Un consejo de amigo para Jon Sobrino: que proteste
Ahora que ha pasado un cierto tiempo desde la notificación de la Congregación para la Doctrina de la Fe a Jon Sobrino y la cuestión y los ánimos se han enfriado un poco, me voy a permitir darle un consejo de amigo.
Es cierto que no conozco personalmente al Padre Sobrino, así que, ordinariamente, no se me consideraría su amigo. Sin embargo, los cristianos vemos las cosas de otra forma. Como dice Santo Tomás, la caridad a la que los cristianos estamos llamados es, en esencia, la amistad entre Dios y el hombre. Pero Dios no se para ahí, sino que quiere que los que le aman se amen también entre sí, de manera que la amistad con Dios lleva, necesariamente, a la amistad con los demás “amigos de Dios”.
Por lo tanto, el Padre Sobrino y yo, aunque nunca nos hayamos visto y quizá nunca lo hagamos, somos, como cristianos y en un sentido profundo, amigos el uno del otro. No sé si llegará alguna vez a leer estas líneas, pero Dios actúa de formas extrañas y, si quiere que las lea, ya se ocupará de que lo haga. Creo, además, que pueden ser una buena reflexión para cuantos las lean y para mí mismo.
La Congregación para la Doctrina de la Fe advirtió formalmente al Padre Sobrino sobre diversos aspectos de su teología que, según la Congregación, no están claros o pueden llevar a error, especialmente en relación con la divinidad de Jesucristo. Las reacciones ante esta notificación han sido muy variadas. El propio P. Sobrino se quejó ante su superior del mal trato que habría sufrido por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de que las alegaciones que se hacían sobre su teología no eran ciertas. Muchos han considerado la notificación como un ataque contra la Teología de la Liberación, contra la “Iglesia de los Pobres” o contra el propio interesado. Otros se han lamentado de que no se impongan sanciones mayores en la notificación.
No voy a entrar en el tema de la reacción que deben tener los cristianos en general ante una de estas notificaciones que no les ataña personalmente. Sólo quiero reflexionar sobre la mejor actitud que puede tomar aquel que la recibe. No hay que olvidar que la actitud que tome el que recibe una notificación de la Congregación para la Doctrina de la Fe no le afecta sólo a él, sino que es un acto público que implica un grave riesgo de escándalo y la posibilidad de influir, para bien o para mal, en muchas personas.
En mi opinión, la única reacción cristiana y apropiada ante una notificación como la recibida por el P. Sobrino es la protesta decidida y valiente. Eso sí, protesta en sentido verdaderamente cristiano, que de las otras ya hay más que suficientes.
Antiguamente, era costumbre que los libros que pudiesen tocar algún punto de teología incluyesen al final unas líneas aclaratorias del autor, que se denominaban “protesta de fe católica”. Esta protesta de fe católica venía a ser la declaración, por parte del autor, de que todo lo que dijera debía entenderse de acuerdo con la doctrina de la Iglesia. Ya por adelantado afirmaba el autor que, en caso de que alguna opinión suya pudiera ser considerada contraria a lo que la Iglesia enseñaba, él aceptaba el juicio de la Iglesia y estaba dispuesto a modificar todo lo que fuera necesario. Es decir, proclamaba que era consciente de que podía equivocarse fácilmente y tener necesidad de la luz de la Iglesia para no extraviarse en el camino. Ésta protesta de fe católica es la que creo que debería hacer el P. Sobrino.
Esta solución tiene la gran ventaja de que no es complicada y, sobre todo, clarifica perfectamente el asunto. Al margen de que los miembros de la Congregación para la Doctrina de la Fe hayan acertado o se hayan equivocado en su apreciación de la teología del P. Sobrino, una sincera y clara protesta de fe católica del mismo en los ámbitos en cuestión disiparía cualquier duda que pueda existir. Basta que el P. Sobrino declare públicamente estar de acuerdo con todo lo que cree la Iglesia Católica sobre Jesucristo, con cuanto han definido Papas y Concilios y con el Catecismo de la Iglesia Católica y que someta toda su teología y su obra al juicio de la Iglesia, para que inmediatamente cese toda polémica y cualquier duda sobre sus escritos.
