Sumo Sacerdote

Un indicio claro del carácter cultual que tenía el cargo de Sumo Sacerdote lo constituye este hecho: su muerte poseía virtud expiatoria. Cuando moría un Sumo Sacerdote, ese mismo día todos los homicidas que, por miedo a la venganza de la sangre, habían huido a las ciudades de refugio (Num 35, 9-34; Dt 19, 1-13; cf. Éx 21,23) quedaban libres y podían volver a sus casa (Num 35,25; 2 Mac 6), e incluso, según la opinión preponderante (2 Mac 8) de los doctores, ocupar su anterior cargo. La muerte del Sumo Sacerdote, en virtud del carácter cultual de su cargo, había expiado la culpa de los homicidios cometidos por imprudencia.

Este carácter conferido al Sumo Sacerdote por su función llevaba consigo determinadas y peculiares obligaciones y prerrogativas.

El privilegio más importante consistía en que era él el único mortal que podía entrar en el Sancta sanctorum un día al año. La triple entrada al Sancta sanctorum el dia de la expiación significaba la entrada ante la benéfica presencia de Dios, lo cual se traducía en especiales manifestaciones de Dios con las que era honrado el Sumo Sacerdote en el Sancta sanctorum. (…)

En segundo lugar hay que mencionar las prerrogativas del Sumo Sacerdote en el terreno cultual. Sobre todo la prerrogativa de participar, siempre que lo deseaba, en la ofrenda de un sacrificio. Tenía también el privilegio de ofrecer un sacrificio aun estando de luto, que estaba prohibido a los demás sacerdotes. Además, en la distribución de las «cosas sagradas del templo», entre los sacerdotes oficiantes, el Sumo Sacerdote tenía el derecho de elegir el primero lo que quería. (…) Ente las otras prerrogativas hay que destacar la presidencia del Gran Consejo (el Sanedrín), que era la suprema autoridad administrativa y judicial de los judíos, y el principio jurídico de que el Sumo Sacerdote, en caso de crimen, únicamente tenía que someterse al Gran Consejo.

Jerusalén en tiempos de Jesús, Joachim Jeremias. Ed. Cristiandad, pp. 205 – 207.

El Sumo Sacerdote, después de su destitución, no sólo conservaba gran parte de su prestigio, sino también el carácter conferido por su cargo. (…) En conclusión, el Sumo Sacerdote, aun después de su deposición, conserva, como character indelebilis, el carácter conferido por su cargo, el cual le constituye en el primer miembro de la teocracia. Posee una «santidad eterna» (Naz. VII 1)

Jerusalén en tiempos de Jesús, Joachim Jeremias. Ed. Cristiandad, pp. 215 – 216.

Porque todo pontífice escogido de entre los hombres es constituido en pro de los hombres, cuanto a las cosas que miran a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados, capaz de ser indulgente con los ignorantes y extraviados, dado que también él está cercado de flaqueza; razón por la cual debe, por sí mismo no menos que por el pueblo, ofrecer sacrificios por los pecados. Y nadie se apropia este honor sino cuando es llamado por Dios, como lo fue Aarón.

Así también Cristo no se glorificó a sí mismo en hacerse Pontífice, sino el que le habló (Sal 2, 7): «Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado». Como también en otro lugar dice (Sal 109,4) «Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec». El cual en los días de su carne, habiendo ofrecido plegarias y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que le podía salvar de la muerte, y habiendo sido escuchado por razón de su reverencia, aun con ser Hijo, aprendió de las cosas que padeció lo que era obediencia; y consumado, vino a ser para todos los que le obedecen causa de salud eterna, proclamado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec

(Heb 5, 1 – 10).

Porque tal Pontífice nos convenía, sin duda, a nosotros: santo, inocente, incontaminado, separado de los pecadores y encumbrado por encima de los cielos; que no tiene necesidad de ofrecer víctimas día tras día, como los pontífices, primero por los pecados propios, luego por los del pueblo; porque esto hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. Es que la ley constituye sacerdotes a hombres sujetos a fragilidad; mas la palabra del juramento, que vino después de la ley, al Hijo consumado para siempre.

(Heb 7, 26 – 28).

Mas Cristo, habiéndose presentado como Pontífice de los bienes realizados, penetrando en el tabernáculo más amplio y más perfecto, no hecho de manos, esto es, no de esta creación, y no mediante sangre de machos cabríos y de becerros entró de una vez para siempre en el santuario, consiguiendo una redención eterna.

(Heb 9,11)

1548 En el servicio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien está presente a su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, sumo sacerdote del sacrificio redentor, Maestro de la Verdad. Es lo que la Iglesia expresa al decir que el sacerdote, en virtud del sacramento del Orden, actúa “in persona Christi Capitis” (cf LG 10; 28; SC 33; CD 11; PO 2,6):

El ministro posee en verdad el papel del mismo Sacerdote, Cristo Jesús. Si, ciertamente, aquel es asimilado al Sumo Sacerdote, por la consagración sacerdotal recibida, goza de la facultad de actuar por el poder de Cristo mismo a quien representa (virtute ac persona ipsius Christi) (Pío XII, enc. Mediator Dei)

“Christus est fons totius sacerdotii; nan sacerdos legalis erat figura ipsius, sacerdos autem novae legis in persona ipsius operatur” ("Cristo es la fuente de todo sacerdocio, pues el sacerdote de la antigua ley era figura de EL, y el sacerdote de la nueva ley actúa en representación suya” (S. Tomás de A., s.th. 3, 22, 4).

