Incredulidades ascensionales
Hoy, que, digan lo que digan algunos calendarios litúrgicos, es el día de la Ascensión, uno de los tres jueves del año que relucen más que el sol, me he acordado de un profesor que tuve cuando estudiaba Teología.
En la carrera de Teología hay multitud de asignaturas relacionadas con la Biblia y, en varias de ellas, me tocaron profesores que no tenían fe. Me acuerdo de uno de ellos en particular, que hacía mucho tiempo que había perdido la fe, pero no lo sabía. De lo que aparecía en la Escritura, solo creía las cosas que ya sabemos, como que hay que amar a los demás, o las cosas sin ninguna importancia, como que los judíos se llevaban muy mal con los romanos.
Como no tenía fe, se complacía en escandalizar a sus estudiantes, muchos de los cuales eran seminaristas o futuros religiosos. Hacía todo lo posible porque ellos perdieran también la fe, usando los argumentos más pueriles que puedan imaginarse. Al hablar de la ascensión del Señor, explicaba que eso de que Jesús subió al cielo no podía ser verdad, porque, si la tierra es redonda y gira sobre sí misma, a cada rato “subir” significa un sitio distinto y no todos pueden ser el cielo. El pobre se creía inmensamente sofisticado por pensar esas tonterías, pero lo único que mostraba era que no había entendido nada de lo que es el cielo, ni de la Escritura, ni de la fe.