Inspiración «para nuestra salvación»
Traducción del texto Inspiration «for the sake of our salvation», del blog Athanasius Contra Mundum.
Dei Verbum 11. Pocos documentos conciliares me dan más dolores de cabeza que este pasaje de la Constitución sobre la Revelación Divina. El pasaje sentencia que los libros de la Escritura «enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación»
Como sabemos, este pasaje es erróneamente aplicado universalmente por los eruditos modernos de la Sagrada Escritura en el sentido de que sólo las cosas pertinentes para la salvación pueden ser consideradas verdaderamente inspiradas. No es ésta la interpretación hecha por un exégeta liberal o modernista; por el contrario, exégetas ortodoxos leen el documento de la misma forma. Cuando yo estuve en Ave María, nuestro profesor de Sagrada Escritura (que resultó ser el Decano Académico y todavía está empleado por la AMU) nos había leído la Dei verbum y nos contó que sólo esas partes de las Escrituras que pertenecen a la fe y a la moral podía ser considerada inspirada, y por tanto, infalible. Cuando objeté y dije que él estaba malinterpretando la Dei Verbum 11, él me miró, inexpresivo, y dijo que él «no tenía conocimiento de otra interpretación».
La lectura de cualquiera de los documentos magisteriales pre – Vaticano II que tratase sobre el estudio de la Escritura podría haber puesto el pasaje en su contexto; aparentemente este profesor nunca los había leído. Cuando nosotros leemos otros documentos, pespecialmente Providentissimus Deus de León XIII, vemos que la manera correcta de interpretar el pasaje de la Dei Verbum, « para nuestra salvación», es que la Biblia es inmune al error en todo lo que dice, y todo lo que dice, Dios lo quiere allí en aras de nuestra salvación.
La interpretación moderna tiende a favorecer un alcance más limitado de la infalibilidad: que la Biblia es inmune al error en la medida en que enseña sobre la salvación, pero puede equivocarse cuando trata otros temas. Por cierto, para no pensar que esta interpretación más restrictiva de la inspiración no está tan extendida como lo estoy haciendo parecer, sólo tenemos que mirar el Sínodo de 2008 sobre la Palabra de Dios y su documento de trabajo, «La Palabra de Dios en la Vida y Misión de la Iglesia». En este documento
aún cuando la Sagrada Escritura sea inspirada en todas sus partes, la inerrancia se refiere sólo a «la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra» (DV 11) (15,c)
Si Dei Verbum 11 es problemático, este pasaje es completamente inútil. Habilitando afirmaciones tales como «sea» y «sólo», nos preguntamos si hay alguna manera de saber lo que está inspirado y lo que no. Es evidente que el Sínodo se inclinaba más hacia la interpretación liberal de la Dei Verbum (afortunadamente este documento nunca se convirtió en una encíclica). Esto debe servir como un serio recordatorio de cómo está de extendida esta limitada consideración de la inspiración en la Iglesia.
Aunque ya me he ocupado en otros lugares de la correcta comprensión del pasaje de «para nuestra salvación», queda por explicar lo que los Padres Conciliares estaban pensando exactamente cuando eligieron esta frase, «para nuestra salvación». Para tener una idea de esto, podemos recurrir a las memorias del Cardenal Agustín Bea, principal autor de la Dei Verbum. En cuanto a la redacción del documento, dice:
Un esquema anterior (el tercero en la sucesión) decía que los libros sagrados enseñan la «verdad sin error». El siguiente esquema, el cuarto, inspirado por las palabras de San Agustín, agregó el adjetivo «salívífica», por lo que el texto afirmaba que las Escrituras enseñan «firmemente, con fidelidad, en su totalidad y sin error la verdad salvífica». En la votación que siguió, ciento ochenta y cuatro padres conciliares pidieron que el adjetivo «salvífico» fuese eliminado, porque temían que podría dar lugar a malentendidos, como si la inerrancia de la Escritura se refiriese sólo a cuestiones de fe y moral, mientras que pudiese haber error en el tratamiento de otras materias. El Santo Padre, que en cierta medida compartía esta angustia, decidió solicitar a la Comisión considerar si no sería mejor omitir el adjetivo, ya que poddría dar lugar a algún malentendido. (El cardenal Augustin Bea, La Palabra de Dios y el Hombre (Chicago, Franciscan Herald Press, 1967), 188.
