Sancte Pie, ora pro nobis!
Encíclica Iucunda Sane, sobre la responsabilidad de los que gobiernan la Iglesia.
Lo que los Pastores no deben hacer
Por todo esto, que surge necesariamente de los principios de la revelación cristiana y de las íntimas obligaciones de nuestro apostolado, ya veis, Venerables Hermanos, cuánto se equivocan los que estiman que serán más dignos de la Iglesia y trabajarán con más fruto para la salvación eterna de los hombres si, movidos por una prudencia humana,
In vera distribuyen abundante la mal llamada ciencia, movidos por la vana esperanza de que así pueden ayudar mejor a los equivocados, cuando en realidad los hacen compañeros de su propio descarrío. Pero la verdad es única y no puede dividirse; permanece eterna, sin doblegarse a los tiempos: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (35).
También se equivocan por completo los que, dedicándose a hacer el bien, sobre todo en los problemas del pueblo, se preocupan mucho del alimento y del cuidado del cuerpo, y silencian la salvación del alma y las gravísimas obligaciones de la fe cristiana. Tampoco les importa ocultar, como con un velo, algunos de los principales preceptos evangélicos, temiendo que se les haga menos caso, e incluso se les abandone. Al proponer la verdad, será prudente proceder con tacto; cuando se hayan de tratar asuntos con quienes desprecian nuestras instituciones y viven completamente apartados de Dios, como decía Gregorio, al curar las heridas, es preciso tocarlas antes con mano delicada (36). Pero este procedimiento se quedaría en prudencia de la carne, si se pusiese en práctica así, sin más; sobre todo, porque daría la impresión de que se tiene en poco a la gracia divina -que no sólo se concede a los sacerdotes, sino a todos los fieles de Cristo-, y con la que nuestras palabras y nuestros hechos acaban venciendo toda resistencia. Esta clase de prudencia fue desconocida para Gregorio, tanto en la predicación del evangelio, como en todo lo que admirablemente hizo para remediar las desgracias del prójimo. Siempre siguió las huellas de los Apóstoles, que al recibir la primera misión de anunciar a Cristo por la tierra, decían: Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para pus los gentiles (37). Porque si ha existido algún tiempo en que pareciese más oportuna la prudencia humana, fue aquél., sin duda, ya que los ánimos no estaban preparados para recibir una doctrina nueva que contrastaba con las ambiciones generales, y tan opuesta a la magnífica cultura de los griegos y los romanos. Sin embargo, los Apóstoles no hicieron caso de esa prudencia, porque conocían bien los designios divinos: Dios quiso salvar a los creyentes por la necedad de la predicación (38). Esa necedad, como siempre, también ahora es poder de Dios para tus los que se salvan, es decir, para nosotros (39). Como antes, también contaremos con armas poderosas en el escándalo de la cruz; como entonces, también en adelante venceremos con este signo.(35) Hebr. 13, 8.
(36) Registr. V, 44 (18) ad Ioannem episcop.
(37) I Cor. 1, 23.
(38) I Cor. 1, 21.
(39) I Cor. 1, 18.
Encíclica Acerbo Nimis, sobre la enseñanza del catecismo.
II. EL DEBER PRIMORDIAL DEL SACERDOTE
7. Misión confiada a los pastores de almas.
Puesto que de la ignorancia de la religión proceden tantos y tan graves daños, y, por otra parte, son tan grandes la necesidad y utilidad de la formación religiosa, ya que, en vano sería esperar que nadie pueda cumplir las obligaciones de cristiano, si no las conoce; conviene averiguar hora a quién compete preservar a las almas de aquella perniciosa ignorancia e instruirlas en ciencia tan indispensable. -Lo cual, Venerables Hermanos, no ofrece dificultad alguna, porque ese gravísimo deber corresponde a los pastores de almas que, efectivamente, se hallan obligados por mandato del mismo Cristo a conocer y apacentar las ovejas, que les están encomendadas. Apacentar es, ante todo, adoctrinar: Os daré pastores según mi corazón, que os apacentarán con la ciencia y con la doctrina (Ier. 3, 15). Así hablaba Jeremías, inspirado por Dios. Y, por ello, decía también el apóstol San Pablo: No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar (1 Cor. 1, 17) advirtiendo así que el principal ministerio de cuantos ejercen de alguna manera el gobierno de la Iglesia consiste en enseñar a los fieles en las cosas sagradas.
