Un sello para volver a casa
Juan Carlos, lector de este blog, relató su conversión hace unos días en un comentario. Como su relato es largo y sustancioso, he creído oportuno convertirlo en un artículo independiente y publicarlo hoy.
Me gusta especialmente su historia porque podría ser común a millones de españoles, que también han sido bautizados y han recibido la primera comunión, pero no han llegado a tener fe adulta. Sin embargo, ha quedado en ellos un “sello de la presencia de Dios” que los preserva de algún modo para el momento de volver a la Iglesia.
De nuevo se revela, en este caso concreto de Juan Carlos, otro fruto de los últimos años de sufrimiento, debilidad y aparente impotencia de Juan Pablo II. Cada vez estoy más convencido de, a pesar de todas las cosas que hizo ese Papa, lo más importante fue el testimonio del valor infinito que tiene la vida humana a los ojos de Dios, también en la enfermedad, en la vejez y en la cercanía de la muerte.
Finalmente, me han encantado los últimos párrafos, que hablan del poder de la oración para ayudar a encontrar la fe a los que no creen. Hablamos muchas veces de los millones de personas que no conocen a Dios y de que España se está descristianizando, pero ¿cuánto rezamos por esas personas, especialmente por las que conocemos? ¿Ofrecemos a Dios por ellas nuestros sufrimientos y dificultades, como Juan Pablo II?
…………………………………………………………………………………………………….
Yo también soy otro “converso". No soy realmente un converso porque fui bautizado en la más tierna infancia, como se solía -y, a veces, se suele hacer aquí-. Pero nunca se desarrolló en mí la fe, porque vivía en una familia sin Dios y la catequesis de Primera comunión, pues, en fin, de aquella forma…
Pero, seguro que aquella despistada catequista algo debió de dejar en mí, cuando, la verdad, oyendo las historias de actividades sexuales de mis compañeros de instituto, algo me decía en mi interior que aquello no estaba bien, que aquello no debía ser así.
Pero yo no sabía lo que era aquello. Luego comprendí que era Nuestro Señor que actúa en los corazones, también de los más alejados, como yo, sobre todo si son bautizados, porque en ellos siempre -luego lo he sabido- está un sello de Su presencia que no desaparece nunca.
Así fueron pasando los años sin mayor interés por la Iglesia ni por Cristo -más bien, seguramente, todo lo contrario- hasta que el Domingo de Ramos de 1997 se me ocurrió poner la televisión por la mañana y allí estaba Juan Pablo II que, con sus primeros achaques físicos, se disponía a empezar la celebración de la Eucaristía. La verdad es que lo hice para reírme de él. ¿Cómo podía ser posible que alguien se dejara llevar todavía por aquella doctrina loca y sin futuro, porque cada vez eran menos los que la seguían?
Pero, la verdad, es que aquella finalidad ridiculizadora inicial se empezó a transmutar en mí en algo muy distinto. Ése fue el comienzo de mi encuentro personal con Cristo. Aquella Misa la grabé en vídeo y la he visto varias docenas de veces.
También provocó en mí un gran llanto -en mí que no había llorado ni en el funeral de mi abuela, a la que tanto había querido y que era un tipo bastante difícil de roer y lo que se dice “duro de pelar". Luego me di cuenta de que, efectivamente, como se ha dicho aquí, esas lágrimas no venían de mí, sino del Espíritu Santo. Un gran calor, un enorme fuego interior, sin saber cómo, me llenaba por dentro y sustituía mi indiferencia y frialdad hacia lo religioso por un gran fervor.
Ese fervor se ha ido apagando a medida que la experiencia litúrgica en mí se ha ido repitiendo y normalizando, pero quiero seguir perseverando y tengo claro que nada ni nadie -algún sacerdote infiel me he encontrado por esas parroquias- me va a apartar de Cristo, que es tanto como decir de la Iglesia.