Entonces Bea procedió a plantear la cuestión:«¿La inerrancia afirmada en este documento cubre también el relato de los eventos históricos?», a lo que responde:
Por mi parte, pienso que esta pregunta debe ser respondida afirmativamente, es decir, que estos acontecimientos «de fondo» también son descritos sin error. De hecho, declaramos en general, que no hay límite a esta inerrancia, y que se aplica a todo lo que el escritor inspirado, y por tanto todo lo que el Espíritu Santo por medio de él, afirma …. Este pensamiento, que re-encontramos de varias maneras en los documentos recientes del Magisterio de la Iglesia, está aquí claramente entendido en un sentido que excluye la posibilidad de que las Escrituras contengan cualquier afirmación contraria a la realidad de los hechos. En particular, estos documentos del Magisterio nos obligan a reconocer que la Escritura da una relación fidedigna de los acontecimientos, naturalmente no en el sentido de que siempre ofrece una relación completa y estudiada científicamente, sino en el sentido de que lo que se afirma en la Escritura - incluso si no ofrece una imagen completa - nunca contradice a la realidad de los hechos. Por tanto, si el Consejo hubiese querido introducir aquí un nuevo concepto, diferente de lo presentado en estos documentos recientes del Magisterio supremo, los cuales reflejan las creencias de los primeros padres, habría tenido que indicarlo de manera clara y explícita. Vamos a preguntar ahora si puede haber algún indicio que sugiera una interpretación restringida de la inerrancia. La respuesta es indudablemente negativa. No hay la menor señal de tal indicación. Por el contrario, todo apunta en contra de una interpretación restrictiva. (189-190)
Partiendo del comentario del Cardenal Bea, podemos ver que el uso del adjetivo «salvífica» se consideró demasiado ambiguo; desgraciadamente, la frase final, «para nuestra salvación» (nostrae salutis causa) demostró ser igualmente problemática. Vemos que el uso de este concepto de «verdad salvífica» estuvo en disputa desde el principio.
Esta idea, no obstante, si bien abierta a la malinterpretación, no es ciertamente poco ortodoxa. Supongo que los Padres Conciliares probablemente tenían en mente la doctrina de Santo Tomás de Aquino, que dice en el primer artículo de la Suma:
Para la salvación humana fue necesario que, además de las materias filosóficas, cuyo campo analiza la razón humana, hubiera alguna ciencia cuyo criterio fuera lo divino. Y esto es así porque Dios, como fin al que se dirige el hombre, excede la comprensión a la que puede llegar sólo la razón. Dice Is 64,4: «¡Dios! Nadie ha visto lo que tienes preparado para los que te aman. Sólo Tú.» El fin tiene que ser conocido por el hombre para que hacia Él pueda dirigir su pensar y su obrar. Por eso fue necesario que el hombre, para su salvación, conociera por revelación divina lo que no podía alcanzar por su exclusiva razón humana. Más aún, lo que de Dios puede comprender la sola razón humana, también precisa la revelación divina, ya que, con la sola razón humana, la verdad de Dios sería conocida por pocos, después de muchos análisis y con resultados plagados de errores. Y, sin embargo, del exacto conocimiento de la verdad de Dios depende la total salvación del hombre, pues en Dios está la salvación. (STh, IQ 1 A. 1)
Esto es lo que la Dei Verbum estaba comunicando - no es lo específico del contenido de la Escritura al que se está refiriendo cuando dice «para nuestra salvación», sino el hecho de la Revelación Divina: porque Dios ha querido salvarnos, Él graciosamente y condescendientemente optó por impartirnos tantas verdades que no podríamos haberlas conocido sin Su revelación. Por supuesto, el contenido de la Revelación Divina es salvífica también, pero el contexto del pasaje no se refiere al contenido de la Revelación, sino a la Revelación como un modo de transmisión.