Por el contrario, si una persona no pudiese hacer, en conciencia, este tipo de declaración (y espero, sinceramente, que no sea éste el caso del P. Sobrino), creo que lo más coherente sería que afirmase públicamente que ya no comparte la fe de la Iglesia y, por lo tanto, no puede seguir llamándose católico.
Soy consciente de que la solución que propongo implica una cierta humillación. Y más si, en efecto, el trato de la Congregación para la Doctrina de la Fe no hubiera sido humanamente ejemplar (en lo cual no puedo ni quiero entrar). La humillación no es agradable para nadie, pero a menudo es algo muy sano. Tened sentimientos de humildad unos con otros, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la mano poderosa de Dios, para que, a su tiempo, os ensalce. No hay que olvidar, sin embargo, cómo continúa este texto de la primera Carta de San Pedro: Descargad en él todo vuestro agobio, que él se interesa por vosotros. Aceptar las humillaciones que vengan, encontrando en ellas la voluntad de Dios, y más en un caso como éste, permite al humillado una identificación con Cristo pobre y manso que no es posible conseguir de ninguna otra manera. El resultado bien vale el sacrificio de algo que, en definitiva, tiene poco valor, como es nuestro prestigio humano.
Para el común de los cristianos, una dosis de humillación de vez en cuando es saludable y necesaria, ya que nuestra tendencia es a ponernos por encima de los demás. Para el que además tiene un cargo que implique gobierno sobre otros o la enseñanza a los demás, la humildad se hace doblemente necesaria. El lector que no peque nunca de soberbia, que me contradiga si quiere, pero yo hago esta reflexión desde la conciencia de mi propia soberbia y sé de lo que hablo. Recuerdo que un sacerdote, al que tengo un gran afecto y que hoy es obispo, solía decir que, un par de horas después de que muramos, el soberbiómetro seguirá haciendo “ Pip… pip… pip…”
La Historia de la Iglesia nos muestra que los jesuitas siempre han actuado en la vanguardia de la Iglesia, tanto en la evangelización como en la teología. Precisamente, podían hacerlo así porque las “Reglas para Sentir con la Iglesia” de San Ignacio y su cuarto voto de obediencia al Papa los anclaban firmemente dentro de la Iglesia, de manera que no hubiera dudas de su eclesialidad. Sin esta ancla, el marino audaz que se aventure por mares procelosos terminará por caer fácilmente en herejías o, lo que es mucho más frecuente, en estupideces.
Por eso mismo, para que, como teólogo, pueda sin miedo dedicarse a la investigación y a encontrar nuevas formulaciones más profundas y audaces del Misterio que constituye nuestra fe, animo al P. Sobrino, como su amigo en Cristo, a que haga protesta de fe católica y se someta al juicio de la Iglesia. No como una imposición, sino con alegría.
No creo que para un jesuita pueda haber nada mejor que parecerse a Jesucristo al modo de San Ignacio. Mi deseo, pues, para el P. Sobrino es que Dios le conceda, como a San Ignacio, sentirse verdaderamente en sintonía con la Iglesia y vivir estas palabras del fundador de su familia religiosa:
Debemos siempre tener, para en todo acertar, que lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia Jerárquica así lo determina, creyendo que entre Cristo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo Espíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras ánimas, porque por el mismo Espíritu y señor nuestro, que dio los diez Mandamientos, es regida y gobernada nuestra santa madre Iglesia.
9 comentarios
Creo que hoy debes estar especialmente inspirada porque, en tu comentario, has tocado, me parece, todos los puntos esenciales de este tema.
Intentaré comentar todo lo que has dicho en un nuevo post esta tarde.
Muchas gracias por tu comentario. Creo que ha aportado mucho a la cuestión.
hay citas en el blog de "Humanismo sin credos":
"Si la cristología patrística carece de concreción, de historia y de relacionalidad, la limitación fundamental de la fórmula (de Calcedonia), raíz de todas las demás, es el concepto de naturaleza que excluye la historia en la concepción de la realidad e historicidad en la concepción del ser humano".
Pues, ¿no dijiste que eres traductor? Vamos.
para encontrar las citas puse "sobrino" en el buscador del blog "Humanismo sin credos".
Lo cierto es que la falta de claridad parece ser el componente principal del problema en este caso.
De hecho, para eso sirven las definiciones dogmáticas, para señalar, de forma clara y concreta, los bordes del camino más allá de los cuales uno se ha extraviado.
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