Un regalo de lo alto
El otro día, me llamó la atención una frase del Papa. No es ninguna novedad, pero, por alguna razón, despertó mi interés. En un discurso para un Centro Juvenil, Benedicto XVI afirmó:
el hombre es siempre hombre con toda su dignidad, aunque esté en estado de coma, aunque sea un embrión
Lo primero que pensé al leer esta frase fue: cuánto me alegro de ser católico. Es una alegría saber que la Iglesia me ha considerado valioso desde el primer momento de mi existencia, cuando fui concebido. Más aún, antes de la creación del mundo, Dios ya pensó en mí y me amó. Dios nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor.
Además, por muy inútil que llegue a ser a los ojos del mundo, la Iglesia seguirá considerándome valioso.
No importa que llegue a estar en coma o a tener una enfermedad crónica y que, para la Seguridad Social, me haya convertido en una mera carga para la sociedad, la Iglesia seguirá defendiendo que Dios me quiere. Incluso si cayera en una depresión y yo mismo pensara que la vida no tiene sentido y que sería mejor acabar con ella, la Esposa de Cristo seguirá anunciándome que mi vida y mi sufrimiento tienen un valor infinito para Dios y que él tiene una misión para mí.
Para Dios no hay nadie que no sea importante, cuya vida sea inútil. Materialmente, las cosas podrían irme muy mal, podría perder mi trabajo, quedarme solo en el mundo, engancharme a las drogas, vivir en la calle… pero la Iglesia es testigo de que Dios no me dejará nunca de su mano. ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos.
Enfrente de mi casa, hay un asilo de ancianos. Lo llevan unas monjas que, sin recibir compensación material alguna por ello, dedican su vida entera a cuidar de esos ancianos. En muchos casos, sus propios familiares los han abandonado y no los visitan nunca, pero esas monjas están ahí, día tras día y año tras año, dando la vida. Estamos tan acostumbrados a esto que ya no nos sorprende, pero es algo espectacular. Especialmente cuando, en otros lugares, lo que se aconsejaría a esos ancianos es que dejasen ya de ser una “carga” para todos y se acogiesen a una higiénica eutanasia.
A mi juicio, estas cosas se deben a que, a pesar de los defectos de sus miembros, a la Iglesia se le ha concedido de lo alto el regalo de mirar a las personas con los ojos de Dios y verlas como lo que son en verdad, imagen de Jesucristo.
6 comentarios
A veces me preguntaba si todo ese sufrimiento tenía algún sentido.Y cuando a él le llegaban las horas bajas y deseaba la muerte, era muy doloroso.
Al final supe que si, que todo tiene sentido. Y que su vida de dependencia me había moldeado. Además de comprender que su muerte, en ese concreto momento era voluntad de Dios.
Supongo que Él me preparó para que entendiera lo que dieciocho años antes no había logrado comprender.
Muchas gracias por compartir tu experiencia que, sin duda, es más valiosa que todo lo que yo pueda decir.
Luis Fernando:
Eso es, precisamente, algo que Lutero no entendía y que ha marcado a peor todo el protestantismo posterior.
Una vez más me descubro ante sus palabras.
En ocasiones, especialmente defunciones, lo he pensado, en ocasiones lo he dicho, ¡qué suerte tenemos los católicos!, sabemos (creemos), que cuando nos llegue el momento del tránsito nos reuniremos con aquellos que se fueron antes.
Porque tenemos Fe, tenemos Esperanza, qué razón tiene Vd.
Los católicos tenemos un plus de esperanza, nos reuniremos con nuestro Creador. ¿Se puede pedir algo más?
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