Una propuesta de campaña pública

El blog De Lapsis, de Juanjo Romero, habló ya ayer de este tema de los campañas, completando muy bien lo poco que yo había apuntado sobre ello, así que no voy a darle más vueltas. Me voy a limitar a proponer una posible campaña pública que a mí, por las razones que ahora explicaré, me alegraría especialmente.

En lugar de boicotear a unos anunciantes por el medio de comunicación en el que se anuncian, propongo, en este caso, boicotear a un medio de comunicación por los anunciantes que acepta. El caso concreto que voy a proponer es algo que se ha señalado varias veces, pero, hasta donde yo sé, con escasos resultados.

Mi propio interés por este tema se despertó hace unos años, por un acontecimiento anodino que, sin embargo, fue muy significativo para mí. Un día, hojeando un periódico, que no nombraré, leí un artículo que describía cómo el síndrome de estrés postraumático que sufrían los soldados de la Guerra del Golfo tenía unos efectos parecidos a los problemas psicológicos que desarrollaban las mujeres prostitutas. El artículo resultaba llamativo, porque relacionaba algo como las secuelas psicológicas que sufrían los soldados de la primera guerra de Irak, que, en aquel momento estaba en boca de todo el mundo, con una realidad mucho más cercana, terrible y olvidada por todos: la prostitución.

Cualquiera que haya hablado alguna vez con una mujer dedicada a la prostitución sabrá que el artículo se quedaba, probablemente, muy corto. Los daños psicológicos que sufren estas mujeres son gravísimos y muy profundos. El principal de ellos consiste en una convicción grabada a fuego de no valer nada en absoluto, de ser un despojo humano, ocasionada por así haber sido tratada día tras día por todos sus clientes. Ver a una hermana en Cristo, hija amadísima de Dios y preciosa a sus ojos, en una situación así es algo que debería hacernos llorar sólo de pensarlo.

Pues bien, quiso la casualidad, si es que existen las casualidades, que el artículo en cuestión fuese el último de la sección de sociedad (o quizá alguien había arrancado alguna hoja) y que la página opuesta correspondiese a la sección de anuncios breves… en su apartado de “contactos”. Ver las decenas de anuncios de prostitución publicados por aquel periódico junto a un artículo en el que describían las terribles secuelas y sufrimientos que sufren las mujeres dedicadas a la prostitución me revolvió el estómago.

Tanta hipocresía me resultó nauseabunda. Aquel día decidí no volver a comprar nunca más ese periódico y así lo he hecho hasta el día de hoy. Sé que es algo irracional en cierto modo, porque los demás periódicos también publican este tipo de anuncios, pero ese periódico en particular se convirtió para mí en el símbolo de maldades y pecados gravísimos que nos hemos acostumbrado a aceptar como algo normal. Ninguno de nosotros haría amistad con un proxeneta ni mucho menos escucharía sus consejos y, sin embargo, la gran mayoría de los periódicos importantes llevan actualmente en sus páginas anuncios de prostitución y contribuyen así a esta infame degradación del ser humano. Y todos los compramos, sin ningún remordimiento.

Por todo esto, propongo que alguna asociación cristiana lance una campaña para que los cristianos y todos los hombres de buena voluntad dejen de colaborar con periódicos que se lucran directamente gracias a la prostitución. Se podría animar a la gente a dejar de comprar estos periódicos. Incluso, si la campaña tuviese éxito, podría conseguirse que los periodistas con conciencia se negasen a escribir en estos medios. Quizá, como contaba un comentarista (Ciudadano) en el artículo anterio, bastaría con que éstos periódicos comenzasen a recibir correos electrónicos de lectores enfadados por estos anuncios.

Esta posible campaña tiene, creo yo, varias ventajas. En primer lugar, se trata de algo muy concreto y cuyo cumplimiento es fácilmente verificable. Es muy fácil comprobar si un artículo publica o no anuncios de prostitución y si ha dejado o no de hacerlo.

En segundo lugar, aunque surgiese con un impulso católico, estaría también abierta a la colaboración de los no creyentes de buena voluntad. Todo el que quisieran romper una lanza en favor de la dignidad de la mujer o del ser humano en general podrían participar.

Finalmente, contribuiría a mostrar a los medios de comunicación que no están por encima del bien y del mal y que la hipocresía, antes o después, se paga. El periódico con más difusión en España, según he leído, obtiene anualmente cinco millones de euros por este concepto y, los demás, los ingresos proporcionales acordes con su difusión. No basta con denunciar corrupciones, delitos o situaciones intolerables en los demás, es también necesario que los propios periódicos o canales de televisión y de radio se autorregulen éticamente.

Por supuesto, este tipo de cosas sólo son útiles si se consigue convencer a mucha gente y mi pobre blog no es el lugar más apropiado para ello. Sin embargo, ¿quién sabe? Quizás lea esto alguien que tenga mayor capacidad de influencia que yo y eso le anime a actuar. Me encantaría que así fuera.