1549 Por el ministerio ordenado, especialmente por el de los obispos y los presbíteros, la presencia de Cristo como cabeza de la Iglesia se hace visible en medio de la comunidad de los creyentes. Según la bella expresión de San Ignacio de Antioquía, el obispo es typos tou Patros, es imagen viva de Dios Padre (Trall. 3,1; cf Magn. 6,1).

1581 Este sacramento configura con Cristo mediante una gracia especial del Espíritu Santo a fin de servir de instrumento de Cristo en favor de su Iglesia. Por la ordenación recibe la capacidad de actuar como representante de Cristo, Cabeza de la Iglesia, en su triple función de sacerdote, profeta y rey.

1582 Como en el caso del Bautismo y de la Confirmación, esta participación en la misión de Cristo es concedida de una vez para siempre. El sacramento del Orden confiere también un carácter espiritual indeleble y no puede ser reiterado ni ser conferido para un tiempo determinado (cf Cc. de Trento: DS 1767; LG 21.28.29; PO 2).

1589 Ante la grandeza de la gracia y del oficio sacerdotales, los santos doctores sintieron la urgente llamada a la conversión con el fin de corresponder mediante toda su vida a aquel de quien el sacramento los constituye ministros. Así, S. Gregorio Nazianceno, siendo joven sacerdote, exclama:

Es preciso comenzar por purificarse antes de purificar a los otros; es preciso ser instruido para poder instruir; es preciso ser luz para iluminar, acercarse a Dios para acercarle a los demás, ser santificado para santificar, conducir de la mano y aconsejar con inteligencia (Or. 2, 71). Sé de quién somos ministros, donde nos encontramos y adonde nos dirigimos. Conozco la altura de Dios y la flaqueza del hombre, pero también su fuerza (ibid. 74) (Por tanto, ¿quién es el sacerdote? Es) el defensor de la verdad, se sitúa junto a los ángeles, glorifica con los arcángeles, hace subir sobre el altar de lo alto las víctimas de los sacrificios, comparte el sacerdocio de Cristo, restaura la criatura, restablece (en ella) la imagen (de Dios), la recrea para el mundo de lo alto, y, para decir lo más grande que hay en él, es divinizado y diviniza (ibid. 73).

Y el santo Cura de Ars dice: “El sacerdote continua la obra de redención en la tierra"…"Si se comprendiese bien al sacerdote en la tierra se moriría no de pavor sino de amor"…"El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús".

Catecismo de la Iglesia Católica

3 comentarios

  
Vicente
NUESTRO UNICO SUMO SACERDOTE ES JESUCRISTO.
18/03/10 3:10 PM
  
Luis López
Sólo en Hebreos aparece explícitamente Jesús como Sumo Sacerdote. ¡Qué profunda verdad del misterioso autor de esta asombrosa Carta! Es una Carta ésta que los cristianos deberíamos meditar diariamente, tal es su belleza y profundidad que parece escrita o dictada por un ángel del Cielo.

Pero Jesús no sólo es Sacerdote; también es Victima Inmaculada. Lo que más me impresiona de la carta es la presentación de Jesús en el Cielo intercediendo, ofreciendo AHORA su sangre al Padre en expiación de nuestros pecados (Hb. 9,24), realidad inefablemente unida al puro sacrificio del altar, pues también AHORA -en todo lugar y tiempo (Mal. 1,11)- el mismo Jesús se ofrece/es ofrecido como "ofrenda pura". Por esa mística e inefable conexión del Cielo -el tabernáculo celestial- y del altar del Sacrificio/calvario de la tierra, se aplica la obra de nuestra salud en Cristo Jesús. Por eso no pueden considerarse exageraciones las reflexiones que los más grandes santos han realizado sobre el valor del Sacrificio de la Santa Misa. Las palabras humanas siempre se quedarán cortas.
18/03/10 6:51 PM
  
Isaac García Expósito
Es interesantísimo el texto de Jeremías. La muerte del Sumo Sacerdote tenía carácter expiatorio. El Antiguo Testamento prefigura el Nuevo Testamento, éste da cumplimiento al primero.

Cuando uno lee con, en y desde Cristo, todo adquiere su verdadero significado. Cristo es el único Sumo Sacerdote y su muerte es expiatoria; Él es sacerdote eterno del orden de Melquisedec. Es víctima propiciatoria, "pues no entró Cristo en un santuario hecho de mano, imagen del verdadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora en el acatamiento de Dios a favor nuestro; y no con el fin de ofrecerse a sí mismo repetidas veces, a la manera que el sumo sacerdote entra en el santuario año tras año con sangre ajena, puesto que hubiera sido necesario que él padeciera muchas veces desde la fundación del mundo; mas ahora de una sola vez en al consumación de los diglos que se ha manifestado para la abolición del pecado mediante su propia inmolación" (Heb 9, 24 - 26).

Ante esto, uno sólo puede caer de rodillas y rezar.
18/03/10 10:41 PM

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