Gran Dios y Salvador nuestro Jesu-Cristo
Porque se manifestó la gracia salvadora de Dios
a todos los hombres,
enseñándonos que, dando de mano a la impiedad
y a las conscupicencias mundanas,
vivamos moderada, justa y piadosamente
en el presente siglo,
aguardando la bienaventurada esperanza
y manifestación de la gloria
del gran Dios y Salvador nuestro, Jesu-Cristo;
quien se entregó a sí mismo por nosotros
para redimirnos de toda iniquidad
y purificar para sí de un pueblo que fuese suyo,
zelador de obras buenas.
Habla tales cosas, y exhorta y reprende con autoridad.
Que nadie te menosprecie.
Tit 2, 11-15
13. La bienaventurada esperanza: se toma aquí objetivamente: es el bien esperado, cuya posesión nos ha de hacer bienaventurados. Equivale, por tanto, a la manifestación de la gloria de Jesu-Cristo en su segundo advenimiento. Esta gloria es la exhibición de su poder y majestad.
CRISTO, GRAN DIOS. La expresión el gran Dios y Salvador se refiere íntegra a Jesu-Cristo; es decir, Cristo es llamado, no sólo Salvador nuestro, sino también gran Dios. Semejante interpretación (o puntuación) se apoya, entre otras, en estas razones: 1) el original griego, exactamente reproducido en la versión castellana, el artículo inicial afecta y da unidad a toda la frase; si gran Dios no apelase a Jesu-Cristo, San Pablo hubiera escrito: “del gran Dios y del Salvador…."; 2) ambos títulos, Dios y Salvador, eran aplicados indiferentemente en tiempo de San Pablo a las divinidades olímpicas, y ambos también a las divinidades imperiales; formaba, por tanto, un título doble o compuesto de la divinidad; 3) el mismo San Pablo une frecuentemente ambos títulos refiriéndose a una sola persona (2,10; 3,4…); 4) la manifestación, que precede inmediatamente a gran Dios, la atribuye San Pablo, constantemente a Jesu-Cristo. (Cf. 2 Tes 2,8; 1 Tim 6,14; 2 Tim 1,10; 4,1; 4,8….); a Cristo igualmente, y nunca a Dios Padre, atribuye el mismo Apóstol el segundo advenimiento o “parusía"; 5) la hipótesis contraria introduciría en la frase una escisión o incoherencia lógica, impropia de San Pablo; en su primera parte, ascendente, hasta gran Dios, se referiría a Dios Padre, y en su segunda parte, descendente, desde Salvador se referiría exclusivamente a Jesu-Cristo. Y sabido es que San Pablo, cuanto es a veces más irregular en la construcción gramatical, tanto es más coherente y lógico en el razonamiento. Así entendida, como debe absolutamente entenderse, nos da esta frase uno de los testimonios más elocuentes de la divinidad de Cristo.
Las Epístolas de San Pablo. P. José María Bover, S.I. Editorial Balmes. 4ª ed., 1.959; pp. 472 - 473
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