Inútil nos parece aducir nuevas pruebas de la excelencia de este ministerio y de la estimación que de él hace Dios. Cierto es que Dios alaba grandemente la piedad que nos mueve a procurar el alivio de las humanas miserias: mas, ¿quién negará que mayor alabanza merecen el celo y el trabajo consagrados a procurar los bienes celestiales a los hombres, y no ya las transitorias ventajas materiales? Nada puede ser más grato -según sus propios deseos- a Jesucristo, Saalvador de las almas, que dijo de Sí mismo por el profeta Isaías: Me ha enviado a evangelizar a los pobres (Luc. 4, 18)
Importa mucho, Venerables Hermanos, asentar bien aquí -e insistir en ello- que para todo sacerdote éste es el deber más grave, más estricto, que le obliga. Porque ¿quién negará que en el sacerdote a la santidad de vida debe irle unida la ciencia? En los labios del sacerdote ha de estar el depósito de la ciencia (Mat. 2, 7). Y, en efecto, la Iglesia rigurosamente la exige de cuantos aspiran a ordenarse sacerdotes. Y esto, ¿por qué? Porque el pueblo cristiano espera recibir de los sacerdotes la enseñanza de la divina ley, y porque Dios les destina para propagarla. De su boca se ha de aprender la ley, puesto que él es el ángel del Señor de los ejércitos (Ibid). Por lo cual, en las sagradas Ordenes, el Obispo dice, dirigiéndose a los que van a ser consagrados sacerdotes: Que vuestra doctrina sea remedio espiritual para el pueblo de Dios, y los cooperadores de nuestro orden sean previsores, para que, meditando día y noche acerca de la ley, crean lo que han leído y enseñen lo que han creído (Pontif. Rom).
Si no hay sacerdote alguno a quien no correspondan estas obligaciones ¿cuáles no serán las de aquellos que por el nombre y autoridad que ostentan y por su misma dignidad tienen a su cargo y como por contrato la cura de almas? Estos han de ser puestos en algún modo en el rango de los pastores y doctores que Jesucristo dio a los fieles para que no sean como niños fluctuantes ni se dejen llevar doquier por todos los vientos de opiniones y por la malignidad de los hombres…, antes bien viviendo según la verdad y en la caridad, en todo vayan creciendo hacia Cristo, que es nuestra Cabeza (Eph. 4, 14. 15).
Por lo cual, el sacrosanto Concilio de Trento, hablando de los pastores de almas, declara que la primera y mayor de sus obligaciones era la de enseñar al pueblo cristiano (Sess. 5, c. 2 de refor.; sess. 22, c. 8; sess. 24, c. 4 et 7 de refor ). Dispone, en consecuencia, que por lo menos los domingos y fiestas solemnes den al pueblo instrucción religiosa, y durante los santos tiempos de Adviento y Cuaresma diariamente, o al menos tres veces por semana. Ni esto sólo: porque añade el Concilio que los párrocos están obligados, al menos los domingos y días de fiesta, a enseñar, por sí o por otros, a los niños las verdades de fe y la obediencia que deben a Dios y a sus padres. Asimismo manda que, cuando hayan de administrar algún sacramento, instruyan, acerca de su naturaleza, a los que van a recibirlo, explicándolo en lengua vulgar e inteligible.
Decreto Sacra Tidentina Synodus, sobre la comunión frecuente y cotidiana.
3. Mas Jesucristo y la Iglesia desean que todos los fieles cristianos se acerquen diariamente al sagrado convite, principalmente para que, unidos con Dios por medio del Sacramento, en él tomen fuerza para refrenar las pasiones, purificarse de las culpas leves cotidianas e impedir los pecados graves a que está expuesta la debilidad humana; pero no precisamente para honra y veneración de Dios, ni como recompensa o premio a las virtudes de los que le reciben3. Por ello el Sagrado Concilio de Trento llama a la Eucaristía antídoto, con el que somos liberados de las culpas cotidianas y somos preservados de los pecados mortales4.
Los primeros fieles cristianos, entendiendo bien esta voluntad de Dios, todos los días se acercaban a esta mesa de vida y fortaleza. Ellos perseveraban en la doctrina de los Apóstoles y en la comunicación de la fracción del Pan5. Y que esto se hizo también durante los siglos siguientes, no sin gran fruto de la perfección y santidad, lo enseñan los Santos Padres y escritores eclesiásticos
Encíclica Pascendi, sobre las doctrinas de los modernistas
1. Pero es preciso reconocer que en estos últimos tiempos ha crecido, en modo extraño, el número de los enemigos de la cruz de Cristo, los cuales, con artes enteramente nuevas y llenas de perfidia, se esfuerzan por aniquilar las energías vitales de la Iglesia, y hasta por destruir totalmente, si les fuera posible, el reino de Jesucristo. Guardar silencio no es ya decoroso, si no queremos aparecer infieles al más sacrosanto de nuestros deberes, y si la bondad de que hasta aquí hemos hecho uso, con esperanza de enmienda, no ha de ser censurada ya como un olvido de nuestro ministerio. Lo que sobre todo exige de Nos que rompamos sin dilación el silencio es que hoy no es menester ya ir a buscar los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan, y ello es objeto de grandísimo dolor y angustia, en el seno y gremio mismo de la Iglesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados.