Pero es que ayer mismo, después de rezar el Rosario -la dulce cadena que me une a Dios- volví a tener esa misma experiencia de llanto espiritual, cuando vino a mí, de manera sorpresiva, el recuerdo de la escena del Lavatorio de los pies de Juan 13 y me di cuenta del Gran Amor con que Cristo nos había amado y lo ingrato que yo había sido todos estos años y de lo chata que era mi respuesta a ese Amor.
Mi madre, por desgracia, es bastante desconfiada hacia lo que suene a fe e Iglesia, piensa que es un comecocos de curas, que quieren vivir bien sin trabajar, así que no creo que haya tenido mucho que ver en mi conversión. Pero, estoy seguro de que alguien oró por mí, sin conocerme, uno entre tantos ateos que en el mundo hay. Y en mi caso esa oración dio y sigue dando fruto. No tanto como yo quisiera, pero alguno da. Al menos, el fruto de la fe y la perseverancia en ella.
Esto también nos enseña cuán poderosa y apreciada por Dios -ya lo dice la Escritura- la oración del justo, del que vive de la fe. Porque el que tenga fe como un granito de mostaza puede lograr mucho del corazón misericordioso de Dios. Aunque no lo parezca. Puede hacer, entre otras muchas cosas, que los que están lejos se acerque. Es lo que me pasó a mí.
8 comentarios
¿Y si fue la oración de la "despistada catequista,o de una monja viejecita de un convento perdido,o la de una abuela en misa de 13h.?,¿tal vez la de un cura que no logra enderezar su parroquia,o la de un niño primer comulgante?.¡Qué más da!.TODO ES GRACIA.
Gracias por tu edificante testimonio.
Ni creía, ni dejaba de creer, como él, algo siempre me decía que la iglesia tenía razón, pero por supuesto me negaba a admitirlo consicentemente, y mucho menos en público Fue viendo por la televisión al Papa, y gracias a un amigo que tenía que pertenecía a los heraldos del evangelio, que siempre me insistía en rezar el rosario. Viendo al Papa, no sé por qué, empecé a rezarlo, y como sucedió a aquella periodista alemana no pude parar de llorar. Es justo como lo dice Juan Carlos, una calidez interior, dulzura y paz.
No sabía muy bien lo que me pasaba, pero esa certeza que siempre había tenido afloró. Aunque me daba vergüenza, pues nadie de mi familia ni mis amigos más próximos iban, fui el domingo a misa, al siguiente me confesé, aunque me costó mucho hacerlo, una fuerza interior me impulsaba a ello. Comencé a ir regularmente a misa. Mi familia se lo tomó un poco a risa, pero con el paso del tiempo se acostumbraron, y una mañana mi madre me acompañó, luego al cabo del tiempo, también mi hermana, e incluso mi padre.
Creo que es muy importante que los demás vean el bien que nos hace Jesús a través de su iglesia. Pues cambié el carácter, antes era una persona rebelde y testaruada, algo huraña e irascible, fue un retiro con los cursillos de cristiandad lo que me hizo cambiar verdaderamente, ese cambio llamó tanto la atención, que dejaraon de tomárselo a broma, y empezaron a ir también a misa, y al final acabaron ellos también haciendo el retiro.
¡La que has liado con el don de lágrimas!,¿que no has sido tu,no le echarás la culpa al Espíritu Santo?...¡cobarde!:-) :-)
Feliz día del Señor,y gracias por todo.
Ánimo, porque es verdad que habrá días en que sentirás ese calor de Dios que te quema por dentro y otros que serán cómo si estuvieses seco, pero lo importante es perseverar en la oración, en el servicio y en la formación de nuestra fe.
M, es verdad que los comentarios anticlericales (la mayor parte de la gente que me rodea más que atea suele ser indiferente y con rechazo a la doctrina de la Iglesia) no favorecen y duelen bastante. Pero desde mi experiencia te digo que el Señor sale a tu encuentro a pesar de todo y te da fuerzas para mantenerte firme en la fe
Dejar un comentario