque todavía no nos demos cuenta".
(A Decomposição do Catolicismo, Lisbon: Sampedro Editora, 1969, pp. 215-16).
La cuestión es que salga fortalecida la Iglesia Católica, la Iglesia vivificada por el Espíritu en la historia.
Pero esto entiendo que sea algo difícil de entender tanto para los buenistas como para los cismáticos materiales (eh, piopio...).
Si tuviera tiempo, pegaría una selección de textos de los Santos Padres sobre la Eucaristía, sin mencionar autor y obra, y tengo la certeza de que algunos no dudarían en tildarlos de "modernistas" con asombrosa ligereza.
Vamos, señores, que ser tradicionalista es cosa seria, hay que leer, estudiar, pensar, consultar a los que saben y no repartir condenas a diestra y siniestra.
Saludos.
La doctrina catastrofista católica no me interesa, el párrafo que cita ya ha salido en otras ocasiones y otros blogs, y reitero que no construyen ni construirán las erudiciones catastrofistas y disiento de esos análisis.
Vd. pone un párrafo, a él me remito, el título es toda una declaración de intenciones.
Por cierto la beatificación de M. Purísima un rotundo exitazo malgré vous
El libro del padre Bouyer se llama así, La descomposición del catolicismo. Si no le gusta por el título no lo lea. A mí me parece un libro interesante.
Por otra parte, el título es el que es, igual que la situación actual. Que usted prefiera verlo de otra forma, me parece estupendo. O no. O sea.
No sé francés, luego desconozco qué me quiere decir. Ahora bien a tenor del contexto parece que su comentario pretende tocarme las narices, cosa que no entiendo.
Parece que a usted algo le parece un éxito porque va mucha gente. Eso está bien para el mundo, pero la fe no se mide así. El éxito de una beatificación no está en el número de asistentes. ¿O es que si hubieran ido 1.000 entonces la cosa habría sido un fracaso? El éxito es que la Iglesia ha declarado que Madre María de la Purísima es Beata y que, en Sevilla, se le puede dar culto.
Y por último, el tema del número no es un buen argumento, porque alguien de aquellos que pretenden reducir a su mínima expresión a la Iglesia Católica le podría espetar que el Betis mete, cada dos domingos, más gente en su campo que los asistentes a la beatificación.
Respecto de tocar las narices, suspicacias sin fundamento.
Tengo referencias directas de un asistente, y celebrante, a la beatificación, de la que Vd. pone en duda la decisión de la Iglesia, ¿cuáles tiene Vd?, malgré vous = a pesar de Vd.
A lo mejor yo no me he explicado en el artículo en cuestión. O a lo mejor usted no se ha enterado.Yo he visto la celebración por la televisión. Y no, no pongo en duda la decisión de la Iglesia, pero como decía Chesterton, la Iglesia nos pide al entrar que nos quitemos el sombrero, no la cabeza.
Lea algo de la vida de Bouyer y de sus renuncias, y denuncias como perito, para no opinar con ligereza.
Por otra parte dice usted: "Si participò como perito en el CV2, ya sabremos que no era tradicional definitivamente". Lógicamente, es un razonamiento que no concluye. Y además, como contraejemplo, sepa que también Santiago Ramírez, op fue perito conciliar, y decir por eso que no fue tradicional, bueno, es realmente un disparate. Ya quisiera yo saber si ciertos sectores "tradicionalistas de catequesis" son capaces de elaborar algún tratado teológico de la ortodoxia y rigor de alguna de las obras de Santiago Ramírez Dulanto.
Saludos.
¿Y cómo sé que no me gusta si no lo leo?.
En fin no le molesto más.
En fin.
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