Hablamos, venerables hermanos, de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta de sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y teología, e impregnados, por lo contrario, hasta la médula de los huesos, con venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del catolicismo, se presentan, con desprecio de toda modestia, como restauradores de la Iglesia, y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar ni aun la propia persona del divino Redentor, que con sacrílega temeridad rebajan a la categoría de puro y simple hombre.
2. Tales hombres se extrañan de verse colocados por Nos entre los enemigos de la Iglesia. Pero no se extrañará de ello nadie que, prescindiendo de las intenciones, reservadas al juicio de Dios, conozca sus doctrinas y su manera de hablar y obrar. Son seguramente enemigos de la Iglesia, y no se apartará de lo verdadero quien dijere que ésta no los ha tenido peores. Porque, en efecto, como ya hemos dicho, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro: en nuestros días, el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia. Añádase que han aplicado la segur no a las ramas, ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas. Mas una vez herida esa raíz de vida inmortal, se empeñan en que circule el virus por todo el árbol, y en tales proporciones que no hay parte alguna de la fe católica donde no pongan su mano, ninguna que no se esfuercen por corromper. Y mientras persiguen por mil caminos su nefasto designio, su táctica es la más insidiosa y pérfida. Amalgamando en sus personas al racionalista y al católico, lo hacen con habilidad tan refinada, que fácilmente sorprenden a los incautos. Por otra parte, por su gran temeridad, no hay linaje de consecuencias que les haga retroceder o, más bien, que no sostengan con obstinación y audacia. Juntan a esto, y es lo más a propósito para engañar, una vida llena de actividad, constancia y ardor singulares hacia todo género de estudios, aspirando a granjearse la estimación pública por sus costumbres, con frecuencia intachables. Por fin, y esto parece quitar toda esperanza de remedio, sus doctrinas les han pervertido el alma de tal suerte, que desprecian toda autoridad y no soportan corrección alguna; y atrincherándose en una conciencia mentirosa, nada omiten para que se atribuya a celo sincero de la verdad lo que sólo es obra de la tenacidad y del orgullo.
A la verdad, Nos habíamos esperado que algún día volverían sobre sí, y por esa razón habíamos empleado con ellos, primero, la dulzura como con hijos, después la severidad y, por último, aunque muy contra nuestra voluntad, las reprensiones públicas. Pero no ignoráis, venerables hermanos, la esterilidad de nuestros esfuerzos: inclinaron un momento la cabeza para erguirla en seguida con mayor orgullo. Ahora bien: si sólo se tratara de ellos, podríamos Nos tal vez disimular; pero se trata de la religión católica y de su seguridad. Basta, pues, de silencio; prolongarlo sería un crimen. Tiempo es de arrancar la máscara a esos hombres y de mostrarlos a la Iglesia entera tales cuales son en realidad.
3. Y como una táctica de los modernistas (así se les llama vulgarmente, y con mucha razón), táctica, a la verdad, la más insidiosa, consiste en no exponer jamás sus doctrinas de un modo metódico y en su conjunto, sino dándolas en cierto modo por fragmentos y esparcidas acá y allá, lo cual contribuye a que se les juzgue fluctuantes e indecisos en sus ideas, cuando en realidad éstas son perfectamente fijas y consistentes; ante todo, importa presentar en este lugar esas mismas doctrinas en un conjunto, y hacer ver el enlace lógico que las une entre sí, reservándonos indicar después las causas de los errores y prescribir los remedios más adecuados para cortar el mal.
Deus, qui ad tuéndam cathólicam fidem, et univérsa in Christo instauránda sanctum Pium, Summum Pontíficem, cælésti sapiéntia et apostólica fortitúdine replevísti: concéde propítius; ut, ejus institúta et exémpla sectántes, prämia consequámur ætérna.
Per eumdem Dominum nostrum Jesum Christum filium tuum, qui tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti, Deus, per omnia saecula saeculorum
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"Como antes, también contaremos con armas poderosas en el escándalo de la cruz; como entonces, también en adelante venceremos con este signo".
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