El Papa Pío XII se hace eco del Aquinate en los primeros párrafos de la Humani Generis:
Porque, aun cuando la razón humana, hablando absolutamente, procede con sus fuerzas y su luz natural al conocimiento verdadero y cierto de un Dios único y personal, que con su providencia sostiene y gobierna el mundo y, asimismo, al conocimiento de la ley natural, impresa por el Creador en nuestras almas; sin embargo, no son pocos los obstáculos que impiden a nuestra razón cumplir eficaz y fructuosamente este su poder natural. Porque las verdades tocantes a Dios y a las relaciones entre los hombres y Dios se hallan por completo fuera del orden de los seres sensibles; y, cuando se introducen en la práctica de la vida y la determinan, exigen sacrificio y abnegación propia.
Ahora bien: para adquirir tales verdades, el entendimiento humano encuentra dificultades, ya a causa de los sentidos o imaginación, ya por las malas concupiscencias derivadas del pecado original. Y así sucede que, en estas cosas, los hombres fácilmente se persuadan ser falso o dudoso lo que no quieren que sea verdadero. Por todo ello, ha de defenderse que la revelación divina es moralmente necesaria, para que, aun en el estado actual del género humano, con facilidad, con firme certeza y sin ningún error, todos puedan conocer las verdades religiosas y morales que de por sí no se hallan fuera del alcance de la razón (Humani Generis, 1-2).
Una vez más, lo que es necesario para nuestra salvación es el hecho de la Revelación Divina - porque el hombre es incapaz de llegar a la plenitud de la verdad con certeza, sin ayuda, por su propia razón, Dios ha hecho una revelación de sí mismo a la humanidad, en las Escrituras, pero en última instancia, en la Persona de Cristo; la entrega de esta revelación fue hecha «para nuestra salvación».
Las memorias del Cardenal Bea, la enseñanza de Tomás de Aquino y las palabras del Papa Pío XII, junto con las enseñanzas de otros papas sobre la cuestión de la inspiración, nos debería dejar sin dudas acerca de la verdadera interpretación de la Dei Verbum 11. Así pues, podemos afirmar sin titubeos con el Papa León XIII que:
lo que de ninguna manera puede hacerse es limitar la inspiración a solas algunas partes de las Escrituras o conceder que el autor sagrado haya cometido error (…). En efecto, los libros que la Iglesia ha recibido como sagrados y canónicos, todos e íntegramente, en todas sus partes, han sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo; y está tan lejos de la divina inspiración el admitir error, que ella por sí misma no solamente lo excluye en absoluto, sino que lo excluye y rechaza con la misma necesidad con que es necesario que Dios, Verdad suma, no sea autor de ningún error. Tal es la antigua y constante creencia de la Iglesia (…) Síguese que quienes piensen que en los lugares auténticos de los libros sagrados puede haber algo de falso, o destruyen el concepto católico de inspiración divina, o hacen al mismo Dios autor del error. (Providentissimus Deus, 45 -47)
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Podemos comprender fácilmente la esencia de ese criterio mediante un ejemplo: en el primer relato de la creación (Génesis 1) Dios crea la vegetación en la Tierra antes que al Sol y la Luna. El citado criterio de la Dei Verbum permite afirmar que no es cierto que en Génesis 1 Dios haya revelado a los hombres que Él creó la vegetación en la Tierra antes que el Sol y la Luna, sino que se debe buscar la verdad revelada transmitida por ese texto inspirado en la línea de las verdades de orden religioso y salvífico que él enseña, por medio de conceptos tomados de una cosmología arcaica, científicamente inapropiada.
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